A de… Amor/ L… of Love.

El día a día/ The days we're living, Los días idos/ The days gone, Música/ Music, Medicina/ Medicine

   ba5a138e204511e2aee522000a9f15b9_7Hace ya un tiempo, hojas caídas y flores vueltas a nacer, que me pidieron un favor. Una pareja ya mayor, él rubio y buen mozo de todos los tiempos, parecía no encontrarse bien: se olvidada de las cosas, perdía atención, estaba notoriamente triste, se negaba a comer y tenía siempre frío.

   Su mujer, preocupada, quería que lo viese un neurólogo porque temía, como parecía, que la temible enfermedad de la Demencia le estuviese agarrotando la memoria, destruyéndosela poco a poco con agujeros de olvido y de indiferencia.

   Le comenté el caso a uno de los neurólogos más profesionales que conozco, de mi entera confianza, amable y guapo a su vez, lleno de una profesionalidad que para mí la quisiera: enérgico y dulce, con las ideas claras y siempre dispuesto a innovar y ayudar.

   Era una pareja ya mayor, él octogenario y ella en la mitad de la setentena. No los había visto mucho juntos interactuando en público: se comportaban como una vieja pareja de muchos años, cansados de verse pero aún así animosos y codependientes uno del otro. La vida vivida que deja ese poso de costumbres y de calor que, aún en las situaciones más adversas, regala esperanza y comprensión.

   La enfermedad había hecho mella en aquella gallarda apostura: el cabello rubio aún, los ojos claros tras gafas de oscuro lente y en silla de ruedas, pues apenas tenía ánimos para caminar. Cuando me vio me recordó lo igualito que soy a mi padre. Yo le sonreí. Y me tomó de la mano. Me preguntó si tenía frío. En consultas externas ese invierno hacía frío afuera pero no allí. Le dije que no, pero que él seguro que sí. Le puse mi bata por encima y no la quiso: llamó a su hija y ésta le puso su chal. Supuse que mantenía mi mano asida por saludo, pero cuando la quise retirar, no me dejó.

   – Déjala aquí. Que tienes frío.

   Este abuelo era chispeante, resultón, socarrón y, al menos en público, poco dado a las muestras de cariño abierto; como muchos hacemos, lo ocultaba tras palabrería y ademanes toscos.

   Mientras esperábamos, se dedicó a recordarme historias de mi familia que él bien recordaba. Mi mano entre las suyas y toda mi atención. Su hija, amablemente, le pedía que me dejase tranquilo, pero él hacía que no la oía. Me hizo agacharme y, guiñándome un ojo, me susurró:

   – Nada como hacerse el sordo cuando conviene. No lo olvides.

   Y pasamos a la consulta.

   El neurólogo lo exploró, hizo las preguntas de rigor y posteriormente se dedicó a examinar su memoria de forma más exhaustiva, terminando con el Mini Mental Test. Esta prueba a pie de cama es una forma rápida de evaluar el grado de memoria y atención que un paciente tiene. Dentro de su escala de valores ayuda al médico a aclarar un poco cuánto de las brumas de una posible demencia se esconde dentro de los comportamientos que nos parecen erráticos visto desde fuera.

   Su mujer estaba sentada con él en el despacho. Su hija estaba a un lado y yo cerca de la puerta, como un invitado de piedra.

   El neurólogo le hizo una pregunta:

   – ¿Quién es esta señora?

   Él no respondió. Se echó a reír con cierto pudor.

   Se le repitió la pregunta. Yo esperaba (y el neurólogo también) que soltase alguna socarronería propia de los gallegos, que tanta fama tiene por el mundo delante. Pero no.

   – ¿Quién va a ser? Es Mamá.

   Mi amigo se calló unos segundos. La voz con que lo dijo, mirando directamente a su mujer, estaba llena de cariño, increíblemente repleta de amor. Sólo decir: Mamá hizo que nuestros corazones se derritiesen.

   Su mujer le aclaró el médico que, siendo ambos padres de cinco hijos, se llamaban entre ellos Mamá y Papá.

   – ¿Verdad, Papá?

   Y él asintió.

   – Sí. Cinco camándulas. Y me llamaban viejo. No le digo yo.

