André Aciman: emociones a flor de piel

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La prosa de André Aciman es pura emoción. Cada palabra empleada, cada verbo, cada intención lleva anudada un estrato intenso que tira del relato en forma de emociones. No hay párrafo o página que no sirva de trampolín al personaje para desarrollar frente a nosotros, con una inocencia enorme, toda su cartografía sentimental, la acción y la contradicción a la que lo llevan sus emociones, sus deseos y sus frustraciones.

Pero que esto no nos lleve a error: André Aciman lleva a sus personajes de la misma manera telúrica a todas las situaciones posibles donde el despliegue de sus sentimientos, atiborrados sus sentidos, nos muestra el relato como un fino bordado a contraluz. Su narración nos atrapa desde la primera línea haciéndonos uno con su personaje, enmarañándonos en su red sensorial e impidiéndonos ver el tono de relato, y aún más, la dirección del mismo, llenándonos de sorpresas como ocurre con la propia vida.

Llámame por tu nombre es el inicio y el pináculo de esta forma de hacer literatura. Nos agarra del cuello y del corazón y nos golpea, siguiendo el corazón adolescente que piensa sobre sí mismo y lo que le ocurre, en ese mapa de sentimientos encontrados, de miedos, iras y malentendidos, hasta alcanzar la felicidad máxima, la entrega única, la pérdida más universal. Todo en Llámame por tu nombre es una odisea del deseo, pero también una reflexión muy profunda sobre el amor amado y añorado y sobre los meandros de lo que pudo haber sido y no fue. Llámame por mi nombre es la historia de Elio y sus reflejos, empezando por Oliver y terminando por Vimini; historia de las emociones del amor pero también de la renuncia y del tiempo ido, y de la posibilidad que siempre late agazapada. Pura piel, puro corazón. En Llámame por tu nombre el relato es el retrato y el retrato, la plataforma en la que este escritor, empeñado en dibujar el alma humana con la tinta de sus emociones más profundas, alcanza un punto insospechado de comunión con el lector y sus personajes, con las decisiones y sus consecuencias, casi milagrosa. Es imposible abandonar su lectura sin querer saber más y más sobre Elio y Oliver, planeando durante semanas esa sensación en la boca y en el corazón.

En Variaciones Enigma el autor juega con las mismas cartas y consigue, con su mismo juego, envolvernos en una historia que se va desplegando lineal, como las cuentas de un rosario. Siempre es un personaje que sirve de relator y espejo; creemos saber todo de él, pero en realidad sólo lo que él mismo va descubriendo, y nos sentimos tan cerca suyo que llegamos a olvidar que el escritor es un cuco y que la historia nos reserva sorpresas y giros enigmáticos tal cual como ocurre con la propia vida. Y quizá como en Llámame por tu nombre, la primera parte es la que cuenta con más fuerza, pues es el descubrimiento del amor, del deseo (que vienen a ser casi lo mismo a fuerza de su pervivencia en la vida del personaje) marca las situaciones vitales que llevan a un hombre tan fluido entre los brazos de hombres y mujeres con los que pretende no ya sólo conocerse mejor, si no trascenderse. Nadie ha narrado quizá esa locura, esa pérdida de equilibrio, ese nublado de la razón que es el deseo despierto, el ansia hambrienta, finalmente el amor correspondido, aunque sea a medias, como André Aciman.

En André Aciman hay un océano de sensaciones que de tan profundas y magistralmente expuestas, consigue ocultarnos los derroteros de sus personajes, y como el Destino, lanzarnos a la cara la realidad con la que se tropiezan, yerran, se levantan y siguen adelante con sus emociones a flor de piel como mejor vestimenta y protección.

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