Jurásico Total De niños a héroes: la saga crece.

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Sara Cano y Francesc Gascó, con las ilustraciones de Nacho Subirats, nos han regalado la tercera parte de la (hasta ahora) trilogía Jurásico Total (editorial Alfaguara, Penguin Random House) donde nuestros protagonistas afrontan la máxima decisión de ser quienes deben ser, con miedo pero con decisión, pasando de niños a héroes (todo niño que crece lo es) mientras e enfrentan a peligros inusuales dentro del poderoso mundo de Pangea.

La narración es trepidante, sin casi descanso para el lector, atrapado en las maravillas de un universo que ha existido, lleno de rudimentos y de una complejidad asombrosa. Porque todo de ese mundo prehistórico nos fascina: la abundancia de su vegetación, los climas cambiantes, la diversidad de una naturaleza que juega a hacerse mayor casi al mismo tiempo que nuestros jóvenes protagonistas, enfrentándose a sus errores y su diversidad con el mismo espíritu lento pero resuelto fiel reflejo del ánimo de los cinco aventureros de la saga.

La trilogía es un símbolo del crecimiento. La personalidad de cada protagonista se refleja en el mundo prehistórico, revelando detalles paralelos entre ese mundo sin igual y el nuestro, y descubriendo en nuestro interior esa fe en la aventura, en el riesgo, en la voluntad, la admiración y la fidelidad que ambos autores evocan sin remedio en todas las líneas de sus libros y que aquí, De niños a héroes, alcanza mayor relevancia, una importancia acorde al eterno rito de pasaje que todo compromiso conlleva en los seres humanos.

Hay tal amor por la Paleontología, tanta admiración, que no dejamos de asombrarnos ante la complejidad de un mundo que ha sido y que nuestro pensar científico ha traído hasta hoy, teñido de arte, imaginación y datos verificables. Una rama de la ciencia que estudia la Vida que Fue late con la fuerza ancestral de los orígenes floridos de la Naturaleza, la Tierra que hubo y que ha acabado siendo la que vemos hoy: la diversidad de especies, plantas y animales, la conquista del aire y del océano, la simbiosis, el antagonismo, la eterna lucha entre poderes y supervivencia. En toda la saga Jurásico Total, y en especial en esta entrega De niños a héroes, ese amor late a ritmo de tambor, a ritmo de sangre primitiva, haciéndonos escuchar e imaginar con viveza ese detalle íntimo, esa cosa maravillosa que es observar una vida vivida que ya no existe pero que todavía es. Fascinante.

Comprendemos, gracias a esta trilogía, la fascinación que el mundo prehistórico ejerce sobre la infancia; entendemos que esa pasión se desborde en las personas que la convierten en profesión y en forma de vida. Porque si hay algo que desborda Jurásico Total: de niños a héroes es el amor por la Ciencia que estudia la Vida que Fue, la emoción que nos embarga la búsqueda por descubrir de dónde venimos y quiénes hemos sido y qué ha hecho, y cómo, que la Tierra sea hoy tal cual es, fuera de nuestra huella indeleble como especie.

Un libro para todas las edades, una saga que enciende el amor por la lectura y la diversidad de la vida, que nos ayuda a entendernos como niños, a aceptarnos como adultos, y enciende en nosotros esa llamita que late escondida cerca de los sueños olvidados: nuestras ganas de ser verdadero héroes.

Jurásico Total: Dinos contra Robots.

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La segunda entrega de las aventuras de nuestros cinco valientes dino-aventureros. Escrita a cuatro manos por Sara Cano y Francesc Gascó con las estupendas ilustraciones de Nacho Subirats, editada por Alfaguara, perteneciente al grupo Editorial Penguin Random House, ya está con nosotros. Una apuesta por la literatura juvenil que aúna aventura sin respiro y Ciencia, y cómo la Ciencia puede llegar a ser divertida una vez se junta con el Arte.

Siguiendo la estela de la primera entrega, y liberado el relato ya de las presentaciones de unos personajes arquetípicos y simpáticos que nos roban el corazón, Jurásico Total: Dinos contra Robots nos adentra más en la misteriosa historia de Pangea, sus intrincadas relaciones, ese mundo paralelo en el que conviven dinosaurios de épocas distintas influenciados por inteligencias desarrolladas que intentan manipular lo que les rodea, en un choque frontal entre el Mal y el Bien, entre lo correcto y lo inadecuado, que vale de reflejo de nuestro propio mundo.

