Cuando no estás cerca

Arte/ Art, El día a día/ The days we're living, El mar interior/ The sea inside, Lo que he visto/ What I've seen, Los días idos/ The days gone, Música/ Music

Camino a la vera del río. El viento de otoño atrae el frío temprano. Solo, rodeado de gente, me fijo en aquellos que van de la mano dando tumbos, reflejados en el agua, brillando sonrisas al abrigo de la noche. Y también en esos tres que ríen las risas de lo divertido, tan libres y banales como la mayor de las tonterías, y a la vez tan hermosos. Y aquella pareja ya mayor, uno con bastón y el otro apoyándose en el mundo que se va apagando, con una ternura que es necesidad y vida vivida a la vez.

   Y me pregunto qué hago aquí sin ti. Cuando no estás cerca todo parece más oscuro; las flores pierden su color y los árboles se pelan y caen las hojas sin gracia sobre la acera húmeda. El río lame sus orillas con desgana y se torna marrón y ácido, en vez de verde y vivaz cuando celebra nuestro amor, y el paseo reventado de gente a esta hora entre la oscuridad y el día se hace pesado, casi hiriente, callado como un secreto, huidizo como la verdad cruda.

   Y me pregunto porqué, cuando te echo de menos, vengo a vadear el río. Me recuerda a mi corazón cuando estás cerca, salvaje y henchido de vida, como el aliento que emerge de tu boca y la caricia graciosa que corre por la espalda. Sonrío con el recuerdo y también lo hace el río, que salpica simpático en su corto recorrido hacia el mar. Y sé la razón de este desvelo de tu ausencia, azul y frío, como el otoño que muere, como el invierno que llega. Me faltas y la vida se torna gris escondiéndose detrás del sol, y las risas nacen huecas y las intenciones se desvanecen antes de hacer un gesto. Y el río me recuerda que tu corazón y el mío están unidos, de alguna manera extraña, entre la masa de agua y de fuerza en movimiento, atrayéndose y alejándose como el oleaje, como la secreta marea que lo impulsa a llegar a la boca del delta.

   Cuando no estás cerca todo parece detenerse. El niño del vecino no crece, con su boca eternamente desdentada. Y el gato maúlla, y eso que es mudo como una estatua. Sus ojos amarillos me miran con interrogado detenimiento. Y no sé qué responderle. Porque cuando no estás cerca todo es un silencio concreto, masa granítica e imperfecta, llena de aristas que me arañan el corazón. Hasta siento que me hace sangre, oscura y sosa porque faltas tú.

   Y es algo a lo que ya no me acostumbro. Pues me he hecho a ti, a sentirte cerca, a saberte conmigo. Porque parece tu sonrisa una primavera fantástica, con todo de rebajas y nuevo, siempre perfecto. Cuando estás cerca toda esperanza es válida, todo juego, todo secreto. La boca abierta, el aliento de menta, el aroma del café recién colado, el rumor de la lavadora que tanto me gusta y el arrullo lejano del río que vive.

   El paseo nocturno está lleno de luces. Titilan por ti, en pleno homenaje; las hojas llegan a tus pies teñidas de rosa y de ocre y su mosaico alfombra tus pasos, enmudeciendo el eco de las suelas en las piedras, acechando el beso tranquilo, la caricia que aparta el pelo de tu rostro y acerca la boca y la nariz y los ojos al paraíso de un beso. Y no hay nadie, porque nos dejan solos, y el viento levanta nuestros abrigos haciéndonos reír y seguimos el camino del agua hasta el mar sereno, que recibe nuestro amor como un regalo único. Y vemos los candados atados al puente, como si al amor se le pudiera condenar a una prisión, y nos decimos qué suerte la nuestra, ser libres de amar.

   Pero cuando no estás cerca me gustaría atarte a ese puente, unirte a mi vida, para que no te alejaras jamás de mí. No soy el que soy si tú no estás cerca, perdido en la inmensidad sin salida, atrapado en un mundo que no comprendo, que pierde su brillo e incluso su alegría. Desesperanzado mientras espero a que vuelvas, me lanzo al paseo del río para recordar al menos esa palabra que nos dijimos, ese detalle escondido detrás de una solapa, las manos entrelazadas y algo más. Y a veces creo que lo consigo, pero en realidad me engaño a mí mismo.

   Y aunque llegara la primavera, sin ti cerca sería un otoño incompleto, esperando por ti mientras mi corazón se rompe poco a poco en pequeños pedazos, esperando la llegada de tu mano para unir las piezas dentro de tu abrazo acorazado.

