Negra sombra, brillante luz.

El día a día/ The days we're living, El mar interior/ The sea inside, Los días idos/ The days gone, Medicina/ Medicine

   DSC00223Llevo viviendo en España más de 20 años. Y he visto de todo varias veces repetido. El dolor de la incomprensión terrorista; cientos de vidas segadas por el ansia de lo diferente; el dolor de un país por el asesinato de un joven concejal; las lágrimas de un terremoto; la marea negra del progreso; el infierno de Atocha. Y he visto cómo de la oscuridad nace la luz, lenta y misericordiosamente.

   Y es algo que siempre les pasaba a otros. A capitales importantes, a centros de poder, a lejanas zonas.

   Pero no.

   El descarrilamiento del tren de alta velocidad a las puertas de la ciudad en la que vivo, por los motivos varios que sean (porque nunca se debe a un solo error, si no a una concatenación de ellos), me enseñó que, por más pequeña y empeñados en que la veamos insignificante ciudad, la tragedia también llega a Santiago de Compostela pare recordarnos, como ya cantaba Rosalía hace dos siglos, que la Negra sombra se acecha con Galicia y que siempre le hará sombra.

   Yo estaba aquí sentado ayer a esta misma hora. Comencé a oír sirenas y el murmullo del helicóptero. Qué raro. Inmediatamente pensé en mi compañera de guardia en la UCI del hospital. Menudo día para estar de guardia: una fiesta que se ha hecho mundialmente conocida, muy visitada, y por encima un accidente temprano, antes de los festejos. Menuda noche.

   Menuda noche, sí señor.

   Poco después vi la noticia en la red: un tren había descarrilado y se contaban cuatro muertos. Y ya me puse en alerta. Aunque puede que no fuese a más. Cuando las noticas, raudas, aumentaban el volumen de lo acaecido, mi madre me dijo si no debería ir al hospital. Yo dudaba. Pero me aferré al sentido común: salvo ser llamado, estorbaría si no era necesario.

   Pero esa duda no cuajó mucho en mí. Sonó el móvil y ya no tuvimos parada. Había llegado un momento único que casi nunca se vive.

   – ¿Puedes venir al hospital?

   Por supuesto, no hubo duda.

   – Voy.

   Diez minutos y entraba corriendo por Urgencias. Y fue como toparse con un trocito del horror. Enfermos que entraba y salían, personal sanitario afanado, sangre por todas partes y cierto caos. Suponíamos que era grave, pero aquello era más de lo que creíamos. De hecho, aquel montón de traumatizados era la punta del iceberg.

   Inmediatamente pregunté dónde era útil. Mi jefe me indicó que subiese a supervisar la UCI siendo que la médico de guardia estaba allí en Urgencias. Allá me llegué: comprobé que mis compañeros de refuerzo no necesitaban más ayuda y volví a chequear aquellos enfermos que podían ser llevados a habitaciones normales donde el resto de compañeros médicos y enfermeras estaban dispuestos a recibirlos.

   Pero yo no me podía quedar encerrado en la UCI a la espera de lo que iba a llegar. Así que bajé a Urgencias y me uní al grupo de mis colegas Intensivistas. Estaban con un enfermo: Desconocido 2. A su lado estaba una de nuestras enfermeras, que se había quedado como el resto de sus compañeras para apoyar al turno de noche: el mismo ejemplo lo siguieron los auxilaires clínicos y los celadores. De lo más pequeño a lo más grande todos, todos estábamos allí.

   Gritos, desesperación, sufrimiento, sangre derramada, pérdida de conciencia, estremecimiento y miedo: así era Urgencias. Nos dividimos el trabajo: grupos de médicos y cirujanos para cada enfermo. Como eran traumatizados, era necesario hacer pruebas radiológicas. Todo el equipo de rayos estaba preparado en la planta siguiente de la que estábamos para hacerlo. Y gracias a mis compañeros, Desconocido 2 y yo éramos los primeros listos para ir hacia allí. Así que nuestra enfermera intensivista y yo lo acompañamos.

   Una vez en la planta tuvimos que esperar. Un enfermo más grave bajó en el otro ascensor. El médico de Urgencias que lo llevaba me pidió ayuda. Y así, sin saber cómo y sin comprenderlo, me di de bruces con la realidad de estas situaciones de apremio y certeza: la propia vida, la propia situación, nos pone en nuestro sitio.

