Los hilos ocultos de la moda: André Leon Talley & D.V.

Arte/ Art, El día a día/ The days we're living, Libros que he leído/ Books I have read, Lo que he visto/ What I've seen, Los días idos/ The days gone

Hay algo oculto en toda narración. La estructura con la que el relato se va formando sigue un camino sinuoso y difícil que debe pasar desapercibido para el ojo lector. En Moda, ese esqueleto se admira de dentro afuera pues el resultado depende de su arquitectura interior, y el genio modista se halla escondido, precisamente, en esa maraña de hilos que construyen una obra de arte

Lejos de discutir aquí si la Moda es una expresión artística, la labor artesana que lleva de una idea a un traje sí lo es. Cada etapa de la creación es un peldaño de arte, y como toda obra de conjunto, el creador admirado es servido por los verdaderos artistas, que son las manos que dan forma a la idea. Salvo poquísimas excepciones (Balenciaga fue el más excelso y quizá el último, y no en vano español), en nuestros días admiramos más aquellos que son capaces de consumar el conjunto de lo bello y llevable y que nos permite ser especiales (y clones, pero ésa es otra historia) que a los que verdaderos constructores de un traje o de un vestido (quién patrona, corta, hilvana, cose, borda, teje…) Les hemos puesto el nombre de Diseñadores y, gracias a ellos, taumaturgos de la diosa Moda, reverenciamos talentos que ahora quizá escondan más un declive que una chispa enérgica de novedad.

Que el mundo de la Moda está quedándose paulatinamente huérfano de esas grandes firmas que nos han hecho soñar es un hecho. La vida misma: cumplen años, y desde Balenciaga, todo parece repetirse. Pero de una manera maravillosa: Valentino, Yves Saint Laurent, Paco Rabanne, Oscar de la Renta, Carolina Herrera y Halston sobre todo; Ralph Lauren, Calvin Klein, Marc Jacobs, Alexander McQueen o el incorformismo vibrante de Azzedine Alaïa y Vivienne Westwood; sin olvidar la (excelsa) brillantez de Christian Lacorix y de John Galliano y la sensualidad sin fin (llevando la idea de Halston siempre más allá) de Tom Ford, y el eterno reciclaje (chic) de Karl Lagarfeld. Todos se han ido o se están yendo. La imaginación se agota, los frutos de la cultura pesan en exceso, y el deseo de más y más hace que lo superfluo comience a ganar terreno a lo único. Ocaso de una civilización que en vano comenzamos a sentir.

André Leon Talley fue uno de los afortunados jugadores y observadores de ese tablero de azares que es la industria de la moda (no de la Moda como arte). Imposible pasar desapercibido siendo altísimo, delgadísimo, atractivísimo y dueño de una hermosa piel de ébano y de un desenfado en el vestir que denotaba más valentía y menos timidez de la que él mismo cuenta. En las trincheras de la moda son sus memorias, y más que memorias sobre Moda, narra sus juegos con los hilos de chifón que enmarañan las vidas de esos jugadores extremos y apasionados; su respuesta a tales mundos, su inmersión en esa mundanía tan cerrada y sus experiencias de supervivencia. De una forma muy Leon Talley, más grande que la vida, pero a la vez cándida e íntima, testigo indiscutible de muchas vicisitudes a cual más estridente y excesiva.

No es un libro de historias de gente de la moda. Es sobre su experiencia por y para la Moda y su viaje personal como hombre negro en un mundo de blancos, admirado por su piel y por su inteligencia y buen ojo (y quizá por otros atributos que, modestamente, calla). La primera en arroparlo y en enseñarle todo: Diane Vreeland (D.V.), cosmopolita y ya para nosotros anticuada (somos incapaces, la mayoría, de reconocer una sola referencia de una mujer cultísima y que se avergonzaría de nuestra absoluta carencia de conocimientos generales y maneras sociales), le sirve de guía y siempre la tendrá como faro, sobre todo en su última etapa de vida, cuando se reconoce como alma gemela. Y después, toda la comparsa que constituyó su vida hasta que la industria de la Moda cambió y la Muerte se fue llevando uno a uno a muchos de sus componentes.

Leon Talley, como D.V. en sus memorias, se sirve de referencias-río, y en lo aparente superfluo de un comentario, esconde reflexiones más profundas. Más comprometido con el tiempo que le tocó vivir que D.V. (la sociedad del tiempo de D.V. , en todo caso, sólo se sorprendía de que trabajase), su lucha de raza lo llevó a comprometerse posteriormente con movimientos sociales y culturales que evidenciaban la disparidad de la sociedad norteamericana en su intento inútil de vivir rodeada de categorías (Europa, tristemente, está sucumbiendo ahora mismo a ese desastre puritano). Su esfuerzo para reconocer la labor de diseñadores y modelos negros, la inclusión de la diversidad en un mundo que ya por concepto es múltiple y culturalmente mestizo, lo llevó en su última etapa a reflexiones más profundas y siempre educadísimas, dichas con liviandad (muy D.V.) pero llenas de una carga de melancolía y de frustración poco escondidas, y a la vez, esperanzadas.

