Si eres incapaz de ver lo que vibra por ti, nunca sabrás lo que te ama.
Si no consigues oír los latidos de un corazón entregado, nunca sabrás adónde llega la felicidad.
Cada vez que me miras, cada vez que me hablas; cuando te acercas para susurrarme una tontería; cuando me abrazas sin sentido y me llamas en la lejanía, te amo.
Te amo cuando estás callado y algo huraño, con esa mirada hosca y esa boca fruncida de niño pequeño. Te amo cuando sales corriendo en busca de un sueño y regresas herido o triunfante o cansado o inquietante. Te amo con cada latido de mi corazón y con cada pestañeo de tus ojos.
Y si no eres capaz de darte cuenta hoy, nunca lo harás. De nada servirá que te nombre mil veces en la noche sin luna; de nada servirá que busque el abrigo de tus brazos cuando haga frío. Si no sabes lo mucho que te quiero, nunca lo sabrás.
Y sería una pena desperdiciar tanto amor apresado; sería un dolor ver cómo se esfuma en la historia un sentimiento que nos haría engrandecer y nos daría la libertad. La tuya de mí y la mía de ti, para siempre.
Si no lo sabes ahora, nunca lo sabrás.
Si no sabes cómo mi corazón late por ti, nunca sabrás el bien que sería y el bien que me darías.
Si no lo sabes hoy, nunca sabrás lo que es amar y ser amado. Y todo se perderá al final.
Entre el humo del tabaco y la bruma de la noche, verte en aquella barra atestada y reconocerte, a pesar del tiempo que ha pasado, no lo podía creer.
¿Cuántos años? No lo sé. El mundo era nuevo, era otra cosa que esto que nos rodea,y todo parecía cándido y quizá lo era entre tus brazos de nieve crujiente y tu risa de canción.
Pero ahí estabas. Como si no hubiese pasado un minuto y sin embargo nada es lo mismo. Nada. Salvo lo que siento por ti y lo que pasó entre tú y yo.
La cercanía, tu perfume. Sigues usando el mismo. Sigues siendo igual. Tu risa sorprendida, mis ojos asombrados. Y un abrazo que duró más de lo permitido, y la cercanía de tu pelo en mis labios y de tus manos en mi cuello.
Tus ojos brillantes, sin embargo velados por los años y la vida pasada. Y sin embargo tan bellos como aquella vez, cuando los pintaba una y otra vez, usando óleo fresco sobre la piel y pastel sobre tu rostro. Cada uno de tus pliegues, cada uno de tus recodos, y los dedos navegando con la suavidad del aceite y el color de la vida.
Claro que me acuerdo. No lo he olvidado. Ni tú tampoco.
No tenías compañía; la soledad parecía una capa que cubría tu sonrisa vibrante y tus ademanes lentos. Yo tampoco. Ni siquiera sé qué hacía en ese bar; quizá estaba esperándote. Como hice una vez, hasta dejarme la piel ajada y el ánimo destruido.
Cuando te fuiste dejé de pintar. Ni un trazo, ni un boceto. Los días pasaban y no hablaba. Mi mudez ataba a mi pensamiento, y el carboncillo rodaba por mis dedos inmóviles e ineptos. Hasta que un rayo me partió la crisma y me di cuenta que me habías dejado. Y comenzó esta locura de retratarte hasta la saciedad en cada postura creíble, en cada momento que compartimos juntos. Una y otra vez, en cada trazo, en cada variación de color, tus ojos aparecían vidriosos y tu boca abierta como un la de un pez, y tu pelo cubierto de escamas y las alas de la huida emergiendo como ramas de tu espalda y de tu corazón. Corazón de espinas…
Pero todo eso lo olvidé al verte. Después de tanto tiempo, tanto como el primer día. Estabas allí y yo también y nos vimos, y nos sonreímos y nos abrazamos y rodamos por las paredes y nos llenamos de pintura mientras se desprendía la pasión y todo volvía a ser como al primera vez. Cuando éramos más jóvenes y creíamos en la eternidad, al menos del amor. Pero todo pasa…
Y esta mañana, al rayar el alba, hablamos. Entre el resuello y el sudor, tu piel tan brillante y tersa, y el sabor de tus labios como si no hubieses envejecido. Y tu voz era la misma y tus ideas las mismas, y tu amor, igual. La luz quería llegar a nuestro mundo, revuelto de sábanas y caballetes desordenados, con olor a tu perfume y a óleo y trementina. Y con la luz quizá la sabiduría de los años que han pasado. Y la historia que nos ha traído por separado aquí.
Sonó un teléfono. Un mensaje de texto. Y la sonrisa desdibujada y la burbuja rota. Y hablaste como aquel día, y me dijiste casi las mismas palabras, llenando de razones la incomprensión del abandono y justificando sin necesidad el vacío de una huida.
