En silencio pienso en una vida nueva.
A Piernas de Alambre no le gustaban mis silencios. Decía que la voz del mundo parecía acabarse, tan lleno de excesos como soy. Y la mirada se me perdía en la melancolía y él no sabía qué hacer para arrancarme una sonrisa o para que volviese la luz a mis pupilas.
Yo me reía entonces con sonido de circunstancias, entornaba los ojos y le daba un manotazo a mi estado de ánimo para volver a empezar. Y me centraba en su vida, en su compañía, en el calor de su cuerpo, y en los sueños que parecían cobrar carne en la suavidad de su cercanía y en el calor de su voz grave.
Una vida nueva. Un amanecer diferente, limpio y sereno. Una nueva vida llena de proyectos, chispeante de objetivos, repleta de sueños maravillosos a los que perseguir y dar caza.
En silencio sueño con la lucha, con el sabor del sudor, con el regocijo del trabajo bien hecho. Y me asomo a la ventana y creo ver una sonrisa abierta y el brillo de unos ojos que bien pudieran quererme.
Un amor nuevo, un trabajo nuevo, una esperanza para seguir adelante. Porque la vida se congela y no es por el invierno que toca a la puerta. El miedo paraliza, pero la abulia mimetiza la inmovilidad y la transforma en el único presente de la vida.
De mi vida.
Una vida nueva. Eso es lo que necesito. Una piel sobre la que descansar, unos labios a los que besar, un plan que por fin salga bien. El gozo de la despreocupación, el brillo de la esperanza y la claridad de un día sin sombras.
Un amor quizá, el solaz de una compañía llena de las estridencias de lo novedoso. Y un sueño más pequeño cerca del corazón, que late lento por falta de ilusión.
Sé que ahí fuera hay algo para mí. O quizá dentro de mí esté la llave que abra la puerta de mi esclavitud. No lo sé. Sólo sé que deseo una vida nueva, llena de las cicatrices de la antigua, como señales de neón para no perderme otra vez. Necesito algo que logre convencerme que existe ese impulso único, ese sueño encarnado, el calor de un tacto que no juzga y el eterno abandono de la felicidad.
Porque no soy feliz. Ni guardo ya sueños en mis bolsillos enormes. Y los mitones que llevo dejan expuestos mis dedos, que con el frío del alma se me cuartean y duelen, recordándome el inmenso dolor que el fracaso deja en los labios, y la amarga melodía de un fin.
Amo sin ser correspondido; navego en un amor que ya no es el mío; y nada parece encender la chispa de una ilusión.
Por eso callo. Porque sé que necesito una vida nueva, y puede que no la halle en el silencio, pero al menos éste pueda curar mi corazón.
Piernas de Alambre, eras mi vida, mi única ilusión. Tenerte cerca me mantenía con energía; saberte cerca me llenaba de excitación y de una cierta calma. Tus ojos de arena, tu voz oscura y suave; el lento planeo de tu espalda sin fin.
Pero hasta el regalo de tenerte a mi lado ya no existe. Se malgastó, supongo, por mi mala cabeza, por mi ceguera; porque olvidé que tú, siendo como eres, perseguías tus propios sueños, construías tu vida nueva.
Y yo me he quedado atrás. Esperando, tal vez. Deseando, quizá. Y perdiendo, una y otra vez. Sin fin.
Puede que no haya un amor verdadero; puede que la vida sea una ilusión absurda cuyo peso nos hace envejecer. No lo sé. Lo que sí sé es que necesito saberme útil, buscar la llave que abra la puerta de mi cárcel y engrasar mis alas, que de tan oxidadas sólo emiten sonidos absurdos que llenan de angustia mi corazón.
¡Oh! Una vida nueva que todo lo explique, que todo lo olvide y que lo regale todo… Como la esperanza de un niño y el asombro infinito de un hombre afortunado.
Ese que nunca he sido.