Persuasión y Parque Jurásico

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En un vídeo en YouTube, dos caballeros: Mikel y Francesc, se retaron a leer cada uno la novela favorita del otro. Todo caso que Mikel Fernández Bilbao se haya inmerso en una cruzada para lograr que la mayor parte de los visitantes a su canal lean todos lo libros de Jane Austen (algo que he cumplido con gusto), y Francesc Gascó tiene la suya propia para acercar Ciencia y Paleontología a legos y colegas de una forma distendida e informativa, no cabía otra posibilidad que los libros elegidos por ambos fuesen los más cercanos a sus gustos y corazones: Persuasión, de Jane Austen y Parque Jurásico, de Michael Crichton. Y me dije a mí mismo que cogería el guante de ese reto.

No es que tuviese un prejuicio contra la(s) obra(s) de Michael Crichton; creo que los tenía todos. Y no porque fueran malos (no podrían serlo siendo así que fue un escritor muy vendido y polifacético, además de colega de licenciatura); si no porque eran muy vendidos. Lo cual puede que no tenga sentido; pero cuando ocurre algo así, en mi interior hay un resorte que se retrae y me impide si quiera sopesar la posibilidad de leer algo de esas características. Las letras palomiteras, absorbentes, que se leen sin paladear bien la historia o en los que los protagonistas de los relatos pesan más que todo el armazón que los sustenta (esqueleto que es básico en la aparentemente sencilla creación de un bestseller), habían tenido ya su lugar en mi vida de lector, y aunque Parque Jurásico se editó cuando yo tenía tan sólo veinte años, ya me sentía a años luz de esos fenómenos literarios. Sí: tenía esa mezcla de resabidillo y esnob que escondía muchas carencias y, también es cierto, poseía una sensibilidad y un gusto literario un poco por encima de lo considerado normal para esa época. Lo que ocurría es que había devorado, pero literalmente comido a bocados, bestsellers desde los doce años: Jeffrey Archer, quizá mi favorito; Colleen McCullough; Sidney Sheldon, Judith Krantz, Corín Tellado, Margaret Mitchell, J.J. Benítez y un largo etcétera, me habían llevado entre los amoríos imposibles, los mundos oníricos e improbables de riqueza y destrucción, los bajos fondos con sus más bajas pasiones, a un estado de agotamiento lector del que no me he recobrado del todo incluso ahora.

Dicho esto, acercarme a Parque Jurásico (película) ya me pareció ejercicio suficiente para demostrar lo abierto de ideas que era ese jovencito veinteañero, cuyos gustos por cintas taiwanesas (Ang Lee) y chinas (Zhang Yimou) y algunas francesas e inglesas y australianas (La boda de Muriel y Priscilla, reina del desierto siguen brillando hoy con el mismo fulgor que cuando se estrenaron) pintaban su cielo celuloide de entonces. Y tras verla y sentirme fascinado por la técnica de la película y esas cosas (me dejó un tanto frío en sí misma, pues sigo pensando que está a años luz del mejor Spielberg aventurero: En busca del Arca perdida, Encuentros en la tercera fase o Tiburón son casi irrepetibles), borré de mi cabeza su existencia. Hasta que Francesc Gascó apareció con su encantadora forma de comunicar pasión y belleza por la Paleontología, y su machacona referencia al mundo jurásico de Michael Crichton.

¿Qué pueden tener en común Persuasión y Parque Jurásico? Algo nuclear: la obsesión por controlar un mundo en constante zozobra y hallar, en medio de esa labor agotadora, la estabilidad. En el mundo de Jane Austen, el destino de la Mujer (su búsqueda por encontrar un marido que le garantice un mínimo de derechos de los que carece por su género; las discretas manipulaciones que son, en realidad, sentencias de vida; los sueños, los sentidos y sentimientos que embargan a los seres humanos, que los unen o los separan para siempre) y la concienzuda observación de la psicología humana, de los secretos del alma, tejen tramas casi siempre similares, pero que sacan a la luz lo mejor y lo peor de la raza humana: en sus páginas, descritas con gran lucidez y sencilla certeza, la manipulación, el maltrato, los malos entendidos, las esperanzas vanas, las expectativas y las decepciones tejen una historia coral que es llevada por mano firme y trazo ligero, donde la levedad de lo obvio esconde una profunda enseñanza moral, o mejor, el retrato descarnado de la bajeza humana y sus ansias por mejorar, o al menos aparentar que se puede ser algo más que un individuo que sacia sus apetitos y que busca desesperadamente un salvavidas que le asegure la estabilidad y, a veces, también la felicidad.