   Y  nos reímos.

   El neurólogo siguió con su exploración. Y volvió a repetirle:

   – ¿Quién es esta señora?

   Podía sentirse molesto por la reiterada insistencia, pero aún así contestó:

   – ¿Quién va a ser? La persona a quien más quiero en mi vida… ¿Verdad, Mamá?

   Y le acarició el rostro con una delicadeza y una coquetería y un saber hacer que la hizo llorar. A ella, a su hija y a mí. Yo, que suelo ser un témpano de hielo. Debe ser la edad… No: era su ternura, el amor que había entre esa pareja, la historia que se intuía entre ellos y lo mucho, mucho que habían vivido ambos.

   – Doctor, ¿usted cree que cuarenta años se pueden olvidar así como así?

   Y su mujer ya no podía ocultar sus lágrimas.

   Y el neurólogo prosiguió con su exploración hasta finalizarla.

   Como conclusión, tras el resultado, resultaba evidente que padecía la enfermedad de la rémora. Su memoria iba poco a poco perdiéndose en el abismo de lo que nunca ha existido.

   Su mujer encajó la noticia con una entereza que la hace aún hoy muy especial. Y él la escuchó con una indiferencia de viejo.

   Hizo que me agachase de nuevo para susurrarme algo al oído antes de irse.

   – ¿Para esto me has hecho venir? Anda, haz una cosa, neniño, haz lo que quieras con tu vida, pero hazlo bien. Y a los demás, que les den, ¿vale?

   Y riendo, se fue en su silla de ruedas charlando tranquilamente con su mujer.

   Lo volví a ver un año después en Urgencias, cuando me llamaron con apremio. Estaba moribundo. Sin mucha fe contribuí a atenderle. Lo estabilizamos un poco, recuperando algo el resuello. Cuando pudo hablar me pidió que fuese a por su mujer.

   – Quiero a Mamá aquí.

   Y allí la tuvo.

   Murió una semana después: cáncer de pulmón no diagnosticado. La demencia era un signo del cáncer, pero no nos habíamos dado cuenta de ello. No hubiese tenido tratamiento alguno (a esa edad, y ese tipo resistente a todo) pero aún así, en el fondo un error que no se me olvida.

   Pero en realidad lo que no podré olvidar nunca es ese regalo que nos dio, sin pedirlo y sin necesitarlo. Allí estaban dos personas que habían vivido una vida en conjunto, luchado juntos, enojarse, sonrojarse y sobre todo quererse juntos por más de cuarenta años, cinco hijos en común, cientos de problemas, miles de abrazos y millones de besos. Y aún en las tinieblas de la demencia incipiente, ese rayo de amor, fuerte como el que los unió un día, seguía brotando, seguía haciéndolos especiales, seguía iluminando una existencia que había valido la pena.

   A de amor, pero también de amabilidad, de abrigo y de alegría.

   Amor que todo lo puede, incluso con la demencia y, ahora, con la muerte.

Aún hay algo entre los dos/ Yet…

El día a día/ The days we're living, Música/ Music

   16d722ea42b111e2854522000a1f9e45_7Te llevo mirando un buen rato.

   No es que haya mucho que hacer, la verdad, una tarde como ésta.

   ¿Desde cuándo nos conocemos? ¿Y cuánto tiempo llevamos juntos? Unos años ha, y las cuentas ya no me salen más.

   Y sin embargo, aún hay algo entre los dos.

   Lo siento. Lo sé. A pesar del tiempo que ha pasado: has perdido pelo; confieso que hace tiempo que tus entradas dejaron paso a una autopista enorme. Y esa gallardía que tanto me atraía…, vamos, restos hay, pero…

   Ya no hablamos como antaño. Ya casi ni nos tocamos. Usamos los mismos temas de conversación una y otra vez y las cuentas de la luz, del agua, del gas, de la hipoteca…. A veces nos peleamos, siempre por tonterías. Y tus galanterías, ya perdidas, de vez en cuando aparecen y un resplandor ilumina mi memoria y te veo sonriendo permitiéndome el paso o recogiendo un pañuelo caído al suelo y tomándome de la mano para cruzar una calle o para asegurarnos que estamos uno junto el otro.

