Quiero pedirte que nada me pidas.
No esperes de mí lo que no espero de ti. Todo amor cuando nace es fatuo e impetuoso, y el nuestro no será diferente. Por eso no quiero que me sueñes para no soñar yo contigo. Y así juguemos a la verdad desde su inicio.
Quiero pedirte que seas libre. Para todo. Para decirme lo que deseas y lo que no te gusta, para no darme la razón porque sí, para abrazarme siempre que te apetezca. Quiero que compartas si así lo desees cada parcela de tu ser, cada átomo de tu mirada y que no te sientas abocado a pagarme con la misma moneda mi aparente generosidad, mi entrega absoluta.
Quiero que seamos iguales en la batalla del amor que es un puro tira y afloja. Te pido que no me regales con desgana ni esperes de mí la luna.
Que te amo pero sólo soy un hombre. Nada más puedo hacer por ello.
Y así podré verte como a un igual: no deseo idolatrarte, porque los ídolos siempre pierden sus bases de arena; ni sentirte pedigüeño, que mi amor no es más puro que el tuyo ni se equivoca menos.
Todo lo que pido es un amor tranquilo que enloquezca en la pasión sin exigencias y que respire, junto a mí, cuando las cosas se calmen, los abrazos se apaguen y las noches se diluyan en meses baldíos.
Porque el amor está lleno de momentos vacíos que también lo definen. Y todo lo que pido es que lo comprendas conmigo y que, juntos, vivamos los ires y venires con sonrisa de encanto.
Todo lo que pido es una confianza plena, que no ciega, y una sinceridad cristalina, que no aplaste. Porque hasta la verdad pura puede llegar a hacer daño.
Y yo lo que pido es un amor de pura libertad, sin deseos ocultos, sin dobles fascies. Quiero quererte a ti, tal cual te tengo delante, y que a ti te ocurra lo mismo, sin lazos, sin pesares.
Todo lo que pido eres tú. Por siempre tú. Tú. Tal cual. Sin dobleces donde esconderme y sin defectos donde chincharte, ni pasados que graviten ni futuros soñados.
Todo lo que pido es vivir el presente, sin pesares, junto a ti.