   Los enfermos comenzaron a bajar y en un pestañeo ella y yo estábamos a cargo de diez. Debíamos clasificar quiénes deberían ir primero a hacerse las pruebas y terminar, o bien ingresados en UCI y Reanimación, o bien ir directamente a Quirófano.

   Y había que atenderlos, porque necesitaban de nuestros servicios especializados.

   Todo funcionó maravillosamente. Nada estaba planeado, pero el sentido del deber y de Servicio, eso que nos ha llevado secretamente hasta allí y que siempre está escondido en la mediocridad del día a día, afloró y nos guió en aquel instante de locura.

   Los radiólogos informaban al instante, los auxiliares y técnicos se portaban a las mil maravillas, las supervisiones de enfermería me ofrecieron toda la ayuda, y la enfermera intensivista, de esas mujeres estupendas que valen para unas buenas risas y para el trabajo más arduo, me facilitaron una labor que no pedí, que no busqué, pero que me salió al paso.

   Allí conocí a Lluis, con un gran tajo en el tórax, respirando con dificultad. Y a José María y a Aurora, que temblaba como una hoja por perder tanta sangre. Y a Iago, que lloraba por dolor y la falta de vida. Y a Markus, de apellido impronunciable, en un español simple que le bastaba para comunicarse más o menos claro, con un gran hematoma en el abdomen y sangrando a chorro por él.

   – ¿Hablas inglés?

   Le pregunté. Él asintió. Fui incapaz de pronunciar su apellido en alemán. Le dije que si no le molestaba, sería Markus para todos y casi sonrió.

   Llegó el jefe de Cirugía apremiando porque había que cortarle la hemorragia y el resto de su equipo. Les enseñé aquellos que ya tenían las pruebas. Los anestesiólogos que empezaron a  bajar con sus pacientes asignados tomaban también nota de esa pequeña fila de enfermos que teníamos en los pasillos de Rayos. Y le tocó el turno a Markus.

   Lo llevamos hasta la camilla del TAC. Recuerdo que le apreté la mano y le guiñé un ojo. Y le dije que ahora le íbamos a hacer un escáner y después iría al quirófano y que el dolor pronto pasaría. Me miró a los ojos y asintió. Creo que me creyó. Eso espero. Me llamaron para que atendiera a otra urgencia y nunca más supe de él.IMG_6044

   Cirujanos, Traumatólogos, Anestesiólogos, Internistas, Vascualres, Torácicos, Neurocirujanos Intensivistas, Urgenciólogos: todos estábamos allí. Todos teníamos algo que hacer. Y Enfermería y Auxiliería y Celaduría se multiplicaban como por ensueño. Y las Asistentas de limpieza, que bregaron con la escasez de personal para que todo estuviese lo más limpio y aséptico posible.

   Todos, todos teníamos quehacer. Y ni una queja, ni una palabra más alta que la otra. Trabajamos al unísono, como un mismo cuerpo, un mismo brazo, un mismo corazón. Los auxiliares administrativos intentando verificar los nombres de los enfermos, y dibujando estructuras de ayuda para los familiares desesperados y perdidos. No fue perfecto, pero fue único.

   Ni un suspiro de cansancio: no teníamos tiempo ni para respirar. Aquí y allí estábamos todos al quite. Y Desconocido 2 ya en su cama de UCI esperando el bautizo de su nombre.

   Sin embargo, en medio de la refriega yo lo observaba todo y me observaba a mí: mis miedos, que quedaban atrás, mis tristes torpezas, y ese impulso, porque es lo que tironeaba de mí y de todos, de Servir, de Aliviar, de Sustentar… En la Negra Sombra surge lo mejor de cada uno y qué pena que necesitemos de esas sombrías horas para que salga todo a la Luz.

   Pero allí estábamos.

   No todo estaba arreglado. Pero los cientos de heridos estaba ya ubicados y tratados. La treintena de heridos graves iban y venían de Quirófano; los muertos también tenían su sitio, y las esperanzas y los sufrimientos familiares también.

   A las cuatro de la mañana volví a casa. No podía con las ganas de llorar. Y aún hoy no puedo y no sé la razón. No soy de llanto fácil y sin embargo no puedo hablar de esto sin emocionarme.