   Quizá no debería decirte esto; tal vez te enojes o no seas capaz de verlo como lo hago yo. Pero extraño tu calor y la galanura que me hizo enamorarme de ti. Y esos detalles pequeños que hacen divina la convivencia: recién afeitado oliendo a perfume; la mañana ocupada y las tardes de paseo por el parque; y de noche sin pegar ojo, oyéndonos, oliéndonos y queriéndonos con algo más que con los sentidos.

   Extraño todo eso que éramos. Te extraño tanto… Y aunque las cosas deben cambiar, estás ahora tan abandonado: viendo la tele, sin afeitar, el polvo acumulado por todos lados; un libro a medio leer y las rosas, siempre tan hermosas, marchitas ya.

   Y tengo que decírtelo arriesgándolo todo, porque creo que aún hay algo entre los dos que no deberíamos dejarlo perder.

   Mírate, mírame. Separados por un océano de días compartidos, y sin embargo juntos todavía, con ese pegamento del cariño diario, de los desacuerdos y, lo sé también, de un amor que ahora palidece y se escapa.

   ¿Cómo no amarte? Si eres el mismo chaval que me dijo un día que me quería cinco minutos después de conocerme; si eres el mismo que, tocándome, me enseñó el espacio cuajado de estrellas y que hizo de la poesía un canto del día a día.

   Y me he preguntado qué hacer y dónde está el problema. Si lo ves en mí, dímelo y veremos qué hacer. No te escondas en el baloncesto o en el inglés; háblame y escúchame; cambia conmigo las rosas del jarrón y limpia conmigo la acera del jardín, y acerquémonos lentamente a la playa otra vez a reírnos del baile del mar y, con el ritmo de las olas, arrullarnos en un rumor de abrazos y besarnos chiquito y dulce como cuando éramos pequeños y nos enamoramos sin saber qué hacer y sin esperar nada más que el puro presente de estar juntos.

   Porque te veo, el tiempo pasado y la juventud ida, y sé que aún hay algo entre los dos. Un amor abollado pero todavía hermoso; un amor, amor, que aún late por ti. Y por los dos.

Hoy/ Today.

El día a día/ The days we're living

   d7518b18124c11e28a411231381a43e7_7Llueve. El viento agita las ramas de los árboles y esparce las gotas por las ventanas.

   La chimenea chisporrotea y emite un calor dulce y tranquilo.

   El sofá con una manta de lana, gorda y sabrosa. Dos manos entrelazadas. Y el televisor a todo volumen.

   Un click de apagado. Y hay sombra y luz y una rara paz. No hay nadie más ya.

   – Pero, ¿qué haces…?

   Se miran. Y unos dedos navegan por el cabello revuelto. No se dicen nada más.

   Un beso.

   Y sólo tranquilidad.

   No hay día como el de hoy.

   Qué felicidad.

Cuando éramos felices (sin saberlo)/ When We Were Happy (Not Knowing It)

El mar interior/ The sea inside, Los días idos/ The days gone, Música/ Music

   El tiempo pasa. Se deshace en miles de partículas que no pesan nada por separado, pero que todas juntas nos arrugan el rostro, nos atrofian las articulaciones y nos quitan el ánimo de pensar en el futuro.

   El tiempo deja de tener importancia cuando vivimos. Cuando las arterias brotan con pulso y cada pensamiento es un riesgo y una aventura, un ideal y una posibilidad.

   Y el tiempo deja de importar cuando sólo nos queda recordar.

   Quisimos hacer del amor un premio, una presea que se desea, por la que se lucha y que se obtiene. Pero qué elusivo es el amor. Se escapa de nuestras manos, se derrama por los hombros y llega al suelo, brotando de nosotros y enredándose con los demás.

   Y el corazón era nuestro aliado, y los sueños, y la desmesura de quien lo posee todo (o cree tenerlo). No había sed que no se apagase ni noche que no estuviese bordada de ganas y de estrellas. Las palabras salían cual manantial y bebíamos de todo aquello, del sudor y de las lágrimas, hasta quedar saciados.

