El susurro de la caracola/ The sound of a shell.

Libros que he leído/ Books I have read, Literatura/Literature

   Hay libros, como autores, que nos sorprenden. Unos para bien, otros no tanto. También está lo que buscamos en las historias que nos cuentan. Siempre hay un motivo: evasión, reflexión, sentimiento. Estoy menos apegado a la literatura contemporánea de lo que siempre he estado (es decir, nada), y sin embargo en estos últimos meses me he visto inmerso en la lectura de nuevas historias (que no novedosas) que traen consigo, en general, aromas refrescantes dentro de la vulgar monotonía de la producción cultural actual. No son novelas redondas, pero creo que tampoco aspiran a serlo. Nada es más fácil que criticar (pagamos por ese derecho: compramos una entrada, adquirimos un libro) pero nada está menos justificado. Excepciones aparte (campañas promocionales ingentes, digestión difícil de un personaje que se vende más que el producto que patrocina), creo que toda obra artística, nos guste o no, nos llame o no, tiene siempre el mérito de haber sido hecha, ese riesgo que sólo unos pocos se arredan en asumir y llevar a sus últimas consecuencias: una historia leída, vista o escuchada, nos puede agradar o no, pero tiene el mérito de haber sido construida por una persona que se arriesga a ese escarnio o a esa elevación popular, y ya por eso tiene mi respeto ganado de antemano.

   El susurro de la caracola, de Màxim Huerta, es una sorpresa. Desde su inicio hasta su fin. Una historia agradable, llena de ecos y de recuerdos, repleta de reflexiones profundas en su aparente liviandad, y llena de emociones a flor de piel.

   Es el retrato de una voz: los sueños soñados, las decepciones que le siguen, el amor anhelado y vivido, las miserias que nos acompañan, las obsesiones futuras que nos aprisionan, y la libertad última de aceptarnos tal cual somos. Por eso a Màxim Huerta no le importa los personajes secundarios. Esboza el ir y venir de su protagonista con una dulzura no exenta de crítica; evoca sus recuerdos con una intensidad tan delicada, que parece que oímos el rumor del mar, el olor de la salitre, el aroma de unas costumbres perdidas ya, con una luz nítida y preciosa, y nos acerca a ella poco a poco, hasta hacer que la aceptemos primero, que la comprendamos después y, por eso mismo, seamos incapaces de juzgarla luego.

   En ese mar de recuerdos inmenso, los aromas, los tactos, son fundamentales. El susurro de la caracola es un libro de olores, de pieles que se rozan pero que apenas se tocan, de recuerdos susurrados y de verdades mudas. Como lo es cualquier vida, la de su protagonista sin duda, y la de nosotros mismos. Y es una historia de redención, de paz en medio de un marco de sinsabores, donde la cárcel es liberación y la libertad una percepción del espíritu más que del cuerpo. Una reflexión sobre los grilletes de la existencia, quizá fundamentada en clichés, es cierto, pero tan bellamente descrita, que todo eso pasa a un segundo plano.

   El susurro de la caracola es una historia de sinsabores, pero también de un costumbrismo precioso y evocador, muy cercano a nuestra propia infancia, que ya no existe. Es una historia de añoranzas y de esperanzas en medio de la realidad cruel del día a día. La vida ya no es amable, quizá porque no nos permitimos serlo a nosotros mismos. Màxim Huerta sorprende, en este presente nuestro lleno de estereotipos, con la promesa de una prosa con poso, hedonista y temática, costumbrista y real, y  con los reflejos de un pensar profundo.

Júrame/ Promise me.

Música/ Music

   Pupila con pupila los dos yacemos juntos.

   Nuestra respiración acompasada como una coreografía. Nuestras voces susurradas y calladas. El vaho que nace de las bocas abiertas y que termina en beso.

   Caricias que dibujan relieves de piel abandonada y recuperada, que estallan en jadeos y nuevas palabras inventadas en ese lenguaje propio de los amantes.