   Pensamos que sólo le pasa a otros, a ciudades grandes, a grandes momentos de la historia. Pero la Historia que se teje de pequeños instantes, a veces nos lanza una ráfaga semejante para que todo cobre una nueva perspectiva: de la Negra Sombra emerge la Brillante Luz. Y aquella era una hora oscura.

   Afuera se había levantado el viento. No hacía calor pero tampoco frío. Y empezaba a caer el tan famoso orballo galaico. Y recordé lo mucho que esta mi tierra sufre, la indiferencia de todos los gobernantes que en España ha habido, y la resistencia pétrea de mis paisanos. Yo soy como ellos, aunque mezclado con aires caribeños; yo soy como ellos en el aguante, en la sabiduría de ceder a la fuerza del viento y en la resistencia granítica al paso del tiempo.

   Me preguntan a veces porqué los gallegos son tan desconfiados: siglos de historia lo avalan. Y sin embargo, en compensación, son los más entregados y, siendo diferentes, saben ver en esas diferencias la igualdad que nos une.

   Temblaba. Pero no era de cansancio, ni de miedo, ni de frío. Era de tristeza y de alegría, de esa extraña saudade tan propia de estas tierras, y de dolor también.

   No sé si lo he hecho bien; ignoro si mi actuación fue la correcta o la que se esperaba de mí. Sé que pude hacer más. También sé que podía haberme quedado en casa, pero quién puede engañar al corazón.

   Soy médico, a veces contra mí mismo. Y sé que aunque no ejerza más, mi corazón late por la vía de ese servicio y siempre saltará la vena sanitaria cuando alguien necesite ayuda. Y eso me entristece, no lo voy a negar, porque nunca estaré a la altura de otros mis colegas. Y, sin embargo, también me reconforta y me hace reír: de la Negra Sombra emerge, sin yo quererlo si quiera, la Brillante Luz. Y ya no lucho contra ello.

   Espero que Markus haya salido indemne, y que ahora Desconocido 2, ya con nombre, vaya adelante. Y muchos de los cientos que pudieron sobrevivir a nuestra experiencia de humanos. Y mientras eso ocurre, me arrebujaré en mi rincón, viendo a las estrellas, para llorar un poco, niño llorón, por todos los que han sufrido y los que sufrirán por nuestros devaneos y nuestros errores.

   Por ellos, y por la generosidad de los ciudadanos de Santiago de Compostela, y por ese inmenso grupo de sanitarios venidos de cualquier parte, contratados, con plaza fija, en paro o de vacaciones, en cuyo corazón late, como en el mío, la sangre del Servicio y del buen hacer, dedico estas pocas líneas sin sentido alguno, pero llenas de corazón.

Pescando lunas/ Fishing Moons.

Lo que he visto/ What I've seen

Pixar-La-Luna-1-640x269

images

Vida de dos/ Two for a Life.

El día a día/ The days we're living, El mar interior/ The sea inside, Lo que he visto/ What I've seen

up_poster

Amor despeñado/ Love in the rocks.

Arte/ Art, El día a día/ The days we're living, Música/ Music

   226e8604eecb11e29a1a22000ae80024_7Podría decir que te extraño.

   Mejor: podría decir que te olvidé.

   Amor despeñado, mi corazón sigue yaciente y herido, sangrando lento y desvergonzado por ti.

   Te di mi alma, te di mis sueños. Pediste mi corazón y yo te di mi vida. Y deseé creerte hasta hacer de ti mi fe, y hasta mi eternidad te la regalé, en ese desengaño que es el amor.

   Amor, ese cruel fantasma.

   El que me tenías, sin duda. Y el que siento por ti.

   Porque nada puede hacerme más daño que recordarte. Amor despeñado, no hiciste nada para cuidarme y mucho menos para sanarme.

   Amor loco, lleno de tormenta. Amor que absorbe, que deshace, que desprende y deshilacha uno a uno los estambres de una vida normal.

   Podría decir que me engañaste; podría decir que te soñé. Pesadilla y mentiras, con esos trazos puedo dibujarte.

   Podría decir que me embrujaste; podría decir, sin temor a error, que me comiste las entrañas de deseo y entrega.

   Pero faltaría a la verdad.

   Yo te deseé, amor despeñado. Yo quise creer en ti. Yo quise tenerte y absorberte y olvidarme entre tus brazos y gozar en tu piel.

   Yo anhelé ser más de uno contigo cerca; yo soñé que la perfección era posible.

