El final de todos los agostos: lo que no fue

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El último relato gráfico, en una edición preciosa de Lunwerg (Editorial Planeta), de Alfonso Casas está lleno de melancolía, mucha inocencia y un regusto agridulce por las historias que casi han sido y no se van a contar jamás.

Es breve, pero lo que encierra en sus páginas late con delicadeza. No es una historia nueva (nunca lo son), pero es una historia que nos ha pasado y quizá por eso merece ser escrita y mucho más dibujada y más editada de esta manera tan hermosa, tan crepuscular.

El final de todos los agostos es el relato de un adiós. Es decir de un final. El de un relato de dos que no pudo ser: inmadurez, torpeza, abandono, resentimiento y culpa. A veces el amor tiene estos meandros por donde navega, callado, hasta que nos atrapa. Y a veces ese abrazo es un solo gozo y a veces, como en El final de todos los agostos, sigue siendo un desencuentro que parece terminar donde otra historia inicia. Quizá.

De la infancia a la adolescencia, la eterna inmadurez del hombre de nuestro tiempo, que no sabe lo que quiere pues habita en el planeta de la melancolía del deseo. Lo que tiene quizá no le llegue, hasta ese último momento en que decide, gracias al Destino, que es lo que le toca.

Hay mucho de nuestro día a día en El final de todos los agostos, un retrato muy veraz de la treintena actual, y del hombre como género y definición, con sus aciertos y sus errores.

En agosto quedó un corazón y clavado a él, un recuerdo, y esa nota disonante evoca lo que pudo haber sido y no fue en forma de olvido obligado, en forma de puntos suspensivos.

Ángel de amor

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   En vísperas de Todos los Santos, Don Juan Tenorio encuentra su redención gracias a su Ángel de amor.

   En el musical Don Juan Tenorio, basado en la obra homónima de Zorilla,  pone música a esos versos universales, quedando aquí reflejado uno de los monólogos más famosos del drama.

   Siguiendo la tradición: Don Juan Tenorio para todos.

Acto IVDon Juan consigue encontrarse con Doña Inés a pesar de la oposición del padre de ella.

