Izak Amancio: In memoriam

El día a día/ The days we're living, El mar interior/ The sea inside, Los días idos/ The days gone

2010

   He de confesar que estaba algo nervioso antes de conocer a Izak Amancio. Admiraba su trabajo en la distancia, su elegancia íntima, su ojo juguetón y sincero, y cierto pudor descarado. Cuando nos vimos, con ese andar de gacela y ese aplomo desarmante, esa mirada oblicua y esa sonrisa de ángel, entendí perfectamente porqué sus fotografías son como son, porqué la sensualidad se reviste de pétalos de flores y se desnuda con colores armoniosos y velos caídos. Izak Amancio es un hombre apasionado, desbordante en su contención, que se sabe genio, y que ama lo que hace. Es un luchador eterno: contra las circunstancias que lo rodean, contra el pasado que siempre vuelve, y contra sí mismo. Su historia es paralela a la de Lawrence en muchos sentidos: emigrante brasileño, tras casi una década en España, su trabajo comienza a ser valorado en su precioso peso y florece con la libertad que su propio genio le confiere. Es dueño de una historia dura, que me hizo reflexionar más de lo acostumbrado; sus ojos vivos, su sonrisa abierta y algo velada al mismo tiempo, su evidente atractivo físico y su enorme talento sólo reflejan lo complejo de una personalidad única, que pugna por ser perfecta, y cuyas aristas a veces entorpecen ese paso decisivo hacia adelante.

Izak Amancio es un hombre que seduce. Seduce con picardía y con detalles generosos; que sabe lo que quiere y sabe lo que es perderse por el camino; que sueña con un tesoro que bulle entre sus manos y que se está haciendo realidad. Recuerdo que, durante un paseo por El Retiro, me dijo: ¡Mírame! Aquella petición era más que una orden de fotógrafo profesional. Le hice caso y lo que se reflejó de aquello está lleno de tanta belleza y melancolía, que me sorprendo a mí mismo cada vez que lo veo. Y mirándolo a él se encuentran maravillas: una vida vivida, una carrera incansable hacia ninguna parte; una lucha inhumana entre la destrucción y la permanencia; una búsqueda del amor a sí mismo y al Otro que no tiene fin; y la elegancia de un alma atormentada que sólo encuentra sosiego en la belleza que su propia lucha genera, como el martillo en el cincel, y de la que sobresalen imágenes transparentes, únicas, serenas y despiertas, bulliciosas y límpidas, y llenas de una luz traslúcida que sólo puede provenir del alma. Suele decir que todos somos una estrella; es bastante cierto, sobre todo cuando lanza su conjuro a través de la cámara y nos pide, con esa voz de dulce acento portugués: ¡Mírame!

2017

Nos dimos un abrazo tras años sin vernos. Los caminos enmarañados de la vida lo habían alejado de su verdadera pasión: la fotografía, de moda en concreto, llena de su mirada elegante, de su tacto de seda; sus sueños de ir a París para aprender de los grandes y desarrollar su talento, ya de por sí único; esa forma tan suya que tenía de retratar lo nimio, lo inmenso. No parecía feliz pero tampoco  del todo disgustado con su destino, ese alma brasileña que intenta adaptarse a todo lo que le viene dado en el movimiento caprichoso de los caracoles, en las formas extrañas de los posos de café. Antes de irme tuvo a bien dejarme un último regalo: su amigo Jose, con quien se sentía cuidado y protegido.

Pero la vida escribe a veces con renglones torcidos. Y hace unos días me enteré de su fallecimiento. En momentos de profunda irreflexión, rodeado sin embargo de la embriagador arrullo de la noche. No nos alegramos de que alguien tan joven, que tanto tenía para ofrecer, haya dejado tras de sí una labor realizada a medias; y alguien con el corazón alocado pero encantador como Izak Amancio, menos. Ojalá la muerte te dé paz, pues has retratado la belleza de la vida de la forma más exquisita posible, más elegante y sutil. Ojalá la belleza de lo que está más allá te permita conseguir por fin tu sueño de llegar a lo más lejos, de la mejor manera posible.

