Crónicas inenarrables: todo siempre va a mejor.

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Javier Comas ha escrito una historia de un tiempo ido que llega, cual ola densa y alegre, a nuestros días. Un carnet de vivencias que evocan un tiempo ido que sigue latiendo en su interior y que florece con alegría y vigor y esperanza. Porque cada día en un nuevo día, cada oportunidad, un momento de vivir como si fuese le primero y el último.

En Crónicas inenarrables hay una reflexión sobre el tiempo ido y retomado, un relato evocador y al mismo tiempo actual, un mundo que ha sido y que nos lleva al que hoy tenemos, sin un atisbo de nostalgia y mucho menos de amargura.

Crónicas inenarrables es la prueba que todo, hasta lo más vano, siempre va a mejor.

Este relato, primorosamente publicado por Ediciones Kabo&Bero ha sido galardonado con el premio Todo mejora 2024, y lo merece, al ser una prueba que, en contra de mucho y sobre todo de nosotros mismos, con la chispa de la voluntad y el soplo de la confianza (aún en los instantes más oscuros), hasta lo más difícil esconde la lección más excelsa y el más puro atisbo de libertad.

Quizá lo que más caracteriza al tiempo ido que dibuja Crónica inenarrables sea esa fuerza que, pese a todo, ha caracterizado de siempre a lo que hoy se llama colectivo LGTB+ (esa sopa de letras maravillosas, que va a abarcar todo el abecedario como sigamos así): y es la voluntad de hierro, el ansia por desarrollar la diferencias para abrazarlas finalmente. Nada hay individual que no sea colectivo; nada colectivo nos afecta menos que al ánimo y al corazón solitario.

Javier Comas, con un estilo suelto, casi a vuela pluma, nos lleva de lo pasado a lo actual, de lo oscuro a la luz, de lo triste a lo alegre, del miedo a la libertad, de la soledad al amor compartido, con esa esperanza del que ha vivido todo y aún espera con ilusión lo que está por venir, el propio fin incluido.

Crónicas inenarrables es historia ida, es vida contemporánea; es nostalgia agradecida, es lucha, es silencio, es exceso, es vitalidad, pero sobre todo es amor. Un amor que profundo, se lee con la rima de un poema, y la profundidad de un ensayo. Que vuela y se expande por los cielos de España, y del resto del mundo. Porque todos pasamos por instantes similares, todos podemos ser (por separado, a la vez, o indistintamente) Ángel y Miguel, cualquier expresión artística y cualquier ciudad. Para mejorar siempre, porque siempre, siempre, todo va a mejor. Aunque no lo creamos. Y este relato es una bella prueba de ello.

Rey desnudo y chico muerto: la voz oída

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Kabo&Bero Ediciones nos regalan pequeñas sorpresas llenas de energía. Rey desnudo y chico muerto es una de ellas.

Una obra de teatro impresa puede ser una sorpresa fascinante o bien como leer la lista de la compra: interesante, pero monótono. Cuando a los actores se les pregunta cómo llegan a conocer a su personaje, muchos dicen: está en el guión. Y es como si una fuerza reservada a unos pocos fuese descubierta pero jamás revelada. Íñigo Cobo, con la obra de teatro publicada por Kabo&Bero desborda todas las expectativas y obra el mayor de los milagros: conseguir que la obra escrita se transforme en voz hablada y va más allá, levándola a lo increíble: a voz oída.

Estamos acostumbrados a la voz leída. Si leemos para nosotros, cada personaje tiene un color, tiene un tono. Si usamos la voz alta, tiene además corporiedad, dimensión. La mayoría de las lecturas se quedan ahí, en ese juego íntimo entre la palabra impresa y el sonido imaginario en la cabeza del lector. Lo que Íñigo Cobo hace con su obra de teatro leída, va más allá, pues completa el mensaje que los actores recogen del suelo fértil de las palabras y lo transforman en sonido y acción: Rey desnudo y chico muerto tiene la muy peculiar capacidad de escapar a la voz leída, a la voz hablada y transformase en pura magia: la voz oída.

Porque comprendemos el intrincado baile de personajes y actores, porque vivimos cada una de esas escenas hasta la epidermis, porque vemos, sentimos y sobre todo oímos, penetra en nosotros hasta hacerse uno con nuestra respiración, la frase, la intención, el movimiento, el silencio.