DON JUAN
Que os hallabais
bajo mi amparo segura,
y el aura del campo pura
libre por fin respirabais.
¡Cálmate, pues, vida mía!
Reposa aquí, y un momento
olvida de tu convento
la triste cárcel sombría.
¡Ah! ¿No es cierto, ángel de amor,
que en esta apartada orilla
más pura la luna brilla
y se respira mejor?
Esta aura que vaga llena
de los sencillos olores
de las campesinas flores
que brota esa orilla amena;
esa agua limpia y serena
que atraviesa sin temor
la barca del pescador
que espera cantando al día,
¿no es cierto, paloma mía,
que están respirando amor?
Esa armonía que el viento
recoge entre esos millares
de floridos olivares,
que agita con manso aliento;
ese dulcísimo acento
con que trina el ruiseñor
de sus copas morador
llamando al cercano día,
¿no es verdad, gacela mía,
que están respirando amor?
Y estas palabras que están
filtrando insensiblemente
tu corazón ya pendiente
de los labios de don Juan,
y cuyas ideas van
inflamando en su interior
un fuego germinador
no encendido todavía,
¿no es verdad, estrella mía,
que están respirando amor?
Y esas dos líquidas perlas
que se desprenden tranquilas
de tus radiantes pupilas
convidándome a beberlas,
evaporarse, a no verlas,
de sí mismas al calor;
y ese encendido color
que en tu semblante no había,
¿no es verdad, hermosa mía,
que están respirando amor?
¡Oh! Sí, bellísima Inés
espejo y luz de mis ojos;
escucharme sin enojos,
como lo haces, amor es:
mira aquí a tus plantas, pues,
todo el altivo rigor
de este corazón traidor
que rendirse no creía,
adorando, vida mía,
la esclavitud de tu amor.
DOÑA INÉS
Callad, por Dios, ¡oh, don Juan!,
que no podré resistir
mucho tiempo sin morir
tan nunca sentido afán.
¡Ah! Callad por compasión,
que oyéndoos me parece
que mi cerebro enloquece
se arde mi corazón.
¡Ah! Me habéis dado a beber
un filtro infernal, sin duda,
que a rendiros os ayuda
la virtud de la mujer.
Tal vez poseéis, don Juan,
un misterioso amuleto
que a vos me atrae en secreto
como irresistible imán.
Tal vez Satán puso en vos:
su vista fascinadora,
su palabra seductora,
y el amor que negó a Dios.
¿Y qué he de hacer ¡ay de mí!
sino caer en vuestros brazos,
si el corazón en pedazos
me vais robando de aquí?
No, don Juan, en poder mío
resistirte no está ya:
yo voy a ti como va
sorbido al mar ese río.
Tu presencia me enajena,
tus palabras me alucinan,
y tus ojos me fascinan,
y tu aliento me envenena.
¡Don Juan! ¡Don Juan!, yo lo imploro
de tu hidalga compasión:
o arráncame el corazón,
o ámame porque te adoro.
DON JUAN
¿Alma mía! Esa palabra
cambia de modo mi ser,
que alcanzo que puede hacer
hasta que el Edén se me abra.
No es, doña Inés, Satanás
quien pone este amor en mí;
es Dios, que quiere por ti
ganarme para Él quizás.
No, el amor que hoy se atesora
en mi corazón mortal
no es un amor terrenal
como el que sentí hasta ahora;
no es esa chispa fugaz
que cualquier ráfaga apaga;
es incendio que se traga
cuanto ve, inmenso, voraz.
Desecha, pues, tu inquietud,
bellísima doña Inés,
porque me siento a tus pies
capaz aún de la virtud.
Sí, iré mi orgullo a postrar
ante el buen Comendador,
y o habrá de darme tu amor,
o me tendrá que matar.
DOÑA INÉS
¡Don Juan de mi corazón!
DON JUAN
¡Silencio! ¿Habéis escuchado…?
DOÑA INÉS
¿Qué?
DON JUAN
(Mirando por el balcón.)
Sí, una barca ha atracado debajo de ese balcón.
Un hombre embozado de ella
salta… Brígida, al momento
pasad a ese otro aposento,
perdonad, Inés bella, si solo me importa estar.
DOÑA INÉS
¿Tardarás?
DON JUAN
Poco ha de ser.
DOÑA INÉS
A mi padre hemos de ver.
DON JUAN
Sí, en cuanto empiece a clarear.
Adiós.

El joven sin alma: tal como éramos

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 El joven sin alma es la nueva novela de Vicente Molina Foix y es la antesala de El invitado amargo. Según ha dicho el propio autor, en esta nueva vida novelada no hay amor, o no como él lo entiende:  amor a otro por encima de todo o a través de todo, el temor, la inseguridad por su pérdida y los celos; El joven sin alma es una crónica de sus primeros años y sobre todo su bautismo a la vida creativa, ese maremoto que Los Cinco convirtieron a la Vida, teñida de Literatura y Cine a partes iguales.

El amor, Amor, está en El invitado amargo; el Descubrimiento del Otro, de los Demás y de la Vida está en El joven sin alma y gracias a eso, el autor no tanto se redime si no que se hace humano en esta revisitación a lo que ya no existe, este homenaje tranquilo y sentimental (que no sentimentaloide, es muy aséptico para ello, cosa que se agradece) a una vida que fue y que ya no existe, y que sólo añora en esa edad en la que se sabe superviviente, o faro.

 El joven sin alma es un relato novelado; hay que hacerse con el juego del autor, que se desdobla y se une, un balance geminiano que trastoca la narración, pues es escribiente y juez, espectador y actor de lo que narra, detallando sin detallar (sí, es muy posible hacerlo) su propia vida, su sí mismo, y el de aquellos que va encontrando, evitando siempre mimetizarse en la añoranza y sorteando el homenaje inútil de figuras que han pasado a la historia del Arte, y a su propia vida vivida. De ahí que sólo emplee nombres de pila: tenemos a Vicente, claro, a Ramón, a Ana María, a Pedro, a… Tenemos personas jóvenes, hambrientas de éxito, cultísimas, enamoradas de sí mismas, que se flagelan y se hieren, que se aman y se vigilan, que se desaman y se ignoran, sabedoras que han sido agraciadas por un lazo que durará por siempre. Y El joven sin alma es, sobre todo, ese recuerdo vivo que perdura en la eternidad.

