Ido/ Gone.

El mar interior/ The sea inside, Música/ Music

Gone. Melody Gardot.  

   Entré en la habitación. Tanto tiempo que nadie lo hacía, que me encontré con cientos de telarañas que se pegaron a mi pelo y a mis brazos, escondiéndose entre mis codos y mi labios. Y me encontré con cientos de recuerdos que estaban olvidados, como ese cuarto, en el tiempo ido.

   Me sorprendieron las lámparas a medio cubrir, ese pequeño sofá lleno de polvo de horas muertas, y la cama vacía, con su esqueleto a flor de piel, exactamente como mis recuerdos.

   No sé porqué entré allí. Una especie de ansiedad desde que me levanté esta mañana, una angustia que no es desespero pero tampoco tranquilidad encaminó mis pasos, uno a uno como los latidos de mi corazón, hacia allí, para encontrarme de nuevo con tus recuerdos y los míos, con la falta de palabras y la boca seca de polvo acumulado y sábanas sin planchar. La cortina medio caída parecía mi propia memoria, y una revista en el suelo, mi alma caída a tus pies cuando te fuiste, ido de todo pero sobre todo ido de mí. Hace ya tanto tiempo que ni lo recuerdo.

   Me reprocharon que no te buscase, que no te rogase, que no me conformase con una limosna de tu cariño. Antes, al comienzo, cuando eras mi vida entera, pensar en vivir sin ti me dejaba sin aire y me sentía paralizado por el miedo. Decir que me equivoqué no tiene sentido, porque así es para todos: tú también cometiste errores conmigo, también creíste en una imagen que no era cierta, o no del todo. ¿Puedo ser yo más que tú? Quizá no, ya ves, pues nos parecemos demasiado. O quizá sí, ya ves, porque tú te has ido y yo me quedé aquí.

   O no aquí, en esta habitación.

   Yo me quedé conmigo y contigo. Y tú, ido, lo dejaste todo atrás.

   No miro hacia atrás. El pasado está demasiado lejos para verlo si quiera con una perspectiva razonable. Lo único que recuerdo es esta habitación llena de vida, limpia y reluciente, con las cortinas descorridas dejando entrar un sol y una lluvia y un frío y un calor que nunca nos estorbaron; las repisas llenas de libros y de discos, vinilos y películas; ropa descartada en un desorden de flor, y nuestros cuerpos unidos y separados, dormidos y calcinados por una pasión que se agota siempre y que lucha pírrica e inútil frente al tedio del día a día, frente a la memez de las horas incontables que se llenan de nuestra vida común. Ahora hay telarañas que se pegan a mis ojos y mi pelo, y que lucho en retirar, como si agitando los brazos en el aire removiese también mis recuerdos e intentase agitar una pasión muerta y una historia de mutuas decepciones. Y parece que lo logro a veces, pues una oleada más parecida al cariño que al resentimiento me llena al sentarme en el sillón con su nube de polvo, al contemplar una cama vacía que antes tenía tatuado el peso de tu cuerpo, e intento buscar el brillo de tu mirada o el sonido de tu risa entre el desorden del abandono y el devenir de mi memoria.

   Me acusaron de no quererte. Me señalaron mi laxitud, mi abandono. Hablaron de mi sangre aguada, de mi bajeza por dejarte ir, cansado como estabas, en busca de una vida que no fuera la tuya lejos de la mía. Cuando te fuiste ido, el tiempo llegó y me encontró quieto, como congelado, con el corazón en un puño cerrado y los labios sellados, por eso nadie veía nada y pensaron que no tenía alma.

   Pero el alma que calla llora a escondidas, y se despierta por la noche soñando en el sonido lento de unos pasos por el pasillo como los latidos de un corazón, y le hace un inmenso espacio con el cuerpo a la inmensidad del peso que comparte, y no mira atrás sabiendo que lo ido nunca vuelve de nuevo. Una vez ido, los días se diluyeron y parecieron ser siempre los mismos, sin voz ni peso, sin lágrimas también, con una sequía que duró años y que cambió la orografía sentimental de mi vida para siempre…

   Todos pensaron que no tenía corazón, que era insensato, que no te quería. Puede ser. Porque ahora no quiero a nadie, no espero nada de los demás, salvo que se vayan cuando acabamos encuentros cada vez más espaciados; y mi habitación no es la que era, llena de luz y de líneas sin escribir, y se parece cada vez más a ese pasillo sin fin en el que las pisadas lentas se pierden sin ser escuchadas, como un corazón cansado que lentamente deja de latir…. Todos pensaron que no tenía palabras para atraerte de nuevo, que no te quería lo suficiente. Y puede ser… Pero yo sabía que, para cuando te hubieses ido, no habría razones que pudieran detenerte, ni lágrimas que derramar ni gritos y acusaciones que verter, pues para cuando hubiese sido capaz de hacer todo eso, tus pisadas ya no se oirían en el corredor, la puerta se hubiera cerrado para siempre y nunca más mirarías hacia atrás.

   Te fuiste. Pero yo ya me había ido antes. Eso no lo supo nadie. Sólo tú. Y por eso te fuiste. Mi corazón dejó de latir por ti mucho antes, cuando la decepción me llegó en oleadas constantes, cuando todo lo que soñé se reveló imposible, por ser incapaz de asumir mi realidad y, por tanto, la tuya. Nadie supo que te esperaba hasta tarde y, al sentir tus pasos en el pasillo como los latidos de mi corazón, fingía dormir y te espiaba. Paso a paso, lento como mi corazón, agitabas tu cabello y te desnudabas bajo la sombra de los focos de la calle, te asomabas a la noche y suspirabas lleno de otros aromas, de otros sueños. Para cuando yo me fui tú ya te habías ido. Y no te lo reprocho. Y no me lo reprocho tampoco. Así son las cosas. A veces son así.

   Aquella habitación, nuestro hogar, ya no es nada: es un montón de escombros lleno de polvo y olvido. Podría revivir cada una de las noches que pasamos juntos. Podría dibujar con los ojos cerrados nuestras rutinas diarias, nuestros encuentros y desencuentros, nuestras luchas y decepciones. Pero ya no tengo ganas. Ya no me importa mucho. Entré llevado por la casualidad y encontré un montón de recuerdos enterrados bajo un tiempo ido. Ido. Como tú y yo. Y está bien que así sea.

   Es una cara más de la felicidad.

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