En Parque Jurásico encontramos algo similar, pero escondido tras la ciencia y al tecnología. El hombre que juega a ser Dios, que ignora los ritmos intrínsecos de una Naturaleza que desconoce al considerarla enemiga y no aliada; que intenta traspasar la barrera de lo finito con obras colosales; que comete errores y se niega a aceptarlo. Pero también el niño deslumbrado por lo imposible, la fascinación por un mundo perdido que se recobra y, por encima de todo, se posee. Un reflejo de la sociedad tan actual hoy como en el momento de su publicación.

Persuasión es una oda a la carencia de carácter, al descubrimiento de que la intención humana, maleable por las influencias ajenas, puede llegar a perder la grandeza que le está destinada; en Parque Jurásico la grandeza deslumbra tanto que olvida el alto precio que se paga por ella y que, como Ícaro o Faetonte, ese peaje conlleva quizá incluso perder la vida, a fin de cuentas ser dios es más difícil que ser hombre, y acarrea más responsabilidades de las que pensamos. En ambos relatos los sueños son posibles; sentimos el pesado paso de un dinosaurio, ese levantar tranquilo de un cuello enorme que se alza por sobre la vegetación selvática; oímos el engranaje de la biotecnología, que agrupa ácidos nucléicos como ladrillos sobre los que se erige una raza muerta, un mundo perdido, una forma de ver la vida que ya no encaja con la historia que la representa. En Persuasión la bajeza humana está presente, pero también el secreto espíritu que puede hacerla bella de repente; en Parque Jurásico el fulgor del Empeño da lugar a un sueño quizá equivocado pero atrayente, y oímos la pesada máquina de la Economía y de la Fama como fantasmas aviesos y evanescentes que corroen el orgullo humano y lo degradan hasta su máxima destrucción. Unos se sienten persuadidos por su carrera, por sus hallazgos, por el poder de sentirse únicos, por la intoxicante idea de llevar siempre razón. Y otros, por alcanzar, mediante intrigas, un reconocimiento social y una seguridad económica que el destino, a veces, parece empeñado en negarlo siempre.

Y en ambas novelas, con doscientas páginas de diferencia, con doscientos años de distancia, nos permiten soñar largo y tendido sobre lo que pudo haber sido y no fue, o lo que el viento se llevó una vez y que nunca más volveremos a poseer. Hay una gran lección en estos textos, una lección que bien nos valdría aprender de nuevo. Para dejar de manipular la vida, para conocerla mejor antes de poseerla, y para dejarla a su libre albedrío, que sabe más en su aparente inconsciencia que nuestro yo supuestamente ávido y consciente.

S de soledad/ S of Solitude.

Arte/ Art, El día a día/ The days we're living, Lo que he visto/ What I've seen

  man-of-steel-themea Françesc Gascó, cuyo entusiasmo hizo mucho para que fuese a verla.

 No soy fan. De casi nada. De casi nadie. Las expectativas que guardo ante una obra artística son, en general, pocas: no porque espere una decepción si no porque sé cuán difícil es conseguir idear una historia y escribirla, plasmarla en imágenes e interpretarla. Ya sólo por eso todos aquellos que se arrogan a hacer algo de tal calado tienen mi respeto. Así, una obra artística me puede gustar o no, puede llegarme al corazón o no, y puedo hablar de ella sin pomposidad ni redundancia o dejarla pasar como algo sin importancia para mi vida.

   De un tiempo a esta parte siento que nuestras Artes están agotadas. No creo que sea falta de talento, quizá lo que falle sea la ideación. Y el miedo. No soy quién para arengar a los artistas a que abandonen la zona de confort en la que parecen habitar: por un lado está el mercado lleno de esnobismos y por otro el mercado que deja tras de sí las ganancias que todos esperamos recoger tras el esfuerzo titánico que una obra artística tiene tras de sí. No nos llevemos a engaño: todos queremos que lo que hacemos guste y repercuta de alguna forma en el universo. Y esta película no es una excepción.

