Los personajes secundarios (en la obra de Màxim Huerta).

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Partiendo de la idea que no creo que haya personajes secundarios en ninguna buena historia, los personajes que soportan la historia central de un relato son la base e incluso pueden llevar a robar protagonismo al personaje principal al que deberían servir.

Un buen actor dirá que no hay personaje pequeño. Parte de esa habilidad está escrita de antemano en el papel, y parte (mucha) procede de su propia sensibilidad para explotar la veta de oro que encuentra al leerlo. Un buen actor secundario siempre (siempre) roba la escena al actor principal cuando sabe que trabaja sobre la ganga de un personaje bombón. Él se da cuenta, y nosotros como espectadores, disfrutamos de esos momentos que son únicos. Michael Caine es uno de esos grandes maestros, y Chus Lampreave, también.

En la obra de Màxim Huerta abundan estos personajes que, como cometas, atraviesan las historias que hilvana, dejando un brillo intenso, y en muchos casos, llevando realmente sobre sus hombros el verdadero peso del relato. No creo que haya intención alguna en el escritor (¿quién puede decirlo realmente?); al contrario, pienso que en todo proceso creativo, cuando es real, el escritor no es más que un canal por donde la historia fluye como desea ser expresada; cuando nos bloqueamos, es sólo un fallo en la red de comunicación, que si forzamos, nos frustra, llegando incluso a abandonarlo por un tiempo. Cuando la relación se restablece, cuando dejamos que la historia vuelva a fluir, por más que deseamos, quedará escrita como desea, no como la hemos pensado.

Cuando se posee ya un cierto volumen de trabajo como le ocurre ahora a Màxim Huerta, no sólo se analizan los estilos o las intenciones como creador; esa calidad nos permite asimismo investigar un poco en los entresijos de esas historias en aspecto livianas (esconden verdaderas oscuridades humanas iluminadas, eso sí, de la forma más tierna y, verbigracia, humana posible) que salen de una pluma enérgica, vibrante, casi incansable. Y de ello saco yo las conclusiones de lo que más me gusta del escritor y de sus escritos, la única forma real de comunicación que podemos establecer,a  nivel creativo, con un escribidor tan prolijo e imparable como él.

No repetiré aquí lo que opino de sus obras, pues hay otras entradas de este blog donde ya se ha expuesto, al contrario: sólo quiero anotar, a vuela pluma seguramente, lo que más me ha atraído de esas historias donde el corazón rebosa y los personajes consiguen descifrar el intrincado acertijo de su destino entregándose ciegamente a él. De todas las novelas de Màxim Huerta lo que más me ha llamado la atención ha sido la construcción de sólidos personajes secundarios en los cuales los protagonistas se reflejan y viven sus desventuras con una entrega fiel y constante. De hecho, he llegado a querer más a esos personajes, trazados con amor y habilidad, y con una cierta sabiduría que siempre me deja asombrado.

En Que sea la última vez… Margarita Gayo es un ciclón, pero quien inicia, quien enciende, quien le da vida a esa aventura es Willy. Esa solidez de cuerpo y alma, esa entrega para nada ciega, esa absoluta presencia llena de presente, hace que la entendamos, que la sigamos y que valoremos su evolución posterior.

En el Susurro de la caracola, siendo como es el primer sonido que escuchamos el eco de una celda al cerrarse, toda locura, todo mimo, todo cuidado, toda justificación en las acciones de Ángeles gira en torno de Marcos, el joven actor que vive, quizá por ser joven y bello y casi perfecto, un presente perpetuo, en el que se confunde el tacto de la ropa recién planchada y el olor embriagador de los dulces y el amor que se desprende de esos pequeños detalles que se desvelan en la comodidad de un hogar que ya no parece vacío, en el silencio que arrulla un sueño deseado, y una sonrisa que es la mejor recompensa, tanta, que vale la cárcel y la cadena perpetua.

Y llegamos a Una tienda en París, para mí la (mejor) novela más Màxim Huerta, en donde su estilo florece y evoluciona, en la que vi por primera vez ese escritor que deja de ser promesa y construye en una historia  cuya complejidad está escondida, precisamente, en los personajes secundarios. Pues Alice es Una tienda en París. Su aparición llena de viento fresco al relato; su delicadeza que, a pesar de la brutalidad del mundo, nada empaña; sus conflictos internos, el amor que brota de los mimos, el lujo y la belleza, y sobre todo o por encima de todo, ese ser fiel a sí misma la convierten en el corazón de la novela, quizá en el motivo último de haberla concebido y escrito.