Dinos contra Robots es un relato de aventuras trepidante, donde no dejan de ocurrir cosas: nuevos personajes poliédricos y misteriosos que aportan profundidad y chispa a la historia; el desarrollo personal de cada uno de sus protagonistas; el deseo de poseer, la adicción que puede provocar y la responsabilidad que conlleva ejercerlo; la fuerza de la amistad, de la que aflora la más pura de las lealtades, y esa historia oculta de la que nuestros cinco héroes, con sus poderes asignados, van descubriendo página a página.

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El paralelismo con nuestra cultura sigue estando entre sus líneas; la necesidad de ser mejores; el deseo de conectar y ser aceptado; esa línea delgada que separa el miedo al error de la algarabía del éxito, y el conocimiento hecho sencillez sobre un mundo fascinante que la Humanidad, conforme a la Ciencia, ha ido reconstruyendo a base de fósiles, estudios microscópicos e imaginación.

La prosa de Sara Cano y Francesc Gascó está llena de velocidad, pero también de una cadencia maravillosa; no hay baches en sus búsqueda de la aventura; las ilustraciones de Nacho Subirats aportan gran parte de fantasía, y también de realismo, a la historia contada y nuestros cinco héroes continúan creciendo conforme pasan sus páginas y se enfrentan a sus decisiones, a sus acciones y a sus consecuencias.

Todo en Jurásico Total es un gusto. Todo se disfruta y se aprende. Y todo basado en información científica de alto nivel y muy actualizada. Y sigue demostrando que Literatura, Dibujo y Ciencia pueden ir de la mano construyendo historias llenas de pasión, de información veraz y de entretenimiento. De pura vida.

Un segundo libro excelente. Ojalá la editorial se anime a dar paso al resto, para así poder añadir una colección nueva, y única, de aventuras extraordinarias que les ocurren sin querer a cinco chicos en su camino (accidentado, como no podría ser de otro modo) por ser verdaderos héroes. De sí mismos.

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Jurásico total (perdidos sin wifi): aventuras en mundos perdidos

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La literatura juvenil está viva, late, crece, se despliega, se desarrolla, se vende. Podría esgrimir muchas razones, todas válidas. Pero la fundamental para mí estriba en que la juventud se entrega a la fantasía escrita, usa su imaginación para recrear lo que lee sin esfuerzo, penetra en los mundos de lo escrito con la confianza y el abandono que les da el corazón que crece.

No es fácil escribir libros así. Se necesita un talento especial. Porque ese público no tolera la mentira, lo hueco; se entrega a lo que siente vivo, se identifica con cada historia y personaje porque se encuentran parecidos, sí, pero sobre todo porque son reales. Cómo sea el entorno es lo de menos, la realidad de la historia es lo que importa.

   Jurásico total  (perdidos sin wifi) es la nueva saga de historias escritas a cuatro manos por Sara Cano y el paleontólogo Francesc Gascó, y frescamente ilustradas por Nacho Subirats, valientemente publicada por Alfaguara. Y aunque el perfil de venta de esta saga nos dice que está diseñado para un público de 8 a 12 años, la verdad, como los buenos libros de aventuras y de corazón vivo, su lectura es básica para cualquier edad. Está diseñado para envolver con acción trepidante, momentos delicados, pérdidas y búsquedas que tocan todos los corazones, todas las edades.

Para alguien que creció en su momento disfrutando de las entregas de Los Hollister o Los cinco, por ejemplo; que creció al amparo de Julio Verne y JRR Tolkien, Jurásico total es un hito en nuestro idioma, no porque no existan sagas juveniles españolas (el mercado, muy vivo, late con sangre fresca) si no porque, por primera vez, Ciencia real se une a imaginación y a aventura; es decir, vuelve a sus orígenes, porque la Ciencia, pese a quien le pese, es corazón, pasión, aventura y riesgo.

Hay toques mágicos en Jurásico total. Hay tecnología y semiología paleontológica. Pero, algo muy característico de Francesc Gascó como escritor (y bien acompañado por Sara Cano), consigue hacer sencillo el intrincado árbol de la ciencia paleontológica, la descripción de mundos que ya no existen, las dudas que equivalen a nuevos retos de investigación y que los cinco protagonistas aprenden a marchas forzadas debido a un destino juguetón.

La magia de Harry Potter está en sus detalles: la historia central, para nada infantil, descrita con el corazón de alguien que sabe que los niños entienden mejor que los adultos la realidad que los rodea si se toma la molestia de explicársela. Jurásico total sigue esa senda, y en medio de un mundo extraño para la mayoría, nuestros cinco héroes aprenderán a aceptarse como grupo, a aceptarse como personas, y quizá a admirarse, gracias a las peripecias que viven.

