Tres líneas: algo nuevo/ Three Lines: Something New.

Literatura/Literature

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Los tres creadores del proyecto literario epistolar en Facebook: Tres líneas, han querido contar de nuevo con mi participación en él.

Desde aquí agradezco a sus autores que hayan pensado en mí nuevamente y que me hayan soportado de la forma tan estoica como lo han hecho.

Una nueva forma no sólo de escribir, si no de explorar un mundo que ha quedado atrás.

Aquí está la nueva epístola que he redactado para Tres líneas:

Madrid, 19 de abril de 1941

   Mi muy querido Emilio:

   Hay ciertos momentos en los que hablar es difícil, bien porque no hallamos las palabras suficientes o bien porque las circunstancias tienen en sí mismas ecos más potentes que hacen palidecer nuestras propias voces. Sin embargo, pedir disculpas no debería limitarse a una mera expresión de arrepentimiento: debería llevar consigo propósito de enmienda, y es lo que espero conseguir con esta carta.

   No están los tiempos para meditar en alta voz. No lo han estado desde hace años y sospecho que así se mantendrán en un futuro cercano. Me abruma pensar en el mañana, quizá porque comienzo a tener esa edad en la que los recuerdos pesan más que las esperanzas, o porque he visto tanto dolor en el mundo que sólo ansío ya que almas más puras puedan habitar en él con un mínimo de libertad humana. Sin embargo, no te llames a error: lo acontecido en las últimas semanas debería hacer de mis reflexiones una llamada de atención para con tu propia vida de la que, quizá sin querer, soy ahora tan responsable como tú mismo.

   Mientras me quede aliento haré lo que pueda en favor de los hombres, que seguro no merecen tantos desvelos, pero, reconozcámoslo, es lo único que tenemos para trascender de nosotros mismos. Al menos yo, que no he concebido hijos a pesar de haberlos ansiado mucho. En el fondo te veo como uno de ellos. El mejor, quizá. Quizá el único.

   Emilio, lamento haberte hecho pasar por este período de penalidades y de desazón. Era necesario. No te lo dije en esa ocasión, mientras nos arrebujábamos al abrigo de la fresca tras atender a ese pobre desgraciado sin esperanzas. Cuántos instantes similares habremos vivido ambos durante la contienda: mismos hombres, mismas costumbres, sueños idénticos… Querido Emilio, todo esto era necesario. No la guerra, desde luego, ni la locura, ni la destrucción, pero sí este período de prueba al que te hemos sometido. Hemos. He empleado bien el tiempo verbal. Y créeme que lo lamento. Pero sabía que te alzarías triunfante de prueba semejante: has demostrado tu calidad humana y tu aprecio por mí, que tal vez no merite tal honor ni tamaño sacrificio. Y ese es, quizá, el recuerdo que más grabado me ha quedado y que me ha hecho más feliz de esa noche llena de presuras y de intensidad.

   No es fácil hablar de felicidad en un mundo hecho pedazos, ¿verdad? Pero existe, Emilio. Cada paso, cada soplo de aire; el agua que apaga nuestra sed, la caricia de un niño, la mirada aprobatoria del más inútil de nuestros estudiantes… Todo eso lo he visto en ti, Emilio, mientras recorres torvamente el largo camino que separa Atocha de Moncloa, donde te he establecido un hogar perentorio y tu futuro, que sospecho mucho más estable de lo que crees.

   Has visto el estado en el que ha quedado el Hospital Clínico. Alzado, orgulloso, en la meseta de Moncloa, era demasiado importante para ambos bandos, casi tanto como para la ciudad y para el país. Una península entera separada por un montículo lleno de artillería perdida. Sigue dándome dolor ver, en las paredes semiderruidas, las heridas de las balas y la escombrera liosa que han dejado tras de sí las bombas de ambos bandos. El mundo es un caos, Emilio, al que nos hemos visto arrastrados por ideas preconcebidas por otros. Si hubiésemos tenido el tino de pensar por nosotros mismos, o al menos de poner en solfa tales soflamas, quizá no estaríamos de esta guisa hoy aquí. Pero a toro pasado todo es explicable, y lo que nos ocupa ahora no se merece perder más tiempo en circunloquios vacuos que ya no importan a nadie, y mucho menos a ti y a mí.