Hemos dicho que es un libro aséptico. En cuanto a cómo el autor se mira a sí mismo. Esa mirada es quizá incluso un tanto cruenta consigo mismo. Lo curioso es que no lo es con el resto de ese grupo maravilloso del que formó parte. O al menos su rigor es más amable, más cariñoso y elusivo con ellos. No hay detalles, o al menos detalles que pudieran interesar más allá del bajo vientre; al contrario, es un relato de luz, y por tanto con sus sombras, que retrata un período histórico de un país, los usos y costumbres de un lugar gris, y los rayos de luz que emiten las personas de un entorno privilegiado que vibran ante los ojos entre atónitos y sobrados de un joven teñido de cinematografía y de literatura que quería comerse el mundo. No hay límites entre los cuerpos y entre los corazones; hay egos exagerados, pasiones quizá banales; teorías, metáforas, intelectos superdotados, almas frágiles, abismos oscuros, luminosa aventura y decepciones; todo es lúbrico, todo es lúdico, todo se superpone, todo se contempla, todo se justifica y todo se añora, sí, pero sin sentimentalismo y también sin sequedad. El joven sin alma tiene corazón aunque se crea inmune a él, y cada línea que escribe es un disfraz del amor que sintió un día, de los rescoldos que aún quedan en él.

No entenderíamos al Vicente de El invitado amargo sin el Vicente de El joven sin alma. Y no entenderíamos un mundo especial sin esa mirada única, libre de compromisos, respetuosa y morriñosa, sí, que retrata como nadie un tiempo ido y congelado en la memoria.

El puente de las urracas

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Ésta es mi primera novela, autoeditada por Amazon, llamada: El puente de las urracas. 

La historia de la vida de una mujer, Victoria Eugenia, Uxía para casi todos, en un viaje de ida y vuelta en el tiempo, donde el pasado justifica el presente y el presente consigue explicar el pasado. Una historia de amor y redención, que se oye, se palpa, se huele, se siente, imaginada hace casi treinta años gracias a esta canción del grupo británico Queen: Who wants to live forever?

 

Persuasión y Parque Jurásico

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En un vídeo en YouTube, dos caballeros: Mikel y Francesc, se retaron a leer cada uno la novela favorita del otro. Todo caso que Mikel Fernández Bilbao se haya inmerso en una cruzada para lograr que la mayor parte de los visitantes a su canal lean todos lo libros de Jane Austen (algo que he cumplido con gusto), y Francesc Gascó tiene la suya propia para acercar Ciencia y Paleontología a legos y colegas de una forma distendida e informativa, no cabía otra posibilidad que los libros elegidos por ambos fuesen los más cercanos a sus gustos y corazones: Persuasión, de Jane Austen y Parque Jurásico, de Michael Crichton. Y me dije a mí mismo que cogería el guante de ese reto.

No es que tuviese un prejuicio contra la(s) obra(s) de Michael Crichton; creo que los tenía todos. Y no porque fueran malos (no podrían serlo siendo así que fue un escritor muy vendido y polifacético, además de colega de licenciatura); si no porque eran muy vendidos. Lo cual puede que no tenga sentido; pero cuando ocurre algo así, en mi interior hay un resorte que se retrae y me impide si quiera sopesar la posibilidad de leer algo de esas características. Las letras palomiteras, absorbentes, que se leen sin paladear bien la historia o en los que los protagonistas de los relatos pesan más que todo el armazón que los sustenta (esqueleto que es básico en la aparentemente sencilla creación de un bestseller), habían tenido ya su lugar en mi vida de lector, y aunque Parque Jurásico se editó cuando yo tenía tan sólo veinte años, ya me sentía a años luz de esos fenómenos literarios. Sí: tenía esa mezcla de resabidillo y esnob que escondía muchas carencias y, también es cierto, poseía una sensibilidad y un gusto literario un poco por encima de lo considerado normal para esa época. Lo que ocurría es que había devorado, pero literalmente comido a bocados, bestsellers desde los doce años: Jeffrey Archer, quizá mi favorito; Colleen McCullough; Sidney Sheldon, Judith Krantz, Corín Tellado, Margaret Mitchell, J.J. Benítez y un largo etcétera, me habían llevado entre los amoríos imposibles, los mundos oníricos e improbables de riqueza y destrucción, los bajos fondos con sus más bajas pasiones, a un estado de agotamiento lector del que no me he recobrado del todo incluso ahora.

