Te llevo mirando un buen rato.
No es que haya mucho que hacer, la verdad, una tarde como ésta.
¿Desde cuándo nos conocemos? ¿Y cuánto tiempo llevamos juntos? Unos años ha, y las cuentas ya no me salen más.
Y sin embargo, aún hay algo entre los dos.
Lo siento. Lo sé. A pesar del tiempo que ha pasado: has perdido pelo; confieso que hace tiempo que tus entradas dejaron paso a una autopista enorme. Y esa gallardía que tanto me atraía…, vamos, restos hay, pero…
Ya no hablamos como antaño. Ya casi ni nos tocamos. Usamos los mismos temas de conversación una y otra vez y las cuentas de la luz, del agua, del gas, de la hipoteca…. A veces nos peleamos, siempre por tonterías. Y tus galanterías, ya perdidas, de vez en cuando aparecen y un resplandor ilumina mi memoria y te veo sonriendo permitiéndome el paso o recogiendo un pañuelo caído al suelo y tomándome de la mano para cruzar una calle o para asegurarnos que estamos uno junto el otro.
Quizá no debería decirte esto; tal vez te enojes o no seas capaz de verlo como lo hago yo. Pero extraño tu calor y la galanura que me hizo enamorarme de ti. Y esos detalles pequeños que hacen divina la convivencia: recién afeitado oliendo a perfume; la mañana ocupada y las tardes de paseo por el parque; y de noche sin pegar ojo, oyéndonos, oliéndonos y queriéndonos con algo más que con los sentidos.
Extraño todo eso que éramos. Te extraño tanto… Y aunque las cosas deben cambiar, estás ahora tan abandonado: viendo la tele, sin afeitar, el polvo acumulado por todos lados; un libro a medio leer y las rosas, siempre tan hermosas, marchitas ya.
Y tengo que decírtelo arriesgándolo todo, porque creo que aún hay algo entre los dos que no deberíamos dejarlo perder.
Mírate, mírame. Separados por un océano de días compartidos, y sin embargo juntos todavía, con ese pegamento del cariño diario, de los desacuerdos y, lo sé también, de un amor que ahora palidece y se escapa.
¿Cómo no amarte? Si eres el mismo chaval que me dijo un día que me quería cinco minutos después de conocerme; si eres el mismo que, tocándome, me enseñó el espacio cuajado de estrellas y que hizo de la poesía un canto del día a día.
Y me he preguntado qué hacer y dónde está el problema. Si lo ves en mí, dímelo y veremos qué hacer. No te escondas en el baloncesto o en el inglés; háblame y escúchame; cambia conmigo las rosas del jarrón y limpia conmigo la acera del jardín, y acerquémonos lentamente a la playa otra vez a reírnos del baile del mar y, con el ritmo de las olas, arrullarnos en un rumor de abrazos y besarnos chiquito y dulce como cuando éramos pequeños y nos enamoramos sin saber qué hacer y sin esperar nada más que el puro presente de estar juntos.
Porque te veo, el tiempo pasado y la juventud ida, y sé que aún hay algo entre los dos. Un amor abollado pero todavía hermoso; un amor, amor, que aún late por ti. Y por los dos.