   Te pido disculpas por callar. A veces el silencio es un arma mortal, lo sé. Arriesgaba mucho ocultando motivos más profundos que los de desear ayudarte, mas ha sido éste y sólo éste el verdadero motor de mi ofrecimiento y de mi interés. Te estimo en grande, Emilio, pero mi ojo es capaz todavía de ver más allá de los espejismos que el cariño prende en el corazón humano: tu sapiencia, tu saber estar, la preocupación para los demás, esas ideas que fluyen entre el oleaje de falsa modernidad de una filosofía que viene del frío y esa otra que, de tan manida, yace congelada en el fondo de nuestros pensares. Hay mucho de ti que admiro, y la fuerza de carácter y la lealtad no son poca cosa en la lista de tus virtudes. Deseaba ayudarte, y necesitaba asimismo un compañero que completase en brío y determinación los anhelos que aún conserva este corazón que late.

   Como te bosquejé al claro del amanecer esa noche presurosa, pertenezco, junto con otros colegas de alto linaje, a una red de ayuda a refugiados que huyen desesperados del nuevo infierno que ha prendido en el resto de Europa, como si nuestro propio Purgatorio no hubiese sido suficiente ni la locura de la Gran Guerra bastante. Esa ayuda opera empleando las rutas de servicio de la Cruz Roja: por eso está en nuestras manos. Como debes saber por los rumores que corren por la facultad y el Hospital de San Carlos (y, de seguro, entre los ruinosos despojos del Hospital Clínico), además del intercambio de alimentos y medicinas, se truecan seres humanos: pobres almas que apenas hablan más idiomas que las bellas rimas germánicas o las antiguas lenguas romances tan poco parecidas a nuestro propio castellano, pero cuya convicción y ganas de vivir les asegurarán, en medio de recuerdos que no alcanzo si quiera a vislumbrar, prosperidad y alivio de supervivientes.

   La red está bien establecida. Los encuentros se tejen en la Tetería Embassy, cerca de donde os iréis a vivir, en el Paseo de la Castellana. Ya son horas de que tu mujer y tus hijos disfruten del verdadero estatus del que te has hecho merecedor. Allí se establecen los contactos necesarios para arreglar los imperativos legales y marchan, después de salir de su confinamiento en Miranda del Ebro, por varias vías de escape desde Portugal y Marruecos, pero sobre todo desde Redondela y el puerto de Vigo, hacia la libertad.

   Esta labor riesgosa me da paz, y me permite sentirme aún más útil. Mi lucha es contra la zafiedad y la ruindad del ser humano; no conoce límites, no tiene credos ni ideologías, salvo quizá la del Humanismo y también, sin vergüenza alguna, la del corazón. Estas pobres gentes son llevadas de aquí para allá como mercancía barata, apiñadas en campos de concentración y abandonadas a la dejadez de sus captores. En teoría, nuestra España es neutral; en esencia, es germanófila de raíz (no en vano hemos sido súbditos de la rama más poderosa pero menos floreciente de los Habsburgo durante un buen puñado de siglos), y veleidosa de alma: no debemos olvidar nunca que en la actualidad un gallego nos conduce. Y poca gente he conocido más tenaz, concienzuda y pétrea que un hijo de la recóndita Galicia. Así, coqueteamos con quien más convenga al Poder, y tengo el convencimiento de que nuestra labor confidencial es menos secreta de lo que quisiéramos y que, quizá, seguimos adelante más por connivencia del propio Estado que por otra cosa. Aunque esto último, siendo sincero, no me saca el sueño; la ayuda que puedo prestar a esos menesterosos, sí.

   Es necesario que lo sepas todo. Las paredes oyen y a veces también observan. Estos folios son la forma más discreta que tenemos en la actualidad de desnudar nuestras inquietudes. En público debemos actuar como lo que decimos que somos; en privado (¿y qué es privado en estos días?), gozamos de una mayor libertad, pero no mayor que la que el hueso de la muñeca tiene sobre el hueso del pie. Y como ves, estos papeles se hallan escondidos entre varios informes universitarios y cartas cuñadas con el sello de la Facultad. Todos nos conocemos aquí, querido Emilio, pero las precauciones nunca están de más.