   La noche soñada es Màxim Huerta en estado de maduración. Una historia más polifónica, mediterránea pero preñada de un realismo mágico tan latinoamericano (que le aporta consistencia y belleza y que se conjunta tan bien, que debería ahondarse más en esta mezcla de la que saldrían sin duda relatos maravillosos) en la que se juega a tres niveles, pero cuyo centro, su corazón, está encerrado en tres hermanas, comandadas por la tía Visitación, envuelta en boleros de Olga Guillot, en azúcar glaseado y harina y besos intangibles dejados sin querer a la sombra de los cristales empañados.

En No me dejes no es la ruptura de la pared entre el lector y el escritor lo que me atrapa (antes bien, quizá me estorbe, por inesperada sobre todo); no es Violeta ni el delicado Dominique, ni siquiera Paulina o Mercedes, que entretejen el entramado parisino de una historia llena de silencios y de malentendidos; es Étienne el personaje que me atrae, que me impulsa, que es distinto, que eleva la trama, la transparenta y la lleva, sí, hacia la cristalización que merece un relato tan complejo.

Y en El escritor, el eje no es Teresa, como creemos, con sus paseos llenos de silencios, la hermosa puerta verde de su hogar, las persianas bajadas, su pelo eterno, su mirada líquida. Es el Escribidor quien nos llama la atención, aquel que, aún callado o hablando por los codos, no dice nada de sí mismo y sin embargo lo dice todo.

El secreto de un personaje secundario está en la simbiosis única entre una personalidad arrolladora, el peso de su presencia en la historia y en lo que nadie nos cuenta de ellos. Un relato en primera persona, como el de Justo Brightman, es el retrato de una voz: no podemos esperar más que sesgos de aquellos que conviven con él, reflejos de los sentimientos que evocan en él; la magia está en retratar con pocos trazos, pero firmes, personalidades que valen un universo y que dejan huella. Cuando el relato es en tercera persona, el riesgo está en dar más importancia a los detalles que a la historia a la que sirven. El mérito de Màxim Huerta es haber encontrado ese equilibrio, poco frecuente en la literatura actual, que hace que un lector ávido y nada obtuso encuentre verdadera belleza en el paisaje que se retrata más que en el retrato, en la habilidad oculta más que en el resultado final; en el eco de las teclas al ser presionadas y las palabras que aparecen en el papel, hilvanando historias llenas de magia y contención. Y en donde todo es importante. Desde el principio al final.

 

Las letras de Màxim/ Màxim’s Writtings.

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   2012_5_19_enHgoT6E4ryd30puIhb1b5Quizá la forma más exacta de aprehender la personalidad de un escritor sea a través de su obra. No tiene que ser el completo de la misma; sólo con estar pendiente, con absorber las fuentes de las que bebe y la forma de expresar lo que siente, podemos desentrañar parte de ese misterio divino que es la creación artística.

   Màxim Huerta escribe con trazo ágil. Pertenece a esa raza de escritores que son periodistas, o que son periodistas y por eso escriben. Apegados a la realidad, conocedores del gusto público y, a la vez, expertos en la magia de crear ambientes, de ser concisos y de aspirar a sentimientos que mueven conciencias y corazones.

   Pero Màxim Huerta es algo más. La evolución de su escritura lo ha llevado a un desarrollo más profundo, a una búsqueda que el mero entretenimiento no le ofrece, o que le queda pequeño.

   Si evaluamos su obra hasta la fecha podemos observar ese cambio, sutil pero constante, que lo ha llevado a escribir desde Que sea la última vez… a Una tienda en París. Dos novelas tan distintas entre sí, aunque con nexos en común, cuyo puente y quizá pista de salida ha sido El sueño de la caracola.

   Que-sea-la-ultima-vez-3Del mero desenfado con transfundo más crítico de lo que se puede pensar en un primer momento, con personajes que son más profundos que el reflejo de su día a día nos puede hacer creer, Que sea la última vez… tiene mucho del Màxim Huerta divertido, alocado, lleno del misterio televisivo en el que se mueve como pez en el agua, las fiestas mundanas, la frágil felicidad de lo fugaz. Pero también esconde un poso de amargura y de denuncia feroz sobre el paso de la vida, nuestra resistencia a dejar ir al Tiempo, la asombrosa experiencia de ser amado y, finalmente, la imposibilidad de tener siempre una vida perfecta.

