Quizá la forma más exacta de aprehender la personalidad de un escritor sea a través de su obra. No tiene que ser el completo de la misma; sólo con estar pendiente, con absorber las fuentes de las que bebe y la forma de expresar lo que siente, podemos desentrañar parte de ese misterio divino que es la creación artística.
Màxim Huerta escribe con trazo ágil. Pertenece a esa raza de escritores que son periodistas, o que son periodistas y por eso escriben. Apegados a la realidad, conocedores del gusto público y, a la vez, expertos en la magia de crear ambientes, de ser concisos y de aspirar a sentimientos que mueven conciencias y corazones.
Pero Màxim Huerta es algo más. La evolución de su escritura lo ha llevado a un desarrollo más profundo, a una búsqueda que el mero entretenimiento no le ofrece, o que le queda pequeño.
Si evaluamos su obra hasta la fecha podemos observar ese cambio, sutil pero constante, que lo ha llevado a escribir desde Que sea la última vez… a Una tienda en París. Dos novelas tan distintas entre sí, aunque con nexos en común, cuyo puente y quizá pista de salida ha sido El sueño de la caracola.
Del mero desenfado con transfundo más crítico de lo que se puede pensar en un primer momento, con personajes que son más profundos que el reflejo de su día a día nos puede hacer creer, Que sea la última vez… tiene mucho del Màxim Huerta divertido, alocado, lleno del misterio televisivo en el que se mueve como pez en el agua, las fiestas mundanas, la frágil felicidad de lo fugaz. Pero también esconde un poso de amargura y de denuncia feroz sobre el paso de la vida, nuestra resistencia a dejar ir al Tiempo, la asombrosa experiencia de ser amado y, finalmente, la imposibilidad de tener siempre una vida perfecta.
Con El susurro de la caracola, Màxim Huerta dio un paso adelante. Más sutil de lo que pudiera creerse, su lectura suave y agradable esconde una historia para nada amable, pero servida con tanta ternura, con personajes que crecen hasta hacerse queridos, y que juegan a ser arquetipos y títeres del destino. El transfundo de El susurro de la caracola es una desgracia; la razón de ser del relato no es otro que la búsqueda de un corazón perdido en las vueltas de la vida y que, el raro tesón por un lado y las casualidades de la vida por otro, nos terminan definiendo. El susurro de la caracola es una denuncia envuelta en guante de seda, y es, a su vez, un sueño maravilloso que podría hacerse realidad si no fuera por el Destino, que siempre nos da un último giro, una última sorpresa, para dejarnos crecer y ser por fin, tal vez de una forma que nunca imaginamos, felices.
Mi admiración por Una tienda en París no se basa, como podría pensarse, en la artesanía de su autor, que ha demostrado de sobra su capacidad para crear ambientes aparentemente sencillos, de lectura fácil y que llegan directo al corazón. En Una tienda en París los arquetipos de la novela actual (algo banales, ligeros, centrados en la autosatisfacción) están presentes, pero pronto dejan paso a un relato más profundo, más adulto, más armado, más real, más literario. Una tienda en París nos muestra a un autor que desea ser algo más que un periodista que escribe (bien) relatos leves que dejan un recuerdo agradable. Aquí se aventura con dos historias paralelas, con dos mujeres que nada tienen en común salvo una pasión prisionera que tarda en liberarse a un alto precio, consiguiendo la elusiva felicidad después de no pocos sacrificios. No es sólo la recreación de una época determinada, si no algo mucho más profundo. Una tienda en París esconde una gran joya, una reflexión profunda sobre lo que anhelamos, lo que podemos coger de la vida sin permiso, y el precio que siempre, siempre, pagamos por querer ser nosotros mismos. La magia de Una tienda en París no está en París, como pudiera parecer en un primer momento, si no en esos personajes recobrados por el autor, recreados por su imaginación y cuya vida impregna con un brío, una ternura, una falta de juicio y una profundidad admirables.
Me gusta Màxim Huerta como autor. Y me gusta por esa evolución sutil pero tan revolucionaria que lleva a cabo con sorda habilidad. Y hace que espere su próximo relato con ansia, para seguir admirando la evolución que se destapa en Una tienda en París, cuyo centro son dos mujeres tan distintas y sin embargo tan iguales, y cuya brillantez, en la segunda mitad del relato, hace que destaque por encima de muchas, si no de la mayoría, de las novelas publicadas este año.
En esta novela veo la semilla de Màxim Huerta como buen escritor, al menos ese escritor que busco: feroz pero sutil, directo pero delicado; lleno de audacia, de socarronería y de un corazón mucho más puro y delicado que esconde en el día a día, protegiéndolo de las inclemencias del tiempo, pero no del Arte. Historias que no necesitan de grandes artificios para llegar al alma y desentrañar vidas que se hacen cercanas y, a la vez, posibles.
Las letras de Màxim siguen evolucionando, y las seguiremos esperando con ansia para poder ver cómo se transforma en el gran escritor que ya se adivina en las líneas que nos regala cada año.