   Como te dije al comienzo de ésta, he aquí mis disculpas. Mi comportamiento errático para contigo en realidad tiene varias lecturas, y no menos importante es la que ahora te pienso relatar. Y me adelantaré, lo sé, a un correo que recibirás dentro de pocos días, así que te ruego cuando lo hagas, muestres la contenida alegría que nos caracteriza como profesores universitarios que somos.

   Era necesario que entre nosotros hubiese el mínimo contacto, que demostrases tus habilidades naturales y el don de la enseñanza que se te adivina. Como todos, querido Emilio, sin tú conocerlo fuiste sometido al examen del Tribunal de Responsabilidades Políticas y de Depuración de Funciones Públicas: por suerte ya habías abandonado la Facultad cuando ocurrieron los Sucesos de San Carlos y tu nombre no se encontraba enlistado. Además, tu exoneración por dicho Tribunal suavizó las posibles suspicacias que tu bando en la contienda pudiera levantar en estos sabuesos de la Buena Conducta. Como bien sabes, no desean que vuelva a haber casos tan sonados como el de mi querido Juan Negrín, que aunque creo muy equivocado en las formas, en esencia es de corazón puro, y otros pocos colegas más. Muchos de los profesores afectos al antiguo régimen huyeron por sus malas artes o se exiliaron por orgullo intelectual (recuerda que Severo Ochoa ya tenía un contrato de investigación en los Estados Unidos cuando la refriega se acrecentó). Este Tribunal ha suavizado los matices de sus supuestos errores y muchos podrán volver a ocupar sus antiguos cargos o a seguir ejerciendo el noble arte que nos engrandece, Emilio. En nada gozaré de la compañía de mi admirado Marañón, pues pienso alcanzarle pronto en su periplo sudamericano antes de su pronta vuelta a Madrid.

   De suerte que hay unas cuantas cátedras vacías de nombramientos y quizá la de Negrín vaya a ser para ti. En todo caso, has sido admitido como profesor titular y la tesis doctoral que tanto trabajo te ha costado ha sido del agrado del tribunal. El amargo trago de haberla presentado, mostrándote sin embargo brillante y resuelto, me llenó de orgullo mal disimulado, he de confesar, porque soy consciente que no te ha sido fácil, de que yo no te lo he hecho fácil. Y por eso quiero que me disculpes una y otra vez. Pero quería que demostrases a los demás miembros del tribunal que mis querencias hacia ti eran reales, y las revalidaste con nota brillante, querido mío, en mi corazón y en sus conciencias. Me alegro mucho por ello. Y a partir de ahora no serás más el recomendado de Guillerna, sino Emilio Pérez-Olivares Espinosa, doctor en Medicina y garante, como muchos en esta clandestinidad que nos hermana, de un secreto entramado de ayuda física y espiritual que no sólo garantizará la integridad del cuerpo, sino el ansia del alma por la libertad.

   Tengo paciencia, querido Emilio. Ahora has de ocuparte de salir de esa ratonera en donde vives para que los trabajos de remodelación del Hospital Clínico sigan su curso. Tendrás a tu disposición una casa cómoda, un coche veloz y un ayudante que velará por los trabajos de reconstrucción que se llevan a cabo en Moncloa. Tu puesto está aquí ahora, en Atocha, en las disposiciones del Hospital de San Carlos y pronto en mi propia consulta privada, que te he de dejar con sumo placer en herencia.

   Y no encuentres mucha comodidad en el piso de La Castellana, ya que el día por Dios designado, podrás gozar de mis bienes además de mis ayudas, y podréis disfrutar de mis propiedades cerca del Retiro, que sé que extrañas las arboledas sin fin y el rumor de las fuentes. Somos más parecidos de lo que un padre y un hijo pudiesen nunca llegar a ser.

   Así me despido por ahora, mi querido colega. Emilio, compinche de noches interminables, interesante conversador, de verbo fácil y corazón caliente, espíritu presto y alma de acero, veo ante ti un camino brillante. Tu tendencia es al Servicio y no a la Investigación. Serás uno de los abanderados del nuevo movimiento que empiezo a prever en nuestra carrera: un equilibrio entre la práctica diaria y la investigación necesaria. En esto, como en todo lo que tiene que ver con los hombres, el punto mágico estará en la labor de equipo. Mucho aportarás a la Facultad, ya no sólo en refinamiento y en coraje y en ánimo, sino en saber práctico, tan necesario en el mundo de las construcciones mentales.

