La golondrina: el vuelo cálido de Guillem Clua

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La golondrina es una obra de teatro escrita por el dramaturgo Guillem Clua. Hay algo mágico en el arte: la aparente rigidez de una estatua nos transmite la sensación de un movimiento eterno; la luz de un cuadro nos hace apreciar la perspectiva de lo que nos rodea; un arpegio musical, la energía que nos impele a danzar. En cuanto a los diálogos leídos de una pieza teatral, el aprecio por la profundidad de la voz humana.

La golondrina es eso y más. Leer esta obra, que se sucede rápidamente removiendo los limos de vidas que se muestran con secretos y se acercan entre sí con artimañas hasta desnudarse de artificios, nos transporta a todos los estados de ánimo, de la tristeza a la rabia, de la impotencia a la liberación, y sobre todo y quizá por encima de todo, a la redención. Dentro de la sencillez de su lenguaje explora profundas heridas, reinvindicaciones quizá no tan necesarias (cuando dejan de serlo: en el momento en que las explicaciones cesan y llegan la comprensión y la aceptación mutua), deseos, sueños y frustraciones. He ahí la magia real de La golondrina: explora el mar de los sentimientos humanos sin juzgar, sin señalar, estableciendo una comunicación con el espectador/lector y con los dos personajes de la obra desde el desencuentro inicial hasta la redención final fluida, intensa sin ser excesiva y siempre emotiva, única.

La golondrina es la historia de un viaje. El de la señora Amelia hacia atrás y el de Ramón, hacia adelante. Uno se revela tierno y agradecido, la otra frágil y necesitada de comprensión. Cada personaje cree buscar algo y encuentra más de lo que imaginaba, que en modo alguno correspondía a sus necesidades iniciales, a su plan de vida.

He dicho que las reinvindicaciones no son tan necesarias. No lo son para Ramón, que lo descubre al final (su felicidad perdida es un peldaño más en al construcción de un magnífico ser humano). Y tampoco para Amelia, cuya liberación es como el vuelo cálido de una golondrina en verano. Ambos protagonistas tienen heridas que cerrar consigo mismos. Tienen que perdonarse y aceptarse. Y lo consiguen apoyándose mutuamente, identificándose y dejando detrás un dolor que ya no les es necesario, transfigurando un amor que nunca es equivocado y aceptando que del dolor a la paz hay quizá sólo un paso.

Todo en La golondrina habla de amor. Y de deseo de ser aceptado. Y de remordimientos que anemizan y de sueños rotos. Pero todo en La golondrina es esperanza, es luz, es libertad. Amelia y Ramón se encuentran, se reconocen, se aceptan y finalmente se funden en un mismo amor que no entiende de aristas ni de caras ni de reflejos, sólo de corazón.

La voz del Guillem Clua dramaturgo nos enseña que con muy pocos hilos se tejen filigranas. Que del dolor y la frustración nacen obras liberadoras, y que la magia de las palabras, que tanto nos divide y afea, es tan poderosa que consigue realmente acercamiento y comprensión, pura libertad.

La palabra escrita nos enseña a oír la voz hablada. Guillem Clua nos muestra que la voz escrita llega al corazón y lo tranquiliza al ritmo de una nana. Nada hay más fascinante que esa magia, que ese don. Pura tau(dra)maturgia.

Imperiofobia y Leyenda Negra: María Elvira Roca Barea nos abre los ojos.

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Ésta es la primera entrada dedicada al magnífico estudio llevado a cabo por María Elvira Roca Barea: Imperiofobia y Leyenda Negra: Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio Español.

Un estudio lúcido, un ensayo apasionante y científico (documentado bibliográficamente), el mejor hasta la fecha publicado y por primera vez por un español, algo que venía echando de menos en otras entradas dedicadas al estudio de la Historia de España en este blog. María Elvira Roca Barea ha cubierto esa laguna que separaba los estudios de los extranjeros que, una vez demonizado el país español, intentan rescatarlo y colocarlo en su lugar, y la propia postura española ante el fenómeno más lastimoso (porque dura en nuestros días) de propaganda y manipulación cultural que haya vivido el mundo occidental.

Es tan brillante, que le dedicaré varias entradas. Mi intención no es llegar a profundizar en ellas los cientos de razonamientos y la sencilla obviedad de sus veracidades, si no poner por encima de todo el mensaje que desprende y que siempre he entendido como necesario: un planteamiento científico de la Historia, un análisis de las situaciones que se repiten una y otra vez por su desconocimiento, y la angustiosa necesidad de observar nuestro pasado y nuestro presente con absoluta libertad de pensamiento, sucio de ideologías y justificaciones pensadas por Otros, con los ojos abiertos.

Aquí emplazo a observar y asimilar el poderío libertario de su mensaje, la asertividad de sus afirmaciones (con datos) y el reflejo de nuestro hoy en la manipulación enorme y brutal de nuestro ayer.