Pocas obras de teatro, publicadas y por tanto leídas en el silencio del hogar, tienen esa capacidad, esa permeabilidad, aún más, esa penetrancia. Quizá nombraría, por cierta cercanía temporal, a La golondrina, de Guillem Clua, obra enternecedora donde la palabra se hace sensación y piel. Como en Rey desnudo y chico muerto.

Todo es teatro. Pero el teatro a veces también lo es todo, y lo es cuando alcanza ese estado de compresión auditiva, de ser oída, que hace que llegue a la piel y permanezca en el lector durante un tiempo indeterminado, único, como cada escena que la compone, como cada palabra hilvanada llena de vida.

Mimi me salvó: Sergio Bero y la búsqueda del ser

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En esta nueva novela de Sergio Bero están todas las identidades que conforman su universo literario. Después de tres libros podemos decir que posee un mundo escrito donde los elementos de la vida que más le interesan conforman ya un universo donde se entrelazan personajes y experiencias tallados con los cinceles de lo que conforma nuestra sociedad.

Porque en Mimi me salvó, su último relato, pubilcado por Ediciones KaboYbero, la sociedad actual está más presente que nunca. O, mejor dicho, el presente, aquí disfrazado de futuro, late en cada una de las frases y de las aclaratorias que posee el relato.

Es un relato reivindicativo. En muchos aspectos. Cada uno de sus protagonistas está construido con un arquetipo que, en manos de Sergio Bero, con esa habilidad muy suya, pese a estar muy marcados, se desdibujan conforme avanza el relato, y se entrelazan, como toda relación que ha nacido y ha vivido de forma intensa un período definitorio que llega, bien en ecos, bien en recuerdos, al momento actual. Mimi me salvó tiene el truco de parecer sencilla en su vertiente reivindicativa, pero es un trampantojo, un disfraz: esos tres protagonistas (podríamos decir, cinco) han unido sus vidas y sus experiencias, que relatan, a través del hilo más bello posible, el verdadero afecto y un agradecimiento infinito, lleno de ternura y de la solidez de lo que se ha vivido.

Las dos novelas previas de Sergio Bero nos llevan a Mimí me salvó. Porque tienen los mismos elementos. Pero el genio del autor es utilizarlos de acicate o de palanca, pero jamás de relleno. Y en los tres relatos se adivina una intimidad muy profunda que nos hace pensar que el propio autor, como el creador de un mundo, está en cada uno de los personajes y en todos los detalles a la vez, pero en forma de éter, de rumor de mar, de sol que brilla. La calma luchada, de lo mejor que leí en plena pandemia, era un canto a la supervivencia, una voz poética que se ahogaba si no era escuchada. En Cierto que miento, la complejidad nada superficial de una relación que avanza de la mera atracción a la necesidad más patológica, desarrolla aún más ese estado de comunión íntima que el autor había iniciado en su primera obra, de suerte que asistimos a dos relatos a la vez: el que autor ha elegido y el que le sirve de reflejo.

Ambas características están en Mimí me salvó, más amplificadas si cabe, haciendo justo el ruido necesario, (aunque quizá a veces, muy pocas, algo de más), y que se refleja, de forma omnipresente en su obra, en la identificación con la música pop, siendo revelada (nuestro yo más juvenil lo sigue reconociendo sin rubor) como la explicación última, el vehículo adecuado, para la compresión de lo que sentimos, y la inspiración necesaria para construir futuros al menos de mayor calidad.

La relación de Marta, Asier y Dailos se construye con la evocación; la música nos transporta al pasado, y las voces que hablan, con gestos y silencios, al momento actual, en la que tres personas ya maduras, desgranan sus experiencias y lecciones vitales con una fluidez que no requiere etiquetas, y una sinceridad que desarma.

Hay en Mimí me salvó, todo de Sergio Bero. Y hay en cada uno de sus protagonistas: Marta, Asier y Dailos no sólo su comprensión, si no rasgos comunes. Escribir sirve de terapia, nos dicen. Pero esconde un secreto mayor: nos lleva hacia la libertad. Y eso es lo que el autor ha hecho en este relato lleno de energía, incluida la de la enfermedad, y la valentía de exponer la realidad del siglo XXI aún con los ojos, alegres y asombrados, de un siglo atrás.

