A P.S.
Después de mucho tiempo pensándolo, quisiera decirte algo.
No, no te preocupes. No tienes por qué; bueno, o eso creo.
Estoy bien, sí… Me late el corazón, y ni se me ocurre dejar de respirar (creo que no pudiera aunque quisiera) y sí, aún tengo dos brazos y dos piernas y un montón de dedos, y dos tetillas inútiles. Con mis ojos veo todavía la belleza de tus ojos y oigo el latir de tu risa de ala mientras te abates sobre mí besándome al amanecer. Puedo sentir tu presencia aún cuando estés a cien kilómetros de aquí; y mi soledad aún se mitiga con un solo pensamiento sobre ti, con un sueño despierto entre tus brazos.
He estado pensando mucho sobre esto, y eso que no, no es nada malo. O eso creo… ¿Quieres dejar que te explique? Bueno, no es que necesite una excusa, porque desde que te conozco todo ha quedado explicado, desnudo de ciencia y de razón. Nunca me había pasado antes, con sólo pasar a mi lado adherir el universo entero a través de tu aroma y del sonido de tu voz, tan suave y oscura al mismo tiempo. Cuando llegaste a mí el mundo se detuvo y cobraste toda la importancia que hasta es momento sólo gastaba conmigo mismo. Desde que nos encontramos me he vuelto generoso con la vida, porque quiero que la vida esté llena de belleza y de alegría, y quiero que todos compartan conmigo, por el módico precio de la felicidad simple, la felicidad que me has regalado, que me has descubierto y que me lleva a cavilar, ya ves, durante mucho tiempo, algo que me cuesta decirte, porque no me dejas.
¿Ahora qué ocurre? ¿Acaso no confías en mí? ¿Te acuerdas nuestro primer fin de semana juntos? ¡Qué miedo! Compartir la misma cama, el mismo baño (sí, te creo, creo que tener baños separados extiende la tranquilidad unos cuantos años más), el desayuno y las mañanas, y las comidas y las tardes y las noches guarecidas y encandiladas de estrellas… Angustia inútil, lo sé. Lo supe antes que tú, cuando tus ojos se despertaron en los míos, que ya estaban somnolientos de tanto que te soñaron; lo supe al acariciarme en el umbral del hotel, cuando no encontraba las llaves del coche porque las habías escondido en tu pantalón; lo supe porque me reí al enterarme en vez de decirte de todo por la travesura, que es lo que merecías… Y es que tú me dabas más de lo que yo merecía, y por eso supe que valías el universo que se extendía en ese fin de semana, y que ya nada sería igual en mi vida, porque habías aniquilado cualquier deseo de que eso fuese posible.
Pues yo sí me acuerdo de los detalles, mira por dónde; recuerdo el calor de tu piel pegada a la mía, y de la sonrisa entretelada a mediodía, y me acuerdo que apenas vimos el puerto abierto al mar… Y cómo buscabas alargar el tiempo en la ducha, con el agua tibia rebotando en nuestras espaldas, entremetidas en los rincones desahogados de nuestros abrazos; y las lentas sobremesas, mientras callados nos acariciábamos las manos suaves y aún tersas de conocimiento…
Sí, quiero decirte algo. Más bien proponerte algo… Que no, no empieces otra vez, con lo bien que estabas en silencio… Lo sé: me gusta tanto tu voz que hasta tus silencios me parecen llenos de maravillas. Por eso, me gustaría que me dejases decirte… Sí, yo también te quiero… Vale ya, ¿no?
Si es muy simple lo que quiero decirte… ¿Quieres un poco de té? Sí, conmigo. Té para dos… ¿Te he dicho alguna vez la tortura que siento cuando te alejas de mí? ¿Te he mencionado si quiera de pasada, lo mal que duermo cuando te vas a tu casa, y lo lenta que es la noche, lo oscura, lo incierta, cuando tu cuerpo no se apoya en el mío? ¿No te has dado cuenta lo bella que es mi vida cuando estamos juntos, cómo me sonríe la mirada y la boca abierta de gozo que se me queda en la cara? Estemos donde estemos, todo vale la pena porque tú estás en mi vida; de la mañana a la noche, la madrugada fría, el ocaso febril teñido de naranja y azul, la sábanas mojadas y el desayuno con zumo vencido y leche cortada como yogurt… Todo vale la pena cuando estamos juntos, porque somos felices juntos, somos uno solo siendo dos, y aunque me caiga y me levante, tu sonrisa me atrapa y aunque tú te vayas de viaje una y otra vez, lejos de mí, saberte en mi pensamiento, en mi corazón, lo hace apetecible, llevadero, tierno y único, único porque lo compartimos, porque es de los dos.
Quisiera fundar un hogar contigo, crear una intimidad eterna. Quisiera ver la evolución del mundo, sentir la rotación terrestre, y pintar los húmedos otoños y las tormentosas primaveras con el color de tus ojos; quisiera conquistar los mares de los años que corren, y en la singladura extender como un hechizo una vida en común como un tapiz impermeable y único, tejido con tu piel y la mía, embebido por el sudor de nuestras pieles y por el sueño de nuestras mentes; desearía andar los caminos trillados del día a día, descubriendo a tu lado la maravilla de lo simple, la sutileza de lo que siempre está ahí, y sentirte aquí, junto a mí, bailando la sinfonía de los años que pasan y de las flores que se abren y se cierran entre el orto y el ocaso. Quisiera quedarme en tu regazo hasta que se vuelva mullido como una almohada cómoda; y sentir las arrugas de la piel y la sedosa plata de tu cabello enredado con el mío, y saber que seguirá atrayéndome como el primer día, porque la felicidad hará que sea siempre ese primer día, cuando nos sonreímos sin saber de qué iba la cosa y sin esperar nada de lo que hemos llegado a conseguir.
Quisiera tenerte a mi lado y compartir sueños, temores y alegrías; tener un hijo, quizá, o quizá tres perros, y una playa secreta, y sí, un cielo en común…
¿Y qué me dices? ¿Te apetece? ¿Te apetece tomar té conmigo, dos personas para un té, de cualquier sabor, de cualquier color? ¿Te apetece ser feliz, feliz de verdad, junto a mí?