Carlos Puig Padilla: Mirada de terciopelo/ Carlos Puig Padilla: Velvet Eyes.

Arte/ Art, El día a día/ The days we're living, Lo que he visto/ What I've seen

Madeleine Peyroux. Gentle On My Mind. 

 Captura-de-pantalla-2012-10-28-a-las-00.53.17El mundo Instagram regala muchas sorpresas. Saca de nosotros, artistas no desarrollados, el impulso creativo y el hedonismo de ser vistos que de otra manera mitigaríamos sin dudar.

   Pero dentro de esa miríada de amateurs, es decir amantes de la fotografía, esta aplicación de telefonía móvil nos permite descubrir el trabajo y el talento y la belleza de artistas que, de otro modo, pasaríamos por alto, al no reconocerlos.

   A partir de hoy iré citando y nombrando aquellos que han captado no sólo mi atención, si no que me han enamorado con su talento magnífico y, por encima de todo, su sencillez y saber estar.

   No es un secreto que adoro la Fotografía. Por este modesto blog he intentado mostrar el trabajo de personas que me tocan de cerca, que me hablan en imágenes y también en sensaciones y sentimientos. Enrique Toribio, Izak Amancio, Ralf Pascual o Valero Rioja me son muy queridos. Martín Gallego, Daniel Almeida o Arkaitz Morales no les van a la zaga. Creo con sinceridad que es la forma actual de Arte, nos acerca a la realidad de la que otras manifestaciones plásticas se alejan cada vez más, quizá en busca de una abstracción que se regodea de la comprensión (o de la supuesta aceptación) de unos pocos entendidos. Y nos regala verdaderos hallazgos técnicos y delicadezas a la mirada.

   Carlos Puig Padilla es un descubrimiento. Es un portento de talento. Puede con todo y con todos. Con estilo propio, con una personalidad acusada y un mucho de buen gusto, su obra tiene la inmensidad de lo delicado, el toque sedoso y acariciante del terciopelo. Sus imágenes pletóricas de vida están, sin embargo, llenas de ternura, y arranca de lo cotidiano una poesía que se nos esconde a los demás. Es un mago de la luz y de la sensualidad, como Enrique Toribio. Pero mientras en Toribio las imágenes son carne pura, un movimiento congelado que escapa de la bidemensionlidad, en Carlos Puig Padilla son pura caricia, piel que invita al bocado, sensualidad sedosa, alma de terciopelo.

   Admiro todo aquello que soy incapaz de ser. Me gusta saber cómo lo hacen no para imitarlos, si no para comprenderlos mejor. Así hice con la Medicina, y así me gusta acercarme a la Vida. Me gusta rendirla de homenajes porque ella me regala Belleza todos los días. Y en Carlos Puig Padilla encuentro una fuente divertida, irónica, menos despreocupada de lo que parece, más trabajada que ociosa, sensual y maravillosa, llena de luz y de poesía.

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Para bien/ For Good.

El día a día/ The days we're living

For Good. Idina Menzel & Kristin Chenoweth. Wicked.

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A mi aire/ On my Own.

El día a día/ The days we're living, El mar interior/ The sea inside

Me he preguntado pocas veces qué soy o dónde estoy. Mi vida la he vivido con orejeras; trazada una ilusión con forma de camino, a pesar de los vericuetos en los que el Destino ha tenido a bien ponerme, algo en mi interior sobrevivía a esos ataques y se empeñaba (se sigue empecinando) en mantener lo más derecho posible esa senda imaginaria que sólo cobra forma en el interior de mi mente. Y así he llegado hasta hoy sin apenas darme cuenta, sin querer mirar atrás (quizá porque me daría pena; quizá porque sé que nunca ha valido la pena), sin plantearme preguntas vitales, sin cuestionar si todo mi esfuerzo estaba evocado a un fin concreto, y si ese fin me hacía feliz.

