Felipe II: El Rey imprudente.

Arte/ Art, El mar interior/ The sea inside, Libros que he leído/ Books I have read

 

81nOERCpYxL._SL1500_ ¿Cuánto sabemos de verdad sobre los demás? Aún más complejo: ¿cuánto sabemos sobre nosotros mismos? Esas preguntas, y los juicios que conllevan sus respuestas, son las que han llevado al historiador e hispanista (a saber lo que significa en realidad este vocablo) Geoffrey Parker a pasar media vida tras la vida del rey Felipe II de las Españas (y de muchos sitios más que no vamos a detallar aquí.) Un rey dueño de un imperio, y un imperio tan extenso que la hipérbole: nunca se pone el sol, sólo genera visos de pura realidad.

No sé si hubiese querido ser Felipe II; puede que ni siquiera Carlos I, su padre. Puede que, aunque regentes en una época de maravillas, hubiese si quiera querido vivir en ese período de tiempo. Sabiendo lo que sabemos, el S. XVI está tan lejano de nosotros casi tanto como la Antigüedad, y si bien en lo básico los hombres no hemos cambiado en nada, en lo exterior, en lo que nos rodea, en riqueza de conocimiento y empobrecimiento de las fuentes, mucho se ha mimetizado la vida desde entonces hasta ahora.

La labor del profesor Geoffrey Parker es ingente. Nos retrata, con una mirada acertada y muy crítica, quizá en exceso (por lo que ya he dicho, nuestra mirada jamás se podrá adaptar a los ojos del S. XVI, aunque podríamos hacer un esfuerzo), la vida de un hombre complejo, lleno de maniáticas costumbres, incluso llega a aventurarse retratándolo como obsesivo y muy pulcro, huidizo, parsimonioso hasta la quietud de acción, inteligentísimo rallando en lo brillante (pero sujetado por todas las limitaciones humanas), y solo, por sobre todas las cosas, solo.

Ser rey no debe ser algo bueno. De hecho, ser presidente de gobierno tampoco (cómo involucionan nuestros gobernantes nada más llegan al poder comparados a cuando se marchan por la puerta de atrás). Tener el poder absoluto debe ser un castigo más que una gracia. Un peso con atractivos, pero una carga sin duda. Felipe II (y cuantos monarcas ha parido la Historia, que son muchos) es un buen ejemplo de ello.

Un hombre más familiar de lo que se cree, más español de lo que se cree, que sostuvo todo un imperio en años convulsos, que contribuyó a ese desorden y que dilapidó, como muchos otros en esos tiempos y en los de ahora, oportunidades de oro, y mucho oro y sangre y vidas. No cuento con que haya un soberano que salga indemne de un análisis tan detallado y hermoso y extenso como el que Geoffrey Parker hace del monarca hispano: todos tienen defectos, los propios y los de su tiempo, y debemos juzgarlos (¿debemos juzgarlos?) con la mirada de ese tiempo.

En toda la biografía del profesor Parker puede que éste sea el único lastre: parece ofendido por sus hallazgos sobre la personalidad real, quiero decir decepcionado de sus errores, aunque jamás comete la imprudencia de exaltarlos ni de opacar sus virtudes. Tras siglos de leyendas diseñadas por reinos no afines y que se han creído a pies juntillas por todos, incluido los descendientes de sus súbditos, es hora de que la primera monarquía más poderosa de la Era Moderna se limpie de esas impurezas prestadas y que se muestre como ha sido, que acepte como propios aciertos y errores, y se libere de cualquier manipulación o estratagema. Y tienen que ser los británicos, y los franceses y los norteamericanos quienes pongan las cosas en su sitio, los españoles siguen sintiendo una extraña vergüenza de todo ello, una especie de honor mancillado, que les impide ver grandeza y virtud, errores y caídas en el arco de la Historia de su país, de la vida de sus gentes y de la vida de sus gobernantes. Pero ésa es otra historia.

Años más tarde de su publicación el autor mismo se da cuenta de este hecho, cosa que lo engrandece todavía más. Un libro novelado, o la novela de una biografía que atesora miles de conocimientos de un rey prolijo pero nada tonto, que dejó poco tras de sí (como su propio padre; como muchos otros que le precedieron), quizá deseando que la Historia lo juzgase por sus obras, que hablan a gritos, más que por sus justificaciones (de las que sin embargo están hechos incluso los más grandes hombres), escapa al escalpelo del Historiador. Pero quizá no del Escritor.geoffreyparkerii560 Marguerite Yourcenar supo introducirse, convertirse quizá, en el emperador Adriano basándose en los pocos legajos que quedaron (por motu propio) sobre su vida. Acertó en el tono, en el discurso, en la reconstrucción de un tiempo y un espacio vital únicos. Pero ella era escritora, no historiadora. Artista, sabía que juzgar a un personaje no la llevaría más que a la crítica fácil, a la violación de ese lazo púdico y eterno que la ató intelectual y sentimentalmente al emperador romano. Con Felipe II, con Carlos I, puede que ocurra lo mismo. Imitando quizá al romano hispánico, ambos borraron muchas huellas de su propia vida, y esas lagunas, que los historiadores consiguen rellenar, quizá necesiten del alambique del artista para poder ser insuflados de vida, para poder ser entendidos, con los ojos del S. XXI, sin ser sojuzgados, para bien o para mal.  En el fondo, puede que así debamos ver la Historia: sin ignorar sus faltas, sin alabar sus aciertos, sin juzgar con nuestros ojos los ojos de quien vieron el mundo de otra manera. El Arte ocuparía aquí el lugar de la Ciencia, o más bien, junto a la Ciencia establecerían las columnas sobre las que se debería aposentar la Historia, y así dejarla libre de toda manipulación o mancillamiento. Quién sabe.