   El hombre de acero es cine palomitero, signifique esto lo que sea. Pero es algo más. Mucho más. Para una inmensa mayoría es un símbolo, un modelo a seguir: cada quien se sacrifica a los dioses que más caros le sean. Para otros, un esfuerzo tecnológico, un alarde artístico. Un poema a la belleza masculina (sí, lo es) o un mero espectáculo consumible. Todo esto encierra El hombre de acero, y también algo más.

   Aunque se quede muchas veces en la superficie.

   El reparto es magnífico. Oír de nuevo a Kevin Costner en ese papel de hombre de campo, visionario y sabio, temeroso y valiente, y a la maravillosa Diane Lane, madre entregada y perpleja ante un hijo que (como todos los hijos) la sorprende a cada paso; disfrutar de la chispa de esa todo terreno que es Amy Adams; volver a encontrar al mucho tiempo perdido Russell Crowe, encarnando como nadie ese arquetipo de hombre íntegro pero bondadoso, que se sacrifica por el honor pero también por un ideal superior, es un gran gusto.

   Y Henry Cavill. No es sólo su transformación física (que sí, su piel y su sensualidad es real y hecha para ese personaje) si no el símbolo de su personaje lo que hace de El hombre de acero algo digno de ver.

   Hay mucho de Gladiator en estas películas desde su estreno hace ya unos años, no lo neguemos. El mismo Russell Crowe lo deja patente en el metraje de ésta y eso es de agradecer. Jor-El es Máximo Décimo Meridio con algunos años más, con mayor sabiduría y mucha más templanza. Es el que conoce, el que se sacrifica, el que sabe que, para que todo florezca de nuevo, algo debe perecer. Y en el personaje de Henry Cavill, como hijo biológico, esa semilla germina y da fruto, gracias a los cuidados de los también arquetípicos padres adoptivos: Jonathan y Martha Kent no saben lo que tiene entre manos, improvisan como bien dicen, temen, pero aman, y ese amor está siempre por encima, o más bien lo impregna todo, y consiguen que ese ser extraordinario que en el fondo son todos los seres que amamos, logre encontrarse a sí mismo, aceptar sus circunstancias, y crecer.

   Kal-El/Clark Kent no es Superman. Creo que apenas si se nombra una vez tal sustantivo. En El hombre de acero es un hombre que confronta sus dudas, su naturaleza, lo que él cree que debe ser y lo que en realidad es: un hombre diferente que no quiere ser distinto, que no entiende porqué lo es y por tanto, no sabe qué hacer para seguir adelante. Va dando tumbos, atando cabos y navegando entre los días de su vida como todos lo hacemos, y como todos, en absoluta soledad.

   Ser distinto, es decir, portar un distintivo que nos singularice de la masa amorfa que nos rodea, nos lleva al aislamiento social y personal; nos marca (él lleva en su pecho el símbolo S que, según nos cuentan, significa Esperanza) y nos obliga, en aras de su comprensión y de su misma aprehensión, a viajar por caminos yermos, por estratos sentimentales desolados en los que cada experiencia vital nos ayuda a descubrirnos; haciéndonos, de forma paradójica, más sensibles y más fuertes.

   Eso es, para mí, lo más destacable de El hombre de acero. El viaje de la Soledad. Jor-El está solo frente a sus conciudadanos, incluso frente al capitán Zod que intenta llevarlo hacia sus filas. Lara, su mujer, contempla la destrucción de la vida sin la compañía de su marido y sin la de su hijo, a quien poco tiempo antes ha enviado lejos de su lado. Jonathan Kent sabe que su hijo es distinto y sabe que la gente odia lo que no comprende, por temor siempre y siempre por ignorancia, e intenta inculcarle, desde esa atalaya solitaria en la que se encuentra, ese equilibrio frágil que todos debemos encontrar entre el deber y el querer, entre lo duradero y lo fútil de la vida. Martha Kent, la madre protectora, ampara con ese instinto maternal a ese niño único al que no entiende, y asiste en su soledad de viuda, a esa lucha y a ese despertar. Lois Lane, mujer de todos los tiempos, emprendedora y segura, vive sola, sola trabaja, sola se enfrenta a los peligros que arrostra su vocación. Y el capitán Zod, fruto de nuestro propio mundo, que no puede ni quiere comprender las diferencias de la vida, solo en un paraje hostil, al que intenta manipular y sojuzgar precisamente porque no lo comprende.