Cada personaje es un mundo a medio hacer: promesas que despuntan, cuerpos que cambian, conflictos que resolver. Desde la soledad del incomprendido hasta la sobreprotección exagerada, desde la claridad de ideas hasta la ceguera de la ira, desde el deseo de ser aceptado como un igual hasta la necesidad de saberse (y quererse) diferente. Jurásico total (perdidos sin wifi) no es sólo un libro (y una saga) de aventuras trepidantes, es el retrato de la vida humana a través de estos adolescentes que se descubren a sí mismos enfrentándose a sus miedos y desarrollando sus habilidades.

 Jurásico total (perdidos sin wifi) atrapa, informa, entretiene y, por encima de todo, nos muestra lo variada que es la vida humana, lo frágil que es, lo resistente, lo leal, lo débil, lo hermosa. Es un retrato de nuestros yoes más puros, una puerta a la seguridad de que, con sus lectores, estamos construyendo de verdad un mundo mejor.

¡Y aprendiendo Ciencia y disfrutando Ciencia y paladeando Arte!

No encuentro fórmula mejor.

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Persuasión y Parque Jurásico

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En un vídeo en YouTube, dos caballeros: Mikel y Francesc, se retaron a leer cada uno la novela favorita del otro. Todo caso que Mikel Fernández Bilbao se haya inmerso en una cruzada para lograr que la mayor parte de los visitantes a su canal lean todos lo libros de Jane Austen (algo que he cumplido con gusto), y Francesc Gascó tiene la suya propia para acercar Ciencia y Paleontología a legos y colegas de una forma distendida e informativa, no cabía otra posibilidad que los libros elegidos por ambos fuesen los más cercanos a sus gustos y corazones: Persuasión, de Jane Austen y Parque Jurásico, de Michael Crichton. Y me dije a mí mismo que cogería el guante de ese reto.

No es que tuviese un prejuicio contra la(s) obra(s) de Michael Crichton; creo que los tenía todos. Y no porque fueran malos (no podrían serlo siendo así que fue un escritor muy vendido y polifacético, además de colega de licenciatura); si no porque eran muy vendidos. Lo cual puede que no tenga sentido; pero cuando ocurre algo así, en mi interior hay un resorte que se retrae y me impide si quiera sopesar la posibilidad de leer algo de esas características. Las letras palomiteras, absorbentes, que se leen sin paladear bien la historia o en los que los protagonistas de los relatos pesan más que todo el armazón que los sustenta (esqueleto que es básico en la aparentemente sencilla creación de un bestseller), habían tenido ya su lugar en mi vida de lector, y aunque Parque Jurásico se editó cuando yo tenía tan sólo veinte años, ya me sentía a años luz de esos fenómenos literarios. Sí: tenía esa mezcla de resabidillo y esnob que escondía muchas carencias y, también es cierto, poseía una sensibilidad y un gusto literario un poco por encima de lo considerado normal para esa época. Lo que ocurría es que había devorado, pero literalmente comido a bocados, bestsellers desde los doce años: Jeffrey Archer, quizá mi favorito; Colleen McCullough; Sidney Sheldon, Judith Krantz, Corín Tellado, Margaret Mitchell, J.J. Benítez y un largo etcétera, me habían llevado entre los amoríos imposibles, los mundos oníricos e improbables de riqueza y destrucción, los bajos fondos con sus más bajas pasiones, a un estado de agotamiento lector del que no me he recobrado del todo incluso ahora.

Dicho esto, acercarme a Parque Jurásico (película) ya me pareció ejercicio suficiente para demostrar lo abierto de ideas que era ese jovencito veinteañero, cuyos gustos por cintas taiwanesas (Ang Lee) y chinas (Zhang Yimou) y algunas francesas e inglesas y australianas (La boda de Muriel y Priscilla, reina del desierto siguen brillando hoy con el mismo fulgor que cuando se estrenaron) pintaban su cielo celuloide de entonces. Y tras verla y sentirme fascinado por la técnica de la película y esas cosas (me dejó un tanto frío en sí misma, pues sigo pensando que está a años luz del mejor Spielberg aventurero: En busca del Arca perdida, Encuentros en la tercera fase o Tiburón son casi irrepetibles), borré de mi cabeza su existencia. Hasta que Francesc Gascó apareció con su encantadora forma de comunicar pasión y belleza por la Paleontología, y su machacona referencia al mundo jurásico de Michael Crichton.

