Enamorarnos por siempre/ Forever In Love.

El mar interior/ The sea inside, Música/ Music

Let’s Never Stop Falling In Love. Pink Martini.

   La orquesta comienza a tocar. Un cha-cha-chá. Mis pies deslían las notas, sorbiendo los pasos que se escapan de mi cuerpo.

   Suave, embriagadora, apasionada. Una música que comienza de a poco y poco a poco atrapa los sentidos, conquista la razón y libera los instintos.

   Te miro. Tus ojos brillan y se me ilumina la sonrisa. Levanto un hombro y guiño divertido un ojo pizpireto. Tú ladeas la cabeza y sonríes a tu vez.

   ¿Bailamos?

   Y nos lanzamos a la pista desierta que espera por nosotros ansiosa de danzón.

   Te cojo de los brazos y nos acercamos. Tu olor llega a mí, esa mezcla de perfume y de vida vivida. En tu pelo relumbran algunos cabellos plateados y pienso que tu belleza es un regalo, un obsequio que baila entre mis brazos.

   Damos un paso y otro más. Un, dos, tres, cha-cha-chá… La música divina tejida por la orquesta parece que nos posee. El violín, los timbales, la charrasca y el bongó parecen llenar el estrecho espacio que nos separa.

   Damos un paso y otro más. Un, dos, tres, cha-cha-chá… Un giro, una media vuelta, los pies que se encuentran en la distancia, los brazos que se rozan, y la sonrisa de estrella en tu rostro que comienza a transpirar con la discreción de un enamorado tontuelo.

   Como cuando nos amamos por primera vez, ¿recuerdas? El piano sonaba en la lejanía, y las trompetas hacían que tus movimientos y los míos imitasen una danza tropical, un arrullo y una caricia… Tus manos entre mi pecho; las mías por tu espalda, escogiendo los senderos, hallando placeres escondidos; encontrándonos en el espacio de la noche y en la planicie del alba.

   Un, dos, tres, cha-cha-chá… Una y otra vez vuelves a mis brazos. Y no dejo de reír al verte. Qué belleza maravillosa que cambia tan poco, que se funde con un tiempo que ha pasado y que parece que no avanza. Las estrellas caen o se apagan; la cara de la luna se asoma por las ventanas; el tímido refulgir de las velas termina tras la última gota de cera, pero nuestro amor permanece inalterable, imperturbable como tu belleza serena, tus urgentes ansias de amar. Y las mías.

   Recuerdo que te vi sentado con aire despreocupado. Las piernas cuan largas son estiradas e indulgentes; la expresión entre cansada y aburrida. Golpeabas tímidamente con tus dedos, siguiendo el ritmo de una canción que sonaba, la mesa engalanada. No me pasó nada y me ocurrió de todo: la música dejó de sonar de repente, el gentío alrededor desapareció en el fondo de mi mente; el ruido de los pasos de baile, las conversaciones gritadas, el lento planeo de las horas que pasan. Y te sonreí. Maravillosa visión sin chaqueta ya y con la corbata deshecha; el pecho escapando de una camisa quizá demasiado ceñida. No me importó. Ni a ti. Me sonreíste y algo iluminó tu mirada, lo recuerdo bien.

   ¿Bailamos?

   Te dije. Y por un segundo dudaste. Te ofrecí mi mano sin dejar de mirarnos. Te guiñé un ojo pizpireto y tú ladeaste esa cabeza morena dueña de una belleza que quitaba el sentido. Las estrellas se colaban por las ventanas y la luna, timidísima, apenas se dejaba entrever. Tu brillo todo lo eclipsaba. Volviste a sonreír. ¿Por qué no?

   Y nos lanzamos a bailar un cha-cha-chá de ardiente pasión.

   Qué noches, qué días en compañía. El amor sabía a saliva, a sábanas frías en noches de calor apretado y a tu piel, aprisionada por la ropa, ansiando una desnudez llena de alma.

