Variaciones de Izak/ Izak’s Variations.

Arte/ Art, El día a día/ The days we're living, El mar interior/ The sea inside

Acuarela do Brasil.

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Que el Arte de Izak Amancio está lleno de fluidez, de elegancia y de luz, es algo que transmite con cada una de sus fotografías. Ese Arte no es más que su forma de ver el mundo, y ese mundo es de cristal y está poblado de gente maravillosa de la que él es reflejo y fuente al mismo tiempo.

Conocer a Izak Amancio es una suerte y una bendición. Su mirada límpida y oblicua, esos rasgos cincelados con el atractivo de su país natal, y una sonrisa preciosa, única, enigmática y fresca. Conocer a Izak Amancio es descubrir la belleza, la maravilla, una pasión única por y para el arte y para el amor. Izak Amancio ama con la misma pasión que fotografía la vida que pasa; y en el retrato revela cualidades de taumaturgo heredadas de su Brasil natal; y su cuerpo cálido, húmedo y sensual, tan fluido como su trabajo, exuda una mezcla extraña de alegría, melancolía, lucha y paz, que muchas veces nos deja intrigados y sedientos y abandonados e iluminados por esa estrella fugaz que se engancha en la mirada, en los gestos y en las sombras de una fotografía.

Izak Amancio es una persona gigante, lleno de un sí mismo que busca y que lucha incansablemente por ser la mejor versión de sí mismo, y que se agota a veces y se pierde otras, para reencontrarse siempre entre los focos, los técnicos, la ropa, las miradas, las sonrisas y la luz que él, con tanto acierto, retrata.

Izak Amancio es el fotógrafo del alma, porque logra extraer la belleza más íntima, la quietud máxima y la eterna maravilla que esconde cada ser humano. Izak Amancio es un fotógrafo lleno de alma, porque es capaz de reconocer en cada persona el secreto escondido y el corazón que late tras las sombras de la vida.

Y en estos días está de cumpleaños. Un hombre único, tierno y firme; fuerte en su delicadeza, sutil en su solidez; que ama sin pedir, que regala sin esperar nada a cambio, y que es único en su mirar. Y desde aquí me gustaría desearle todo lo que bien merece esa mirada y esa sonrisa de ángel.

Izak Amancio es un ángel caído del cielo, que busca sus alas de plata, una y otra vez, para ascender a las estrellas. Y que vuela alto, muy alto, haciéndole compañía  a la fugaz luna de mayo, en esa búsqueda incansable hacia la Eternidad.

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Cuando te encuentre/ When I’ll Find You.

El día a día/ The days we're living, El mar interior/ The sea inside

a IA.

When I Fall in Love, Renee Olstead with Chris Botti.

¡Qué pereza abrir los ojos! Me estiro largamente en la cama, sintiendo cada movimiento algo pesado, como cuando arrastramos nuestro cuerpo sobre arena húmeda. Y qué bien se está con los ojos cerrados, qué dulce flojera a pesar de la mañana que apremia por la ventana, tibia y brillante.

Siento tu espalda apoyada sobre la mía, hierática y firme como el más intrincado de los sueños. Sueño como el que acabo de tener y no quería abandonar, en la que tus besos sabían a sal y el agua todo lo cubría, hasta nuestras cabezas y nuestros brazos, que se multiplicaban no sabía cómo, y nuestras piernas, que se deshacían una y otra vez de esos lazos que duraban universos…

¡Qué pereza! Abandonar ese mundo de locura pasajera y lejana, en la que ambos nos encontrábamos siempre como la primera vez, pero más sabidos y menos torpes, con las caricias justas, las ansias repartidas y las risas y los enojos escondidos y la luz y la oscuridad de una cama de agua, de una orilla de plumas y sal.

Y te quería en ese sueño que no quería dejar atrás. Y tú me amabas caliente, sabroso y desnudo, sin más artificios que las ganas; la pericia de los días idos y la luz tibia del sol enredado entre la espuma y el amor, el amor líquido que fluía del silencio, de la loca entrega, del olvido. Y yo te quería entero, suicida, olvidado… Porque en el sueño, donde la vida es, enamorarme de ti era destino y decisión. Sabía de ti, sabía de mí y no me importaba, no nos importaba nada…

Fluía por ti, dentro de ti, fuera de ti, y todo estaba en su sitio: tu fuerza; la mía; dos olas que chocaban para entenderse, dos orillas que lamían una libertad inmaterial y tan quebradiza… Y todo volvía a empezar, como una marea que nos desbordaba, como la luna que anoche caía en un mundo estrellado repleto de fría luz, y esa luz reflejaba la escarcha de tu sudor y la intención de mis ojos, que no leíste, que no te interesaba a pesar de lo que nos dijimos, a pesar de lo que te entregaba…

Me dije a mí mismo que nunca, nunca me enamoraría de ti. Que nunca caería en esas redes líquidas ondulantes al viento, y ya ves… En un mundo como el nuestro, en el que nada dura; el amor, lo más frágil de todo, parece nacer de repente en el mayor de los desiertos, y crece enloquecido y se marchita en un segundo, apagándose como la noche al llegar el día, como los sueños al despertar.