   Y finalmente Kal/Clark que desbroza lentamente, como nos ocurre a todos, ese miedo a ser diferente; la sorpresa y negación iniciales, el lamento que no cesa; la perplejidad de la comprensión, el impulso del instinto y finalmente la entrega a lo que es con el mínimo de lucha y el máximo de los arrestos, desde los páramos yermos del continente helado a las arenas secas del desierto, siempre solo y siempre siendo él mismo. Aunque haya atisbos de esperanza en su sonrisa final, y en sus ganas de pertenecer a un grupo; aunque sepa, muy dentro de sí, que todo aquello que ha sentido hasta ese momento es real y pronto volverá a pedirle cuentas.

   ¿Lo demás? Un envoltorio fantástico de música, efectos especiales, belleza visual y guiños a historias clásicas; exaltación de la belleza, la sensualidad y la responsabilidad de vivir y, también, puro divertimento, sí, palomitero.

   No es perfecta aunque pudo haberlo sido (y no por metraje). No es Gladiator, aunque tiene todos sus mismos componentes, y quizá sea ese su único punto débil. Pero se ha quedado cerca, en su exaltación del ideal humano, de sus grandezas y sus flaquezas, y en su sincera búsqueda por encajar, por no ser diferente, y en su eterna equivocación en desearlo.

E=mc2 o Ciencia y Creencias/ Science and Beliefs

El mar interior/ The sea inside, Los días idos/ The days gone, Medicina/ Medicine

   De una entrada del fascinante y entretenido blog El Pakozoico que sigo con ahínco, prendió mi interés un comentario hecho por Françesc Gascó en el que se definía, como muchos científicos aún hoy día, un hombre de Ciencia, de pruebas y hechos irrefutables con experimentos repetidos hasta la saciedad con idénticos resultados, asegurando haber sufrido una metamorfosis (por lo demás muy característica de todos aquellos que nos dedicamos a alguna rama del saber científico) que lo había llevado del pequeño niño que vivía imbuido en creencias hasta el paleontólogo riguroso que es hoy.

   Siempre es incómodo emplear el término creencias en el ambiente científico. Y sin embargo está muy impregnado de él. No es muy popular oír a un científico emplear palabras como corazonada o intuición. Y sin embargo la Ciencia está llena de esas actitudes que la mayoría intenta ocultar.

   No quiero decir que Françesc esté equivocado. Todo lo contrario. Creo que está en el camino correcto. El que lo va a llevar al lugar que todo científico veraz disfruta, y es al del equilibrio delicado entre el lenguaje del corazón y el del cerebro, ese diálogo maravilloso que se establece entre el alma sabedora y la mente sedienta de conocimiento.

   En Medicina hablamos de Literatura cuando mencionamos la ingente bibliografía que nos rodea. Y nos basamos en ella para explicar nuestros procedimientos y para sintetizar nuestros protocolos de actuación. Es la forma correcta de trabajar. Pero sin querer llegamos a olvidarnos que vemos pacientes y nos aferramos a esos decálogos de actuación que son revisados más o menos regularmente, porque nos sirven a la vez de guía y de red de seguridad. Si algo va mal siempre nos referimos a la Literatura científica y la probabilidad (porque Medicina es una ciencia probabilística dentro de una base de hechos más o menos constantes) de que la respuesta errónea ocurra sin llegar a pensar que quizá la probabilidad de que haya ocurrido se base más en el individuo que estamos tratando que en el cuerpo científico en el que nos basamos para atenderlo.