¿Qué pueden tener en común Persuasión y Parque Jurásico? Algo nuclear: la obsesión por controlar un mundo en constante zozobra y hallar, en medio de esa labor agotadora, la estabilidad. En el mundo de Jane Austen, el destino de la Mujer (su búsqueda por encontrar un marido que le garantice un mínimo de derechos de los que carece por su género; las discretas manipulaciones que son, en realidad, sentencias de vida; los sueños, los sentidos y sentimientos que embargan a los seres humanos, que los unen o los separan para siempre) y la concienzuda observación de la psicología humana, de los secretos del alma, tejen tramas casi siempre similares, pero que sacan a la luz lo mejor y lo peor de la raza humana: en sus páginas, descritas con gran lucidez y sencilla certeza, la manipulación, el maltrato, los malos entendidos, las esperanzas vanas, las expectativas y las decepciones tejen una historia coral que es llevada por mano firme y trazo ligero, donde la levedad de lo obvio esconde una profunda enseñanza moral, o mejor, el retrato descarnado de la bajeza humana y sus ansias por mejorar, o al menos aparentar que se puede ser algo más que un individuo que sacia sus apetitos y que busca desesperadamente un salvavidas que le asegure la estabilidad y, a veces, también la felicidad.

En Parque Jurásico encontramos algo similar, pero escondido tras la ciencia y al tecnología. El hombre que juega a ser Dios, que ignora los ritmos intrínsecos de una Naturaleza que desconoce al considerarla enemiga y no aliada; que intenta traspasar la barrera de lo finito con obras colosales; que comete errores y se niega a aceptarlo. Pero también el niño deslumbrado por lo imposible, la fascinación por un mundo perdido que se recobra y, por encima de todo, se posee. Un reflejo de la sociedad tan actual hoy como en el momento de su publicación.

Persuasión es una oda a la carencia de carácter, al descubrimiento de que la intención humana, maleable por las influencias ajenas, puede llegar a perder la grandeza que le está destinada; en Parque Jurásico la grandeza deslumbra tanto que olvida el alto precio que se paga por ella y que, como Ícaro o Faetonte, ese peaje conlleva quizá incluso perder la vida, a fin de cuentas ser dios es más difícil que ser hombre, y acarrea más responsabilidades de las que pensamos. En ambos relatos los sueños son posibles; sentimos el pesado paso de un dinosaurio, ese levantar tranquilo de un cuello enorme que se alza por sobre la vegetación selvática; oímos el engranaje de la biotecnología, que agrupa ácidos nucléicos como ladrillos sobre los que se erige una raza muerta, un mundo perdido, una forma de ver la vida que ya no encaja con la historia que la representa. En Persuasión la bajeza humana está presente, pero también el secreto espíritu que puede hacerla bella de repente; en Parque Jurásico el fulgor del Empeño da lugar a un sueño quizá equivocado pero atrayente, y oímos la pesada máquina de la Economía y de la Fama como fantasmas aviesos y evanescentes que corroen el orgullo humano y lo degradan hasta su máxima destrucción. Unos se sienten persuadidos por su carrera, por sus hallazgos, por el poder de sentirse únicos, por la intoxicante idea de llevar siempre razón. Y otros, por alcanzar, mediante intrigas, un reconocimiento social y una seguridad económica que el destino, a veces, parece empeñado en negarlo siempre.

Y en ambas novelas, con doscientas páginas de diferencia, con doscientos años de distancia, nos permiten soñar largo y tendido sobre lo que pudo haber sido y no fue, o lo que el viento se llevó una vez y que nunca más volveremos a poseer. Hay una gran lección en estos textos, una lección que bien nos valdría aprender de nuevo. Para dejar de manipular la vida, para conocerla mejor antes de poseerla, y para dejarla a su libre albedrío, que sabe más en su aparente inconsciencia que nuestro yo supuestamente ávido y consciente.

Chris Pueyo: poética intensidad

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Gracias a Javier Ruescas, cuyo canal de YouTube ha sido una sorpresa para mí de la mano de su amigo Francesc Gascó, he leído los dos libros publicados del jovencísimo Chris Pueyo: el primero, una memoria de sus memorias (El chico de las estrellas) y el segundo, un poemario ilustrado (Aquí dentro siempre llueve).

Chris Pueyo pertenece a esa raza de hombres valientes que remontan el más puro vuelo gracias a una sensibilidad extrema, con la que revelan su inteligencia y más íntimamente, la grandeza de la empatía y de la integridad de los sentimientos.