   Esos que somos tú y yo.

   Labios con labios. Lenguas y dientes. Y manos y pies. Todos encontrados en un remolino de sensaciones, confundiendo los dedos y los tactos, revoltijo tuyo y mío de orillas disueltas, carentes de tiempo, fluyendo dentro de un espacio finito y maravilloso.

   Júrame que, aunque pase mucho tiempo, éste será nuestro hogar. Tu piel y la mía, tus besos y los míos, tu pecho y el mío en un encuentro desesperado y luminoso, lleno de ansia y de reposo. Júrame que, aunque el tiempo se diluya una y otra vez, la calma y la pasión unidas vivirán en nuestros corazones, ardiendo de fiebre por la cercanía y tiritando de frío en las lejanía de las horas que pasamos separados. Júrame que, aún sin sabernos del todo, sabremos de nosotros con los ojos cerrados, sentiremos la presencia uno del otro, buscaremos el encuentro como el sediento una fuente fresca.

   Sed. Hambre. Reposo e involuntario abandono. Tú y yo yaciendo juntos y separados. Jadeantes y dichosos. Y nerviosos por lo nuevo, por el porvenir.

   Júrame que, aún queriéndome, me dejarás marchar. Júrame que, aún no deseándolo, me abrazarás con pasión y me amarás con el pensamiento, de lejos y de cerca, porque nadie más que yo estará junto a ti. Júrame que, aunque pase mucho tiempo, no olvidaremos este día y esta noche, en el que las estrellas se diluyen en tu pupila y la mía, y en la que sellamos con un beso enamorado la búsqueda de la luna, el hartazgo del placer.

   Quiéreme. Quiéreme hasta el resuello. Exactamente como yo te quiero a ti. Y nada será amargo: ni el paso del tiempo, ni las separaciones necesarias, ni las decepciones que están por venir, ni las sorpresas del destino.

   Los dos yacemos juntos. Tu respiración agitada. Tu mirada serena, que mira más allá y que me dibuja en esta locura de amor. Mis manos de barro, tus brazos de bronce, nuestras almas se funden en una aleación nueva.

   Nos vemos. Nos besamos. Nos juramos. Y el tiempo pasa y el día llega y todo es casi lo mismo.

   Todo menos tú y yo.

   Júrame que estaremos siempre así, bailando el bolero de la intimidad, recordando en cada paso, en cada caricia, el momento en el que nos conocimos, el instante en que nos encontramos con un beso enamorado, con un hambre de mundo y medio y mucho miedo y muchas esperanzas. Y júrame, como yo te juro, que me amarás tal como hoy mañana, con los cambios del tiempo sobre nuestras pieles, tal como yo te amo a ti.

   Pupila con pupila los dos yacemos juntos. Y el mundo a nuestros pies.

Labios apasionados/ Passionate lips.

Arte/ Art, Música/ Music

 

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Anhelada Imperfección/ An Imperfectionist!

El mar interior/ The sea inside

   Me siento cansado. Todos los días. Es más fácil encerrarnos en cuatro paredes que salir a enfrentarnos a nosotros mismos. Cuando anhelamos la Perfección, ser conscientes de no poder alcanzarla nunca, ni siquiera en la forma más sencilla posible, hace de nuestra vida un callejón sin salida o un mundo monocolor.

   Empezando por mí mismo y terminando por mi incompetencia en muchos aspectos del día a día. Sabedor de no ser lo suficiente guapo o simpático o flexible o inteligente o atractivo o hasta vulgar, no sobresalir en nada y quedarse atrás en todo, a veces me desespera y otras veces me entristece sin compasión, llevándome a la soledad.