  Cuando ya llevamos una cierta cantidad de tiempo en este negocio nos damos cuenta que esa literatura tiene un ritmo cíclico, es una marea de conocimiento que vuelve sobre sus pasos una y otra vez: lo que se ha desechado vuelve a retomarse y lo que una vez se consideró pionero deja de serlo…, hasta la siguiente revisión. Precisamente como es un cuerpo de conocimiento en constante cambio, nuestra tendencia a creer y fosilizar ese conocimiento hace que nos aferremos a él con un ansia que hace fácil perder los límites de una actuación más cercana al paciente, más personalizada.

   En toda rama de la Ciencia pasa lo mismo. Acabamos abrazándola con un ardor de creencia y ella nos vomita una y otra vez su constante cambio, su única inestabilidad. Creemos que algo no puede ocurrir y llega alguien, siguiendo una corazonada, un sueño, un pálpito dentro de su quehacer diario, y demuestra que todo es posible. Y si todo es posible, la creencia fosilizada que caracteriza nuestra actitud, pasando un objeto de fe a otro, también es errónea.

   No soy un científico al uso. Quizá me queda grande esa palabra. Me impregno de conocimiento, pero dejo que mi intuición forme parte del equipo de deliberación de mi mente; invito a mi alma que susurra a establecer un diálogo con mi cerebro que grita para encontrar un camino que me lleve, a velocidad luz, si no a la consecución del problema, al menos a hallarme cerca de él.

   Hay más estadios en la Ciencia: de creer fosilizadamente en su inamovilidad (por ejemplo, de la física newtoniana o del psicoanálisis freudiano) a su aparente desorden e influenciabilidad (la cuántica con el principio de Heisenberg a la cabeza o las posturas del comportamiento jungianos) todos los pasos que nos llevan a liberarnos de sus grilletes, igual que hicimos con los de la religión canonizada (de la vertiente que sea), nos garantizan un pasaporte a la evolución y  a la verdadera libertad científica y, más íntimamente, humana.

   La discusión sobre Dios, por ejemplo, no tiene sentido: no se puede negar algo de lo que apenas sabemos nada. Ese hecho no lo hace improbable, lo hace indemostrable, que es otra cosa. Hasta que alguien lo consiga (o no). Hemos sido testigos a lo largo de la historia de la Ciencia de tantos casos similares: la luz como partícula y como onda, la partición del átomo, la antimateria… Y seguimos empeñados muchos de nosotros en parecernos a los religiosos de libro, cada uno con su libro en la mano, y su intolerancia.

   Un verdadero científico confía en su instinto; un religioso real sabe de corazón que es falible. La intolerancia de la masa intermedia es la que contamina el camino de muchos y  a veces lo hace imposible. Pero, en el fondo, nada hay imposible para el alma valiente que quiere saber y evolucionar y que sabe que Ciencia y Creencias van de la mano hasta hacerse uno, como todo lo que nos ocupa en la vida.

Algo que leer (en el universo 2.0)/ Something To Read (here).

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   No se actualizan siempre de forma continuada, ni falta que hace.

   Sus objetivos e intereses, sus pareceres y géneros son dispares, y por eso me atraen y los sigo.

   Todos son artísticos a su manera. Muchos de ellos aportan rigor científico e informativo. Todos nos acercan a un universo nuevo para que lo entendamos y aceptemos y sepamos que el mundo es demasiado diverso y que todo en él tiene cabida. Cada uno defiende su parcela de pensamiento, y aunque tienen derecho, no me atraen por eso, si no por su espontaneidad, su dedicación y esa pasión que les une a sus respectivas carreras y a sus ilusiones e intereses.

   Asignatura pendiente, el blog del Dr. Sergio Fernández, nos habla de las pasiones de su vida, que es la vida en toda su extensión, de su labor como insigne médico cosmético, sus viajes y sus preocupaciones, y nos sirve de guía frente al innovador campo de la Medicina Cosmética, de importancia creciente y de interés general. Desprende energía y actividad, exactamente como es él en realidad.

  Enrique Toribio es un artista. Su arte fotográfico, lleno de sensualidad, es barroco. Todo. Sus claroscuros, su búsqueda de la textura, su ansia de movimiento. Sus fotografías son poesía congelada y a la vez móvil, donde un gesto, una mirada, una mano o una boca hablan con sentimiento y sensibilidad.