   Y no te olvides de este nuestro secreto. Conoces ahora los lugares de ocultamiento de esas pobres gentes y los entresijos necesarios para conseguir los salvoconductos y las rutas de acceso a la libertad humana. Puede que tengas que echar mano de esta red de ayuda alguna vez, aún en contra de poner en peligro a tu adorada familia: siempre hay alguien que necesita de nosotros.

   Llegado el caso, sólo llama. En el Embassy tu nombre está grabado a fuego junto al mío, y te reconocerán nada más entrar. Y ellos te indicarán, en el caso de yo no estar presente, lo que haya que hacer.

   Nunca hay que mirar hacia atrás, querido Emilio, si no es para aprender de los errores y olvidar lo demás. Por más horrores que hayamos visto, por más errores cometidos, el pasado es algo que va quedando detrás, día a día, hasta que se diluye en un futuro que ya ha dejado de ser.

   Admirándote, queriéndote y pidiendo de nuevo tu perdón, se despide con el ánimo alegre y al esperanza en el corazón, tu amigo,

   Álvaro Cervello de Guillerna.

Tres líneas: un cameo ilusionado.

Arte/ Art, Literatura/Literature

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   El experimento literario Tres Líneas abarca más que la composición de la existencia de tres hombres en un instante preciso de la Historia y de sus vidas a tres manos. Poco a poco se va convirtiendo en un conjunto de relatos que tejen la realidad de unos personajes que comienzan a respirar a través del intercambio epistolar con el que los tres autores, Carlos Hugo Asperilla, Elena Montesinos y Óscar Moreno, nos van atrapando semana a semana.

   Carlos Hugo Asperilla me ha pedido que colabore en este proyecto interesantísimo con un cameo, encarnando a uno de los personajes secundarios de la trama que va desarrollándose entre estos tres hombres. Con honor acepté la invitación y mi intención era permanecer en secreto, como corresponde claro, pero él se ha empeñado no sólo en que firme la autoría de una carta cuya redacción me ha causado satisfacción y muchas sorpresas, si no que además la comparta en este blog. Cosa que he hecho.

   Os animo a entrar en el universo de Tres Líneas y a descubrir, semana a semana, el destino de estos tres hombres, en su lucha por ser lo mejor que pueden ser, y además, dejar una huella en la historia de sus vidas y de los que los rodean.

   Madrid 5 de octubre de 1940

   Querido Emilio:

   No sabes la alegría que me he llevado al saber de ti. Tus nuevas, dentro del ambiente árido y despoblado tras la gran guerra, son un rayo de esperanza. Un hijo siempre lo es, aun a pesar de las responsabilidades que conlleva. Nada hay más sagrado que ellos, si lo sabré yo bien, y a pesar de las dificultades que afrontas, sé que la dicha se ha instalado en el universo que llamas hogar.

   Haces bien en ser precavido. No están los tiempos para cometer deslices. Mi querido Emilio, soñador empedernido, el mundo ha cambiado tanto desde los tiempos de paz, aún con los revolcones de la agitación y la inestabilidad política, que debemos plegarnos a ellos con la sabiduría de las serpientes y la docilidad, nunca mejor empleada, de las palomas. Tu corazón caliente ha hecho de ti siempre un hombre apasionado, pero los sinsabores de la guerra han atemperado un poco la razón y te han hecho más sabio, algo que siempre he sabido que existía en ti desde que te encomendaron bajo mi mando hace ya tanto tiempo que quizá haríamos bien en olvidar.

   Pero el olvido no está en la naturaleza humana. Antes bien, el recuerdo constante, y los adornos que la memoria añade a los hechos que han pasado, inflaman la imaginación, y llegan a envenenar la vida propia y la que nos rodea. Confío que tengas la sutileza suficiente para sobrevivir a las cicatrices de la guerra, y a aquellas aún peores del orgullo herido, los sueños pisoteados y las facciones inútiles.