   Cada día era un cuento nuevo; cada oportunidad, una invitación a lo imposible. No sabíamos que, al buscar el amor, era amor; ignorábamos que desearlo era poseerlo, y tenerlo, perderlo. Cada encuentro era una historia infinita, la música sonaba y la banda sonora de nuestra vida se engarzaba en nuestras pieles y quedaba grabada a fuego en la memoria. Como el tacto de la piel y el sabor aún no ajado de la esperanza.

   Eso era amor. Eso era libertad. Eso era tiempo en estado presente. Y eso era felicidad.

   No sé si me he dado cuenta tarde. El tiempo ha pasado y ese período congelado parece resquebrajarse ahora que me acerco a él. Y hasta parece que toco su esencia y respiro el aroma que escapa de esa imagen que anhelábamos inconmensurable y que era preciosa, única y perfecta en aquel momento, entre nuestros brazos, entre nuestras risas y entre los besos que dejamos de darnos y las palabras que no nos dijimos y el silencio que a veces nos embargaba y la dejadez también y el rumor del viento.

   Eso era amor. Eso era verdad. Eso era tiempo en movimiento.

   Cuando éramos felices nada importaba salvo el momento, las palabras, los gestos. Cuando éramos felices no sabíamos que lo estábamos siendo, y mucho se perdió por ese desconocimiento. Y por nuestras ansias equivocadas ahora, o por nuestra necedad, que quizá viene a ser lo mismo.

   Cuando éramos felices sin saberlo, el mundo fluía: en nuestras manos, en nuestro pecho y en nuestra inconsciencia. Y aquello era amor. Y era libertad. Y era vida en movimiento.

   Y era la pura felicidad.

https://youtu.be/kr-lrYGA8YQ

Todo lo que queda atrás/ What has left behind.

El mar interior/ The sea inside, Los días idos/ The days gone

   Polvo sobre las cosas abandonadas que una vez significaron algo: poder, orgullo, firmeza, posesión.

   Fotos olvidadas, ropa que ya no nos queda o que ha pasado de moda. Y recuerdos que son lastre pero son vida.

  Llueve. Y me asomo a la ventana. La luna hecha un grabato en el cielo quiere dejarse ver, pero las nubes de algodón lo impiden. Y cae el agua despiadada como el tiempo sobre lo que queda atrás.

   Deseos, sentimientos, sentidos que una vez tuvieron sentido. Un día que fue y que ya no es. Un futuro que nunca llegó a ser lo que pensamos que sería.

   No sé quién es el responsable: el tiempo, el destino, yo mismo. El reflejo en la ventana no es el de hace veinte años. Ni siquiera el de hace una hora. Las fotografías hablan demasiado, y en esa cháchara continua pasa la vida y puedo ver, más que nunca, todo lo que queda detrás.

   Mi corazón ya no late. Es de piedra. Mis ojos ya no tienen lágrimas: menos mal que la lluvia cae por las ventanas. Ningún sueño se cumple por más que se desee, ningún sentimiento tiene sentido sin una red de realidad. Y esa realidad no ha sido nunca para mí.

   Una vez tuve un sueño de cómo sería mi vida. Y no es como la que hoy tengo. No estaba llena de recuerdos empolvados, ni de tiempo pasado, ni de canas ni de ojeras. En él no había puertas desvencijadas ni números rojos en el banco, ni una sombra por camino ni una soledad sonora.

   Todo lo que queda detrás no son más que deseos evaporados. Todo lo que queda detrás es lo que soñé una vez y jamás obtuve. Ni la sombra de un amor, ni la certeza de un querer.

   ¿Soñé alguna vez que la vida sería esto que me rodea? No lo creo.

   Y sin embargo todo lo que queda atrás es mi juventud gastada, mis ideales congelados y unos cuantos sueños quebrados.

   Apago la luz y dejo que siga la tormenta. Intentaré dormir más adelante, con el arrullo del agua que cae, imaginando que lava mi pasado y me bautiza de nuevo.

   Aunque todo lo que queda atrás jamás vuelve ni jamás será igual.

El mismo Hola, el mismo Adiós/ The Same Hello, the Same Goodbye.

Arte/ Art, El mar interior/ The sea inside, Los días idos/ The days gone, Música/ Music

   Estoy en la puerta. La aldaba cuelga tranquila; pesada de hierro; pesada de corazón.

