Raúl Nuevo es un espíritu de acero. Sin aristas, brillante, duradero, confiable. Es muchas cosas, que él resumiría rápidamente en cinco minutos: esa voz profunda, esa capacidad de comunicación única, ese intento constante de ser feliz. Tanto, que a veces olvida en su intensidad que realmente, y pese a todo, ya es feliz.
Su vida es puro corazón. Lo lleva en los ojos y en la voz. Dueño de una generosidad de mundo entero, cuando abraza parece un bosque profundo, y a la vez, las alas de un ángel. Quiere tanto que su corazón pesa como el oro; es tan desbordante, que la selva de palabras, de expresiones, de gestos y de sonrisas nos llena de ternura y de comodidad. A su lado nadie es un extraño, nadie pasa desapercibido, nadie tiene nada que contar.
Es el perfecto anfitrión. Histriónico, divino, carente de cinismo (salvo, quizá a veces, consigo mismo) y lleno de positivismo. Nada ha hecho naufragar la nave de ese corazón de aire que posee, oxígeno que nos regala así, a manos llenas. Exigente, más consigo mismo que con nadie, desbordante, único, siempre es nuevo, siempre es él mismo, siempre es único y siempre sobrevive, a punta de esfuerzo y de cabezonería, de querer estar y de amar. Pocos hombres hay más constantes que Raúl Nuevo en sus virtudes y en sus carencias, y nadie tan apasionado ni tan dulce.
Hoy es su cumpleaños. Y quiero que lo celebre con la tranquilidad de una vida vivida, con la seguridad que, una vida nueva, en Raúl Nuevo, es sinónimo y destino. A veces las cosas que nos pasan nos nublan el horizonte; a veces, las vueltas del destino nos entorpecen la marcha. Para Raúl Nuevo sólo deseo que esa travesía tan suya, tan él mismo, consiga darle la paz que tanto anhela (y que lleva dentro), y ese amor, amor, que tanto sueña (y que lleva dentro).
Para Raúl Nuevo, en su cumpleaños y todos los días, en cada amanecer y en cada puesta de sol, una vida nueva, una nueva vida.
Con cariño.