Cuando asedien tu faz cuarenta inviernos o la maravillosa vulnerabilidad.

Arte/ Art, Libros que he leído/ Books I have read, Literatura/Literature, Los días idos/ The days gone

70050020150626103529CUANDO-ASEDIEN   Cuando asedien tu faz cuarenta inviernos es el libro recopilatorio de los relatos hasta ahora publicados de Mary Ann Clark Bremer. Una mujer que se ha descubierto fascinante y que vivió intensamente los avatares de un convulso siglo XX desde la Segunda Guerra Mundial hasta la caída del muro de Berlín y el fin de la ridícula Guerra Fría.

Esta recopilación muestra en un solo volumen las novelas que de forma errática se habían publicado hasta el momento de su autora, toda suerte que escribió en diversos idiomas y siempre bajo seudónimos, y consiguen descubrirnos la pluma incandescente de una mujer teñida de Literatura, pero jamás abrumada por ella, y llena de vida, pero jamás sobrepasada por ella.

Mary Ann Clark Bremer escribe sobre su mundo interior con gran suspicacia y con inmensa delicadeza. Su exquisita educación, sus ganas de ser siempre mejor de lo que pudiera ser; el maravilloso jardín secreto de un alma cultivada y pura y que llega a una edad en la que no le da vergüenza perder todas las máscaras, mostrarse desnuda, sin adornos, completamente vulnerable.

El volumen está compuesto por los cuatro relatos ya publicados separadamente más uno (el que le da título a la antología) inédito hasta ahora. Una biblioteca de verano, Cuando acabe el invierno, El librero de París y la princesa rusa y Una pasión parecida al miedo se nos muestran uniformes, hilvanados por el hilo invisible del tiempo, cuyo colofón, que no final, resuena en Cuando asedien tu faz cuarenta inviernos, dejándonos la imagen de la flor Edelweiss como símbolo femenino de resistencia y eterno retorno.

El lenguaje es directo, rico en referencias literarias, casi anticuado en las formas, pero tan delicado, tan simple, tan desprovisto de metáforas inútiles (o tan lleno de metáforas incandescentes) que lo sentimos cercano; que la distancia física de más medio siglo que nos separa de su redacción y su edición no tiene peso en la cuenta final. Es la vida de una mujer con la capacidad de desnudar su vulnerabilidad sin perder la compostura; con el coraje de enfrentar sus miedos, sus deseos, sus necesidades y sus pérdidas con una determinación asombrosa y con una serena fidelidad a sí misma y a cuantos formaron parte de su vida. Su lectura  nos evoca en ciertos pasajes a otra mujer singular: Isak Dinesen, y en mucho, más que eco casi una bisectriz invisible, a Sei Shonagon y a Murasaki Shikibu, por esa capacidad de evocar el mundo femenino desde un estado de ligera crítica, de defensa acérrima y con una clarividencia que sigue asombrando a los lectores del siglo XXI a los que va dedicado su descubrimiento y publicación.

Su estilo es único, es suyo. Pese a los ecos antes mencionados, nadie escribe como Mary Ann Clark Bremen, ni siquiera mujeres contemporáneas con las que su trayectoria vital podría, si no parecerse, al menos correr paralela: Marguerite Duras, o Marguerite Yourcenar, por poner dos ejemplos franceses para una mujer que, si bien era un cuarto francesa y vivió en el París posocupación nazi, era norteamericana de nacimiento y mente y acabó prefiriendo ser suiza de hogar, mas no de alma.

Los dos primeros relatos son, para mí, obras maestras. Delicados, comprimidos, cargados de una melancólica tristeza, de una aguda clarividencia; lleno de ecos y de referencias, repletos de amor, de sentimientos, de afrentas y de victorias reales sobre las circunstancias y sobre si misma. Nadie ha escrito sobre la vulnerabilidad de la vida; nadie ha escrito con la firme delicadeza de un alma grande sobre la necesidad de reafirmarse como mujer, ese caleidoscopio frondoso que todo hombre cortó de raíz, o que no ha dejado desarrollarse, como lo ha hecho ella. Equidistante de las dos Marguerites (la franco-belga, con su bello lenguaje lleno de clasicismo y de clarividencia de rayo láser; la francesa, con esa desnuda entrega, con ese aguerrido frenesí, ambas muy hombre-mujer más que mujer-hombre, como la autora que nos ocupa) e Isak Dinesen (que pasó por todas las fases en un desarrollo imparable que la llevó de Escandinavia a África y de vuelta al hogar siendo más mujer y más hombre, es decir, más individuo que ninguno de sus contemporáneos), se separa diametralmente de las obras de las mencionadas por su tema, por su despliegue y desarrollo, y por ende, por su originalidad.

Mary Ann Clark Bermer nos deja claro que escribe sobre sí misma, sus miedos, sus sentimientos, sus secretos anhelos, sus equivocaciones, con la intimidad de un diario de recuerdos, con la certeza que nada es más sólido que la vulnerabilidad, nada más vistoso que la desnudez de un alma que se entrega consciente al relato, pero jamás sin adornos. Con un lenguaje conciso y precioso, cargado de chispas de humor y también de reinvindicaciones, que nos retrotraen a esos ejemplos del medioevo japonés (tan evolucionado entonces) con Sei Shonagon por un lado (a a que me evocó en la primera parte de Una biblioteca de verano) y Murasaki Shikibu por otro, (más en Cuando acabe el invierno y posteriormente en los otros tres relatos de la antología), en la que narra usando personajes (evocados en sí misma) de peripecias singulares y de una evolución interior más profundos que los que el príncipe Genji llega a alcanzar jamás, quizá porque es hombre o porque nunca se para a pensar en ello.

