Telón: después de todo/ Telón: After All.

Arte/ Art, El día a día/ The days we're living, Libros que he leído/ Books I have read, Literatura/Literature

Después de todo este tiempo pasado con Alejandro, Miguel y el resto de la panda de Historias de Chueca, TELÓN se erige como el cierre de una historia estrambótica y tierna, delicadamente escatológica y maravillosamente real.

Telón está lleno de Chueca y, sin embargo, traspasa a Chueca, va más allá. Todos sus personajes se concentran en ella, se integran en ella, crecen en ella y, como nos pasa a los seres humanos, trascienden sus límites para tocar, con mucho humor pero sobre todo, o más que todo, con melancolía, los corazones de sus lectores.

Como Telón es Historias de Chueca, hay situaciones hilarantes y surrealistas dentro de ese casco urbano que todo lo contiene; hay dolor, también, y decepciones, y muchas sorpresas. Los personajes que han integrado la trilogía se encuentran aquí y completan el círculo invisible que los ha unido desde el principio. Telón es la historia de Alejandro, pero también es la de Stephan, ese niño maravilla, y la de JuanGa, que sigue deleitándonos con sus modelos inusuales y sus salidas de tono, tan maravillosas; y sobre todo la de Javier, un personaje que entra en el tejido de Telón para revelarse, en cada página, su corazón, su centro.

Lo más hermoso de Telón es su evolución. Pues hasta los personajes que integran Historias de Chueca evolucionan, se replantean aspectos de su vida; y buscan, buscan hasta la extenuación y con tanta fe, que al final todo lo consiguen. En Telón brilla la esperanza, la sensación de que todo es posible, y todo, de la mejor manera posible. Nada queda al azar en ese aparente mundo loco que Abel Arana ha creado, quizá porque, como él mismo dice, en el libro se integra la historia de todo aquel que ha vivido en Chueca alguna vez, esa historia de todos y de nadie en particular.

Telón va más allá de Historias de Chueca y revoluciona el mundo de MÁS con mayor calado. Las historias dentro del libro se suceden una detrás de otra, pero esta vez la melancolía del deseo se deja traslucir más, se desnuda en realidad, liberándose de la fantasía, de los juegos, de los sueños que la adornan, mostrándose tan pura y tan enigmática como es en realidad. Todos tenemos esa trastienda; todos guardamos en el patio de atrás deseos errados, truncados u olvidados, que nos hacen ser lo que somos y cómo somos y que terminan definiéndonos por encima de nuestra mente, unido como está al verdadero corazón que nos guía.

Y eso es lo que Abel Arana ha hecho con Telón: escribir con corazón. Alejandro es más él mismo; Stephan crece hasta conseguir ser, en esa libertad plena en la que vive, lo que desea (con una aguda perspicacia); Javier llega y revoluciona los astros; y el resto de la pandilla, tan cercana como nunca, sonríe desde su propio viaje y se mantiene tan enlazada como sólo el verdadero cariño puede unir.

No hay nada de Historias de Chueca que el lector no halle en Telón. Pero hay mucho más: una trimidensionalidad y un entendimiento único y un final arrebatador, en el que el amor triunfa por encima de las mil dificultades a las que lo abocamos, a través del Destino y de la Esperanza.

Telón nos regala, en sus páginas, un trocito de vida vivida. Telón nos enseña en sus páginas que, después de todo, un final no es más que un nuevo comienzo, un nuevo amanecer.

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El camino del amor/ The Way of Love.

El mar interior/ The sea inside

…a Piernas de Alambre, por abandonarme.

Sabía que serías peligroso para mi corazón. Lo sabía. Hasta ese momento mi mente podía más que mi corazón y me mantenía a salvo, a flote y alejado de cualquier error. Porque el amor es un error cuando no es correspondido, cuando el objeto amado no es más que un espejismo de nuestros sueños y cuando una sonrisa pasajera, una mirada intensa y una voz aterciopelada aterriza en nuestra vida para desbaratarla por completo.

Pero el camino del corazón es tortuoso y no gusta de atajos. O eso dicen. Porque mi amor por ti atravesó todas las barreras, todos los prejuicios, todos los bienes razonados. Era un error, estaba mal, no eras para mí…Tonterías. Mi corazón salió desprendido de mi boca y te lamió la cara, te comió el pecho y  me dejó sediento de tu sudor, hambriento de tu olor y mudo de sentidos vacíos. Porque cuando entré en el camino del amor, un momento de ceguera pasajera, un arrebato sin control se apoderó de mí, y corrí como un poseso y me detuve en tu cuerpo asiéndome a él con una intensa ansiedad arrebatada e idiota.