   Soy incapaz de emitir un sonido. Mi voz enmudecida grita tu nombre, pero no oyes. O te haces el sordo.

   El mismo Hola cada vez que lo intento. El golpe de la aldaba, tus pasos detrás de la puerta, un suspiro y te vas sin decir nada: el mismo Adiós de hace un año o de hace dos, ya no recuerdo cuándo.

   Y puede que no haya que decir. Nada que pensar. Todo pasó y todo dejó de pasar. Tú y yo repitiendo las mismas historias, las mismas frases, durmiendo la misma noche, soñando distintos sueños y rozando, acariciando y mintiendo.

   Pero me empeño cuando me entra la melancolía. Evoco tu aroma y como poseído camino hasta tu puerta. Y veo la aldaba de hierro, y toco a la puerta. Cada uno de sus llamados es un latido de mi corazón. Cada uno de tus pasos es una palabra que quiero decirte: hola, cómo estás, el mundo cambia y nosotros seguimos aquí…

   Pero la puerta no se abre. Y tú no estás. Tu corazón ya no está en mis manos, tu vida no me pertenece. Ya no hay nada que nos ate, salvo el mismo Hola en tu aldaba y el mismo Adiós en tu mudez.

   Debo irme, lo sé. Debo dejarte atrás para siempre. Lo sé. Lo sé.El corazón está vacío y tu paciencia atacada. Mi imaginación se colapsa pensando en lo que pudo haber sido y en lo lejos que hubiéramos ido juntos, despertándonos a la vez cada mañana, despidiéndonos cada noche, espalda contra espalda y aveces corazón con corazón.

   Estoy en la puerta. El mismo saludo, la misma despedida. Quizá hoy pueda soportarlo mejor que ayer. Quizá hoy sea la última vez que vea la aldaba solitaria y toque a tu puerta y diga el mismo Hola a través de la puerta, y a través de la puerta, oiga el mismo Adiós de tu mudez.

Corazón de piedra/ Heart of Stone.

Arte/ Art, El día a día/ The days we're living

   Me gusta el mundo fragmentado: las obras de arte, los recuerdos engolfados en la memoria, las palabras a medio decir y las intenciones que vibran en el aire.

***

   A veces me noto a la defensiva. Y vivo tenso como una cuerda que va a emitir una nota. Y ésta es disonante. Y lo sé. Lo veo venir. Y no puedo parar. Como en un remolino que me engulle. Y, ya queriéndome poco, me quiero menos. Es como volver a empezar una y otra vez.

***

   Me duele no ser perfecto en un mundo que anhela la perfección. Me duele porque no se aprecia mi búsqueda de la calidad; del querer hacer por placer; aunar gusto y tarea, no importa que haya sido impuesto alguna vez. Me duele no ser reconocido.

***

   ¿Qué es un premio? ¿Qué es un homenaje? No lo sé. Un baño para el ego, quizá; un bálsamo para la mente instigadora que nos recuerda que  nunca somos lo suficiente.

***

   ¿Lo suficiente para qué?

***

   Ni decirlo ni ocultarlo, en un juego intermedio en el que aprecio mucho más que en en otros aspectos de mi personalidad, el alma galaica que me posee. El influjo de lo que nos rodea puede matizar nuestras acciones, nuestros quereres. Pero la genética acaba imponiéndose con el paso del tiempo: lo eterno perdura más de lo que creemos.

***

   ¿Y qué es lo eterno? El latido de un corazón, una sonrisa, una lágrima que escuece por la mejilla. Lo demás, una parafernalia que nos va sobrando con los años.

***

   Por eso engordamos con el tiempo que fluye: se nos cae de la cara lo que nos sobra de la vida y se nos acumula en la cintura, a medio camino de ninguna parte hasta que podamos ser libres.

***

   A veces me pregunto porqué no amo. Corazón de piedra. Late con cariño, pero no responde a una invitación más profunda, a la búsqueda de una caricia honda como un secreto. El amor, amor, se ha fugado de mi vida con sus alas de cera.

***

   Corazón de hielo. Congelado, detenido. Ahogado en silencio.

***

   Corazón de piedra que no busca a nada ni a nadie. Y que no sabe qué hacer.