   Pero sé que tienes que irte; sé que tu vida es tanto mía aquí como tuya allá. Y aunque sé que no soy toda tu vida, cuando estás cerca me lo creo, y hasta consigo soñar con la vida perfecta, el piso perfecto, el mundo perfecto, el amor perfecto que nos tenemos. Y es que me das toda esperanza, me regalas toda alegría, me enseñas que yo puedo ser un futuro imperfecto a tu lado, como siempre he soñado.

   Así que espero a que llegues, aquí, vadeando nuestro río, viendo a la gente pasar y sintiendo sus temores y sus alegrías y sus sueños y su frustraciones, tan parecidos a los míos… Y busco las estrellas que brillan bajo los focos, y el aliento del mar que llega escondido en las olas de viento, y siento que mi corazón se cura sólo un poco cuando pienso en ti, cuando sé que volverás a hacer de nuestra vida lo que merece ser.

La masa humana

El día a día/ The days we're living, El mar interior/ The sea inside, Medicina/ Medicine

fruits

Esta mañana salía de guardia. Otra de esas veinticuatro horas matadoras en las que apenas tuve tiempo para sentarme a comer y cenar.

Mientras esperaba a que me vinieran a buscar en la puerta del hospital, el día venía con ganas de frío y viento. La gente intentaba guarecerse arrebujada en sí misma y en sus prendas de abrigo y el paso ligero de quien quiere llegar a refugio lo más pronto posible. En mi caso, como estaba esperando ver aparecer el coche, estaba en plena acera, caminando con paso corto de un lado a otro para matar el tiempo y vencer el sueño, que tal era mi cansancio que ni el viento frío me despertaba.

En esas, sentí un golpe en mis cuartos traseros. Vaya por delante que soy una persona corpulenta y, en general, ocupo un buen espacio; por lo tanto, tropezarse equivocadamente conmigo es algo complicado. El golpe me lo había propinado una pareja a la que se les notaba apuro y nula educación. Pusieron como barrera un bolso que el caballero empujó contra mi espalda baja (tampoco tengo una estatura española media, tiendo más al aire celta o vikingo) y que les sirvió para moverme apenas. El segundo acercamiento fue embestirme sin piedad para apartarme a un lado. Cosa que mi sentido común hizo. Mi orgullo no lo hubiese hecho. Pero soy un reprimido en asuntos sociales y mi férrea educación se impone en momentos en los que bien valdría dar un portazo, un buen grito o un desplante. En fin, la pareja ni se disculpó ni puso cara de contrariedad: iban en pos de su objetivo, que yo claramente obstaculizaba, y siguieron inmutables. Yo me les quedé mirando irritado. Y durante un instante casi les doy caza. Pero me detuve.

La masa humana es así. Está educada para conseguir lo más rápidamente posible su objetivo sin importar nada de lo que le rodea: manejamos a la Naturaleza y a los animales a nuestro antojo (o eso creemos), alienamos a nuestros semejantes. ¿Qué le hubiese costado a ese señor o a esa señora un poco de por favor? ¿Un atisbo de urbanidad? Nada. Y hubieran conseguido que me apartarse hasta con una sonrisa. Porque no hay nada más atractivo y contagioso que la buena educación.

Los chavales lo observan de sus mayores; los adultos pretenden que sus derechos tengan mayor peso que el de los demás. La imposición de valores puritanos no hace más que aumentar la brecha entre individualismo y civismo, con prevalencia de lo primero. Se impone la compasión como forma de interrelación: en las redes sociales, en la vida real. Compasión supone dos cualidades fundamentales para la Individualidad: saberse superior y más dadivoso que aquél al que se compadece. La igualdad se transforma en igualitarismo; la decencia, en una sombra de las necesidades íntimas y la ansiedad por alcanzar metas, en un cáncer que promueve frustración y tristeza.

La masa humana es una misma cosa. Todos estamos hechos del mismo material, viviendo y sintiendo en realidades paralelas, pero provenientes de la misma fuente biológica, del mismo chispazo bioquímico. En días así me doy cuenta que la vida es un teatro del que nos enamoramos tanto, nos identificarnos tanto, que llegamos a olvidar que es un vehículo de expresión y experiencia, no la vida misma. En una cama de UCI no hay diferencia entre pudientes o no, entre bellos o feos. La desnudez sólo añade una carga de vergüenza a esa identidad que se iguala en lo básico, en lo que nos une y no nos separa.

Estoy cansado de lidiar, durante el trabajo, con la escasa responsabilidad ajena, con el arte de la dispersión o con la pillería inútil que busca salirse con la suya. Ayer particularmente. Estaba tan enojado a las siete de la mañana por un enfermo que me acababan de comentar (porque no se me había comentado antes), que casi pierdo las formas con el equipo de UCI. Pero algo me detuvo. Me vi a mí mismo con el ego inflamado por la burla de la que había sido objeto (la colega en cuestión se fue a acostar dejándome toda la responsabilidad del enfermo a mí) y me parecí ridículo. Formar parte de la masa humana conlleva esos ejercicios de separación, de identificación y de rectificación que nos permiten elevar la naturaleza humana, hacer brillar la individualidad y la colectividad a un tiempo, además de forjar nuestra voluntad al ser una tarea autoimpuesta, buscada.