   Nos enamoramos al son de un cha-cha-chá, arrullados por el ritmo de una orquesta que desliaba notas a nuestro alrededor. La maciza pesadez de tus brazos, la amplitud de una espalda oscura como noche cerrada, el tacto de tu pecho contra el mío; nuestras caderas fundidas; las piernas confundidas en un embrollo de pasos de baile y de pasión. Y nuestros labios encontrados en el centro de la pista, amoratados, salivosos, llenos de savia y de humor.

   Cuando estás cerca todo es claro. No necesito más sueños que aquellos que siembran la solidez de tu cuerpo, que sin embargo se hace de pluma cuando bailamos, en el mar de nuestra cama, en el centro de esta pista; cansados pero felices; henchidos de amor, preñados de futuro. Cuando estamos juntos todo cobra sentido, la razón de lo justo, el peso de la eternidad.

   Y cada vez que suena la música de la orquesta, cada vez que, en la distancia, busco tus ojos y sonreímos, ese amor que nació de una caricia de baile nace de nuevo en nuestras arterias. Y siento la pasión que me enloquece, el sentido de la vida entre tus brazos, y corro en tu busca como el sediento tras una fuente cristalina, y hundo mis labios en tu cuello y siento el olor de tu piel y la calidez de tus caricias.

   Cuando estamos juntos la tierra es un paraíso, un paraíso que se renueva cada vez que nos encontramos bailando, deseándonos, amándonos. Cada vez que me enamoro de ti.

   Y ese milagro ocurre cada día.

   ¿Bailamos?

   Vamos a enamorarnos por siempre.

Té para dos/ Tea for two.

El mar interior/ The sea inside, Música/ Music

A P.S.

Después de mucho tiempo pensándolo, quisiera decirte algo.

No, no te preocupes. No tienes por qué; bueno, o eso creo.

Estoy bien, sí… Me late el corazón, y ni se me ocurre dejar de respirar (creo que no pudiera aunque quisiera) y sí, aún tengo dos brazos y dos piernas y un montón de dedos, y dos tetillas inútiles. Con mis ojos veo todavía la belleza de tus ojos y oigo el latir de tu risa de ala mientras te abates sobre mí besándome al amanecer. Puedo sentir tu presencia aún cuando estés a cien kilómetros de aquí; y mi soledad aún se mitiga con un solo pensamiento sobre ti, con un sueño despierto entre tus brazos.

He estado pensando mucho sobre esto, y eso que no, no es nada malo. O eso creo… ¿Quieres dejar que te explique? Bueno, no es que necesite una excusa, porque desde que te conozco todo ha quedado explicado, desnudo de ciencia y de razón. Nunca me había pasado antes, con sólo pasar a mi lado adherir el universo entero a través de tu aroma y del sonido de tu voz, tan suave y oscura al mismo tiempo. Cuando llegaste a mí el mundo se detuvo y cobraste toda la importancia que hasta es momento sólo gastaba conmigo mismo. Desde que nos encontramos me he vuelto generoso con la vida, porque quiero que la vida esté llena de belleza y de alegría, y quiero que todos compartan conmigo, por el módico precio de la felicidad simple, la felicidad que me has regalado, que me has descubierto y que me lleva a cavilar, ya ves, durante mucho tiempo, algo que me cuesta decirte, porque no me dejas.

¿Ahora qué ocurre? ¿Acaso no confías en mí? ¿Te acuerdas nuestro primer fin de semana juntos? ¡Qué miedo! Compartir la misma cama, el mismo baño (sí, te creo, creo que tener baños separados extiende la tranquilidad unos cuantos años más), el desayuno y las mañanas, y las comidas y las tardes y las noches guarecidas y encandiladas de estrellas… Angustia inútil, lo sé. Lo supe antes que tú, cuando tus ojos se despertaron en los míos, que ya estaban somnolientos de tanto que te soñaron; lo supe al acariciarme en el umbral del hotel, cuando no encontraba las llaves del coche porque las habías escondido en tu pantalón; lo supe porque me reí al enterarme en vez de decirte de todo por la travesura, que es lo que merecías…  Y es que tú me dabas más de lo que yo merecía, y por eso supe que valías el universo que se extendía en ese fin de semana, y que ya nada sería igual en mi vida, porque habías aniquilado cualquier deseo de que eso fuese posible.