Cierto es que los más cercanos pueden ver a través de nosotros; nuestra piel es de cristal en muchos aspectos, quizá en demasiados si me lo preguntan; y una persona que vive su vida en silencio (a pesar del ruido de sus propias palabras) sólo puede asombrarse de que esto ocurra. Pero lo hace. Muchas veces la intuición, o la simple observación embebida de mí mismo, me ha llevado a aceptar opiniones vertidas tiempo atrás por personas a las que quiero o a las que tengo aprecio. Aún habitando en el silencio más absoluto, algo así es revelador, y más que todo eso, liberador.

La vida es dura porque la queremos hacer así. Es doloroso ver cómo nos segregamos, cómo nos dividimos; cómo nos identificamos en gustos, colores, opiniones, apariencias, deseos y condiciones, orgullos y ambiciones. Un enfermo en una cama, por más sedas y encajes que le rodeen, no deja de ser un pobrecillo que merece cuidados y atenciones; la Enfermedad, incluso más que la Muerte o el Nacimiento, nos equipara, nos iguala, nos maltrata porque nos hace despertar del sueño que nos hemos creado, y nos demuestra que la vida es dura de por sí, pero más hermosa y sencilla, y que, a pesar de todo, puede que tenga valor vivirla.

Puede que me haya querido demasiado poco demasiado tiempo. Puede que me haya negado el calor de una compañía o la sonrisa de la compresión desde hace mucho tiempo. En vez de desandar el camino que ahora veo con más amplitud, con una sosegada alegría y una sorpresa continua, pretendo ahondar más en él ahogándolo con una nueva mirada, un nuevo sentido y un nuevo brío. Porque todo y todos somos iguales, hay tanta mezquindad e insalubridad en el mundo que ahora veo con amplitud, que en nada se diferencia del que apreciaba con mi cansada miopía. Eso me permite, quizá, entrar con los ojos abiertos y con menos miedos y complejos, en el intrincado universo de lo distinto, sin sentirme tan diferente de lo que siempre he sido, a pesar de que soy consciente de mi condición de rara avis allí donde mi sombra acaba.

Un hombre sabio y bueno de verdad dijo hace ya demasiado tiempo que no podíamos servir a dos amos a la vez; que no podíamos ser tibios; que no debíamos gastar simiente en campo yermo… Es cierto: no se puede vvir en dos mundos tan dispares sin salir resentido o herido; no se puede navegar tanto por el Limbo como por la Estigia hasta la Eternidad; nuestra vida es tan corta, que ahora tengo cuarenta años, desconozco todo de la vida, y aún me planteo necesidades o deseos, permisos y virtudes con dos décadas de retraso, y no me había percatado hasta ahora. Que siempre he sido de lento aprendizaje no es noticia, pero esto casi es ridículo.

Pero es cierto. Una vez oteado desde la altura, cuenta me doy que no hay diferencias en mundos tan dispares, porque los seres humanos somos los mismos, nos vistamos de blanco o canela, llevemos lentejuelas en la piel o rímel en las pestañas. Envidias, malas caras, sueños rotos, burlas, desprecios, engaños, traiciones… Los sentimientos más bajos llegan a todas partes, impregnan todos los sexos, todos los sueños, todos los aconteceres… No hay nada divertido en ser invertido como no hay nada tranquilizador en ser rectos como una flecha. Nada es fácil en un mundo que no da tregua al diferente, porque ni siquiera se lo da al que, por extraña naturaleza, cabe en sus estrechos límites con facilidad pasmosa. Si de verdad abriésemos los ojos, nos daríamos cuenta de que no hay distinción alguna, y que la ligereza o la pesadez del mundo es obra nuestra, y que las diferencias que nos enfrentan son, en el fondo, los puntos de contacto que a todos nos igualan.