Qué gusto reencontrar de nuevo Literatura sabrosa, que se desliza llena de poesía, que se deleita en las buenas maneras sin ser gazmoña, que es intensa sin ser llamativa, profunda sin pedantería y valiente, llena de esa libertad de la que el siglo XX fue el último trozo de tiempo capaz de producirla.

Hay algo en Mary Ann Clark Bremer que nos recuerda, como Marguerite Yourcenar evoca en los cuadernos de notas a Memorias de Adriano, la suprema libertad del pie desnudo. La escritora franco-belga la tenía, y muchas otras escritoras (desde Virginia Wolf hasta Alfonsina Storni) la alcanzaron, pagando su propia muerte a veces, y a veces escandalizando con verdades como puños a una sociedad mojigata que se negaba a ver a las mujeres como simplemente son: mujeres. Mary Ann Clark Bremer lo fue a su manera y esa manera está dibujada, con un trazo más delicado pero firme, en cada uno de los relatos de Cuando asedien tu faz cuarenta inviernos: directos al corazón, como una flecha de oro (Teresa de Ávila, Safo, Gertrude Stein), en los relatos Una biblioteca de verano y Cuando acabe el invierno (los que más me gustan y me han enamorado) y camuflados en personajes que son, en muchos aspectos, ella misma (como Murasaki Shikibu, Marguerite Duras o Isak Dinesen) en El librero francés y la princesa rusa y Una pasión parecida al miedo.

Y encontramos lo que más nos ha gustado de Mary Ann Clark Bremer autora, lo que nos  atrae, lo que nos hechiza: su capacidad de retratar la vulnerabilidad de la manera más maravillosa posible y demostrar que puede ser el motor de una larga vida, de una vida llena, de una vida singular. Como su literatura.

Lejos de África/ Out of Africa.

Libros que he leído/ Books I have read, Música/ Music

Memorias de África es uno de esos libros atraídos hacia mí por el cine. Out of Africa (que en el país donde Los Andes terminan la llamaron África Mía), la película de Sidney Pollack protagonizada por Robert Redford y Meryl Streep, con sus andares lentos, sus paisajes de postal, esa belleza natural a la que arrastramos nuestras costumbres (británicas, en este caso) y que nos hacen soñar con noches de estrellas pendulantes, con hogueras que abrazan con su calor, y con la larga duración de un beso robado, y esa música acariciante, llena de cuerdas que fluyen por el cielo y hacen revolotear a los flamencos, de John Barry, la vi con apenas quince años en un cine ya desaparecido, el del Hotel Macuto Sheraton, que no estaba en Macuto sino en El Caribe, pero que era el mejor hotel de aquella zona de playa a pesar de los años que ya iba cumpliendo.

Una película así para un adolescente demasiado teñido de literatura, demasiado soñador, competitivo, sin duda un pelín tonto, y que pensaba comerse el mundo, fue una revolución. Aquellos paisajes, aquellas mansiones, aquella extensión de pura libertad, aquel vuelo en aeroplano, aquella sabana sin fin y las criaturas que la poblaban; los nativos con su piel de ébano; aquellos modales ya muertos y aquel mundo tan exclusivo que apenas permitía ser visto en la lejanía, me atrajeron enormemente.

Memorias de África, de Isak Dinesen (Karen Blixen), es un libro hecho a retazos, compuesto por tres relatos largos, pero que leídos en conjunto, guardan una cohesión heredada de las tierras en las que se inspiraron. Es un cuento de nostalgia, de recuerdo, por lo tanto cargado con una emoción tan intensa que no le impide a la autora vencerla con su quehacer escrupuloso y detallista; y sin embargo, el amor por las tierras de África, por sus paisajes y su belleza, lo impregna todo y lo transmite todo, de suerte que vivimos con ella sus recuerdos y nos mecemos en su melancólica melodía con energía alegre y mucha nostalgia.

Es un relato de amor. Pero no se narra una historia de amor al uso: Isak Dinesen retrata la dureza, la inhospitalidad, la crueldad de la Naturaleza (en modo comparable con la de los seres humanos) sin achacar responsabilidades, sin buscar culpables; sabedora, con los años que pasan, que esa labor es ajena a los hombres, que deben aprender a vivir en un presente en perpetua fuga que siempre les dará lo mejor que posee. Memorias de África tiene el don de hacer de lo excéntrico algo normal; transforma la aventura, una supuesta locura, en algo tangible  y real, sin esconder nada, sin transformar nada, pero cuyo profundo sentimiento, pura nostalgia, llega hasta el fondo del corazón.

La vida que se pierde y que se añora, cuando se ha sido feliz, o cuando nos damos cuenta que hemos sido felices, es así. Memorias de África es un símbolo de esta simple verdad humana. Sólo cuando estamos lejos de aquello que nos hacía felices es cuando nos damos cuenta que lo éramos y que, en mayor  o menor medida, nunca más lo volveremos a ser.

Lejos de África, lejos de un tiempo dorado ya perdido pero nunca olvidado…