En ese estado de cosas, esta mañana, tras ser atropellado por la pareja en fuga, en vez de decirles cuatro cosas y quedarme tan pancho (incluso pensé en bloquearles realmente el paso) me detuve para contemplarlos. Y verme a mí mismo. No deseaba ser como ellos: mal educados, irreverentes. Pero sé que puedo serlo. Formo parte de la masa humana y a nada soy ajeno. Pero hay algo que me detiene muchas veces, que me obliga a reflexionar y a dar un paso atrás, y es esa identificación como individuo y como colectivo y la premisa, bastante sencilla, de tratar a todos como me gustaría que me tratasen siempre: sea comentando un paciente, sea dirigiendo una entrevista clínica, sea en la cola del súper o esperando la cuenta en un restaurante atestado.

En cada día hay una oportunidad para mejorarnos a nosotros mismos, para esforzarnos y elevar el peso de la masa humana un poco más cerca de la perfección, del cielo o de la eternidad.

Solo otra vez (naturalmente)

El día a día/ The days we're living, El mar interior/ The sea inside, Los días idos/ The days gone, Música/ Music

Deshabitados copy

al dr.H.

A veces las ilusiones, porque necesitamos ilusiones, son el lago donde se ahogan nuestra frescura y ganas de vivir.

***

   A veces, sólo a veces, la magia se da, el regalo se recibe a manos llenas, y llega una chispa pequeña a iluminar por un instante una vida oscura. Y ya está. Todo parece girar de nuevo y hasta la sonrisa de fruta se abre como una flor y permanece eterna, alelada en ese vapor cálido de un sueño, una quimera. Y sabemos que todo es posible.

***

   La soledad, una especie de mala consejera con un sueldo altísimo, parece que esconde sus cartas. Pero en realidad nos deja ciegos, y el encanto nos envuelve con una red débil. E imaginamos el día, la hora, la mirada cómplice, el ligero cabeceo, un ademán, y la voz suave, las manos firmes, el pecho abierto a un millón de besos, la espalda llena de caricias y un nombre, y un momento, en ese encuentro anhelado, en el que el atardecer, el viento, las hojas de los árboles y hasta los semáforos se detienen llenos de expectativas por lo que va a suceder… Y después todo pasa.

***

   Las manos entrelazadas, la sonrisa cómplice, un abrazo y quizá un beso. Y la noche que sigue, las nuevas confidencias, una intimidad callada que no precisa de mucho más (todavía), si no de tiempo, tiempo que se extiende y se hace ingrávido, inerte, eterno.

***

   Pero esas esperanzas, que se tejen débilmente en la distancia y se endurecen a medida que se acerca ese instante soñado, provienen de la soledad y a ella vuelven, dejando un corazón de nuevo herido, un mar de anhelos rotos, y una realidad grave.

***

   No lo había imaginado así. No debía ser así. No otra vez. Pero sí.

***

   Cuando nos abonamos al ensueño después de tanto tiempo mojados de realismo, cuando el corazón apagado renace otra vez lleno de brío, cuando nada importa: la distancia que no es nada, la virtualidad, a veces el silencio impenetrable y a veces una verborrea sorprendente, y nos enganchamos en un viaje ilusionado, carísimo, pero prometedor… La verdad siempre está ahí para llevarnos a tierra, para aclararnos que los sueños sólo se regalan a los afortunados; que los perdedores lo desean todo y son dueños de nada, excepto de una soledad sonora que de tan pesada se hace compañera, enemiga y verdugo.

***

   No importa que la ciudad sea hermosa, que el día de primavera se cuele por entre las flores de los árboles aún desnudos de hojas; no importa que sea bello y encantador y tenga una voz grave y suave; ni que sus ademanes, vibrantes, enérgicos, simulen una conversación que es más bien un soliloquio; no importa que el local sea perfecto, la luz tamizada de las seis de la tarde, los asientos cómodos, de un terciopelo moderno y mullido, que la sombra de un edificio dibuje pequeños arcoiris en esos ojos preciosos, ni que la fuerza de una juventud divina parezca embriagar todo a nuestro alrededor… Siempre hay un móvil, un nuevo compromiso que surge, un vaya-lo-siento-me-quedaría-pero… Y nada más.

***

   Porque en realidad NUNCA hubo nada más.

***

   A veces las ilusiones, porque necesitamos ilusiones, son el lago donde se ahogan nuestra frescura y ganas de vivir. Y así seguimos, un día y otro también; solos otra vez, naturalmente.