Dicho esto, acercarme a Parque Jurásico (película) ya me pareció ejercicio suficiente para demostrar lo abierto de ideas que era ese jovencito veinteañero, cuyos gustos por cintas taiwanesas (Ang Lee) y chinas (Zhang Yimou) y algunas francesas e inglesas y australianas (La boda de Muriel y Priscilla, reina del desierto siguen brillando hoy con el mismo fulgor que cuando se estrenaron) pintaban su cielo celuloide de entonces. Y tras verla y sentirme fascinado por la técnica de la película y esas cosas (me dejó un tanto frío en sí misma, pues sigo pensando que está a años luz del mejor Spielberg aventurero: En busca del Arca perdida, Encuentros en la tercera fase o Tiburón son casi irrepetibles), borré de mi cabeza su existencia. Hasta que Francesc Gascó apareció con su encantadora forma de comunicar pasión y belleza por la Paleontología, y su machacona referencia al mundo jurásico de Michael Crichton.

¿Qué pueden tener en común Persuasión y Parque Jurásico? Algo nuclear: la obsesión por controlar un mundo en constante zozobra y hallar, en medio de esa labor agotadora, la estabilidad. En el mundo de Jane Austen, el destino de la Mujer (su búsqueda por encontrar un marido que le garantice un mínimo de derechos de los que carece por su género; las discretas manipulaciones que son, en realidad, sentencias de vida; los sueños, los sentidos y sentimientos que embargan a los seres humanos, que los unen o los separan para siempre) y la concienzuda observación de la psicología humana, de los secretos del alma, tejen tramas casi siempre similares, pero que sacan a la luz lo mejor y lo peor de la raza humana: en sus páginas, descritas con gran lucidez y sencilla certeza, la manipulación, el maltrato, los malos entendidos, las esperanzas vanas, las expectativas y las decepciones tejen una historia coral que es llevada por mano firme y trazo ligero, donde la levedad de lo obvio esconde una profunda enseñanza moral, o mejor, el retrato descarnado de la bajeza humana y sus ansias por mejorar, o al menos aparentar que se puede ser algo más que un individuo que sacia sus apetitos y que busca desesperadamente un salvavidas que le asegure la estabilidad y, a veces, también la felicidad.

En Parque Jurásico encontramos algo similar, pero escondido tras la ciencia y al tecnología. El hombre que juega a ser Dios, que ignora los ritmos intrínsecos de una Naturaleza que desconoce al considerarla enemiga y no aliada; que intenta traspasar la barrera de lo finito con obras colosales; que comete errores y se niega a aceptarlo. Pero también el niño deslumbrado por lo imposible, la fascinación por un mundo perdido que se recobra y, por encima de todo, se posee. Un reflejo de la sociedad tan actual hoy como en el momento de su publicación.

Persuasión es una oda a la carencia de carácter, al descubrimiento de que la intención humana, maleable por las influencias ajenas, puede llegar a perder la grandeza que le está destinada; en Parque Jurásico la grandeza deslumbra tanto que olvida el alto precio que se paga por ella y que, como Ícaro o Faetonte, ese peaje conlleva quizá incluso perder la vida, a fin de cuentas ser dios es más difícil que ser hombre, y acarrea más responsabilidades de las que pensamos. En ambos relatos los sueños son posibles; sentimos el pesado paso de un dinosaurio, ese levantar tranquilo de un cuello enorme que se alza por sobre la vegetación selvática; oímos el engranaje de la biotecnología, que agrupa ácidos nucléicos como ladrillos sobre los que se erige una raza muerta, un mundo perdido, una forma de ver la vida que ya no encaja con la historia que la representa. En Persuasión la bajeza humana está presente, pero también el secreto espíritu que puede hacerla bella de repente; en Parque Jurásico el fulgor del Empeño da lugar a un sueño quizá equivocado pero atrayente, y oímos la pesada máquina de la Economía y de la Fama como fantasmas aviesos y evanescentes que corroen el orgullo humano y lo degradan hasta su máxima destrucción. Unos se sienten persuadidos por su carrera, por sus hallazgos, por el poder de sentirse únicos, por la intoxicante idea de llevar siempre razón. Y otros, por alcanzar, mediante intrigas, un reconocimiento social y una seguridad económica que el destino, a veces, parece empeñado en negarlo siempre.