   Sabes lo que pienso. Sabes que abrazo las ideas revolucionarias de mi amigo Marañón desde que nos conocimos, en la Alemania anterior a la Gran Guerra, cuando ambos fuimos a perfeccionar nuestra educación médica. Las ideas de Gregorio y las mías, en aquella época, no eran tan consistentes (éramos muy jóvenes) pero sí certeras. Nos reconocimos en nuestra ansia por servir, en hacer de la Medicina un servicio social y a la vez una Ciencia más exacta, adaptándola a lo humano más que obligando al hombre a amoldarse a nuestras costumbres. Verdad es que partíamos con un cierto aura romántico que la guerra casi ha destrozado, pero que se ha mantenido intacto, o más bien moldeado por las circunstancias externas, casi como un milagro. Un milagro como tu matrimonio y la llegada de tu hijo, algo siempre tan deseado por cualquier hombre de bien como tú lo has sido, al menos desde que te conozco.

   Querido Emilio, te puede tu corazón. El siglo XX está lleno de ideologías. En mi alma creo firmemente que todas son falsas, pues parten de una premisa errónea: la mitad de la humanidad está equivocada. Eso no puede ser posible. Si algo me ha enseñado la Medicina es a relativizar las cosas, los signos y los síntomas, y los seres humanos que los padecen. Estamos muy lejos de comprender todos los caminos que nos hacen ser lo que somos, aunque gracias a la labor de Gregorio y de otros personajes insignes dentro de los cuales él tiene la delicadeza de contarme, luchamos día a día (ésta sí es la única batalla que tolero) por dilucidar y por comprender los milagros de lo que llamamos, a veces malamente, vida que se vive. Seguimos los pasos del insigne maestro Ramón y Cajal y de muchos otros, españoles y foráneos, contemporáneos o no, que nos han precedido y que nos seguirán, con el firme propósito de servir, a través de la Medicina, como hombres de bien.

   Y nuestro querido país está tan necesitado de ello, Emilio. Las hondas heridas que han quedado no se cauterizarán con facilidad: los vencederos recordarán perpetuamente su triunfo, los humillados vivirán siempre con el estigma de la pérdida. La Reconciliación, de venir, yo aún la noto muy lejana, y me temo, con profundo dolor, que no la verán mis ojos. Pero espero que los tuyos, más jóvenes y con esperanzas renovadas, sí lo hagan, o al menos consigan acercar un poco más unas diferencias que no son reales, o que sólo lo son porque nuestra mente así lo desea.

   No quiero entrar en ésta sobre lo mucho que hemos hablado, en las noches en vela del hospital de campaña, acerca de la naturaleza de la agresividad humana, la sed de sangre, el sueño inútil de la imposición y la diferencia. Hemos visto demasiadas muertes inútiles, demasiado sufrimiento gratuito para seguir discutiendo banalidades sin peso real en el mundo. Todo lo contrario: si de algo ha servido nuestro tiempo en común, querido Emilio, ha sido para enseñarnos la realidad de una vida cruel consigo misma, atolondrada e inútil, y que sólo regala sufrimiento y pérdida.

   Nuestro hospital quedaba en un descampado. Y si pudieras ver el erial que dejó el ejército una vez acabó todo, te darías cuenta que los ideales no justifican el dolor ni la tortura y que el hombre, muy a mi pesar, todavía se encuentra lejos de esa perfección que mi admirado Gregorio le atribuye.

   En contra de lo que parece, nunca me ha parecido mal que Marañón se fuese del país durante la guerra. No podemos perder un alma brillante en medio del ruido enceguecedor y del humo que nubla la razón. Todo lo contrario, en tiempos de desorden necesitamos como nunca de un faro en el horizonte que nos enseñe el camino y nos guíe. Desde París sus meditaciones me han servido de aliento y, ahora mismo, también de esperanzas.