¡Y qué pereza abrir los ojos! Abrir los ojos y romper el hechizo que aún mantiene tu espalda interrogante sobre la mía, y que sostiene el calor de nuestras pieles y el arrullo de nuestros movimientos… Arena movediza, agujetas escondidas, deseos ocupados ya en otros deseos, y un dolor sordo que crece en la ventana iluminada por el sol… Porque tu amor fugaz morirá con la llegada de la mañana, cuando te levantes y te duches y limpies de tu piel el último rastro de mi olor, y me sonrías desde la lejanía de lo olvidado y cabecees y te vistas, dejándote algo perdido en alguna parte, y cierres la puerta sin estrépito y sin despedirte. Mientras yo estaré estirado en la cama, arrugada y aún tibia, recordando tu olor cálido, tu sabor amargo y tus ojos ávidos, y las manos apremiantes y el deseo abandonado ya, como mi corazón…

Pero eso será cuando abra los ojos, cuando la luz llegue a través de las cortinas abiertas, y los músculos se llenen de una energía callada, y el mundo comience a girar lejos de mí. Mientras tanto, y a pesar de todo lo que nos separa, intentaré que ese momento no llegue nunca, y disfrutaré de mi laxitud sobre tu espalda, de mi amor sobre tu cuerpo y me dejaré llevar, hiriendo a mi corazón, porque tú aún estarás aquí.

6.309

Arte/ Art, El día a día/ The days we're living

En este mes de abril hace ahora un año decidí, no sé por cuál razón exacta, comenzar este blog. Algo pequeño, con pocas expectativas, que ha alcanzado la modesta pero, para mí, más que estimable cifra mensual de 6.309 visitas. Desde aquí mis más encarecidas Gracias a todos y cada una de las personas que, alguna vez, han decidido adentrarse en este pequeño mundo que intenta, dentro de lo que puede, crear un espacio para descansar, disfrutar y curar las heridas del día a día.

Y nada mejor para celebrarlo que el arte del maravilloso fotógrafo Izak Amancio, cuya mirada escapa toda perspectiva y retrata, mejor que nadie, lo que significa vivir en el Tiempo de Curar.

I never expected this. 6309 monthly visits to this little proyect that pretended only to create a space to bring some peace, some warm and some heal into this crazy, timeless, and hurted world. It’s almost a year and it’s still petit and unpretencious. I never pretended to do something else.

From here I just want to say to everyone that once entered to this virtual world, Thank You for your kindness, your curiosity and your support. I’m humbled and honoured and spechless. And THAT’S a miracle in me.

So, maybe the best way to celebrate this is to share with you the magic wisdom and the crystal eye of Izak Amancio, a brilliant photographer that understands, better than many other people, what means to enter into the Healing Time.

Susurros en un sueño/ Whispers in a Dream.

El día a día/ The days we're living, El mar interior/ The sea inside, Los días idos/ The days gone

A Lawrence Schimel, por su delicadeza. A Izak Amancio, por su bella generosidad. A Alberto Urbaneja, por su ternura. A Abel Arana, por su inmensidad.

A Dream Is A Wish Your Heart Makes, Cinderella.

Hay días cuya perfección puede pasarnos inadvertida, inmersos como estamos en el viaje a la Esperanza o al Futuro. Pero los vivimos a todo pulmón, con todo corazón, y la alegría o la serenidad o la duda o la tristeza que nos envuelve, una vez que miramos atrás, nos deja un regusto a susurros en un sueño, a dulce irrealidad, que hace a la vida merecedora de ser vivida.

Tuve la suerte de encontrarme con Lawrence Schimel en uno de esos días en el que todo encaja, engranaje divino que sólo respeta los renglones de Dios. No lo conocía personalmente, mas hacía ya tiempo que intercambiábamos correspondencia. Sentía hacia él una admiración sincera, nacida del aprecio por su trabajo y por su vida, un neoyorquino (porque un neoyorquino es algo más que un norteamericano) afincado desde hacía más de una década en España; y por su talento multilingüe, que no conoce barreras gramaticales ni idiomáticas: un autor de prosa y verso, de ensayo y crítica; un editor alternativo; un creador de vida y fantasía; de cuentos infantiles y relatos dimensionales, premiados y admirados desde hace ya algún tiempo.