Ambos libros de memorias: En las trincheras de la moda y D.V. tienen en común que la ligereza de un comentario esconde una reflexión mucho más profunda que la mera metáfora empleada para su uso; consiguen retratar un mundo ya extinguido y sin embargo, en D.V. había un positivismo que Leon Talley termina desarrollando y que En las trincheras de la moda llega a su fin , en un ocaso muy suave pero definitivo, como la misma muerte que se lo ha llevado hace un par de días.

Quizá haga falta un libro sobre la gente de la Moda y su idiosincrasia y sus taras y virtudes, que se adivinan demasiadas. Pero mientras tanto, tangenciales y discretas, tanto D. V. como En las trincheras de la moda, nos enseñan entre espejos los reflejos de un arte que es industria y una industria que defenestra a sus creadores, de la misma forma que lo hace la vida, de la que es mera imitadora.

Valentino: el único/ Valentino: the One and Only.

Arte/ Art

Valentino, el último emperador, es un documental filmado para elcine que intenta enseñarnos, aunque sea en sus etapas finales, la historia y el carácter de uno de los más grande s creadores que nos ha dado el siglo XX: Valentino Garavani.

Creador de la marca que lleva su nombre, de la casa de costura que lleva su nombre, de una tonalidad de rojo que lleva su nombre, este italiano mundial, que vive por y para la Belleza, de carácter arisco y romántico, puntilloso y voluble, pero emprendedor, sincero, y, sobre todo o por encima de todo, enamorado, ha sabido arrancar aplausos, cultivar asombros, y transformarse, por puro tesón, en un icono de estilo y de belleza eterna.

El documental, diametralmente opuesto a El Número de Septiembre, nos descubre al creador, al artesano, al mago de la aguja y el diseño. A través de su metraje, en diferentes idiomas, con cambiantes tonos de humor y confidencia, de excentricidades de divo y cariñosos guiños al amor de su vida, Valentino desfila sabedor de vivir sus últimos días como emperador de la moda. Nadie ha vestido jamás a una mujer como Valentino; nadie ha sabido entender mejor que la belleza se exporta desde el ser humano a las costuras, y la delicadeza de las telas, los volantes, los brocados y los encajes, sólo existen para realzar lo que Dios ha regalado a la humanidad como único e intransferible: su alma. ¿Todo lo que le rodea, el fasto, la pompa, la riqueza, las excentricidades, esos perrillos preciosos, las luchas intestinas por arrebatarle lo que sus manos ya han dejado parcialmente? No es nada. Valentino y su talento lo son todo, o casi todo, y lo que los hombres tienen de bajo, de ruin, de negociadores y destructores, queda relegado a un segundo plano ante su talento desbordante.

En Valentino, el último emperador hay hueco para todo: la intriga, las horas muertas, la labor de creación, la dicha de ser deseado y de saberse querido, y el orgullo de ser amado y comprendido, arropado y aupado por un amor madurado, evolucionado y sostenido por el tiempo: si en El Número de Septiembre, descubrimos que el pilar de la moda reside en dos mujeres, una de las cuales aúna talento y sensibilidad (la maravillosa Grace Coddington), en Valentino, el último emperador, descubrimos que Valentino la marca no sería lo que fue un día sin la sombra alargada de Giancarlo Giammetti, amante, compañero, amigo y socio de Valentino Garavani en ese sueño único de hacer del mundo algo bello. Giancarlo Giammetti se descubre apasionado, frío, certero, enamorado y resignado a un mismo tiempo, y llegamos a darnos cuenta que Valentino no sería nada sin su apoyo, su servidumbre y su entrega. Es lo que tiene el amor que madura en conjunto, que se mantiene a flote y que supera el paso del tiempo.

¿Lo demás? Es sólo Belleza, Amor, Dedicación y fruslería. Nada más icónico que ser el único de los diseñadores que no le baila el agua a la todopoderosa Mrs. Wintour, antes bien, apenas la toma en cuenta; y nada más enternecedor que ver cómo entre los diseñadores, aparte las lógicas disputas artísticas, se reconocen artistas y talento y se admiran y se quieren entre ellos: la nota que Valentino espera de Armani y que llega puntual con un ramo de peonías; el gesto cariñoso a Karl Lagerfeld, cuando lo lleva apasionado por los salones de su exposición; el reconocimiento mundial de un talento que escapa lo natural y llega a ser divino.