 Truthkill Satrian es un blog que nos mantiene al día de la realidad televisiva y cinematográfica mundial, es decir casi toda anglosajona, con noticias frescas, tráilers, nuevos proyectos y crírticas en muchos casos acertadas, en una acercamiento útil al momento en constante evolución del mundo del espectáculo y del entretenimiento.

   O Garfelo es una delicia. Un blog que se dedica a desmigar la cultura gastronómica fundamentalmente gallega, expresada en practicidad. Loly Llano nos acerca, con su habilidad, todos los secretos de la cuchara y el tenedor, y los rincones más recónditos de la gastronomía rural con los ojos del siglo XXI.

   El Pakozoico es la idea de Francesc Gascó para impregnar de cotidianidad la Paleontología y unir los orígenes de la vida con la evolución del día a día, desde el rigor científico, la algarabía del disfrute y la alegría de una persona que goza de lo que hace, con lo que hace y que le gusta transmitir grandes verdades escondidas en lo más recóndito y en lo más inusual. En El Pakozoico nos damos cuenta que lo más trivial tiene un transfondo mucho más profundo, y por eso es divertido y por eso nos sentimos a veces tan identificados y tan atraídos por ello.

   Both Sides Now es una pequeña joya que comienza. Raúl Nuevo llena con sus sensibilidad esos pequeños detalles que conforman nuestro día a día, y encuentra verdaderos tesoros escondidos para la mayoría. Su labor como empresario y restaurador, su alegría y melancolía, hacen que sus palabras, que sus reflexiones, tengan un peso real que escapa al simbolismo que emplea. Si hay algo que esconde Both Sides Now es un corazón que late y que quiere ser compartido con todos.

   En El Hombre Confuso todo es homosexual. Todo. No hay ninguna entrada, ninguna intención fuera del esquema que aparentemente define a este blog. Pero Confuso es mucho, mucho más. Su gusto camp, su búsqueda y admiración por lo kitsch no sólo es gay, es universal, pero no se queda ahí. Su habilidad como escritor traspasa todas esas fronteras iniciales, y nos descubre a un hombre que se prefigura y se busca, que intenta encontrarse y que se pierde, dentro de lo confuso de la vida, llenando de poesía cada uno de sus pasos. Más allá de las fotografías homoeróticas, abiertamente pornográficas a veces, la sensibilidad de Confuso escapa los límites de su blog y nos hace esperar un futuro brillante para él en el mundo del papel impreso.

   Life and Wonderland es una joyita bilingüe. IT llena de poesía sus encuentros personales, sus preguntas, su búsqueda de sentido. Llena de arte y sensibilidad, su búsqueda de lo real se mezcla con las fibras de la vida y crean un universo que se presta a la maravilla y al sueño.

   Plan de vuelo, de César Cabo, desglosa la actualidad desde un punto de vista crítico y sereno, algo tan poco español y que es de admirar. Toda persona que expresa sus pensamientos en alta voz en cierta forma se confiesa y esto es lo que encontramos muchas veces escondido en las líneas de este blog. La inteligencia y la fina ironía, el pensamiento clarificado y una cierta contención admirable, fluyen por este blog de un autor polifacético que promete dar mucho más de sí fuera de los límites aparentemente inexistentes del universo 2.0

   Yorokobu es una delicia. Es una revista física, es un blog extraordinario, es una forma fresca de ejercer el periodismo que casi se transforma en un estilo de vida. Tiene espíritu propio, como Monocle, por ejemplo, aunque alejado del esnobismo que tiñe demasiado la obra de Tyler Brûlé (por lo demás, muy interesante), y contagia con su espíritu alegre y crítico el espíritu de quien lo lee, dejando siempre abierta la puerta al cuestionamiento, al pensar fluido de ida y vuelta.

   Esta es una pequeña muestra , muy pequeña, de la riqueza de internert y de lo que en él podemos encontrar y disfrutar, ramas de un árbol frondoso o dendritas de esa gran neurona que es el pensamiento y el sentir humano llevado a la expansión casi infinita de las posibilidades del universo 2.0