Máximo Huerta: Adiós, pequeño.

El día a día/ The days we're living, El mar interior/ The sea inside, Libros que he leído/ Books I have read

Es difícil escribir nuestra historia. Ir quitando uno a uno los velos que nos esconden de nuestra mirada, que de repente se hace ajena, y mostrar una desnudez frágil, sembrada de heridas que no cierran y cicatrices recientes.

Adiós, pequeño es la última novela publicada hasta el momento por Máximo Huerta, y la segunda de las suyas premiada.

Que vuelve sobre temas ya escritos no es novedad: todo escritor es, en muchos sentidos, un visitante eterno de los mismos parajes de la vida. Y en eso radica su valentía: cada viaje por esos paisajes nos regala una nueva interpretación, nos descubre un nuevo mundo desnudo y frágil, sin velos, donde surcan sin vergüenza heridas que no cierran y cicatrices recientes.

La punta escondida del iceberg fue el primer intento de este movimiento telúrico hacia adentro. Escribir es una fuerza centrífuga, intenta llevar todo al exterior. Sólo el freno del pudor mantiene entre unos estrechos límites, el cauce de la historia a narrar. En Adiós, pequeño esos límites se pulverizan; el peso del tiempo ido y de la vida desmoronan los pilares de la vergüenza y hacen desbordar fragmentos, pensamientos y sentimientos pasados que, de tan profundos, siguen siendo muy actuales. De forma que transforma un diálogo interno en un diario sin fronteras, un mapa sin sentido en un laberinto centrípeto que intenta alcanzar no ya la comprensión de una vida vivida, si no la calma en el presente, la sumisión a lo que debe ser porque ya es.

No está escrito en tiempo de lamento, más bien tiene el ritmo titubeante de lo que pudo haber sido y no fue. Es un lento proceso de desnudez astrofísica, una descripción del tiempo que pasa y de la decrepitud que llega, no como algo malo, si no como algo inevitable.

Adiós, pequeño es un diálogo interrumpido con dos fantasmas, y es una lenta despedida de dos almas que poco a poco se despojan de toda una carga que ya no tiene importancia.

Las elipsis abstrusas de La punta escondida del iceberg se ven aquí justificadas por un recato más libre, y por tanto más doloroso; no se esconden, más bien se exhiben sin reparo y quizá hasta se desechan, dejando en tiempo suspensivo lo que no siempre es necesario aclarar pues habla con sus propios gritos, y deja una oportunidad al lector de participar en experiencias íntimas que le son propias pero con las que poder identificarse y rellenarlas de la mejor forma posible, libertad de creación además de participación activa de un relato escrito entre fuego, lágrimas y desolación. Y miedo.

La labor narrativa del autor se encuentra unida por un hilo invisible del que Adiós, pequeño es quizá su ovillo primigenio. Como un parto, este relato es la promesa de una nueva vida y de una nueva vía de creación, en el que los ecos, los recuerdos, los aromas sinestésicos han sido protagonistas así como la violencia soterrada, los absurdos encuentros del destino y el miedo al miedo mismo. Adiós pequeño encierra en su interior una promesa de libertad que ya no es más una huida hacia adelante; promesa que el autor se ha ganado a pulso lentamente, como un jardinero fiel, relato a relato, línea a línea, recuerdo a recuerdo.

Quizá la niñez esté sobrevalorada, más aún en estos tiempos de sobreprotección y falsas aprensiones. Pero puede llegar a ser una cárcel cruel si no sabemos cómo valorarla. Hace falta toda una vida para liberarse de ese hechizo, para anular ese conjuro. Máximo Huerta ha exorcizado lo que fue y no volverá en Adiós, pequeño, con una prosa directa; a ratos reseca; por momentos poética…, como la vida misma.

Los hilos ocultos de la moda: André Leon Talley & D.V.

Arte/ Art, El día a día/ The days we're living, Libros que he leído/ Books I have read, Lo que he visto/ What I've seen, Los días idos/ The days gone

Hay algo oculto en toda narración. La estructura con la que el relato se va formando sigue un camino sinuoso y difícil que debe pasar desapercibido para el ojo lector. En Moda, ese esqueleto se admira de dentro afuera pues el resultado depende de su arquitectura interior, y el genio modista se halla escondido, precisamente, en esa maraña de hilos que construyen una obra de arte

Lejos de discutir aquí si la Moda es una expresión artística, la labor artesana que lleva de una idea a un traje sí lo es. Cada etapa de la creación es un peldaño de arte, y como toda obra de conjunto, el creador admirado es servido por los verdaderos artistas, que son las manos que dan forma a la idea. Salvo poquísimas excepciones (Balenciaga fue el más excelso y quizá el último, y no en vano español), en nuestros días admiramos más aquellos que son capaces de consumar el conjunto de lo bello y llevable y que nos permite ser especiales (y clones, pero ésa es otra historia) que a los que verdaderos constructores de un traje o de un vestido (quién patrona, corta, hilvana, cose, borda, teje…) Les hemos puesto el nombre de Diseñadores y, gracias a ellos, taumaturgos de la diosa Moda, reverenciamos talentos que ahora quizá escondan más un declive que una chispa enérgica de novedad.