Y en ambas novelas, con doscientas páginas de diferencia, con doscientos años de distancia, nos permiten soñar largo y tendido sobre lo que pudo haber sido y no fue, o lo que el viento se llevó una vez y que nunca más volveremos a poseer. Hay una gran lección en estos textos, una lección que bien nos valdría aprender de nuevo. Para dejar de manipular la vida, para conocerla mejor antes de poseerla, y para dejarla a su libre albedrío, que sabe más en su aparente inconsciencia que nuestro yo supuestamente ávido y consciente.

Persona normal (de Benito Taibo)

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Gracias a Javier Ruescas por proponer, en su momento, esta maravillosa obrita de arte.

Si hay algo fascinante en una historia sencilla es que no es simple. Si hay algo maravilloso en el arte de escribir una historia que llega al corazón por la vía más rápida, que es la de la fluidez, Benito Taibo lo consigue con creces en Persona normal.

No hay nada de normal en la historia de Sebastián y su relación con el mundo; todo es fascinante, todo es un descubrimiento, una aceptación, un crecimiento vertical para rozar las estrellas. Nada hay más hermoso que un amor que nace, que se sustenta de alegrías pequeñas, que se enfrenta a los problemas del día a día y que aprende a discernir, a tamizar, a soñar y, finalmente, a expresarse en sus cualidades más elevadas como en el amor que hay entre Sebastián y su tío Paco.

Persona normal es un canto a la Literatura. O mejor: a la Lectura. Demuestra que podemos ser la mejor versión de nosotros mismos encontrándonos en la experiencia de los autores, en esos océanos de palabras hilvanadas, de narraciones que son símbolos (incluso algunos puntualmente incorrectos o demasiado teñidos de una idea de socialismo que nunca ha existido) y que, como todo Arte, consigue sembrar inquietudes, sueños, anhelos y realidades en el tejido latiente de un corazón que crece y madura y se hace un adulto ideal.

Persona normal habla sobre el hombre que todos podemos ser. Habla sobre la convivencia y sus roces, sus salidas maravillosas, la magia que el entendimiento y el acercamiento de posturas consiguen sembrar en dos temperamentos distintos, en dos formas de ver la vida, y que sin embargo se reconocen, se aceptan y se complementan hasta hacerse uno, único, universal.

Desde los libros de aventuras hasta la poesía más excelsa; desde la narrativa más abstrusa hasta el ligero aroma de la prosa suave, Benito Taibo nos enseña a enseñar, a formar y a cambiarnos a nosotros mismos a través de la lectura y de un pacto profundo y secreto con nosotros mismos. Es la historia de Sebastián, de niño a hombre, y del tío Paco, de hombre a niño: caminos inversos que se cruzan y se hacen únicos para siempre.

Es un libro para paladear con gusto, para leer y volver a leer sin cansancio. Toda la historia del pensar humano (del saber humano) se haya en esas páginas llenas de un lirismo a flor de piel que huele a fantasía y certeza, a vértigo, caída y ascensión; cada año de Sebastián es un paso para nosotros; cada día del tío Paco es una aventura en la que quisiéramos participar. Y lo hacemos, porque somos seres humanos que nos mantenemos con vida.

Además, es una guía maravillosa para que los niños, los adolescentes y todo aquél que jamás haya leído, encuentren los tesoros incalculables de belleza, de sabiduría y entretenimiento que somos capaces de crear, dentro de nuestra idiotez como raza, los seres humanos.