Pues yo sí me acuerdo de los detalles, mira por dónde; recuerdo el calor de tu piel pegada a la mía, y de la sonrisa entretelada a mediodía, y me acuerdo que apenas vimos el puerto abierto al mar… Y cómo buscabas alargar el tiempo en la ducha, con el agua tibia rebotando en nuestras espaldas, entremetidas en los rincones desahogados de nuestros abrazos; y las lentas sobremesas, mientras callados nos acariciábamos las manos suaves y aún tersas de conocimiento…

Sí, quiero decirte algo. Más bien proponerte algo… Que no, no empieces otra vez, con lo bien que estabas en silencio… Lo sé: me gusta tanto tu voz que hasta tus silencios me parecen llenos de maravillas. Por eso, me gustaría que me dejases decirte… Sí, yo también te quiero… Vale ya, ¿no?

Si es muy simple lo que quiero decirte… ¿Quieres un poco de té? Sí, conmigo. Té para dos… ¿Te he dicho alguna vez la tortura que siento cuando te alejas de mí? ¿Te he mencionado si quiera de pasada, lo mal que duermo cuando te vas a tu casa, y lo lenta que es la noche, lo oscura, lo incierta, cuando tu cuerpo no se apoya en el mío? ¿No te has dado cuenta lo bella que es mi vida cuando estamos juntos, cómo me sonríe la mirada y la boca abierta de gozo que se me queda en la cara? Estemos donde estemos, todo vale la pena porque tú estás en mi vida; de la mañana a la noche, la madrugada fría, el ocaso febril teñido de naranja y azul, la sábanas mojadas y el desayuno con zumo vencido y leche cortada como yogurt… Todo vale la pena cuando estamos juntos, porque somos felices juntos, somos uno solo siendo dos, y aunque me caiga y me levante, tu sonrisa me atrapa y aunque tú te vayas de viaje una y otra vez, lejos de mí, saberte en mi pensamiento, en mi corazón, lo hace apetecible, llevadero, tierno y único, único porque lo compartimos, porque es de los dos.

Quisiera fundar un hogar contigo, crear una intimidad eterna. Quisiera ver la evolución del mundo, sentir la rotación terrestre, y pintar los húmedos otoños y las tormentosas primaveras con el color de tus ojos; quisiera conquistar los mares de los años que corren, y en la singladura extender como un hechizo una vida en común como un tapiz impermeable y único, tejido con tu piel y la mía, embebido por el sudor de nuestras pieles y por el sueño de nuestras mentes; desearía andar los caminos trillados del día a día, descubriendo a tu lado la maravilla de lo simple, la sutileza de lo que siempre está ahí, y sentirte aquí, junto a mí, bailando la sinfonía de los años que pasan y de las flores que se abren y se cierran entre el orto y el ocaso. Quisiera quedarme en tu regazo hasta que se vuelva mullido como una almohada cómoda; y sentir las arrugas de la piel y la sedosa plata de tu cabello enredado con el mío, y saber que seguirá atrayéndome como el primer día, porque la felicidad hará que sea siempre ese primer día, cuando nos sonreímos sin saber de qué iba la cosa y sin esperar nada de lo que hemos llegado a conseguir.

Quisiera tenerte a mi lado y compartir sueños, temores y alegrías; tener un hijo, quizá, o quizá tres perros, y una playa secreta, y sí, un cielo en común…

¿Y qué me dices? ¿Te apetece? ¿Te apetece tomar té conmigo, dos personas para un té, de cualquier sabor, de cualquier color? ¿Te apetece ser feliz, feliz de verdad, junto a mí?

Donde la hierba es verde/ Where the grass is green.

Arte/ Art, Música/ Music

Sé que hemos recorrido mucho juntos. De hecho, sé que has estado pensando lo mismo que yo ya durante un tiempo.

Sé que han pasado muchas cosas, todas inevitables quizá. Hemos estado unidos y separados, y otra vez juntos, y todo ha sido una locura, una explosión que parecía no terminar nunca.