   Echar la vista atrás y encontrar decenas de errores, posibilidades perdidas, anhelos olvidados, vericuetos poco iluminados vencidos por la dejadez, clavados a la realidad por la incapacidad de dar más o de alcanzar lo mejor, es desesperante. Y a veces miro por detrás de mí y mi camino parece el de otro, mis ideas el fruto de una frustración tras otra, y encontrarme arrastrado por el destino y por la dejadez me paraliza y me encorajina, y saber que no hay forma de escapar al remolino de los días que se viven, escogidos tal cual son y aceptados tras bregar tozudamente con lo imposible, me agota y me apaga poco a poco.

   Empezando por mí mismo, cuya imagen está lejos de ser considerada atractiva, pasando por una personalidad avasalladora y poco interesante, plegada de dudas y de lagunas inabordables, y siguiendo por le edad que se evapora a cada instante, la matidez de los años que pasan, el brillo perdido de una mirada miope, la eterna lucha de dar lo mejor y construir lo peor sin denuedo y casi sin conciencia…

   Qué duro es anhelar la Perfección y ser consciente de su insabilidad. Todos los intentos, todas las labores, por más cuidado con la que las realice, si son analizadas con un ojo avizor, muestran aquí y allá los bocetos de errores pasados, las manchas de intenciones cambiadas de repente; una herida infligida a alguien amado, y sobre todo esa enfermedad que es la de no admirarnos a nosotros mismos. No destacar en nada, quedarse a medio camino en todo, anunciar mil esperanzas y cosechar magros frutos; energía baldía que se evapora con cada oportunidad desaprovechada o perdida y que sin embargo, una a una, terminan por construir mi vida, acaban configurando mi estructura de pensamiento, mi tejido de sentimientos y la velocidad de mi corazón que late herido en lo más profundo.

   Y sin embargo todo lo que no soy me define; todo lo que quise ser ha muerto en alguna parte para resucitar cerca de mí, en los años perdidos y en la angustia del tiempo ajado por venir. A veces me acerco a ese precipicio que está cada vez más cerca y aún encuentro ciertas esperanzas, esta vez basadas en realidades y no en ideas, sueños soñados con los pies en la tierra y anclados al suelo por la realidad. Puede que aún haya algo qué hacer.

   Sé que nada de lo que haga será Perfecto. Aunque lo anhele. Aunque gaste cada una de mis energías en ello. Nada de lo que imagine alcanzará la altura de los sueños ni llegará a ser exacto, bello y armonioso como una obra de arte magnífica, como un cuerpo que es maravilla, como una sonrisa de plata. Y ser consciente de mi imperfección hace que mi frustración se diluya y que mis sueños, ahora soñados en dimensiones más humanas, se adapten a mis capacidades, todas menores; no habrá grandes obras que la gente admire, pensamientos profundos que otros estudien, diagnósticos veraces con tratamientos adecuados, ni un amor que me acepte tal cual soy, sin pedirme nada a cambio. Así es mi vida.

   No sé si la Perfección está dada a los seres humanos. Desde luego, no a mí. Ahora ya no me irrita saberlo. Antes bien, sólo me entristece un poco y hace que siga lentamente hacia adelante. Sin embargo hay algo que sé que hago bien, y es ser Imperfecto. Por más que mire hacia atrás y vea todo lo que he conseguido (que nada es, pues no destaca sobre la labor de nadie más) sé, que no es bastante, que nuca lo ha sido ni lo será, y que casi no vale la pena, pues se pierde en un recodo del pasado y poco importa en el futuro que se extiende a mis pies… Pero es lo que he hecho con mi vida y lo que me hace ser lo que hoy soy.

   Puede que la Perfección en mí no exista. Pero lo que sí existe, y mucho, es un anhelo enorme por hacer algo bien, por conseguir un mérito, por ayudar a quien lo necesita y por regalar vida, vida buena, a todo aquel que me rodea… Anhelada Imperfección, abrázame por favor, pues ya no lucho contra ti…

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Ido/ Gone.

El mar interior/ The sea inside, Música/ Music

Gone. Melody Gardot.  