Pero mientras ese tiempo llega, gracias a historiadores tan acertados como Geoffrey Parker, podemos disfrutar y conocer y limpiar de falsa imaginería un hombre fascinante como pocos, que gobernó un mundo que ya no existe, y con el que se topó quizá de forma más accidental de lo que pudiésemos pensar; un mundo en constante cambio frente a la actitud inmovilista del ser humano, que se resiste a ellos. Un hombre complejo pero fascinante, que se llamó Felipe y que vio la luz y también la muerte en el S. XVI de las Españas, período que aún hoy se llama Siglo de Oro. Casualmente como la época romana que regalaron los empradores Trajano y Adriano, ambos españoles hasta Marco Aurelio, de origen también español… Cosas de la vida, y de la Historia. Pero ésa, es otra historia.

Memorias de Adriano/ Memoirs of Hadrian.

Libros que he leído/ Books I have read, Literatura/Literature

   Memorias de Adriano es uno de esos libros mágicos, fascinante desde su mismo inicio; denso y ligero; profundo y superficial; bellamente escrito y descrito, reflejando una poderosa personalidad en aras de un fin mucho más glorioso, que es el de trascenderse a sí mismo; el mismo puro espíritu del propio emperador, que nos habla desde el siglo II como si hubiese empezado ayer su relato.

   La edición que tengo, de bolsillo, lo compré a los dieciocho años (la mejor edad para enamorarse de Adriano y su historia) con un dinerillo que me regalaron por Navidad. Tiene un error que me parece fascinante, y es que uno de los capítulos del libro carece de título; algo que descubrí muchos años después, cuando me sabía de memoria párrafos enteros. Está viejito, ha sufrido los mismos avatares que sufrimos los seres humanos, y aún resiste su uso, pues lo leo al menos una vez por año. En sus hojas tiene restos de pintura (de un tenue color óxido que le va estupendamente a sus añejas hojas), pétalos de rosas secas, y alguna nota entre márgenes muy bien escondida dirigida a alguien que ya no está conmigo. 

   Es un libro vivido, porque ha encendido la chispa de su historia en otros corazones además del mío; es un libro viajado, pues ha estado en dos continentes; ido y venido conmigo, en ese vaivén de la vida que se vive. Y es mágico, porque pudo encender en mí la fascinación por el trabajo y el alma de Adriano; el ardor de su amor por Antínoo; su constancia e inconsistencia; y el hambre de conocimiento que sólo historias bien contadas llegan a sembrar en nuestro intelecto y en nuestro corazón.

   Un escritor quiere trascender en la historia; todos los seres humanos que vivimos anhelamos el mismo afán. Marguerite Yourcenar (1903-1987) lo consiguió, y no sólo por esta preciosa obra de arte, si no por su trabajo en general, trabajo del que soy un gran admirador.

       Memoirs of Hadrian is one of those magical books, fascinating since the beguining; dense and soft; deep and superficial at once; beautifully written and reflecting the pure spirit of a man beyond his era, making an Emperor talks to us from the II Century just like if it was being yesterday.

   The edition I have is a pocket one, and I bought it when I was 18 years old (the perfect age to fall in love with Hadrian and his story) and it has one mistake of edition: a lack of  title of one of the chapters. I discovered it many years later, when I knew already many paragraphs completely. It’s old; it has undergone the same ups and downs human beings have, and still it resists to use, because I read it once a year more or less. In its pages it has rest of paint (an oxide colour that match perfectly with its elderly sheets), dried roses petals, and a very well hidden note written to someone very special for me.

   It is a lived book, because it ignited the spark of its story in so many hearts besides mine; it’s a traveled book, because it has been in two continents; it has gone and come with me, in that swing of life that is lived.

   And it’s magical indeed, because it could ignite the fascination and love of Hadrian life and soul, the ardor of his love for Antinous; his certanity and inconsistency; and this hunger of knowledge that only a very good stroy can leave in our minds and hearts.

   A writer wants to extend life beyond History; all human beings want the same goal. Marguerite Yourcenar (1903-1987) did it, with this work of art but with her complete body of work, which I’m a great admirer.