Me sorprendió gratamente verlo llegar (soy de una puntualidad extremada), con una sonrisa franca en su rostro juvenil, cargado con una mochila enorme llena de muestras de sus libros, con esa mirada franca y un andar decidido y delicado a un mismo tiempo. Culto, educado, un poco a la defensiva y un mucho apasionado, nuestra conversación fluyó de una manera líquida, sorprendente para mí pues soy muy tímido, y vivaz. Hablamos de todo un poco: medicina, emigración, cultura, alergias, bebidas, ciudades, países, experiencias migratorias, idiomas, sexualidad y, por supuesto, literatura. No sé cuánto tiempo estuvimos juntos; para mí ese encuentro ha sido un bloque rápido, veloz, lleno de alegría y de mucha información, en el cual aprendí a admirar de facto a la persona detrás del escritor, al hombre detrás de la obra. Y ésa es una experiencia fascinante. Su mundo, un mundo de lucha, siendo inmensamente distinto y distante del mío, se reconocía y se retrataba en mi interior y me hacía pensar una y otra vez en lo que tienen los hombres de grandes, de arriesgados, de fluctuantes y de firmes; y su historia, tan interesante y única como él, caló hondo en mí, llenándome de una simpatía más fuerte que la mera atracción, y de un afecto mayor que la basal admiración que ya me inspiraba previamente. Lawrence Schimel es un hombre fascinante, culto y despierto, honesto y nada temeroso; que trasciende esa mirada amable, esa voz de cadencia preciosa en la que casi no se reconoce su ascendencia, y esa sonrisa de niño pequeño, que conecta con ímpetu en la cabeza y el corazón de sus lectores.

* He de confesar que estaba algo nervioso antes de conocer a Izak Amancio. Admiraba su trabajo en la distancia, su elegancia íntima, su ojo juguetón y sincero, y cierto pudor descarado. Cuando nos vimos, con ese andar de gacela y ese aplomo desarmante, esa mirada oblicua y esa sonrisa de ángel, entendí perfectamente porqué sus fotografías son como son, porqué la sensualidad se reviste de pétalos de flores y se desnuda con colores armoniosos y velos caídos. Izak Amancio es un hombre apasionado, desbordante en su contención, que se sabe genio, y que ama lo que hace. Es un luchador eterno: contra las circunstancias que lo rodean, contra el pasado que siempre vuelve, y contra sí mismo. Su historia es paralela a la de Lawrence en muchos sentidos: emigrante brasileño, tras casi una década en España, su trabajo comienza a ser valorado en su precioso peso y florece con la libertad que su propio genio le confiere. Es dueño de una historia dura, que me hizo reflexionar más de lo acostumbrado; sus ojos vivos, su sonrisa abierta y algo velada al mismo tiempo, su evidente atractivo físico y su enorme talento sólo reflejan lo complejo de una personalidad única, que pugna por ser perfecta, y cuyas aristas a veces entorpecen ese paso decisivo hacia adelante.

Izak Amancio es un hombre que seduce. Seduce con picardía y con detalles generosos; que sabe lo que quiere y sabe lo que es perderse por el camino; que sueña con un tesoro que bulle entre sus manos y que se está haciendo realidad. Recuerdo que, durante un paseo por El Retiro, me dijo: ¡Mírame! Aquella petición era más que una orden de fotógrafo profesional. Le hice caso y lo que se reflejó de aquello está lleno de tanta belleza y melancolía, que me sorprendo a mí mismo cada vez que lo veo. Y mirándolo a él se encuentran maravillas: una vida vivida, una carrera incansable hacia ninguna parte; una lucha inhumana entre la destrucción y la permanencia; una búsqueda del amor a sí mismo y al Otro que no tiene fin; y la elegancia de un alma atormentada que sólo encuentra sosiego en la belleza que su propia lucha genera, como el martillo en el cincel, y de la que sobresalen imágenes transparentes, únicas, serenas y despiertas, bulliciosas y límpidas, y llenas de una luz traslúcida que sólo puede provenir del alma. Suele decir que todos somos una estrella; es bastante cierto, sobre todo cuando lanza su conjuro a través de la cámara y nos pide, con esa voz de dulce acento portugués: ¡Mírame!