   El-susurro-de-la-caracola-2Con El susurro de la caracola, Màxim Huerta dio un paso adelante. Más sutil de lo que pudiera creerse, su lectura suave y agradable  esconde una historia para nada amable, pero servida con tanta ternura, con personajes que crecen hasta hacerse queridos, y que juegan a ser arquetipos y títeres del destino. El transfundo de El susurro de la caracola es una desgracia; la razón de ser del relato no es otro que la búsqueda de un corazón perdido en las vueltas de la vida y que, el raro tesón por un lado y las casualidades de la vida por otro, nos terminan definiendo. El susurro de la caracola es una denuncia envuelta en guante de seda, y es, a su vez, un sueño maravilloso que podría hacerse realidad si no fuera por el Destino, que siempre nos da un último giro, una última sorpresa, para dejarnos crecer y ser por fin, tal vez de una forma que nunca imaginamos, felices.

   Mi admiración por Una tienda en París no se basa, como podría pensarse, en la artesanía de su autor, que ha demostrado de sobra su capacidad para crear ambientes aparentemente sencillos, de lectura fácil y que llegan directo al corazón. una_tienda_en_paris_22En Una tienda en París los arquetipos de la novela actual (algo banales, ligeros, centrados en la autosatisfacción) están presentes, pero pronto dejan paso a un relato más profundo, más adulto, más armado, más real, más literario. Una tienda en París nos muestra a un autor que desea ser algo más que un periodista que escribe (bien) relatos leves que dejan un recuerdo agradable. Aquí se aventura con dos historias paralelas, con dos mujeres que nada tienen en común salvo una pasión prisionera que tarda en liberarse a un alto precio, consiguiendo la elusiva felicidad después de no pocos sacrificios. No es sólo la recreación de una época determinada, si no algo mucho más profundo. Una tienda en París esconde una gran joya, una reflexión profunda sobre lo que anhelamos, lo que podemos coger de la vida sin permiso, y el precio que siempre, siempre, pagamos por querer ser nosotros mismos. La magia de Una tienda en París no está en París, como pudiera parecer en un primer momento, si no en esos personajes recobrados por el autor, recreados por su imaginación y cuya vida impregna con un brío, una ternura, una falta de juicio y una profundidad admirables.

   5129fda455959-__p_0195Me gusta Màxim Huerta como autor. Y me gusta por esa evolución sutil pero tan revolucionaria que lleva a cabo con sorda habilidad. Y hace que espere su próximo relato con ansia, para seguir admirando la evolución que se destapa en Una tienda en París, cuyo centro son dos mujeres tan distintas y sin embargo tan iguales, y cuya brillantez, en la segunda mitad del relato, hace que destaque por encima de muchas, si no de la mayoría, de las novelas publicadas este año.

   En esta novela veo la semilla de Màxim Huerta como buen escritor, al menos ese escritor que busco: feroz pero sutil, directo pero delicado; lleno de audacia, de socarronería y de un corazón mucho más puro y delicado que esconde en el día a día, protegiéndolo de las inclemencias del tiempo, pero no del Arte. Historias que no necesitan de grandes artificios para llegar al alma y desentrañar vidas que se hacen cercanas y, a la vez, posibles.

   Las letras de Màxim siguen evolucionando, y las seguiremos esperando con ansia para poder ver cómo se transforma en el gran escritor que ya se adivina en las líneas que nos regala cada año.

Una tienda en París: la evolución de una voz/ A Store in Paris: A Voice Growing Up.

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Todos conocemos a Màxim Huerta. Al menos la mayoría de los españoles sabemos quién es. Ambos nos hacíamos mutua compañía (él no tenía ni idea, por supuesto) cuando era el encargado de las noticias nocturnas de una cadena televisiva nacional. Mientras él narraba lo que ocurría en España y en el mundo con un estilo personal, yo, residente de guardia día sí y dos días no, encendía el televisor y lo veía, o al menos me servía de ruido de fondo, mientras estudiaba o me entretenía haciendo el papeleo burocrático propio de una profesión como la mía: historias clínicas, peticiones de pruebas, investigaciones varias.

Así lo conocí. Eventualmente él cambió de especialidad y pasó a trabajar por las mañanas, en un programa de mucha sintonía. Digamos que saboreó esa especie de premio extraño que se llama éxito: pasó de ser conocido a ser muy conocido, con todo lo que eso conlleva. Y le perdí un poco la pista. Hasta que llegó El susurro de la caracola, y volvió a engancharme el gusto por saber qué hacía Màxim Huerta.