   Siéntete libre de comentar lo que quieras en este intercambio epistolar. La persona que te trae ésta es de mi entera confianza. Es un estudiante de corazón apasionado, como era el tuyo, y de sueños igual de atolondrados. No ha conocido la guerra, al menos no como tú y yo; todavía es muy joven. Pero enfrentará otras dificultades que veo venir: la censura, la reeducación, las necesidades de sobrevivencia que a veces nos engañan y a veces queremos que lo hagan. No importa: admira mucho a Marañón, casi tanto como yo, y más modestamente, también a mí. Sigo sin acostumbrarme a que me llamen Maestro. Y sin embargo eso soy, desde que volví a Madrid a ocupar la cátedra que dejé vacante con la guerra. Cuento los días para que vuelva Gregorio y poder desarrollar los planes que, gracias a él, tenemos en común, y en los que quiero que participes, si te viene bien y deseas dejar la tranquilidad de Toledo por el desorden de Madrid.

   Has hecho bien en irte a la Provincia. Madrid ha sufrido mucho con la guerra. Todo está un poco deslavazado. La gente de campo, dentro de su miseria, tiene ciertas ventajas que los citadinos no poseen: la tierra, que tendemos a menospreciar, devuelve con frutos aún pírricos la dura labor de la labranza: en la ciudad sólo hay adoquines y árboles yermos. Madrid es un erial de palacios derrumbados y plazas destrozadas; ciertas calles, con el pavimento revuelto, enseñan las entrañas de una ciudad que fue hermosa y que espero pronto renazca de sus cenizas, no sin esfuerzos y sufrimiento ajeno, pero que se muere de hambre y se enferma de hacinamiento.

   Si no te parece mal, deseo que formes parte del renacer de la ciudad, de esta nueva luz que deseamos llevar a nuestra Facultad. Quisiera que volvieses a Madrid a terminar tu doctorado y a preparar las oposiciones para la Cátedra: necesitamos médicos de corazón puro y deseos de mejorar, que traigan la energía de la juventud y la sabiduría de la experiencia para llevar a cabo el cambio que tanto deseamos.

   Eres joven: tu idealismo te ha llevado a abrazar aquella causa que te parecía más justa. Sabes que no desprecio esa pasión, antes bien la admiro. Pero confío que la vida te haga ver que el Humanismo está por encima de ideologías creadas por el hombre, y por lo tanto falibles, y que nada es más importante que el respeto por la vida y la lucha por mejorarla.

   Como te cansaste de recordarme, entre mi querido Marañón y yo hay una gran diferencia: él se exilió más allá de los Pirineos mientras yo me quedé a servir, sin importarme el bando, a nuestro país. Restos del Romanticismo que habita en mí. Pero no te lleves a error: él tenía una familia que proteger, y su valentía está fuera de toda duda; no se cansa de arengar, con esa sapiencia tan admirable, los grandes errores que nos han llevado a vivir esta barbarie. Yo sólo me lancé a lo que me parecía más correcto: sin familia ya, todos muertos, nada tenía que perder, salvo mi propia vida, y nunca me ha parecido ésta más importante que la del más simple de mis pacientes. Ambos servimos a España sin traicionar nuestros ideales y los de nuestro propio país unido, como siempre ha debido de ser.

   Así llego al motivo de tu carta. Siendo difícil realizar diagnósticos desde la distancia, las afecciones de tus amigos parecen bien distintas. Confío en tu buen ojo y en la capacidad única que tienes de comprender la Enfermedad para que llegues a una conclusión certera.

   Opino lo mismo que tú sobre el joven Luis Miguel. Por lo que describes, es claro que padece esa enfermedad humoral que daña los tejidos laxos del cuerpo y que nos termina anquilosando como estatuas de yeso. Me temo que no tengo buenas noticias al respecto. Ese pobre chico tiene los días contados. Puede buscar climas más serenos, aquellos que le permitan a sus pulmones disfrutar de la suavidad del aire ligero, pero su corazón acabará cerrando las válvulas que lo hacen funcionar y morirá pronto ahogado en su propio aliento. La muerte siempre es una pena, pero lo es más cuando visita almas apasionadas cuyo único error ha sido vivir en plenitud. Me gustaría ser menos categórico, Emilio, con respecto a este caso que te es tan caro, pero sabes casi tan bien como yo que la Fiebre Reumática no abandona nunca y que se lleva consigo la energía, la fuerza y finalmente el aliento. A veces funcionan las sangrías, pero estoy en total desacuerdo con ellas. Nos sacan voluntad y nos absorben energía. Hay ciertas investigaciones que la relacionan con un proceso infeccioso… Pero todo está en veremos. Lo lamento profundamente pues le tienes afecto, pero como la primavera, este chico tiene sus días contados.