El chico de las estrellas, un libro azul y blanco, es el relato de su vida, una lucha constante contra sí mismo y las circunstancias; es la demostración que las personas pueden sobreponerse, con la esperanza atribulada de lo desconocido, a su presente, y consiguen transmutarse, ser ellas mismas, una vez reflexionan, aceptan y dejan todo lo malo atrás.

Chris Pueyo no ha tenido una vida fácil, y no lo esconde. Y sin embargo es capaz de narrarla con una belleza poética que casi raya en la fantasía, con la fortaleza que le da saberse una persona nueva, un individuo más abierto y empático gracias a ese cúmulo de desgracias que le acecharon desde pequeño y que van quedando, a fuerza de intención, detrás de sí mismo.

De los abusos infantiles hasta la ausencia presente de una madre inmadura; desde la figura épica de la Dama de hierro, con su fortaleza de acero, hasta el arco iris de amigos que consigue por méritos propios y quizá también por casualidad, Chris Pueyo, el chico de las estrellas, alza el vuelo de la libertad con el raciocinio intacto, el corazón remendado y al esperanza en la pluma, pues sabe, con esa certeza de los veinte años, que la vida le deparará sólo cosas buenas, o que esas cosas se deben enfrentar con la valentía adolescente que posee como un regalo.

El chico de las estrellas es un relato poético (en la acepción más amplia del término), lleno de la cadencia del lenguaje, donde se nota a raudales el talento de Chris Pueyo no sólo como escritor, si no como ser humano: es el relato de un dolor que se transmuta en paciencia, en esperanza y en una compresión que, más que alejarlo del dolor que ha sufrido (abusos físicos y psíquicos, escasez monetaria, sentirse diferente, saberse un bicho raro), le regala la libertad.

Aquí dentro siempre llueve es un poemario. Del texto narrativo lleno de cadencias llega ahora un libro repleto de rimas. Hay algo de candoroso a los veinte años, y de intenso quizá demasiado, pero hay poemas (dos, tres, media docena) que brillan con un talento único que se vislumbra en El chico de las estrellas. Hay desesperación y un esfuerzo por entender el mundo; encontramos ese ardor adolescente que todo lo lleva al límite y a la impaciencia; hallamos un esfuerzo constante por aceptarse y entenderse y perdonar, porque el secreto de Chris Pueyo está en su inmensa capacidad de amnistía y abandono de todo aquello que ya ha ocurrido, y sacar el mejor provecho de ello.

Dícese de la literatura juvenil que es aquella destinada a un público determinado, cuya intensidad es infinita y poderosa, que navega entre un extremo a otro de la vida, y que se transmuta (porque todo cambia) a la visión más serena de la adultez. Para el niño que siempre quiso ser Peter Pan el tiempo pasa, como para todos, pero en él cada lección de la vida ilumina una estrella de su cielo, abre una ventanita para ser mejor hombre y, con ello, quizá también un mejor poeta…. Mientras tanto, que la tinta azul, que los libros azules sigan fluyendo, dibujando un camino único que nos lleven a todos a ese lugar especial que, si no es el Paraíso, pueda que se acerque algo (sólo un poco) al País de Nunca Jamás.

Antinatural

El día a día/ The days we're living, Medicina/ Medicine

Gay or LGBT flag made of colorful splashes

Gay or LGBT flag made of colorful splashes

   Este reportaje de Françesc Gascó arroja luz científica sobre la tan cacareada antinaturalidad del amor homosexual, del sexo homosexual, del ser homosexual (palabra inventada en el siglo en el que se le empezó a considerar una desviación, una enfermedad psiquiátrica).

La Naturaleza es tan variada, tan sabia, tan eterna, que pasa por encima de las opiniones de los hombres, a quienes mira como lo que son: seres infinitesimales en la miríada creativa del universo.

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E=mc2 o Ciencia y Creencias/ Science and Beliefs

El mar interior/ The sea inside, Los días idos/ The days gone, Medicina/ Medicine

   De una entrada del fascinante y entretenido blog El Pakozoico que sigo con ahínco, prendió mi interés un comentario hecho por Françesc Gascó en el que se definía, como muchos científicos aún hoy día, un hombre de Ciencia, de pruebas y hechos irrefutables con experimentos repetidos hasta la saciedad con idénticos resultados, asegurando haber sufrido una metamorfosis (por lo demás muy característica de todos aquellos que nos dedicamos a alguna rama del saber científico) que lo había llevado del pequeño niño que vivía imbuido en creencias hasta el paleontólogo riguroso que es hoy.

