Esperando la llegada del día. El lento amanecer. El reflejo de tu piel.
El tiempo pasa, a veces demasiado lento, en esta espera infinita.
Cierro los ojos y el aroma de tu cuerpo llega hasta mí y es como recrearte en la nada y llegar a tocarte y desearte sin fin.
La espera es de goma y me envuelve en su arrullo. De bronce, de hierro. Sus dedos me aferran y me inmovilizan.
Y pienso en ti.
Tu sonrisa. Tus ojos de arena tostada. El ocaso de tu voz y la caricia firme, que se atenúa dibujando el camino de mi espalda hasta el cuello.
Y tus besos de sal y de almendra.
En la espera te dibujo. El deshielo de tu recuerdo apacigua mi sed. Y me vuelve loco.
Esperando la llegada de la noche el viento se agita. La soledad sonora grita hasta dejarme sordo.
Y pienso en ti.
En tus dedos de alambre, en tu torso desnudo, en el reflejo de la luna en el balcón de tu piel.
El tiempo pasa y me sobrepasa, se hace eternidad en un día y miles de segundos en las pestañas. Y estoy solo. Y me vuelve loco. Y no llegas.
Intento oír tu voz oscura en el trasiego de la espera eterna. Y me hago de piedra y de salitre y de pan mientras espero.
Mientras espero que vuelvas a mí.
La espera es mi esperanza y también mi prisión, mi anhelo y mi castigo. Y me siento inútil y muchas veces también vacío. Mi imaginación se seca, mis latidos se enlentecen. A veces incluso parece que estoy muerto.
Pero el dolor de tu ausencia me recuerda que sigo aquí, lleno de piel y sangre y ganas y soledades.
En la espera el amanecer no llega. Y continúo extrañándote.