   Entré en la habitación. Tanto tiempo que nadie lo hacía, que me encontré con cientos de telarañas que se pegaron a mi pelo y a mis brazos, escondiéndose entre mis codos y mi labios. Y me encontré con cientos de recuerdos que estaban olvidados, como ese cuarto, en el tiempo ido.

   Me sorprendieron las lámparas a medio cubrir, ese pequeño sofá lleno de polvo de horas muertas, y la cama vacía, con su esqueleto a flor de piel, exactamente como mis recuerdos.

   No sé porqué entré allí. Una especie de ansiedad desde que me levanté esta mañana, una angustia que no es desespero pero tampoco tranquilidad encaminó mis pasos, uno a uno como los latidos de mi corazón, hacia allí, para encontrarme de nuevo con tus recuerdos y los míos, con la falta de palabras y la boca seca de polvo acumulado y sábanas sin planchar. La cortina medio caída parecía mi propia memoria, y una revista en el suelo, mi alma caída a tus pies cuando te fuiste, ido de todo pero sobre todo ido de mí. Hace ya tanto tiempo que ni lo recuerdo.

   Me reprocharon que no te buscase, que no te rogase, que no me conformase con una limosna de tu cariño. Antes, al comienzo, cuando eras mi vida entera, pensar en vivir sin ti me dejaba sin aire y me sentía paralizado por el miedo. Decir que me equivoqué no tiene sentido, porque así es para todos: tú también cometiste errores conmigo, también creíste en una imagen que no era cierta, o no del todo. ¿Puedo ser yo más que tú? Quizá no, ya ves, pues nos parecemos demasiado. O quizá sí, ya ves, porque tú te has ido y yo me quedé aquí.

   O no aquí, en esta habitación.

   Yo me quedé conmigo y contigo. Y tú, ido, lo dejaste todo atrás.

   No miro hacia atrás. El pasado está demasiado lejos para verlo si quiera con una perspectiva razonable. Lo único que recuerdo es esta habitación llena de vida, limpia y reluciente, con las cortinas descorridas dejando entrar un sol y una lluvia y un frío y un calor que nunca nos estorbaron; las repisas llenas de libros y de discos, vinilos y películas; ropa descartada en un desorden de flor, y nuestros cuerpos unidos y separados, dormidos y calcinados por una pasión que se agota siempre y que lucha pírrica e inútil frente al tedio del día a día, frente a la memez de las horas incontables que se llenan de nuestra vida común. Ahora hay telarañas que se pegan a mis ojos y mi pelo, y que lucho en retirar, como si agitando los brazos en el aire removiese también mis recuerdos e intentase agitar una pasión muerta y una historia de mutuas decepciones. Y parece que lo logro a veces, pues una oleada más parecida al cariño que al resentimiento me llena al sentarme en el sillón con su nube de polvo, al contemplar una cama vacía que antes tenía tatuado el peso de tu cuerpo, e intento buscar el brillo de tu mirada o el sonido de tu risa entre el desorden del abandono y el devenir de mi memoria.

   Me acusaron de no quererte. Me señalaron mi laxitud, mi abandono. Hablaron de mi sangre aguada, de mi bajeza por dejarte ir, cansado como estabas, en busca de una vida que no fuera la tuya lejos de la mía. Cuando te fuiste ido, el tiempo llegó y me encontró quieto, como congelado, con el corazón en un puño cerrado y los labios sellados, por eso nadie veía nada y pensaron que no tenía alma.

   Pero el alma que calla llora a escondidas, y se despierta por la noche soñando en el sonido lento de unos pasos por el pasillo como los latidos de un corazón, y le hace un inmenso espacio con el cuerpo a la inmensidad del peso que comparte, y no mira atrás sabiendo que lo ido nunca vuelve de nuevo. Una vez ido, los días se diluyeron y parecieron ser siempre los mismos, sin voz ni peso, sin lágrimas también, con una sequía que duró años y que cambió la orografía sentimental de mi vida para siempre…