Una tienda en París es su tercera novela. Después de un éxito como El susurro de la caracola debe dar algo de vértigo lanzarse a escribir algo nuevo, pues se corren ciertos riesgos. Porque tendemos a esperar de un escritor que nos entregue más de lo mismo, sobre todo cuando ha encontrado lo que parece ser una cierta fórmula de ventas. Al menos es lo que ocurre a muchos autores de la literatura contemporánea: entran en una especie de nido confortable en el que el creador se aposenta para no dar un traspiés. Bueno, Una tienda en París no tiene nada de ninguno de los dos libros anteriores, mas les debe el corazón que late y ese gusto por las historias agridulces llenas de sentimiento y de tiempo ido y rescatado, de justificaciones y hallazgos que parecen ser tan caros a su autor. Y nada más.

En Una tienda en París nos encontramos con una voz madurada, que nos sorprende porque siendo la misma, es a veces su contraria y a veces algo más. El ritmo de la novela es pausado y va en crescendo a medida que su protagonista, Teresa, evoluciona; la narración gana en profundidad y en sentimiento conforme Teresa crece; el estilo de Màxim Huerta se llena de complejidad, sin perder pulso, cuando la historia de Alice y de Teresa se encuentran y se dan la mano: dos almas destinadas a cruzarse en algún punto del tiempo se reconocen sin conocerse, se admiran sin saberlo y se heredan una a la otra sin pretenderlo porque así de sencilla es la vida de los seres humanos.

La novela habla de dos ciudades: Madrid y París, ambas debilidades del autor sin duda, ya conocidas desde Que sea la última vez… Pero aquí París cobra un protagonismo colorista, lleno de sensaciones: no es una postal turística, es más bien un retrato de un París interior, lleno de tiempo ido y recobrado, complejo pero asombrosamente simple, en el que se despliega un maremoto de emociones humanas variado y encantador.

Una tienda en París es la historia de dos mujeres: Teresa y Alice. Ambas en busca de sí mismas, ambas partiendo de un mundo en blanco y negro, lleno de esperanzas encontradas como por casualidad; dos mujeres fuertes que se construyen a sí mismas mientras lo pierden todo y lo recuperan todo, o lo comienzan todo de nuevo, en ese vals de las casualidades que es la vida. Teresa y Alice son espíritus viajeros, son almas que cambian, metamorfosis a la que nos aboca el mero hecho de estar vivos y que exige todo de nosotros, hasta el sacrificio más elevado, para alcanzar la cima o el éxito o, lo que llamamos con simpleza a veces, la felicidad.

Una tienda en París es un historia de amor. Pero no es una simple historia de amor: el mundo de Alice, bellamente retratado a puro sentimiento; el rumor de Teresa, que se hace río y finalmente mar; y el aroma de París, la comida de París, el ritmo de París, su constante fluir, su constante sístole y diástole, que cambia con sus protagonistas, que se transmuta siendo siempre, y por siempre, la ciudad que regala el amor, ese más profundo que nos alcanza a nosotros mismos, de ambas protagonistas.

La voz de Màxim Huerta se hace única. Hay ecos de Que sea la última vez… y de El susurro de la caracola. Pero estos son mínimos. No hay paralelismos entre las tres historias, a lo sumo alguna bisectriz propia de la creatividad del autor. Una tienda en París tiene una complejidad intrínseca, tiene un ritmo diferente, y tiene sobre todo un poder evocador que trasciende las dos obras anteriores. Es una historia de reconocimientos y de cambios, que parte de lo sencillo a lo más complejo; que enlaza tiempos, estados de ánimo, colores y sensaciones apenas sin notarse, con una sutileza que nos enseña la evolución de Màxim Huerta como escritor: una voz que se hace grave y se hace hermosa y se hace profunda y se hace sutil y sincera, y que nos deja sedientos de más. Y más.

Que sea la última vez…: la vida en celofán.

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   Que sea la última vez… , es la reedición de la primera novela de Màxim Huerta. En la primera, su título era más largo y adecuado, la portada muy almodovariana y a tono con el espíritu del libro. Lo tuve entre mis manos y lo dejé casi inmediatamente. Lo confieso: me ganaron los prejuicios. Aquel libro prometía un buen rato, entre alocadas aventuras de esa rara especie de personas que trabajan en el ambiente televisivo, y sin embargo lo dejé en la estantería con todos los demás.  La ligera modificación del título y sin duda una portada diferente han obrado un pequeño milagro: el libro es una sorpresa maravillosa, pero ahora está mejor, mucho mejor. Porque es mucho más fiel si cabe a la historia que cuenta entre sus páginas que la edición anterior. Antes estaba bien y era atractiva, pero ahora, desde mi punto de vista, la edición es perfecta.