   Y en cuanto a Dalmacio, todo es aún más extraño. Me preocupan las alucinaciones y las angustias que relatas. Ha debido de sufrir mucho en el campo de batalla, dejándole el humor apagado; el hambre no parece que mejore su cuadro y el clima a veces tenebroso de Asturias, siéndome muy caro, no ayuda nada a recuperarse de las locuras vividas todos estos años. Yo le recomendaría que buscase tierras de sol y de viento despidiéndose de las sombras, y ocupar su tiempo en las labores del campo y en reintegrarse en la sociedad que le conoce. Y que se olvide de la política: sólo le traerá recuerdos dolorosos y situaciones inútiles; ha llegado el tiempo de sobrevivir a las ideologías. Y si no puede separar su corazón de su mente, quizá la emigración, a Méjico o a Argentina, países de libertad y de luz, podría serle de utilidad.

   Lamento ser de poca ayuda, querido Emilio, desde la distancia. Pero tu carta, antes bien, me ha servido para calmar mis pesares y para llenarme, además, de esperanzas. Espero tu respuesta con ansia. Y recuerda que aquí, cerca de nosotros, siempre tendrás una oportunidad para desarrollarte y prosperar. A pesar de los tiempos inciertos que vivimos y de las diferencias que hay en nuestros corazones, necesitamos de médicos como tú, de corazón valiente y de Ciencia entregada, y de esa esperanza única que nos hará salir, al ritmo que debamos, de esta destrucción y de esta barbarie en la que nos hemos visto inmersos.

   Deseando lo mejor con profundo afecto,

   Álvaro Cervello de Guillerna.

Tres Líneas: búsqueda de un tiempo ido/ Three Lines: a Quest for a Lost Time.

Arte/ Art, El día a día/ The days we're living, Libros que he leído/ Books I have read, Literatura/Literature

   860353_612420458774777_28528364_oLa red nos permite literalmente vivenciar el nacimiento y el desarrollo de intentos artísticos que quizá, sin esa inmediatez, no sería posible llevarlos a cabo.

   El escritor de novela histórica, Carlos Hugo Asperilla, muy dado a recobrar el tiempo perdido navegando en las raíces de la personalidad humana y de sus consecuencias, ha comenzado junto a sus compañeros Elena Montesinos y Óscar Moreno, la redacción a tres manos de un relato epistolar que desea retratar, más que la desgastada realidad española de la posguerra inmediata, el universo interior de tres hombres marcados por ella, sus miedos y sus deseos, frustrados o no, y cómo el miedo, el fracaso y las heridas abiertas afectan a su día a día y a su destino como seres perdidos en un universo desecho que intenta, mal que bien, volver a levantarse, volver a ser lo que era, o lo que debe ser a partir de ese momento.la foto

   De esta forma, en Tres Líneas las vidas de Dalmacio, Luis Miguel y Emilio desfilan ante nosotros haciéndonos partícipes de sus pensamientos más profundos, de sus miedos y de los errores y éxitos que los definen y los impulsan a seguir con vida. Más que un alegato político, como ha sido la gran mayoría de las manifestaciones artísticas ambientadas en esos tiempos convulsos, la tarea de estos tres escritores es más íntima, y por tanto más interesante: no es una defensa ideológica, más bien es un retrato de aquello que se ha perdido y de cómo las consecuencias de nuestros actos llegan a afectarnos hasta los cimientos.

   860612_616956108321212_1516865386_oA través de este viaje epistolar, muchas veces clandestino, vamos descubriendo, entrega a entrega, el universo profundo que afecta a estos tres hombres, y cómo cambian y se adaptan a la realidad que les rodea y que acaba afectándoles, de una manera u otra, como nos ocurre a todos, incluso en nuestros días, llenos de vacío cultural y de identificación con nuestra única humanidad.

   A través de Facebook podemos vivir, literalmente, el nacimiento y el desarrollo de este experimento, de esta historia a tres líneas, como una nueva forma de hacer Literatura (epístolas y fotos son todos procedentes de sus autores), y de disfrutar en el proceso y de interiorizarlo y compartirlo.