Todo lo que tengo, que es mucho. Esta casa que crece con las horas; los coches aparcados en el garaje; la ropa en los vestidores; la fama que va y viene; el trabajo que parece agotarse y florecer más adelante; esta ciudad enorme que a todos acoge y a todos vomita al mismo tiempo, tan lejos de lo que fui y tan cerca de lo que soy. Y tu silencio que llena el espacio, y tu ausencia que todo lo marca.
Todo lo que tengo, que es mucho, no es nada. Nada porque no te tengo a mi lado.
No sé de dónde soy ni adónde voy. Mis sueños se han disuelto no sé dónde, pero lejos de ti. Y de mí.
Un gran jardín que esconde en su umbría el reflejo de una persona que no soy yo. O que fui. Contigo.
Todo lo que quise, que fue mucho, y que he sido yo, no une al corazón y a la mente, ni siquiera al corazón y al sentimiento.
Y me he quedado mudo en esta soledad que me rodea.
Toda la belleza que parece rodearme; toda la algarabía de esas comparsas de aduladores, que se disuelven tan pronto notan el más íntimo cambio; todo el sinsentido que usé para ensordecer mi propia voz… Nada hace que vuelvas a mí. Nada hace que hayas huido de mí y que ahora me encuentre así: solo.
Yo soy yo y nadie más. Un sólo solo, lleno de vacío. Jugando a los ecos del silencio pues ni los muebles me hablan. Sólo me recuerdan lo que fue una vez y ya no es. Y yo, siendo yo, viviendo en soledad.
Sin ti.
Solo.
Rodeado de gente, de cosas, de vacío.
Sin ti.
En soledad.
Todavía.