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Este fin de semana he estado en Madrid. En la celebración del Orgullo Gay. He estado inmerso en un estado de actividad constante porque fui recibido (como siempre) por los inmensos brazos abiertos de Abel Arana, por la sonrisa y el calor de Alberto Urbaneja, por la sutil claridad de Pablo Robledo y la sonrisa de Izak Amancio. Todos ellos me hacen sentir como en casa… No: han hecho que los considere mi casa. Me llenan de preguntas, me atiborran a consejos, viven su vida desplegada con tal confianza para conmigo, que sólo sonreír puedo a su lado.

Me gustaría poder dibujar en pinceladas sutiles la ternura de Alberto Urbaneja; me gustaría poder describir el sol de su sonrisa, y esa luz que hace de su belleza algo no ya deseable, sino admirable. Alberto Urbaneja pertenece a esa raza de hombres cuya belleza nace del interior y que late como una estrella, que se expande como ese pecho enorme que posee al inhalar y exhalar aire. Dueño de una ternura infinita, su mirada melancólica y sus andares sexis lo destacan, como su estatura, sobre los demás; joven, tozudo, protector, detallista, tierno en las distancias cortas, cálido como un corazón, Alberto Urbaneja es mucho más de lo que cree y es mucho más de lo que merezco de seguro por conocerlo.

Pablo Robledo es atractivo, de verdad. Dueño de una belleza clásica, sus facciones tan bien cinceladas sólo compiten con su ingenio y su saber estar; es un genio como estilista, y tiene el raro don de la sapiencia. Es difícil para mí estar incómodo con él cerca, y no sé la razón de ese milagro; sólo sé que existe. De particular reservado, desde que le conozco nunca he tenido necesidad de usar mi reserva, pues nuestra conversación fluye con una facilidad casi pasmosa. Me encanta todo de él: su voz, su pelo, su fingida ligereza y una inteligencia que atraviesa los espacios, y su pureza, que ha llegado casi intacta a pesar de los tumbos que la vida nos da a veces y de las pequeñas grandes preocupaciones que el día a día nos regala.

Izak Amancio es un artista de la fotografía cuya elegancia visual compite reñida con su belleza física. Es un amante de lo perfecto, de la excelencia y del sueño. Verlo es sentir su genio, genio que a veces trata con la vehemencia propia del artista. Su voz dulce, suave, y su sinceridad en las pequeñas cosas, hacen que lo admire profundamente por su trabajo, que engalana las entradas de este blog con bastante frecuencia. A su lado, cuando lanza su conjuro con su cámara, nadie pasa desapercibido, porque tiene el don de retratar el alma, y de hacerlo con un toque mágico y elegante a la vez, que son su sello y su distinción.

Gracias a Janneth Muñoz y al equipo de Kiehl’s Fuencarral, que a pesar de lo liadas que estaban y de los problemas que afrontaban en esos momentos, me hicieron sentir (y a todos los que acudimos a la llamada) bienvenido y apreciado. Janneth Muñoz y yo compartimos pasado común, lejos, allá en las tierras donde Los Andes terminan, y no deja de maravillarme el poder de adaptación de esta mujer inteligente, de sonrisa fácil pero de ánimo de acero, y su incansable energía…¡Hasta gané un premio en su tienda! Eso es buena señal, pues nunca en cuarenta años me ha tocado nada en suertes, salvo la inmensa suerte de estar rodeado de personas maravillosas que ocupan, cada una en su tiempo y su lugar, un peso importante en mi vida.

En ese ambiente festivo, por doquier rodeado de una uniformada belleza, conocí por fin a Santiago Paradinas, divertido y único, lleno de risas auténticas y de alocada calma. Nada como un gin tonic de pepino y pétalos de rosa para refrescar el calor empapado de Madrid. Y, más que todo, tuve el inmenso placer de conocer a Ana Mazuecos, a la que sigo fervientemente desde que abriera su bitácora: Divorciadas Desquiciadas. Divertida como nadie, ocurrente como pocos, su pelo pelirrojo, ese abanico multicolor batiendo el aire divertido y una conversación veloz y segura al mismo tiempo; una persona acostumbrada a mandar y a ser oída, pero al mismo tiempo protectora y preocupada, Ana Mazuecos es un espíritu de sorpresas que se refleja en su mirada llena de brillo. Es una mujer auténtica, es un auténtico ser humano, y eso me enternece y me divierte a la vez.