Este es el comienzo de la libertad: abrir los ojos, ver, analizar y comprender. Hace más de dos mil años se dijo que la Verdad nos hará libres. Aún más, su búsqueda, su constante remodelación, ese milagro del agua pura que se bebe en las fuentes y que nos regala el mayor bien de todos: la independencia intelectual y moral.

Intimidad improvisada: mi nombre es Máximo

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El Paraíso está en las teclas. El Infierno, más allá de las ventanas que el Escribidor contempla mientras se haya imbuido en el desarrollo de las ideas, en el retrato de la realidad que observa y que juzga.

La verdad no está allá afuera, como rezaba una serie de televisión de culto de los años 90. La verdad vive en el corazón de cada ser humano y por lo tanto es parcial, profunda y única; nace de la observación y se alambica con la experiencia vital. Las conclusiones que conseguimos de esa alquimia eterna llegan a definirnos como seres humanos, como individuos capaces de transmitir y sojuzgar todo lo que nos rodea.

Pero cada pensamiento escrito es íntimo, es muy nuestro; compartirlo le presta resonancia; publicarlo en un medio de comunicación, una catapulta a la controversia, una plataforma al Infierno de la Opinión.

Intimidad improvisada, la nueva y mimada publicación de Máximo Huerta, es un compendio de ese sí mismo que piensa en voz alta, que escribe con la ventana abierta y que se lanza al ruedo de lo Público con las armas de su prosa y su corazón. Porque hay mucho Máximo Huerta en sus novelas, sí, pero sólo se retrata por entero en sus columnas de opinión, compiladas en este precioso volumen ilustrado por él mismo. Y es una muestra más de esa valentía única que le nace de las entrañas y que le hace destacar por encima de muchos periodistas de cualquier generación.

Siempre he defendido que los medios escritos están para destacar las ideas y las intimidades de aquellos que publican en ellos, y no las televisiones, cuyo poder de resonancia es mayor (y por lo tanto su mala o buena influencia), al entrar gratuitamente en nuestras casas y por tanto ser armas más factibles para (de)formar el espíritu humano. ¿Por qué? Porque significa un acto total de voluntad: compramos un periódico o una revista y buscamos y leemos la columna de aquellos que deseamos leer, que nos invitan a entrar en su hogar virtual y compartir ideas y puntos de vista. Es un acto voluntario más allá del click de encendido del televisor y escuchar los bramidos de los agitadores de conciencias (curiosamente, han pasado de la plaza del pueblo a los platós de televisión; la vida no para de repetirse, qué cansina parece a veces). Es una decisión consciente: la puerta está abierta y entramos sigilosos en el salón de estar del Opinador y establecemos con él una intimidad improvisada que dura segundos, pero que nos regala un universo que se expande, un nueva manera de ver el mundo.

Máximo Huerta ha vivido su vida entre los focos (de largo alcance) del qué dirán. Eso es lo que pasa cuando el patio de vecinos es un país entero. Como todo, tiene sus ventajas y sus desventajas. Intimidad improvisada es una balanza donde el autor nos muestra este conflicto sin juzgarlo, donde nos retrata el ritmo de una vida que vive, observa, piensa, juzga y opina en alta voz. Intimidad improvisada es un libro que nos enseña cómo Máximo Huerta cambia, se moldea y se adapta siendo siempre él mismo; contemplando, parafraseando un dicho italiano (heredado de una cita oriental de seguro), cómo los perros ladran mientras la caravana sigue su camino.

Nada detiene un pensamiento independiente, un corazón que late. E Intimidad improvisada en una buena prueba de ello.

Jurásico Total De niños a héroes: la saga crece.

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Sara Cano y Francesc Gascó, con las ilustraciones de Nacho Subirats, nos han regalado la tercera parte de la (hasta ahora) trilogía Jurásico Total (editorial Alfaguara, Penguin Random House) donde nuestros protagonistas afrontan la máxima decisión de ser quienes deben ser, con miedo pero con decisión, pasando de niños a héroes (todo niño que crece lo es) mientras e enfrentan a peligros inusuales dentro del poderoso mundo de Pangea.

La narración es trepidante, sin casi descanso para el lector, atrapado en las maravillas de un universo que ha existido, lleno de rudimentos y de una complejidad asombrosa. Porque todo de ese mundo prehistórico nos fascina: la abundancia de su vegetación, los climas cambiantes, la diversidad de una naturaleza que juega a hacerse mayor casi al mismo tiempo que nuestros jóvenes protagonistas, enfrentándose a sus errores y su diversidad con el mismo espíritu lento pero resuelto fiel reflejo del ánimo de los cinco aventureros de la saga.