El amor nos hace imbéciles. Y el amor no correspondido nos obliga a naufragar por los médanos de la indiferencia, por las rocallas de la ingratitud y lo obvio, por el camino sin retorno de lo que nunca será.

Cuando vi tus ojos de miel y desierto, tu sonrisa de ángel caído y esos brazos afilados y morenos, atravesé el puente sin retorno del amor y contemplé cómo esas llamas heladas lamían sus bases y destruían mi seguridad. Tú me sonreíste como se le ríe a un tonto, y el amor que encendiste en mi pecho desbarató mis temores, congeló mis razones y me dejó solo, abandonado a tu merced, una voluntad de títere en unas manos de indiferencia.

Pues así es el camino del amor no correspondido, ése al que arrojé mis sueños por quererte, Piernas de Alambre. El camino del amor lleno de espinas, en las que una caricia hueca es un regalo del universo, y un abrazo perdido en la noche, es el mundo arrebatado de pasión inútil. Y aunque sabía que serías veneno para mi alma y que ese amor insano debilitaría mi vida hasta los cimientos; me dejé arrastrar por esa pasión insalubre, me dejé llevar por esos sueños alocados en los que sólo yo bailaba un vals asonante y pasajero, y cuyos momentos memorables, de tan simples, ya se los ha llevado el viento.

Y sin embargo, amor mío, no te culpo de nada, no te cargo de responsabilidad ni de olvido. Ni ese juego al que te abandonaste, ni que comieras mi corazón a cucharadas, ni que dejaras el rastro de tu piel atado a mí para siempre. Ya no busco culpables, porque incluso el amor loco, el amor hueco, el amor inútil tiene lugar en el mundo, en el mío al menos, que quedó vacío cuando descubrí que te habías ido sin decirme adiós.

El camino del amor no correspondido, el camino del dolor sin sentido, el sendero de la libertad desdibujada… Piernas de Alambre, sombra fugaz, fantasma informe, traidor de mi corazón, sueño desprendido, ansia descarnada, cobardía despechada y camino del amor imaginado…

La Bohème o el Hechizo de Luna/ La Bohème or Moonstruck.

Arte/ Art, Los días idos/ The days gone, Música/ Music

La primera vez que oí un aria de La Bohème fue a través de la película de 1.987: Hechizo de Luna. Una deliciosa película que, a día de hoy, me sigue pareciendo maravillosa, y cuya magia lunar continúa conservando todo su hechizo. Cher nunca ha estado más hermosa y cercana, y las historias entrelazadas sobre la desesperanza, el abandono, la madurez, el resentimiento, la vejez, el miedo y el amor, son tan válidas hoy como hace más de veinte años.

El personaje de  Nicholas Cage, a pesar del resentimiento y la rabia, conseguía a través de esta ópera, liberar parte de sus frustraciones y recuperaba, en los breves minutos que la música ascendía al cielo, una liberación casi completa. Y la imagen de Cher desnuda, contemplando la plateada luna llena a través de la ventana, y a través de su piel, aún brilla en mis recuerdos.

Y aunque simule poco lógico, dos obras de arte por más dispares que sean, pueden tener muchos puntos en contacto y entenderse en conjunto y por separado. Hechizo de Luna me llevó a La Bohème, como me llevó al Lincoln Center de Nueva York y, precisamente en un otoño, a una de sus representaciones… La vida que gira una y otra vez.

Todo de La Bohème me gusta: su historia romántica, su ambiente donjuanesco, sus personajes vivarachos, y esos momentos cumbres del encuentro, el reconocimiento, y la despedida.

Todo de Hechizo de Luna me gusta: su historia, sus personajes agridulces y tan profundos, sus temores internos y cómo el hechizo de la luna llena hace nacer en ellos la necesidad de evolucionar, de aceptar el paso del tiempo, las inseguridades y el amor. Y la música de Vicky Carr y Dean Martin. Y, por supuesto, Nueva York y Puccini.

Mucho he cambiado desde los 17 años… Pero algo sigue intacto en mí, muy dentro pero muy vivo, a pesar de todo. Y estos recuerdos forman para de eso. Y me alegra haberlo encontrado. Y saberlo.