Nos hemos comido la vida  a cachos, con un hambre insaciable. Y ahora me pregunto (y sí, tú también) si ése ha sido nuestro error. Puede ser. Puede, porque siento que el tiempo ha llegado y que son horas de distanciarse de la vida, al menos de lo que hemos conocido como tal, y respirar. Profundo y tranquilo por una vez.

Por una vez quiero disfrutar de la tranquilidad del mar, de la orilla de arena blanca repleta de conchas vacías; del rumor de la salitre en la hierba y del verde ondular de su marea. Hemos quemado la vida sin pensar, sin siquiera valorar lo que nos unía ni porqué lo hacía, ni si era lo correcto o si nos conocíamos lo bastante. Porque nunca nos hemos amado sin contacto, nunca nos hemos besado en la distancia, y no sé qué es vivir sin ti ni lejos de ti, ni amarte en la distancia, ni recordarte, porque has estado junto a mí, pegado a mí, desde esa primera noche, en el bar aquel que ya ha cerrado de aburrimiento, entre olores humanos que no eran nuestros y que llegaron a ser nuestros una vez que nuestras bocas se unieron, que nuestras salivas se mezclaron y todo se apagó a nuestro alrededor.

Y después vino el éxito, la fama rápida, el ajetreo y la pose, las fotos de cuerpo entero, una desnudez que no era nuestra, sino una mala copia de nosotros. Y los viajes y las luces y la música eterna y el aplauso y el éxtasis. Nada más lejos ni más sabroso que el amor que nos tenían, mayor del que juntos jamás hemos creado. Y la evanescente locura, la noche cuajada de estrellas como soles y los días vestidos de naranja y oro…

Sé que hemos vivido mucho juntos. Pero nunca hemos estado juntos. No como cuando nos encontramos en aquel bar, ya cerrado de aburrimiento. Yo mismo me he cansado de verme en el espejo junto a ti como si fueses un extraño; un cuerpo sin nombre anclado a mi vida como un fardo pesado. Lo he estado pensando, y sé que tú también, porque lo veo en tus ojos y en las caricias que ya no nos damos, y en los besos que quedan congelados en el espacio que nos separa y en las palabras que ya no nos decimos.

Esto tiene que terminar. Tiene que parar. No me importa lo que cueste ni a quién deje detrás. No quiero saber de más carencias que de las mías, que son las tuyas si quieres que sigan siéndolo. Quiero detener esta loca carrera que nos lleva a ninguna parte, para ver la belleza del mundo que corre, la inmensidad del océano azul, la eterna marea de la hierba verde ondulante al viento. Quiero ver cómo florecen los frutales en primavera, cómo los árboles se tiñen de oro y naranja en otoño, y cómo, donde la hierba es verde, crece lenta y fresca bajo los pies, y sentir el lento planeo de mis labios sobre los tuyos, para encontrarse donde se perdieron, para hallarse en el laberinto en el que se han secado hasta dejar de ser ellos mismos.

No quiero decir que este tiempo junto a ti no haya sido divertido; todo lo contrario: ha sido demasiado. Ahora quiero ir más lento, porque siento que se me escapa de las manos sin que haya probado realmente su lento paso, su eterno peregrinar. Y veo cómo cambian las cosas a mi alrededor, cómo crecen y maduran, y cómo me llaman incesante y cómo crecen en mi interior las ganas de querer seguir su ritmo sin fin.

Sé que hemos recorrido mucho juntos. Sé que han pasado muchas cosas entre los dos. Pero quiero que sigan pasando, junto a ti, lejos de aquí y cerca del mundo, un mundo que sé que nos pertenece y del que formamos parte. Quiero besarte lento sin contar los minutos; acariciar tu cuerpo sólido sin deshacerme en segundos perdidos; sentir tu belleza suspendida; oler el campo lleno de manzanilla y oír crecer la hierba bajo el peso de nuestros cuerpos unidos, enraizados en la tierra que nos brinda una nueva oportunidad de crecer, juntos, hasta el cielo, hasta la eternidad.

Donde la hierba es verde, una esperanza que se abra para nosotros, juntos por fin, de verdad.