   Siempre es incómodo emplear el término creencias en el ambiente científico. Y sin embargo está muy impregnado de él. No es muy popular oír a un científico emplear palabras como corazonada o intuición. Y sin embargo la Ciencia está llena de esas actitudes que la mayoría intenta ocultar.

   No quiero decir que Françesc esté equivocado. Todo lo contrario. Creo que está en el camino correcto. El que lo va a llevar al lugar que todo científico veraz disfruta, y es al del equilibrio delicado entre el lenguaje del corazón y el del cerebro, ese diálogo maravilloso que se establece entre el alma sabedora y la mente sedienta de conocimiento.

   En Medicina hablamos de Literatura cuando mencionamos la ingente bibliografía que nos rodea. Y nos basamos en ella para explicar nuestros procedimientos y para sintetizar nuestros protocolos de actuación. Es la forma correcta de trabajar. Pero sin querer llegamos a olvidarnos que vemos pacientes y nos aferramos a esos decálogos de actuación que son revisados más o menos regularmente, porque nos sirven a la vez de guía y de red de seguridad. Si algo va mal siempre nos referimos a la Literatura científica y la probabilidad (porque Medicina es una ciencia probabilística dentro de una base de hechos más o menos constantes) de que la respuesta errónea ocurra sin llegar a pensar que quizá la probabilidad de que haya ocurrido se base más en el individuo que estamos tratando que en el cuerpo científico en el que nos basamos para atenderlo.

  Cuando ya llevamos una cierta cantidad de tiempo en este negocio nos damos cuenta que esa literatura tiene un ritmo cíclico, es una marea de conocimiento que vuelve sobre sus pasos una y otra vez: lo que se ha desechado vuelve a retomarse y lo que una vez se consideró pionero deja de serlo…, hasta la siguiente revisión. Precisamente como es un cuerpo de conocimiento en constante cambio, nuestra tendencia a creer y fosilizar ese conocimiento hace que nos aferremos a él con un ansia que hace fácil perder los límites de una actuación más cercana al paciente, más personalizada.

   En toda rama de la Ciencia pasa lo mismo. Acabamos abrazándola con un ardor de creencia y ella nos vomita una y otra vez su constante cambio, su única inestabilidad. Creemos que algo no puede ocurrir y llega alguien, siguiendo una corazonada, un sueño, un pálpito dentro de su quehacer diario, y demuestra que todo es posible. Y si todo es posible, la creencia fosilizada que caracteriza nuestra actitud, pasando un objeto de fe a otro, también es errónea.

   No soy un científico al uso. Quizá me queda grande esa palabra. Me impregno de conocimiento, pero dejo que mi intuición forme parte del equipo de deliberación de mi mente; invito a mi alma que susurra a establecer un diálogo con mi cerebro que grita para encontrar un camino que me lleve, a velocidad luz, si no a la consecución del problema, al menos a hallarme cerca de él.

   Hay más estadios en la Ciencia: de creer fosilizadamente en su inamovilidad (por ejemplo, de la física newtoniana o del psicoanálisis freudiano) a su aparente desorden e influenciabilidad (la cuántica con el principio de Heisenberg a la cabeza o las posturas del comportamiento jungianos) todos los pasos que nos llevan a liberarnos de sus grilletes, igual que hicimos con los de la religión canonizada (de la vertiente que sea), nos garantizan un pasaporte a la evolución y  a la verdadera libertad científica y, más íntimamente, humana.

   La discusión sobre Dios, por ejemplo, no tiene sentido: no se puede negar algo de lo que apenas sabemos nada. Ese hecho no lo hace improbable, lo hace indemostrable, que es otra cosa. Hasta que alguien lo consiga (o no). Hemos sido testigos a lo largo de la historia de la Ciencia de tantos casos similares: la luz como partícula y como onda, la partición del átomo, la antimateria… Y seguimos empeñados muchos de nosotros en parecernos a los religiosos de libro, cada uno con su libro en la mano, y su intolerancia.

   Un verdadero científico confía en su instinto; un religioso real sabe de corazón que es falible. La intolerancia de la masa intermedia es la que contamina el camino de muchos y  a veces lo hace imposible. Pero, en el fondo, nada hay imposible para el alma valiente que quiere saber y evolucionar y que sabe que Ciencia y Creencias van de la mano hasta hacerse uno, como todo lo que nos ocupa en la vida.