Si así lo deseas…
Desde la cama me viste recoger los restos de mi piel entre las sábanas. Porque los de mi corazón escapaban de mis ojos, que siguen admirando una belleza única y un deseo incombustible, que ninguna decepción ni ningún tiempo ido ha conseguido apagar, y un amor, amor, que ha podido con todo. Incluido conmigo.
Si así lo deseas, vete ya…
Y me besaste en los labios con candidez. Y me abrazaste con retazos de una pasión tatuada en la cama. Y tu voz, pegada a los oídos que ya se han acostumbrado al vacío de tu ausencia y al hueco de la soledad.
– Me están esperando…
Como yo.
Y te fuiste sin vestirte. Y dejaste tras de ti un juego de lágrimas. Y con ellas he hecho una acuarela que lleva tu nombre, y te he vuelto a retratar tras años de querer olvidarte.
Si así lo deseas, podrás venir a verme. Y comerte mis labios a bocados. Pero nunca más podrás herir a un corazón cansado. Cansado de amor por ti.
Puede ser muchas cosas. El día de sol, el viento que ruge en nuestros oídos. Tu cercanía.
O que estamos bailando.
¡Cómo me gusta bailar!
Sentirte cerca, así junto a mí, con tu calor y el mío, y los latidos del corazón que parece que salen de mi boca.
Este corazón mío, que me hace feliz, porque te siente cerca. Este corazón mío que es feliz, porque estás junto a mí.
Y el sol brilla, y las nubes se alejan, y el viento nos eleva más allá del horizonte, juntos y juntos y juntos hasta el día sin fin.
Ven, te digo. Ven, te beso. Ven, te abrazo. Y este corazón mío baila de gozo y salta en mi pecho. Siéntelo, bum, bum, bum, relleno de felicidad como un pastel de crema, de esa crema que me sabe a tus labios y a tu piel abierta y deseada.
Ven, baila conmigo el vals de mi corazón que late bum, bum, bum cera del tuyo…
Y pueden ser muchas cosas que justifiquen la inmensa felicidad que siento. Pero este corazón mío lo sabe, lo sabe demasiado bien: eres tú.
Nunca te alejes de mí ni de este corazón mío que late bum, bum, bum, sólo por ti.
Después de lo que había ocurrido, de todo ese dolor que se drenó sin saber, dejando un hueco lleno de vacío.
No lo esperaba.
Otra vez.
Pero ha sido verte y el mundo dio la vuelta.
Ha sido verte y mi corazón se abrió de par en par y te dejó entrar sin pedirme permiso. Y sólo dibuja sonrisas en mi boca.
Llegaste e inundaste la habitación. Tus ojos llenaron de luz el jardín y se posaron en los míos y sonreí.
Balbucí no sé qué cosas. Nos presentaron y no me salían las palabras. Reíste con esa boca de fresa y me tragué de inmediato la vergüenza. Y como algo inesperado, me ocupé por completo de ti dejando a los demás de lado, olvidándome de ellos y centrándome en ti.
Reías. Sólo reías. Y de tu boca salían palabras de cadencia suave y mucha complicidad. Me tocaste y alteraste la orografía de mis sentidos. Mis nervios estallaron en una rara alegría que nunca habían sentido. Y me llevé tu palma a mi boca, y deposité en ella un beso que era más que un agradecimiento.
Reías. Y caminábamos juntos. Los demás no eran los demás; la música sólo sonaba para nosotros. Y supe que tu corazón y el mío bailaron uno junto al otro hasta el amanecer.
No sé qué me ocurrió al verte. Ignoro qué has hecho. Pero ya no me importa. No quiero saber quién fui una vez. Cada vez que te miro a los ojos renazco, y de los restos en los que crezco nacen nuevas esperanzas que tienen tu nombre.
Y ries. Y sigues riendo con mis tonterías, con las palabras a medio acabar, con las torpezas mantenidas, con las frases terminadas en asombros y en besos y en abrazos callados.
¡Nunca me había sentido así! Y tú eres la causa.
Y ahora no me importa dónde estoy ni qué es lo que hago. Sólo ver tu rostro aniñado, sólo oír tu voz de poema y sentir de cerca el abrazo de tu espalda es lo único que me hace falta.
Porque juntos hacemos una canción que nadie más escucha. Y que es sólo para los dos.
Podría decir que me pierdo en el pasado, cuando nos conocimos en aquella playa enorme, los dos pequeñuelos y divertidos, y que esos recuerdos me hacen feliz. O podría responderte que me fundo en el futuro, que intento vislumbrar aunque no lo consiga.
Todo con tal de no mentirte ni decirte la verdad.
Cómo llueve, ¿no? El tiempo es una buena excusa para el silencio. Ese silencio tranquilo, lleno del sopor del conocernos demasiado. Y también vale para desdibujar lo que sentimos y hasta lo que pensamos. Que hoy viene a ser lo mismo.