La trilogía es un símbolo del crecimiento. La personalidad de cada protagonista se refleja en el mundo prehistórico, revelando detalles paralelos entre ese mundo sin igual y el nuestro, y descubriendo en nuestro interior esa fe en la aventura, en el riesgo, en la voluntad, la admiración y la fidelidad que ambos autores evocan sin remedio en todas las líneas de sus libros y que aquí, De niños a héroes, alcanza mayor relevancia, una importancia acorde al eterno rito de pasaje que todo compromiso conlleva en los seres humanos.

Hay tal amor por la Paleontología, tanta admiración, que no dejamos de asombrarnos ante la complejidad de un mundo que ha sido y que nuestro pensar científico ha traído hasta hoy, teñido de arte, imaginación y datos verificables. Una rama de la ciencia que estudia la Vida que Fue late con la fuerza ancestral de los orígenes floridos de la Naturaleza, la Tierra que hubo y que ha acabado siendo la que vemos hoy: la diversidad de especies, plantas y animales, la conquista del aire y del océano, la simbiosis, el antagonismo, la eterna lucha entre poderes y supervivencia. En toda la saga Jurásico Total, y en especial en esta entrega De niños a héroes, ese amor late a ritmo de tambor, a ritmo de sangre primitiva, haciéndonos escuchar e imaginar con viveza ese detalle íntimo, esa cosa maravillosa que es observar una vida vivida que ya no existe pero que todavía es. Fascinante.

Comprendemos, gracias a esta trilogía, la fascinación que el mundo prehistórico ejerce sobre la infancia; entendemos que esa pasión se desborde en las personas que la convierten en profesión y en forma de vida. Porque si hay algo que desborda Jurásico Total: de niños a héroes es el amor por la Ciencia que estudia la Vida que Fue, la emoción que nos embarga la búsqueda por descubrir de dónde venimos y quiénes hemos sido y qué ha hecho, y cómo, que la Tierra sea hoy tal cual es, fuera de nuestra huella indeleble como especie.

Un libro para todas las edades, una saga que enciende el amor por la lectura y la diversidad de la vida, que nos ayuda a entendernos como niños, a aceptarnos como adultos, y enciende en nosotros esa llamita que late escondida cerca de los sueños olvidados: nuestras ganas de ser verdadero héroes.

El príncipe y la modista

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Hay algo en la literatura actual que me intriga. En aras de la integración, del buenrollismo, estamos perdiendo profundidad. El huracán puritano que nos envuelve, trufado por erróneas percepciones de individualismo e igualitarismo desmedido, está haciendo florecer en la sociedad un movimiento que me aterroriza porque atenta directamente sobre el bien más preciado del hombre: su libertad intelectual. Ya todas las justificaciones que se arguyen para explicar esas necesidades inactivan per se la necesidad de este movimiento, que como todo lo humano, tiene su lado oscuro y su lado resplandeciente.

El príncipe y la modista es un cuento gráfico creado por Jen Wang y editado por Sapristi. De preciosa factura y de una sencillez que desarma, sólo su fin simplista no termina de ser convincente. Desde una perspectiva adulta. Y aunque no creo que sea ése su público, su lectura, su disfrute (porque es una historia tierna y maravillosa, improbable y carente de temporalidad, cierto, pero tan encantadora que podemos pasarlo por alto) es sano. Me aventuro más: estaría bien que los niños pudieran acceder a este cuento de hadas como una forma de entender lo maravillosa y diversa que puede ser la psique humana.

Porque Jen Wang ha dibujado y escrito un cuento de hadas. No hablamos aquí de la profundidad onírica y poética de Hans Christian Andersen, cuyo calado literario es tan profundo y tan simbólico que seríamos incapaces de crearlo en este tiempo nuestro de alarmante sequía artística; El príncipe y la modista no posee ninguna de las cualidades que la llenarían de cualidad literaria porque es simple, quizá en exceso, y sobre todo porque carece de una línea temporal que le ofrezca verosimilitud como obra creativa. Pero de lo que no carece, al contrario le sobra, es de energía, valentía, belleza y libertad. Y eso es maravilloso.

La creación de Jen Wang está acorde con los tiempos que vivimos: tramas simples, sin poso, con escasa complejidad psicológica (perdón, apenas bucea en la superficie de unos personajes que valen su peso en oro); inverosímiles al no poseer un marco de referencia temporal, pero valientes, contradictorios y sensibles. La historia de El príncipe y la modista imbrica temas tan diversos como la pansexualidad (¿sensualidad más bien?, pues aunque la identificación sexual está desde la página uno, no hay ni un atisbo de sexualidad explícita en todo el relato), el miedo a ser diferente, a crear y a ser aceptado; la lucha entre la tradición y la modernidad, la aventura transformadora que nos depara aceptar nuestras diferencias una vez superados los límites que nos confinan y finalmente el amor: filial y de pareja. Una historia que podía llegar profundo pero que sin embargo se queda en la superficie, porque así son los tiempos en los que vivimos, pero con tanta fuerza, que su mensaje trasciende las páginas del libro y se instala con un positivismo muy actual, muy de hoy.