   Màxim Huerta narra en este libro una historia envuelta en celofán, el mismo en el que vive su protagonista, Margarita Gayo. Una mujer que lo tiene todo: presentadora de televisión (veterana) de éxito, aún en la cresta de la ola; pudiente; casada y madre de una hija con espíritu de independencia. Amigas confidentes y confidentes menos amistosas; una vida, en suma, que para nosotros, de clase media, sería perfecta, salvo por un pequeño detalle: ninguna vida, ni la más adecuada, es perfecta. Y ella lo sabe. Y aquí comienza esta historia hilarante, llena de jocosas salidas de tono y de idas y venidas entre ropas de marca, masajes, bótox, viajes, limusinas, envidias, temores, cámaras y focos, maquillajes, estrellas mediáticas, vuittones y chaneles, belleza artificial y quebradiza, reportajes, ansiedades, lexatines y orfidales y soledad, mucha soledad.

   En Que sea la última vez… hay algo que nos atrapa, y no es ese ambiente delirante en el que todos hemos soñado estar alguna vez; ni siquiera la belleza de Madrid ni el embrujo de París. Es algo más íntimo, más propio, más normal: los sentimientos, los sueños que se cumplen quizá a medias, las expectativas y el día a día de la realidad. Margarita Gayo es una diosa de la televisión, y por lo tanto, una rea de sus necesidades de estrella. Su personalidad necesita baño de masas, saludos y arrumacos; pero ella es algo más. Detrás de las capas de maquillaje y las cremas hidratantes; la ropa de marca y la casa en La Moraleja, su vida se derrumba por un aparente ataque de ego, y ése es el verdadero punto de partida del libro: presenciamos la historia de un cambio devastador, y por lo tanto doloroso, que amenaza con alterar su vida para siempre. Y Margarita, como todos nosotros, siente pánico al cambio, y se adapta mal a aquello que le vine impuesto desde afuera, o que al menos cree que es exterior.

   Màxim Huerta nos adentra con humor, pero sobre todo con una extrema delicadeza, en ese miedo, en esos aires de cambio con los que nos identificamos todos. Dentro del celofán de su vida, Margarita Gayo encontrará que no todo es color de rosa, que no todo brilla, y que más que triunfar teniéndolo todo o quizá por estar empeñada en ese éxito que parecía serlo todo, en realidad ha dejado de lado su propia vida, su propio ser.

    Que sea la última vez… es un libro de descubrimiento y de lucha, y de aceptación. Inconsciente al principio, lleno de tropiezos, pues a todos nos cuesta darnos cuenta de lo que la vida quiere de nosotros y aún más de aceptarlo, pero finalmente desbordado como un río indetenible y puro. Que sea la última vez…, envuelve en su celofán una historia agridulce porque así es la vida, y una historia esperanzada, porque así es la vida. Retrata la soledad del triunfador, retrata la incapacidad para darnos cuenta de lo que vamos dejando atrás cuando nos anima un ímpetu más parecido a un sueño que a la realidad, y dibuja ese momento, variable para cualquiera, en el que la vida nos dice basta y nos obliga a admirar los restos que hemos dejado atrás.

   A Màxim Huerta le gusta bucear en las entrañas de los seres humanos; comprende el precio a pagar y acepta las normas del juego. Y sin embargo sabe que siempre hay una esperanza, aunque ésta sea diametralmente opuesta a la que esperamos, y que generalmente esta salida es aquella que en verdad merecemos. Su prosa está llena de una ternura inmensa, de un verdadero amor por sus personajes; el hedonismo que transmite en El susurro de la caracola aquí nos invade desde el principio, y todo es un mar de delicias, y todo es un canto a la esperanza.

   Margarita Gayo vive unos meses cruciales en su vida. Ni su medianía de edad, ni su lucha contra el tiempo que pasa, ni sus preocupaciones terminan avasallándola. Todos los personajes que salen de la pluma de Màxim Huerta luchan denodadamente por ser felices, es decir por ser verdaderamente libres, y consiguen redimirse, tras muchas vueltas y avatares, como nosotros mismos, apenas sin darse cuenta.

   Que sea la última vez… es un libro jocoso, hilarante, lleno de referencias al mundo de celofán que es la televisión y la celebridad; pero como los buenos bombones, encierra en su corazón un fin más profundo, una historia tierna, romántica, llena de olores y de tactos, una búsqueda inconsciente y la lucha que la acompaña, y finalmente la felicidad última, que es la verdadera libertad: poder ser nosotros mismos. En El susurro de la caracola ésta se hallaba entre los barrotes de una cárcel; en Que sea la última vez…, en los entresijos más escondidos de un corazón enamorado, enamorado de los demás, pero sobre todo de nosotros mismos.

   La prosa de Màxim Huerta es poso y promete mucho más. Y allí seguiremos para disfrutarlo, siempre que él quiera.