Escrito en las estrellas.

El día a día/ The days we're living, El mar interior/ The sea inside, Los días idos/ The days gone, Música/ Music

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Se vieron. El tren traqueteaba suave, esos modernos de alta velocidad. Acababan de salir de la estación. Y ya se habían dado cuenta el uno del otro. Primero por casualidad, una caída de ojos. Después una sonrisa velada, como vergonzosa. El pelo largo, el pelo corto; los ojos tras el cristal de unas gafas, los ojos claros que se entrecerraban por la claridad del encuentro; los labios algo resecos, los labios rojos entreabiertos. Y un poquito de vergüenza cambiando el rumbo de la mirada y una risa entrecortada.

Se sentaron uno frente al otro. Por casualidad tal vez. Había algunos asientos libres pero ellos se encontraron así, de repente, rostro con rostro y rodillas con rodillas. Volvieron a sonreír.

Y el tren con su traqueteo veloz.

El sol de la tarde doraba los minutos que pasaron en silencio. Bajaron los ojos, volvieron a verse; se sonrieron de nuevo y no sabían qué decirse. Alguien oyó un Hola; alguien respondió un Qué tal, y las reservas de la educación fueron cayendo una a una.

Se rozaron las rodillas, que rieron con las cosquillas. Y los labios se movieron con ritmo, el de una conversación que fluía con facilidad.

El inicio de una intimidad.

Cada uno iba al encuentro de su vida, pero descubrieron que la vida estaba allí, encerrada en aquel vagón veloz.

Se dieron la mano, se acariciaron las muñecas. Y la risa de nuevo. Y de nuevo la vergüenza. Y de los nombres pasaron a los recuerdos y de los recuerdos pasaron a las caricias pequeñas que fueron escalando peldaños hasta encontrarse en los cuellos, en el sabor rápido de besos pequeñitos.

Ya no hubo más sorpresas. El sol se hundió dando a luz a la noche, prendiéndose poco a poco de estrellas. Y ellos no sabían qué hacer. Se levantaron y se abrazaron, y cayeron en los asientos y se tocaron enteros haciendo de la casualidad un puro gozo. Las manos buscaron las espaldas, y los tactos, el río eterno de las espaldas, el arrullo sin medida de las caricias. Rieron y se hablaron, diciéndose muchas cosas, desnudándose de alma como de cuerpos en una intimidad que no era de este mundo.

Estaba escrito en las estrellas. Que se encontraran así, de casualidad; que se descubrieran tras siglos sin verse; que se amasen sólo por un instante lleno de eternidad. Estaba escrito que sus rodillas se reconocieran y que sus labios encajasen como la llave en una cerradura. Que las pupilas azules navegasen en el mar oscuro de unos ojos miopes. Que se rieran por cualquier cosa y que el placer naciese de una simple caricia, de un encuentro fortuito.

El tren viajó veloz y sus abrazos trenzaron unos deseos despiertos y hambrientos que iban de la sed de compañía hasta el sosiego de los sentidos; aquellos ojos se entendieron, aquellas manos se conocieron; aquellas rodillas que rieron, sabían de sobra que estaban hechos el uno para el otro.

Pero también que todo acaba. Después del viaje fugaz, después de la pasión y la intimidad, todo se hace calma, todo vuelve a ser lo que era. Juntos esperaron la salida de las estrellas y su viaje a través del amplio ventanal que se abría a la noche pero también al destino. Estaba escrito en las estrellas que aquel encuentro de sus vidas, en las que sus vidas quedarían entrelazadas por siempre, tendría un final. Y no pensaron en ello hasta que llegó.

Ambos se levantaron. Se alisaron el pelo, se abotonaron los pantalones y las camisas sin dejar de mirarse. Y se emborracharon de cada uno; se tatuaron el olor y las formas y la voz del otro en la memoria sin vacío del corazón, y justo antes de bajar, los dedos jugaron a tocarse una vez más, escondidos entre las mangas y las bufandas y los bolsos.

Abajo les esperaban. Uno recibió un abrazo en el andén; otro una nota con la nueva dirección de su vida. Pero se negaron a irse. El tren resopló y el abrazo pareció no tener fin, y las estrellas se escondieron encima del techo del andén. Y sintieron la opresión de la cárcel, y la vacuidad de la vida, y  el sonido hueco de lo cotidiano. Uno leía el papel una y otra vez sin entender las letras escritas; el otro, por encima del hombro, abrazaba con la mirada la distancia que los separaba negándose a decir adiós…

Sólo por un día conocieron el amor enorme, dadivoso, amplio e inocente, que no pide nada, que goza y que regala, que abraza y que se funde, que llega al tuétano de los huesos y queda grabado en el alma. Estaba escrito en las estrellas, esas que ahora se ocultaban, que la vida iba a seguir impasible a los sueños, impermeable a lágrimas y deseos, y que ellos no eran más que una mota de polvo en el entramado enorme del universo.