Todo es bello en Persona normal. Todo es una caricia con sabor mexicano, con aroma latinoamericano, con espíritu universal. Una historia que merece no sólo ser leída, si no ser compartida y pensada y sobre todo, por encima de todo, sentida, admirada y releída una y mil veces. Mafalda, hazle sitio. Porque, como en ti, hay en Persona normal un disfraz que esconde (poco) la sabiduría de una raza y, aún más, el dulce sabor del amor, la confraternidad y un himno a la libertad de ser nosotros mismos.

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Chris Pueyo: poética intensidad

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Gracias a Javier Ruescas, cuyo canal de YouTube ha sido una sorpresa para mí de la mano de su amigo Francesc Gascó, he leído los dos libros publicados del jovencísimo Chris Pueyo: el primero, una memoria de sus memorias (El chico de las estrellas) y el segundo, un poemario ilustrado (Aquí dentro siempre llueve).

Chris Pueyo pertenece a esa raza de hombres valientes que remontan el más puro vuelo gracias a una sensibilidad extrema, con la que revelan su inteligencia y más íntimamente, la grandeza de la empatía y de la integridad de los sentimientos.

El chico de las estrellas, un libro azul y blanco, es el relato de su vida, una lucha constante contra sí mismo y las circunstancias; es la demostración que las personas pueden sobreponerse, con la esperanza atribulada de lo desconocido, a su presente, y consiguen transmutarse, ser ellas mismas, una vez reflexionan, aceptan y dejan todo lo malo atrás.

Chris Pueyo no ha tenido una vida fácil, y no lo esconde. Y sin embargo es capaz de narrarla con una belleza poética que casi raya en la fantasía, con la fortaleza que le da saberse una persona nueva, un individuo más abierto y empático gracias a ese cúmulo de desgracias que le acecharon desde pequeño y que van quedando, a fuerza de intención, detrás de sí mismo.

De los abusos infantiles hasta la ausencia presente de una madre inmadura; desde la figura épica de la Dama de hierro, con su fortaleza de acero, hasta el arco iris de amigos que consigue por méritos propios y quizá también por casualidad, Chris Pueyo, el chico de las estrellas, alza el vuelo de la libertad con el raciocinio intacto, el corazón remendado y al esperanza en la pluma, pues sabe, con esa certeza de los veinte años, que la vida le deparará sólo cosas buenas, o que esas cosas se deben enfrentar con la valentía adolescente que posee como un regalo.

El chico de las estrellas es un relato poético (en la acepción más amplia del término), lleno de la cadencia del lenguaje, donde se nota a raudales el talento de Chris Pueyo no sólo como escritor, si no como ser humano: es el relato de un dolor que se transmuta en paciencia, en esperanza y en una compresión que, más que alejarlo del dolor que ha sufrido (abusos físicos y psíquicos, escasez monetaria, sentirse diferente, saberse un bicho raro), le regala la libertad.

Aquí dentro siempre llueve es un poemario. Del texto narrativo lleno de cadencias llega ahora un libro repleto de rimas. Hay algo de candoroso a los veinte años, y de intenso quizá demasiado, pero hay poemas (dos, tres, media docena) que brillan con un talento único que se vislumbra en El chico de las estrellas. Hay desesperación y un esfuerzo por entender el mundo; encontramos ese ardor adolescente que todo lo lleva al límite y a la impaciencia; hallamos un esfuerzo constante por aceptarse y entenderse y perdonar, porque el secreto de Chris Pueyo está en su inmensa capacidad de amnistía y abandono de todo aquello que ya ha ocurrido, y sacar el mejor provecho de ello.

Dícese de la literatura juvenil que es aquella destinada a un público determinado, cuya intensidad es infinita y poderosa, que navega entre un extremo a otro de la vida, y que se transmuta (porque todo cambia) a la visión más serena de la adultez. Para el niño que siempre quiso ser Peter Pan el tiempo pasa, como para todos, pero en él cada lección de la vida ilumina una estrella de su cielo, abre una ventanita para ser mejor hombre y, con ello, quizá también un mejor poeta…. Mientras tanto, que la tinta azul, que los libros azules sigan fluyendo, dibujando un camino único que nos lleven a todos a ese lugar especial que, si no es el Paraíso, pueda que se acerque algo (sólo un poco) al País de Nunca Jamás.