Y con más que sorpresa llegué a conocer a Elena Urbaneja, que sigue mi blog con mucha atención, algo que no sabe la ilusión que me hizo al saberlo y la vergüenza que me entró a la vez, porque nunca pensé que algo así pudiera ocurrirme, y eso me llena de agradecimiento y me deja sin palabras. Sus ojos claros, su sonrisa líquida y esas maneras de hermana maternal, han quedado grabados en mi memoria, y desde aquí la evoco y le dedico un gran beso.

Isidro García López, tan guapo como divertido, tan ocurrente como picarón, me dejó de piedra al decirme, nada más presentarnos: «¡Yo te leo!» … Abel Arana se rió de mí un buen rato, no porque un policía catalán, simpático y abierto fuese seguidor de este blog, si no por mi completa ignorancia de que se me lea y de que guste. A Isidro, que es más listo que el hambre y un muñeco, le agradezco las risas, la buena compañía y que le guste lo que escribo, qué caray.

Y estando a mi aire, viví dos días de Orgullo Gay, observándolo todo, aprehendiendo todo y riéndome mucho, pero mucho, como Abel Arana me había prometido. No sé si merezco tanta atención de su mundo y de su parte, a pesar de los tropiezos que a veces cometemos, él se yergue orgulloso, lleno de nervio, brillante y rudo, tierno y enérgico a la vez. Es un torbellino de besos y abrazos,un no parar de actividad frenética, un hombre que se sobrepone con esfuerzo y que se ríe, se sigue riendo de lo que le rodea y de él mismo. Y al que es muy difícil no quererle, al menos no quererlo con la ternura y la claridad que yo le quiero. Abel Arana es muchas cosas, muchas, pero es amigo exigente, expansivo, expresivo, completo como un mundo, firme como el acero y blando como el algodón. Y cómo le gusta un posado y una foto, por favor.

Mi vida ha cambiado desde que le conozco. Ha expandido mis horizontes, ha hecho que termine por sacar de mi mirada las orejeras que impedían una visión más periférica, más amplia, más real. Siendo él mismo, aceptándome como soy, y empujándome a la vez, con leves cabeceos, a evolucionar. Me he preguntado pocas veces quién soy o adónde voy. Quisiera hoy responder a esas preguntas, pero no puedo. Sólo sé que en mi mundo cabe todo, y que aún soy capaz de crear una maravilla que lo abarque: mezclar la lejanía con la cercanía, la frivolidad con la sensibilidad, la belleza de lo que me rodea con mi tosquedad… Gracias a él, y a Alberto, y a Pablo y a Izak y a todos aquellos que están conmigo más cerca o más lejos, en el mundo de carne y hueso o en este mundo virtual, voy acercándome a ese sueño que siempre he acariciado y que ha sido vivir a mi aire, completo y aceptado, solo o acompañado, pero querido, leído y único.

Esto es lo que este fin de semana del Orgullo Gay me ha enseñado, y que estos seres maravillosos me han regalado. Abel Arana quería saber cómo había visto el Orgullo. Pues así. Gracias por todo.

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Las fotos del símbolo de Kiehl’s son obra de Izak Amancio.

Algo pequeñito/ Small Thing.

El día a día/ The days we're living, El mar interior/ The sea inside

Al niño pequeñito, apenas un año, de la foto, quisiera decirle lo mágica que será su vida, la suerte dispareja de la que disfrutará; todo lo bello que verá; el dolor que sufrirá e infligirá queriendo o sin querer; los cambios que vivirá, en el mundo y en sí mismo; las luchas que librará, las batallas que perderá y la eterna oportunidad que tendrá de ponerse de nuevo en pie.