Que el mundo de la Moda está quedándose paulatinamente huérfano de esas grandes firmas que nos han hecho soñar es un hecho. La vida misma: cumplen años, y desde Balenciaga, todo parece repetirse. Pero de una manera maravillosa: Valentino, Yves Saint Laurent, Paco Rabanne, Oscar de la Renta, Carolina Herrera y Halston sobre todo; Ralph Lauren, Calvin Klein, Marc Jacobs, Alexander McQueen o el incorformismo vibrante de Azzedine Alaïa y Vivienne Westwood; sin olvidar la (excelsa) brillantez de Christian Lacorix y de John Galliano y la sensualidad sin fin (llevando la idea de Halston siempre más allá) de Tom Ford, y el eterno reciclaje (chic) de Karl Lagarfeld. Todos se han ido o se están yendo. La imaginación se agota, los frutos de la cultura pesan en exceso, y el deseo de más y más hace que lo superfluo comience a ganar terreno a lo único. Ocaso de una civilización que en vano comenzamos a sentir.

André Leon Talley fue uno de los afortunados jugadores y observadores de ese tablero de azares que es la industria de la moda (no de la Moda como arte). Imposible pasar desapercibido siendo altísimo, delgadísimo, atractivísimo y dueño de una hermosa piel de ébano y de un desenfado en el vestir que denotaba más valentía y menos timidez de la que él mismo cuenta. En las trincheras de la moda son sus memorias, y más que memorias sobre Moda, narra sus juegos con los hilos de chifón que enmarañan las vidas de esos jugadores extremos y apasionados; su respuesta a tales mundos, su inmersión en esa mundanía tan cerrada y sus experiencias de supervivencia. De una forma muy Leon Talley, más grande que la vida, pero a la vez cándida e íntima, testigo indiscutible de muchas vicisitudes a cual más estridente y excesiva.

No es un libro de historias de gente de la moda. Es sobre su experiencia por y para la Moda y su viaje personal como hombre negro en un mundo de blancos, admirado por su piel y por su inteligencia y buen ojo (y quizá por otros atributos que, modestamente, calla). La primera en arroparlo y en enseñarle todo: Diane Vreeland (D.V.), cosmopolita y ya para nosotros anticuada (somos incapaces, la mayoría, de reconocer una sola referencia de una mujer cultísima y que se avergonzaría de nuestra absoluta carencia de conocimientos generales y maneras sociales), le sirve de guía y siempre la tendrá como faro, sobre todo en su última etapa de vida, cuando se reconoce como alma gemela. Y después, toda la comparsa que constituyó su vida hasta que la industria de la Moda cambió y la Muerte se fue llevando uno a uno a muchos de sus componentes.

Leon Talley, como D.V. en sus memorias, se sirve de referencias-río, y en lo aparente superfluo de un comentario, esconde reflexiones más profundas. Más comprometido con el tiempo que le tocó vivir que D.V. (la sociedad del tiempo de D.V. , en todo caso, sólo se sorprendía de que trabajase), su lucha de raza lo llevó a comprometerse posteriormente con movimientos sociales y culturales que evidenciaban la disparidad de la sociedad norteamericana en su intento inútil de vivir rodeada de categorías (Europa, tristemente, está sucumbiendo ahora mismo a ese desastre puritano). Su esfuerzo para reconocer la labor de diseñadores y modelos negros, la inclusión de la diversidad en un mundo que ya por concepto es múltiple y culturalmente mestizo, lo llevó en su última etapa a reflexiones más profundas y siempre educadísimas, dichas con liviandad (muy D.V.) pero llenas de una carga de melancolía y de frustración poco escondidas, y a la vez, esperanzadas.

Ambos libros de memorias: En las trincheras de la moda y D.V. tienen en común que la ligereza de un comentario esconde una reflexión mucho más profunda que la mera metáfora empleada para su uso; consiguen retratar un mundo ya extinguido y sin embargo, en D.V. había un positivismo que Leon Talley termina desarrollando y que En las trincheras de la moda llega a su fin , en un ocaso muy suave pero definitivo, como la misma muerte que se lo ha llevado hace un par de días.

Quizá haga falta un libro sobre la gente de la Moda y su idiosincrasia y sus taras y virtudes, que se adivinan demasiadas. Pero mientras tanto, tangenciales y discretas, tanto D. V. como En las trincheras de la moda, nos enseñan entre espejos los reflejos de un arte que es industria y una industria que defenestra a sus creadores, de la misma forma que lo hace la vida, de la que es mera imitadora.