Cuánta belleza. Eso fue lo primero que me dije al verte. Ni un día desde aquel día. Y la misma sonrisa y la misma picardía. Y la voz suave y esos hoyuelos y esa mirada de desierto. Eras tú después de tanto tiempo y allí estaba yo, admirándote.
Cuánta alegría. Eso fue lo que noté en ti. La risa de cielo abierto y la confianza restaurada como si nunca se hubiese perdido. Qué maravilla…
En el local, un pianista comienza a desgranar viejas canciones de amor. Nos acercamos para susurrar y disfrutar de la música.
El perfume asciende de tu piel y llena mis recuerdos y llega a mi corazón, que se suelta de sus amarras y navega solitario por los mares del tal vez.
Y dejo de luchar contra lo evidente.
Aún te amo.
Así que no me preguntes lo que pienso. No esta vez, por favor. Porque tú eres feliz, tus ojos sonríen, tu piel brilla mojada por la lluvia y el futuro que se abre ante ti. Y yo estoy a tu lado como lo estuve una vez y dejé de estarlo al darme cuenta que te amaba.
Como lo hago ahora.
Y ya no lucho, ya no le impongo al corazón barrera alguna. Salvo el silencio. Ya que de nada serviría decirte lo que siento, lo que llevo apretujado entre la boca y el alma… Parece que siempre llego tarde contigo, muy tarde en verdad.
Así que no me preguntes lo que pienso, que no quiero mentirte. Y hablemos del tiempo y de la felicidad de las abejas. Y de la belleza de un mundo que parece destruirse, y de la esperanza que trae consigo el atardecer.
Hablemos de todo para llenar de ruido el latido de mi corazón. Hablemos de ti y de él y de todo lo demás, y deja de hurgar en mi corazón herido, y deja de preguntarte cómo es posible, cómo todo sigue sin cambiar.
El balcón está casi desierto. Apenas hay plantas, raquíticas y desnudas de flores. La luz está apagada y sólo nos ilumina el brillo de las estrellas y el sereno platear de la luna. El cielo como un manto nos envuelve y el sonido apenas audible de una banda que toca una canción de amor.
A lo lejos, en un ático enorme, una fiesta se lleva a cabo. Preciosas velas entre los setos; una fuente con agua cristalina borbotea cándida; sillas de raso blanco y mesas vestidas con grandes lazos y flores en cascada hasta el suelo; viandas repletas, champaña encerrada en copas del más puro cristal; y el susurro de los pasos de baile y de las telas frondosas al rozarse unas con las otras.
Nosotros no tenemos nada. En vaqueros, en camiseta y descalzos, alargo mi mano y le pido que baile conmigo.
– ¿Aquí?
Repite. Y yo le sonrío.
– No conozco lugar mejor.
Y accede remolón.
Entre sus brazos me escondo. Siento su calor rozarme la mejilla. Su pecho enorme, sus manos delicadas tras mi espalda; el lento ronroneo de dos cuerpos al acariciarse y bailar. Uno y dos, dos y tres, los pasos entre las piernas y entre los brazos, y el hechizo del roce y la caricia, el aliento entre el pelo desordenado y una sombra de barba.
Sonreímos.
La terraza se llena de escarcha mientras la música suena y nosotros bailamos. La desnudez se viste de seda y el brillo del cielo desciende a nuestros pies. Cada paso de baile es un encuentro de nuestros cuerpos y es una sinfonía agradable y eterna. Cada sonrisa de su boca y de la mía nos envuelve en un ensueño único. Y el ruido de las copas al brindar y de los cubiertos en los platos llega hasta nosotros, y el aroma de las rosas abiertas y una gardenia en la solapa con su perfume de hierba y caricia. El brillo rubio de la champaña y la estatua de hielo que lentamente se transforma en agua líquida, como los besos.
Y en el baile nos besamos lento, como si no tuviésemos prisa. Y el calor de su pecho me protege y sus brazos sin nudos me abrazan hasta el infinito. La luna plateada baña nuestro ensueño mientras la orquesta a nuestro lado deslía las notas de una canción de amor. Y estamos vestidos con galas de ensueño y sonreímos con alegría y con una facilidad de agua libre.
Al bailar entre sus brazos la noche obra su magia. Y nuestra terraza desnuda se llena de verdor y de velas encendidas. Y bajo las estrellas nuestro amor de pies descalzos se transforma en el mejor regalo posible.
La música de la orquesta casi es un susurro, pero sólo oigo el vals de su respiración y la mía. Cae la escarcha sobre las velas que se van apagando una a una, pero sólo veo el brillo de su mirada en la mía. Cesan los pasos de baile y nuestros pies descalzos se encuentran unos junto a los otros perfectamente alineados y descansados. Todo ha sido un sueño, un ensueño nacido de bailar juntos, muy juntos, y de estar entre sus brazos.
Bajo las estrellas no necesitamos más que nuestros corazones enamorados para tenerlo todo.