Poco a poco se fueron alejando. Uno fundido en un abrazo incómodo; otro de pie, sin saber qué hacer, con un papel ajado entre los dedos. Cosas del destino, supongo, que se halla escrito en las estrellas.

Y la vida que se apaga. Y el recuerdo que permanece.

Mirarnos en el espejo/ Looking in a Mirror.

El día a día/ The days we're living, El mar interior/ The sea inside

para AU.

Me gustaría decirte que vales más de lo que crees. El valor de una persona se mide en el coraje con el que se enfrenta a la vida, en el grado de sus miedos, en la fuerza de su corazón y en el dramatismo con el que tiñe su propia vida.

Verte y sentirte, tan grande y tan tierno, con esa mirada abierta y esa sonrisa de ángel caído es para soñar. Tu lucha, que luchas sin fatiga, a veces derrumba fortalezas y desgasta, pero nunca ensombrece el sueño final, la salida única. Es necesario caer muchas veces para aprender a valorar lo duro que es estar de pie y lo difícil que es encontrar un centro de gravedad que nos ate a la tierra de la que formamos parte. Pero no te equivoques: ese centro, ese corazón que late es el tuyo por tu propia fuerza y no el de nadie más. Tienes a tu lado un apoyo insuperable, pero está en ti decidir seguir adelante y transformar una vida que late furiosa en tu interior, por ti y por nadie más, pues eres especial, único, intransferible, dramático y tierno, pero brillante como una estrella y nebuloso como un planeta lejano por siempre presente.

Verte, saberte, conocerte, sentirte, abrazarte, besarte y reírte es como mirarme en un espejo. Tus miedos, tus dudas, tu errada visión de ti mismo me devuelve un reflejo en el que me identifico y una imagen en la que me apoyo. No he conocido a una persona tan valiente como tú, tan sí mismo en su desesperación a veces y en su pasión ciega, ni que tenga tantas posibilidades de aprehender el secreto de vivir y de desarrollar ese sueño que soñamos todos de estar vivos.

No importan los detalles que salen a nuestro encuentro, tener razón o perderla; soñar es lo importante, vencer los temores y saber que en nosotros mismos late un corazón de héroe, vive un fuego indomable que se inflama por el amor y que se basa en la fuerza íntima, la sonrisa eterna y el ansia de dar. Tu generosidad es un río indomable; tus miedos, simples recodos de un camino que terminarás por bordear con el acento correcto, los mapas adecuados.

Eres un hombre que ama, que es amado, que es comprendido y aceptado, y que descubre que nada es perfecto porque, en el fondo, quizá todo ya lo sea en realidad. Y eso es el primer paso para la aventura de vivir no sólo un amor hacia el Otro, sino el amor hacia nosotros mismos, aventura que nos aterra y nos paraliza, pero que nos garantiza el mayor de los tesoros, el único e intransferible: ser verdaderos dueños de un corazón que ama y la libertad, la verdadera libertad, de amar y ser amados.

Eres dueño de múltiples talentos, y del Tiempo, bello ángel del tiempo que todo lo puede. Y aunque no lo sepas o no lo creas posible, dentro de ti late ese corazón indomable, se halla esa fuerza de héroe y esa eterna duda que nos impulsa a llegar al final. Y ese final es el propio camino de cambio, de evolución, de despegue y de vida.

Te busco en el espejo de mi vida y me emociona ver cómo poco a poco despliegas tus alas de plata, bates el viento y te elevas buscando con inseguro paso ese hombre que, lo sabes bien, está dentro, dentro, muy dentro de ti, y que es aún algo pequeñito, pero que es tan tú como ese reflejo hermoso que te devuelve el espejo cada mañana y en el cual que me inspiro diariamente para seguir adelante.

Eres amado y eres juzgado y eres esperado y eres admirado y eres apreciado y eres criticado y eres mimado y soportado y eres miedoso y callado y hablador y caído y levantado y hombre y niño. Pero por sobre todas las cosas, eres un hombre que se alza al cielo, con vuelo rasante pero seguro, hacia la eternidad.

No tienes por qué sentir miedo porque lo eres todo; no tienes por qué encerrar al mundo en una caja de arena: es vasto como el océano, líquido y plástico, y lleno de tiempo y amor. Y eso es algo que siempre tendrás a raudales en esas manos firmes y en esa sonrisa de ángel. Oigo el batir de esas alas de plata…

Me miro en el espejo de tu vida y me lleno de fortaleza y de una incandescente valentía que no es de este mundo. Tú, en el fondo, no eres de este mundo…., porque eres un hombre, un hombre real.