Valentino, el último emperador, es un documental filmado para elcine que intenta enseñarnos, aunque sea en sus etapas finales, la historia y el carácter de uno de los más grande s creadores que nos ha dado el siglo XX: Valentino Garavani.
Creador de la marca que lleva su nombre, de la casa de costura que lleva su nombre, de una tonalidad de rojo que lleva su nombre, este italiano mundial, que vive por y para la Belleza, de carácter arisco y romántico, puntilloso y voluble, pero emprendedor, sincero, y, sobre todo o por encima de todo, enamorado, ha sabido arrancar aplausos, cultivar asombros, y transformarse, por puro tesón, en un icono de estilo y de belleza eterna.
El documental, diametralmente opuesto a El Número de Septiembre, nos descubre al creador, al artesano, al mago de la aguja y el diseño. A través de su metraje, en diferentes idiomas, con cambiantes tonos de humor y confidencia, de excentricidades de divo y cariñosos guiños al amor de su vida, Valentino desfila sabedor de vivir sus últimos días como emperador de la moda. Nadie ha vestido jamás a una mujer como Valentino; nadie ha sabido entender mejor que la belleza se exporta desde el ser humano a las costuras, y la delicadeza de las telas, los volantes, los brocados y los encajes, sólo existen para realzar lo que Dios ha regalado a la humanidad como único e intransferible: su alma. ¿Todo lo que le rodea, el fasto, la pompa, la riqueza, las excentricidades, esos perrillos preciosos, las luchas intestinas por arrebatarle lo que sus manos ya han dejado parcialmente? No es nada. Valentino y su talento lo son todo, o casi todo, y lo que los hombres tienen de bajo, de ruin, de negociadores y destructores, queda relegado a un segundo plano ante su talento desbordante.
En Valentino, el último emperador hay hueco para todo: la intriga, las horas muertas, la labor de creación, la dicha de ser deseado y de saberse querido, y el orgullo de ser amado y comprendido, arropado y aupado por un amor madurado, evolucionado y sostenido por el tiempo: si en El Número de Septiembre, descubrimos que el pilar de la moda reside en dos mujeres, una de las cuales aúna talento y sensibilidad (la maravillosa Grace Coddington), en Valentino, el último emperador, descubrimos que Valentino la marca no sería lo que fue un día sin la sombra alargada de Giancarlo Giammetti, amante, compañero, amigo y socio de Valentino Garavani en ese sueño único de hacer del mundo algo bello. Giancarlo Giammetti se descubre apasionado, frío, certero, enamorado y resignado a un mismo tiempo, y llegamos a darnos cuenta que Valentino no sería nada sin su apoyo, su servidumbre y su entrega. Es lo que tiene el amor que madura en conjunto, que se mantiene a flote y que supera el paso del tiempo.
¿Lo demás? Es sólo Belleza, Amor, Dedicación y fruslería. Nada más icónico que ser el único de los diseñadores que no le baila el agua a la todopoderosa Mrs. Wintour, antes bien, apenas la toma en cuenta; y nada más enternecedor que ver cómo entre los diseñadores, aparte las lógicas disputas artísticas, se reconocen artistas y talento y se admiran y se quieren entre ellos: la nota que Valentino espera de Armani y que llega puntual con un ramo de peonías; el gesto cariñoso a Karl Lagerfeld, cuando lo lleva apasionado por los salones de su exposición; el reconocimiento mundial de un talento que escapa lo natural y llega a ser divino.
Valentino Garavani, a través del amor por la Belleza, por la costura, por lo delicado y único, supo transformarse, trascenderse y olvidarse en aras de la creación más pura y única: él mismo.
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