Alberto Urbaneja es un hombre hermoso. Alto, con unas espaldas de mapamundi en donde encerrar millones de besos; es dueño de una sonrisa llena de luz y de unos ojos transparentes y firmes. No lo he visto dudar nunca, y su comodidad ante lo que ocurre en su vida es admirable e inspiradora. Su historia de hombre está llena de silencios, y esos silencios pueden ser muy reveladores; y su voz esconde a veces una profundidad y una melancolía que luchan en contra de la alegría de su risa y el brillo de su mirar.

Me gusta su voz castiza, su alma cándida y abierta, y ese corazón que no le cabe en el inmenso pecho abierto a la noche. Alberto Urbaneja es un hombre que lucha por ser feliz día a día; que se debate entre el sueño y la realidad, como todos hacemos, y cuyo eje y centro parece el propio Universo. Es cálido, sincero, bondadoso y tierno. De una ternura tersa, de una integridad sin mácula. Su conversación es fluida y alegre, y se entrega al Amor con una confianza que desmorona al mayor de los cinismos, y con un encanto, que corroe cualquier defensa. Estar a su lado y no querer abrazarlo, protegerlo y mimarlo es casi una labor imposible. Es elegante, sexy y encantador, una combinación infalible. Y tan tierno como un oso de peluche; y tan confiable como una bala de algodón. La vida le debe muchas sonrisas y una libertad tan alta como su corpulencia, que luce con una estudiada pose disfrazada de casualidad; ha descubierto el Amor y el Amor lo ha descubierto, y le ha regalado una libertad que soñaba desde hace años. Alberto Urbaneja es un ejemplo de hombre, lleno de cariño desbordado y deseoso de ser, por encima de todo, él mismo. Y eso es admirable.

* Abel Arana es una de las mejores personas que conozco. Es bueno, bueno de verdad; amable de verdad, educado de verdad. Y tiene un corazón de oro; unos brazos de grúa, un pecho de estatua y una sonrisa encantadora. Y es gracioso, realmente gracioso, y se encuentra lleno de sentido común. De un sentido común plástico, que no le impide soñar ni perseguir sus sueños, ni visualizar su meta, ni obscurecer sus facultades. Y es un hombre de fe. Y es sensual y alocado, y sincero y encantador. Su espíritu presto lo convierten en un eterno luchador, y su historia de vida está llena de experiencias y virtudes que sólo me hacen reflexionar. Es un hombre del que nunca me apartaría; excesivo y único, y tan encantador, que cada encuentro que tenemos lo recuerdo lleno de sonrisas, porque sólo sonreír puedo a su lado.

Él ha hecho que me plantee muchas cosas de mi vida. Ha hecho que evolucione a una velocidad sorprendente, y como en el fondo tenemos el mismo poso, sabe remover mis temores y mis virtudes sin nombrarlos siquiera. Nadie ha sido más amable conmigo sin esperar nada a cambio, ni nadie ha entrado en mi vida con tanto ímpetu y carácter. Abel Arana es un hombre completo, en el que me reflejo porque es todo lo que he deseado ser siempre, y en el que me reconozco cada día que pasa. Le he dicho más de una vez que de mayor quiero ser como él: ya peino canas y él sigue riéndose. Eso me maravilla.

Es un luchador profundo e incansable. Y persigue sus sueños como un niño a una cometa, como el mar a la orilla, y esos sueños no tienen fin. La vida le ha regalado un amor incondicional, que lo cuida y lo venera; por primera vez, quizá, ha encontrado a un igual que lo merece en todo. Y eso le ha dado más vida, más alas, más libertad. Y una ilusión que hace nacer proyectos y una fuerza renovada. Una fuerza que aplaudo y que me seduce cada vez que nos vemos, y que me reitera cada vez que nos abrazamos: esa espalda de Titán, esa voz estentórea, esa eterna novedad en sus ojos chispeantes…

Hay días cuya perfección puede pasarnos inadvertida, inmersos como estamos en el viaje a la Esperanza o al Futuro. Pero los vivimos a todo pulmón, con todo corazón, y la alegría o la serenidad o la duda o la tristeza que nos envuelve, una vez que miramos atrás, nos deja un regusto a susurros en un sueño, a dulce irrealidad, que llega a transformar nuestro presente. Yo he vivido uno de esos días, y ese día ha quedado grabado a fuego en mi corazón, hilvanando mi vida con la de cuatro hombres muy distintos entre sí pero cuyas historias, cuyas luchas y cuyos sueños se superponen, haciendo que mi existencia se haya enriquecido para siempre en este vaivén sin fin que llamamos vida que se vive. Y a cuyo coraje y valor, y a cuyo amor intento brindar, desde el fondo de mi corazón,un sincero homenaje en estas líneas que se leen una y otra vez.

* Fotos de Izak Amancio.