Me gustaría decirle que será cabezota, que será muy competitivo y que perderá esa pulsión una vez se dé cuenta que es, en todo, igual que los demás; que no logrará grandes sueños y que su vida será algo pequeñito, mucho más de lo que una vez soñará. Que amará sin ser correspondido; que estará solo; que será por siempre lo que ha sido, pero moldeado por las fuerzas telúricas del día a día.

A ese niño con la mirada melancólica y triste, impensable sólo con un añito, le contaría las sorpresas desagradables de su historia, los encuentros importunos con gentes de pobre espíritu que, pese a todo, despertarán en él primero rabia, después tristeza y, finalmente, compasión; le diría lo mucho que reirá a pesar de lo gris que será su futuro, y que, sin embargo gracias a ese sencillo milagro, será un hombre feliz y agradecido; y que aprenderá a ver su vida y la de los demás a través de los ojos del alma, encontrando finalmente en todo lo que le rodea, momentos y personas por las que vale la pena vivir su vida.

Le contaría que tendrá mal carácter cuando lo molestan, aunque a pesar de todo será fácil vivir con él; le diría que crecerá mucho más de lo que le dirán una y otra vez, y que su pelo se tostará al sol de la costa a los dieciocho años. Que no le querrá ninguna niña en el colegio, porque irá por delante en sus estudios y todas le quedarán grandes. Que su pasión por el Arte se perderá no sabrá en dónde, y su Norte también, y sus ganas de porvenir. Y sin embargo vivirá rodeado de amor ajeno, rodeado de cariño sorprendente y sorpresivo, del que nunca estará lo suficientemente agradecido.

Ese niño se dará cuenta de lo afortunado que será siempre; tendrá una salud de hierro; verá el mundo a través de unos ojos muy miopes, por lo cual las barreras y los límites que los demás imponen nunca los verá con nitidez; buscará una felicidad fuera de sí mismo porque llegará a odiarse, pues no será guapo, ni particularmente simpático ni extraordinariamente inteligente, ni astutamente sagaz. Y, sin embargo, me gustaría decirle que, pese a todo, será un hombre feliz, porque podrá darse cuenta de muchos secretos humanos, y porque en el fondo de sí mismo encontrará una paz que sólo Dios podrá darle, y aceptará con el paso del tiempo que todos los hombres son volubles, inestables, egoístas y, en las condiciones apropiadas, hasta sinceros.

Deseará lo que no podrá obtener y obtendrá todo lo que soñará paulatinamente, cuando se dé cuenta que no lo necesita para ser él mismo, ni más feliz ni más importante ni mejor persona de lo que ya es, ya es siendo así de grande, algo tan pequeñito como un bebé de un añito.

Me gustaría decirle que necesitará cuarenta años para aceptar alegremente que así es su vida; que siendo imperfecta, es su vida y lo mejor que ha podido ser, y que aún tendrá tiempo para vivir el tiempo de todo aquello que su visión recortada no le enseñará hasta entonces, y que vivirá rodeado de tanto amor, lejano y cercano, de tantas personas que lo querrán por y para algo y porque sí, que nunca tendrá la capacidad adecuada para agradecer ese milagro que significará estar en sus zapatos día tras día.

Será un buen hombre; algo huraño y serio, pero muy risueño y ruidoso, con una risa casi escandalosa pero tremendamente sincera. Mirará por lentes potentes, y por lentillas que le descubrirán un mundo de perfección arrebatada. Podrá viajar, casi siempre a los mismos lugares, algo que no le importará gran cosa, y tendrá la oportunidad de contemplar las maravillas de los hombres y la maravilla de los demás siendo lo que son.

En el fondo se arrepentirá de pocas cosas; del dolor que podrá causar; de las palabrotas que su orgullo dirá y que se diluirá con sus propios límites en el avance sin tregua por el tiempo humano. Buscará con miedo nuevas experiencias, y reculará de aquellas que le hacen sufrir. Vivirá momentos de desesperación y de lucha, lucha inconsciente porque será tan diferente que aún en el futuro le costará aceptar que es bueno serlo, y que no está de más que lo sepa; le avergonzará no ser brillante, ni divertido, ni dotado para los juegos ni los deportes. Pasará horas interminables dibujando ilusiones; haciendo que duerme la siesta mirando fotos de obras de arte, leyendo relatos o soñando despierto; mientras afuera el mundo girará a una velocidad tal, que él casi no lo percibirá nunca. 