   Todos pensaron que no tenía corazón, que era insensato, que no te quería. Puede ser. Porque ahora no quiero a nadie, no espero nada de los demás, salvo que se vayan cuando acabamos encuentros cada vez más espaciados; y mi habitación no es la que era, llena de luz y de líneas sin escribir, y se parece cada vez más a ese pasillo sin fin en el que las pisadas lentas se pierden sin ser escuchadas, como un corazón cansado que lentamente deja de latir…. Todos pensaron que no tenía palabras para atraerte de nuevo, que no te quería lo suficiente. Y puede ser… Pero yo sabía que, para cuando te hubieses ido, no habría razones que pudieran detenerte, ni lágrimas que derramar ni gritos y acusaciones que verter, pues para cuando hubiese sido capaz de hacer todo eso, tus pisadas ya no se oirían en el corredor, la puerta se hubiera cerrado para siempre y nunca más mirarías hacia atrás.

   Te fuiste. Pero yo ya me había ido antes. Eso no lo supo nadie. Sólo tú. Y por eso te fuiste. Mi corazón dejó de latir por ti mucho antes, cuando la decepción me llegó en oleadas constantes, cuando todo lo que soñé se reveló imposible, por ser incapaz de asumir mi realidad y, por tanto, la tuya. Nadie supo que te esperaba hasta tarde y, al sentir tus pasos en el pasillo como los latidos de mi corazón, fingía dormir y te espiaba. Paso a paso, lento como mi corazón, agitabas tu cabello y te desnudabas bajo la sombra de los focos de la calle, te asomabas a la noche y suspirabas lleno de otros aromas, de otros sueños. Para cuando yo me fui tú ya te habías ido. Y no te lo reprocho. Y no me lo reprocho tampoco. Así son las cosas. A veces son así.

   Aquella habitación, nuestro hogar, ya no es nada: es un montón de escombros lleno de polvo y olvido. Podría revivir cada una de las noches que pasamos juntos. Podría dibujar con los ojos cerrados nuestras rutinas diarias, nuestros encuentros y desencuentros, nuestras luchas y decepciones. Pero ya no tengo ganas. Ya no me importa mucho. Entré llevado por la casualidad y encontré un montón de recuerdos enterrados bajo un tiempo ido. Ido. Como tú y yo. Y está bien que así sea.

   Es una cara más de la felicidad.

Crecer es para siempre/ Growing Is Forever.

Arte/ Art, El día a día/ The days we're living

Thanks to Philippe Servais, to show it to me.

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    Hace muchísimo tiempo no había planes ni proyectos porque todo era árboles que crecían, sin personas que diseccionasen ni erigiesen monumentos de piedra, ni murallas, ni puentes.

   Los árboles eran muy jóvenes y tenían toda la vida por delante. La inmensidad del tiempo y su potencial los rodeaba, así que unieron sus raíces como dedos unos con otros, íntima y firmemente, formando sobre la tierra una red suave y resistente.

   Los árboles crecieron y dibujaron formas de luces y sombras sobre la tierra, y la hierba nació a su través siguiendo los patrones de esa red suave y resistente. Pequeñas arañas comenzaron entonces, arriba y abajo, hacia atrás y hacia adelante, a tejer sus redes en las que aprehendían al rocío, que quedaba encerrado en pequeñas gotas que atrapaban la luz que lo iluminaba todo.

   Silencio. Había mucho silencio porque los árboles necesitaban concentrarse en su vida, pues no es nada fácil crecer tan alto y por tanto tiempo. Algunos árboles, cansados de su labor, se recostaron sobre la blanda tierra; otros, con más suerte, se apoyaron en los demás, alcanzando la cima del cielo con esa ayuda. Y cuando un árbol dejaba de crecer, otro le tomaba el relevo, en esa labor continua que es llegar hasta el cielo amplio y libre.

   Y su credo se oye en el frotar de sus hojas: Crecer es para siempre.

Un siglo en blanco y negro/ A Century in Black & White.

Arte/ Art, Los días idos/ The days gone

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