 El príncipe y la modista es un libro precioso, que bebe sin duda de clásicos más valientes (escritos en otras épocas más difíciles y encorsetadas que la nuestra, en cambio) y Jen Wang además nos regala pequeños atisbos de lo que conlleva la creación de una obra gráfica, especie de enseñanza para quien desee aventurarse en un mundo tan complicado como es el de idear una historia y hacerla viva a través de la tinta y el pincel. Eso también es un punto a su favor.

Una pena que estos tiempos nos impidan adentrarnos en profundidad en las complejidades de la individualidad humana; que prevalezca lo fácil a lo adecuado; el miedo a no vender sobre la obra maestra que creadores tan estupendos podrían hacer. Pero eso no quita la belleza de lo publicado, ni la intención de lo narrado, ni el retrato actual de la sociedad que nos lee. Creo que Jen Wang nos sorprenderá con obras más maduras sobre la psique humana, porque El príncipe y la modista promete mucho, da mucho, pese a su aparente sencillez y su hueca simplicidad.

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Paris sera Toujours Paris: la vida es ensueño

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Nada como adentrarse en la prosa de Màxim Huerta para navegar por París. Si la ciudad ha sido para muchos un sueño, vivirla a través de sus ojos en un ensueño azul y gris y rojo, lleno de fluidez acuática y de carnosidad, olores y sabores. El París de Màxim Huerta es ruidoso, preciso, lleno de detalles que explican la vida actual, vívido y palpable (de suerte que sentimos los pasos sobre adoquines mojados  y oímos el entrechocar de copas Pompidou llenas de champán entre risas y desvíos), evocador y único, porque fue única París en un tiempo ya ido y lo es, todavía, en el recuerdo del escritor.

 Paris sera Toujours Paris, en una bellísima edición a cargo de Editorial Planeta, en donde se aúnan la prosa muy Màxim Huerta (enamorada, canalla y discretamente irónica) con las ilustraciones maravillosas de María Herreros, es una obra hecha con cariño. Nada más bello que el olor de esas páginas con peso, donde los colores nos hablan de París con la misma fuerza que las palabras escritas o las imágenes dibujadas; nada más concreto que el sueño de un escritor que ha vivido una ciudad y la evoca en la distancia, y el sello de un periodista que, suerte de guía turística, nos descubre las entrañas de una ciudad sin desnudarla por completo, a modo de esas amantes superfluas ya perdidas en el tiempo: pieles salvajes que no carecen por completo de adornos. Todo en Paris sera Toujours Paris se vive como un ensueño; cada detalle, cada curiosidad; cada capítulo es un latido, cuya sístole insufla de aliento una vida que fue y cuya diástole nos lleva al remanso del día a día, en un ejercicio melancólico, pero todavía hermoso, de una ciudad que ha querido ser centro del mundo y que ya no lo es.

París no es ya esa París: es una dama arreglada que soporta las embestidas de tiempo, pero con evidentes signos de desgaste. Ni su belleza permanece ajena a la mediocridad de la actualidad. Siendo rabiosamente moderna hace un siglo, en nuestros días se muestra orgullosa pero algo abatida, cansada de turistas, pero siempre atractiva. El que tuvo retuvo, suelen decir. A París ya no la cantan ni la retratan ni la justifican ni la veneran esos talentos inmortales de la cultura y del buen vivir, pero todavía perduran aquí y allá espíritus salvajes que recuperan ese hálito travieso, que aprecian las vibraciones mágicas de lo que fue una ciudad única y que apenas sobrevive en las riberas de una postal. Màxim Huerta adora una París que es más ensueño que realidad; que ha sido y ya no es, pero que fue: gracias a él cada adoquín habla, cada farola tararea una melodía, cada paseo tiene una explicación y cada joya producida por la cultura efervescente de un momento único nos recuerda que somos capaces de todo lo alto y lo bajo como raza y como ideal. Paris sera Toujours Paris mientras autores como María Herreros y Màxim Huerta se afanen por recobrar y recordarnos con publicaciones llenas de belleza, que la grandeza va de la mano de la diversión, que la fiesta tiene un precio y el arte otro, y que de lo informe nace lo excelso, y que lo imperecedero sufre los vaivenes de la vida con espíritu de lucha y cuerpo de metal.

Ojalá algún día Madrid merezca un homenaje semejante, por bella, misteriosa, dura, canalla, divertida e irreal. Pero, mientras tanto, disfrutemos (sin dejar de mirar de soslayo la gran pobreza y podredumbre de toda gran ciudad) de Paris sera Toujours Paris, por siempre.