Honor: paraíso perdido/ Honor: paradise lost.

El día a día/ The days we're living, El mar interior/ The sea inside, Música/ Music

   En estos nuestros días del S. XXI se ha perdido el Honor. En algún lugar entre la sana ambición, la correcta educación y el valor de la palabra, lo hemos perdido. Tanto, que hoy ensalzamos el deshonor y ridiculizamos su contrario con una desfachatez asombrosa.

   En la actualidad, los valores que antes se admiraban no tienen sentido. Tanto es así, que nos asombramos que alguien se dirija a nosotros con un mínimo de educación o que muestre la más leve galantería, una bonhomía ligera como un beso en la distancia. Hoy se mira como debilidad, como un defecto de personalidad y, de forma también inexplicable, como una falta de ambición y de sueños.

   Demasiado acostumbrados estamos en las televisiones, en las mañanas al salir a la calle, en nuestras relaciones familiares, en nuestros mundos personales a tal desajuste, que nos asombramos cuando alguien cede ante nosotros su puesto en un asiento, cuando nos sonríen porque sí, cuando destaca por encima de todo una amabilidad que no es debilidad sino grandeza, un elevado bienestar propio que se resume en delicadeza y en sereno clamor. Un alma estable es sutil y firme al mismo tiempo, dueña de una aleación única que la hace al mismo tiempo flexible e imperecedera, perspicaz y olvidadiza, astuta y, sin embargo, pausada, bienhechora, imperfecta y magnánima a la vez.

   Qué poco cariño nos tenemos a nosotros mismos cuando dejamos pasar personas que merecen la pena, gentes cuya talla moral raya lo absoluto, lo perfecto. La bonhomía, el honor, obrar con justicia, lamentarse y errar, enmendar esos errores, seguir en el camino pese a todo, lleno de consideración por cuanto nos rodea: planta, animal o individuo, sin un pensamiento indigno hacia los demás (porque son sus iguales), sin esperar nada malo de la vida, pero aceptando su ración al final con hidalguía… La palabra dada, la responsabilidad que a ella va adherida, la cortesía y la sonrisa, son bienes tan escasos, nuestra talla moral es tan baja hoy en día, que no abundan ejemplos a los que seguir y, aquellos que lo son, se alejan de nosotros, heridos muchas veces pero sobre todo cansados de saber que un mundo así, vacuo, enorgullecido de serlo, e hipócrita no merece (porque no merece) que caminen por él.

   Acabo de leer, después de muchos años, Los tres mosqueteros y Veinte años después, de Alejandro Dumas. Los valores que estas dos novelas contienen, llenas de pasión y de delicadeza pero a la vez de brutalidad y coraje, resumen el mundo que hemos perdido. Un mundo en donde el honor bien entendido (todo llevado a su extremo es un error en sí mismo) era el eje de la existencia, donde el orgullo de hacer bien el trabajo, la palabra dada, la adhesión a un código de actuación y los buenos modales envolvían la vida y hasta la justificaban. El ambiente retratado en esas obras de ficción, mejorado y tallado con el paso de los siglos, sobrevivió casi hasta nuestra época, ampliándose, extendiéndose, dejando de ser el bien de unos pocos para ser la vara de medir de toda la sociedad. Pero en algún punto de esa evolución hacia la globalización hemos perdido la ruta, hemos desandado el camino.

   Bien sea hablar gratuitamente mal de alguien: un familiar, un conocido, un desconocido; bien sea considerándolo poseedor de nuestros mismos defectos sólo que potenciados; o un ser inferior (física, intelectual y culturalmente); o por sencilla maledicencia, nos vemos rodeados de una sociedad hipócrita y maldita, que reniega lo mejor de sí misma en dos extremos que se tocan: la indiferencia más absoluta y la ansiedad más metiche.

   Esta no es la sociedad en la que yo vivo. Yo vivo en aquella en la que se le da una oportunidad al Otro, en la que se cumple con la palabra dada; en la que, pese a todo, confía en la buena voluntad de los demás; en la que la Libertad campa a sus anchas mas no el libertinaje; en la que la Igualdad es ley, mas no el igualitarismo; en la que el Honor tiene su puesto, así como la Ambición, la Voluntad, la Sapiencia y la Decepción. No soy como los demás. No me interesa serlo. Soy yo: un hombre de honor. Porque digo lo que pienso, porque procuro cumplir con mi deber según mi código de valores; que no reniego de nadie; que no se deja manipular por nadie; que confía hasta que deja de hacerlo; que no olvida, rencoroso inflexible, pero que no deja de dar otra oportunidad, como se la han dado a él más de una vez; que anhela la Perfección sin alcanzarla nunca, lleno de Educación nacida de dentro y jamás impuesta; y que hace su labor, que es ayudar a los demás, lo mejor que puede hasta cuando no quiere, porque los remordimientos llegan y no le dejan dormir.

   No sé si vivo en una realidad paralela. Si es así, me importa y mucho: me gustaría que la realidad reflejase todo lo que tenemos de bueno, porque todos tenemos algo bueno que ofrecer, y que las buenas maneras, una sonrisa, la palabra dada, la Bonhomía en sí, el Honor, ese paraíso perdido, vuelvan a ser lo que eran y valgan su peso en individualidad, en comunidad y en mundo.

   Para aquellas personas tan bajas que creen que, en susurros soto vocee, arreglan el mundo; para aquellas equivocadas que juzgan la realidad por los ojos con los que ven; para aquellos que creen firmemente que no todo está perdido, el Honor late en mí, sin menosprecio ninguno mas sin una pizca de falsa modestia tampoco, desde el día que nací hasta el día en que me muera. Y así seguiré, y aquí seguiré, pese a todo o gracias a todo, vivo y tan cabezón como siempre.

   Gracias.

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