No soportará el dolor ajeno; será recio y duro, con el corazón de acero y seda; tendrá unas manos delgadas con dedos largos y delicados, pero llenas de una torpeza fuera de este mundo y de una fuerza que ignorará por siempre. Podrá vivr sin sentirse asediado por la culpa paterna ni las angustias freudianas; se sentirá libre gracias a una fe que en él dilapidará fronteras, credos y religiones; se sentirá protegido y mimado, y casi por eso invencible; y se dará cuenta, con el paso del tiempo que no se detiene, que no será más que nadie, y vivirá muy feliz con ello.

A ese niño al que sostienen me gustaría decirle que siempre tendrá una mano que le ayudará, una sonrisa que lo animará, y un hogar al que pertenecerá de por vida. Echará de menos el mar que lo verá crecer, pero vivirá rodeado de la belleza verde y azul y gozará de la quietud del campo, de la sinfonía del atardecer; verá la procesión de la luna plateada, el eterno brillar de las estrellas, y contemplará el nacimiento del sol una y otra vez, con la misma alegría que sentirá al descubrir la armonía y la belleza que le rodeará siempre.

Será un hombre especial porque, sin saberlo si quiera, será muy querido; sin hacer gran cosa, cada día descubrirá que lo valorarán quizá en exceso, que lo apoyarán en silencio y lo admirarán en la distancia sin haber conseguido, en su mirada miope, nada que lo distinga de nadie a su alrededor.

Tendrá problemas e inestabilidad, y amará las causas perdidas; pero sabrá sobreponerse a todo y aprenderá, mal que le pese, que puede ser rencoroso y dejado, desmañado y ojerizo, orgulloso y petardo, pero encantador y gracioso, y sincero y leal. Amará con una ceguera enfermiza; olvidará con un empeño envidiable, y dejará todo atrás con una impresión errónea de salir ileso, sin heridas.

Tendrá una memoria asombrosa, memoria evocadora que todo lo recuerda y refleja gracias a una imagen, una frase o una melodía. Cerrará los ojos y podrá pintar el mundo como una vez fue y hasta recitará versos interminables y frases inconsecuentes y vacuas; se perderá pocas veces; tenaz, se cansará pocas veces; y temerá mucho, pero aprenderá lentamente a dejar atrás esos miedos como capas y capas de una cebolla que se deshace al arrullo del viento.

Querrá hacer muchas cosas, pero la vida le enseñará que sólo logrará unas pocas, y quizá algún día aprenderá que será feliz sólo con eso. Y descubrirá que, a pesar de sus desastres, de su torpeza, de su nula capacidad de brillar, será muy querido, muy requerido, muy arropado y muy admirado, y nunca, nunca sabrá el por qué.

Pero estará eternamente agradecido por ello.

Y me gustaría decirle, a ese niño de un añito, algo pequeñito que descubrirá treinta y nueve años después, gracias a la magia de un hombre que sabrá mirar a través de sí mismo  (ese maravilloso hombre será el fotógrafo del alma: Izak Amancio.) Esa mirada de la foto, esos ojos grandes, de un verde oliva y miel, que miran con una tristeza enorme y una melancolía de mundo y medio… Persistirá a través del tiempo, a través de las heridas y los avatares de la vida,  y llegará a su presente intacta, exacta, idéntica y maravillada…, única y, en el fondo, tranquila y feliz.

A ese niñito me gustaría decirle, cuando cumpla cuarenta años, que su mirada será el reflejo de su vida, y que esa vida, pese a todo y gracias a todos, será feliz.

Foto a color por Izak Amancio.