   Pero nada lo es.

   Nada que tenga que ver contigo ni conmigo.

   Ahora suena la canción del olvido. Y el dolor mece mi sueño despedido y la calma que una vez creí sentir a tu lado.

   Todo sabemos cuál es…

   Amor despeñado, no ha habido más sorpresa que mi propio dolor.

   Y ya no quiero mentirme. Ya no.

   Ahora quisiera olvidarte, o perderte o ignorarte. O morirme o alejarme. Todo lo que te borre para siempre de mi vida.

   Amor despeñado, rodeado de los trozos de un corazón roto, ahora sólo quiero volver a reír.

   Reír lejos de ti.

Belleza imperecedera/ Timeless Beauty.

Arte/ Art, El día a día/ The days we're living, El mar interior/ The sea inside, Lo que he visto/ What I've seen

1072586_10153013204105344_2064889234_o

 La piel blanca, llena de brillo, de porcelana parece y está llena de vida.

   Cada uno de los destellos de luz que emanan de esa apostura, de esa serenidad.

   Una cicatriz que nos recuerda que la Belleza es frágil pero imperecedera. Y perfecta.

   Y la mirada dulce, entregada. Y triste, henchida de melancolía.

   El arte de Julien Benhamou nos lleva al pasado, a esa búsqueda callada y constante de la Belleza imperecedera, que permanece inmaculada con el paso del tiempo y que nos recuerda que, aunque hombres, podemos llegar a ser divinos.

   Guillermo Alonso encarna ese sentido de lo estético que pervive en el tiempo. Y nos muestra que la fragilidad no está reñida con la templanza, ni la gallardía con el humor. Y que la Belleza es algo más que una expresión, que una intención, y que esconde tras de sí un mar de sentimientos, un río de pura sensualidad, que la hace no sólo atractiva, si no viva.

   Gracias a los dos por recordarme que todo es posible y, a veces, hasta palpable.

On The Road Again.

El día a día/ The days we're living

coches-clasicos-12

Todo lo que (te) pido/ All I ask (of you).

El día a día/ The days we're living, El mar interior/ The sea inside

   2c05fe50e65f11e2a52422000aaa0a0f_7Quiero pedirte que nada me pidas.

   No esperes de mí lo que no espero de ti. Todo amor cuando nace es fatuo e impetuoso, y el nuestro no será diferente. Por eso no quiero que me sueñes para no soñar yo contigo. Y así juguemos a la verdad desde su inicio.

   Quiero pedirte que seas libre. Para todo. Para decirme lo que deseas y lo que no te gusta, para no darme la razón porque sí, para abrazarme siempre que te apetezca. Quiero que compartas si así lo desees cada parcela de tu ser, cada átomo de tu mirada y que no te sientas abocado a pagarme con la misma moneda mi aparente generosidad, mi entrega absoluta.

   Quiero que seamos iguales en la batalla del amor que es un puro tira y afloja. Te pido que no me regales con desgana ni esperes de mí la luna.

   Que te amo pero sólo soy un hombre. Nada más puedo hacer por ello.

   Y así podré verte como a un igual: no deseo idolatrarte, porque los ídolos siempre pierden sus bases de arena; ni sentirte pedigüeño, que mi amor no es más puro que el tuyo ni se equivoca menos.

   Todo lo que pido es un amor tranquilo que enloquezca en la pasión sin exigencias y que respire, junto a mí, cuando las cosas se calmen, los abrazos se apaguen y las noches se diluyan en meses baldíos.

   Porque el amor está lleno de momentos vacíos que también lo definen. Y todo lo que pido es que lo comprendas conmigo y que, juntos, vivamos los ires y venires con sonrisa de encanto.

   Todo lo que pido es una confianza plena, que no ciega, y una sinceridad cristalina, que no aplaste. Porque hasta la verdad pura puede llegar a hacer daño.

   Y yo lo que pido es un amor de pura libertad, sin deseos ocultos, sin dobles fascies. Quiero quererte a ti, tal cual te tengo delante, y que a ti te ocurra lo mismo, sin lazos, sin pesares.

   Todo lo que pido eres tú. Por siempre tú. Tú. Tal cual. Sin dobleces donde esconderme y sin defectos donde chincharte, ni pasados que graviten ni futuros soñados.

   Todo lo que pido es vivir el presente, sin pesares, junto a ti.