Valentino Garavani, a través del amor por la Belleza, por la costura, por lo delicado y único, supo transformarse, trascenderse y olvidarse en aras de la creación más pura y única: él mismo.

Los vídeos de Vodpod ya no están disponibles.

El Número de Septiembre/ The September Issue.

Arte/ Art, El día a día/ The days we're living

Anna WintourDe la moda me gusta su lado artístico, de locura creadora, y lo efímero de sus propuestas, y de la época que marca con el paso del tiempo, en una eterna lucha más parecida a la entablada por los Olímpicos y los Titanes que a la etérea duración de una estación del año. Y hay muchos aspectos que no me emocionan, y otros que no me gustan. Todo esto dicho desde el punto de vista de un observador, y muy lejano; que emplea más un telescopio que una lupa.

El mundo cambia conforme nos acercamos a él. No podemos juzgar lo que no conocemos de cerca; y una vez conocido, no podemos juzgar el mundo en el que nos movemos sin hacerlo a nosotros mismos. «El Número de Septiembre» hace alusión a la publicación de septiembre de la revista Vogue americana, al parecer el número más importante del año y con el que se da comienzo a la verdadera temporada (¿pero esto tiene acaso un principio y un final?) Y nos acerca a ese mundo paralelo, moda, editorial, diseño, expresión artística, negocio y poder. La vida humana, entendida como la vivimos nosotros y vista desde muy afuera, es una lucha continua por el poder, el éxito y la inestable permanencia. En este documental-película hay mucho de todo esto y nos vende el proceso creativo del número más importante de una revista de moda como si fuese lo único, lo último, lo de mayor importancia a pesar de su efímera vida. Y de hecho, en el microcosmos de la moda, lo es. O debe serlo, a juzgar por el estrés, las desavenencias, la ira reprimida, el deseo de agradar y de ser aceptados y el miedo a ser juzgados erróneamente: lo dicho, una representación de todo lo que ocurre a escala mucho más humana, menos efímera pero de igual importancia, en cualquier tipo de vida laboral, o de vida vivida, que viene a ser lo mismo.Grace Coddington

Lo curioso es que la cabeza de Medusa, el ser pensante, el poder tangible (y mucho que se le ve durante el metraje del documental) y totémico casi es Anna Wintour. Fría, discreta, ácida, serena hasta el punto de la ebullición, segura hasta la náusea y callada como una Esfinge. Todo el mundo busca su opinión, todo el mundo se gira a su paso. Y no hay diseñador que no quiera complacerla a Ella: representante, madonna de todos los gustos, de todas las tendencias. Lo que ella aprueba es lo que es y lo que aprobarán todos los juzgadores de moda, los seguidores de moda y, finalmente, la industria, los constructores de vestidos y accesorios, y los consumidores voraces, con poder adquisitivo o sin él.

1517728Pero la sorpresa de este documental, y su fuerza, es que nos muestra exactamente cómo es el nacimiento de Vogue América; sus raíces, su base: y no es Anna Wintour. O no solamente ella. El éxito de Vogue tiene dos cabezas, dos responsables: el ojo capaz, certero y críptico de Wintour y la capacidad artística, el ojo sensible, el don puro, original y libre (y que proviene, y mucho, del dolor) de Grace Coddington. Y es aquí donde «El Número de Septiembre» brilla. En las esquivas miradas que ambas mujeres se lanzan; en los notables comentarios, no exentos de ironía, que ambas se dirigen, y, finalmente, la condescendencia, o el reconocimiento más bien, de la propia Wintour ante el talento de Coddington. Porque Vogue no sería arte sin una ni un éxito sin la otra. Porque todos conocíamos a Anna Wintour, pero el verdadero alma de Vogue es Grace Coddington, y gracias a este documental, parte del reconocimiento que la moda como arte  le debe a esta mujer, queda patente. Y no es un hombre, no. Es una mujer con una sensibilidad, un estilo y un ojo artístico único. Y es necesario reconocerlo y disfrutarlo y alabarlo. Porque lo merece.

Es ése el secreto de «El Número de Septiembre». Y aunque es fascinante la guerra de poderes, el trasiego de personal, la lucha titánica de todos los egos; el fotógrafo estrella, los nuevos editores, el fariseo que intenta estar bien con todos con tal de salvar su propia parcela de poder; el miedo; la ansiedad de los diseñadores por ser queridos y admirados…, nada de eso difiere de nuestro propio día a día excepto el talento desbordante de sus dos protagonistas, y en especial de Grace Coddington, con su elegante don para la belleza, para apreciar lo que hay de Arte en la moda, para hacer de lo efímero algo connatural con los tiempos, y eterno.