París despertaba tarde: el lugar feliz de Máximo Huerta

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En París despertaba tarde encontramos todos los elementos del universo de Máximo Huerta. No falta ninguno: la reflexión sobre el la pérdida, la melancolía el deseo, el amor apasionado, la ternura escondida en pequeños gestos que se revelan grandes gestas; pero hay algo más que había perdido y ha recobrado y que brilla al final de este nuevo relato parisino.

Los años nos llevan a reflexiones profundas, a buscar explicaciones (si las hay) que logran cauterizar heridas abiertas desde hace mucho tiempo, y sobre todo, nos llevan a entendernos o, en el mejor de los casos (y quizá el más valioso) a aceptarnos.

La literatura de Máximo Huerta navegaba con esa brújula interna, con la necesidad de querer, de reparar y de dejar todo atrás. El recuerdo evocado, un perfume, un sabor, el tacto de la tierra seca o de la hoja vacía esperando ser emborronada por líneas que buscan un sentido. Máximo Huerta se buscaba, se comprendía desde su interior, y jugaba con los reflejos de la evocación, del recuerdo y la sensibilidad para conseguirse, maravillarse y, finalmente, aceptarse.

En París despertaba tarde la narrativa nos parece una necesidad. París en esos años; el vodevil de sensaciones y excesos; el contraste entre pobreza y riqueza, el derroche del lujo y el lujo de la desnudez, están retratados con ansia, con voluntario frenesí: la vida se vive a borbotones, y se describe con desmesura. Tal nos parece el sonido del teclado del escribidor, el latir del corazón que se adentra en un mundo que le es muy conocido y al que extraña.

Titubea, se tambalea al principio, pues Alice vive así en el París de la década de 1920. Y él es ella en ese inicio torpe, hecho de trozos de corazón herido. Pero la prosa remonta, como se rehace el corazón de su protagonista, conforme los días en ese París insomne (no: en ese París a contratiempo) van pasando. Cuando se atreve a salir de su tienda en París y vive de nuevo la ciudad que se alumbra a sí misma cada día, siendo nueva casi a diario, en las sombras de la noche, en arrullo del frío, las ropas húmedas y los deseos colmados.

París despertaba tarde se nos revela entonces como el resurgir de su autor; París es, pero sobre todo Alice Humbert y Ërno Hassel, los que hacen que su prosa navegue tímida a ese lugar que añora tanto, en el que vive más libremente, en el que llega a desplegar todo su encanto. Cuando París despertaba tarde, para Máximo Huerta, lo que despertaba era la felicidad.

Nada falta en este libro de Máximo Huerta. Y nada se echa en falta. Porque, sin negar lo oscuro de la vida, está lleno de luz. Y La tienda en París, que sirvió de guía a Alice y a Teresa en su día, a Máximo Huerta le ha devuelto la sonrisa en tiempos de zozobra, ha recobrado ese secreto que se nos olvida continuamente: y es que allí muy dentro de nosotros, siempre hay un espacio para la felicidad. Hecha de frases, hecha de escarcha, de polvo de estrellas o de aire, efímera y fugaz. Pero eterna. Única.

A la manera de Máximo Huerta. Y a la manera de cada uno de nosotros.

Cierto que miento: reflejos de actualidad.

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Hay algo único en Sergio Bero: su prosa en incisiva, afilada como un bisturí. Y su amor por los personajes que habitan sus relatos no es óbice para retratarlos descarnados, desnudos, llenos de una fragilidad tan humana que traspasa las páginas y se encarna dentro de nosotros mismos tomando nuestros pensamientos, adueñándose de nuestro corazón. Si algo tiene de especial Sergio Bero, es que escribe para llegar al alma.

Su segunda novela, o su primera novela después de su debut con la novela corta: La calma luchada es un fresco de la sociedad actual, hedonista, macrobiótica, puntillosa e inmediata, en la que conexión automática garantiza el aislamiento y la soledad, y en la que somos más incapaces, si cabe, de expresar nuestros sentimientos y quereres al estar llenos de las telarañas de los anhelos incumplidos.

Que vivimos tiempos de infantilidad no creo que sorprenda a nadie. La exaltación casi religiosa (no sabemos vivir de otro modo) de la juventud eterna, aún peor, de la infancia perpetua, nos lleva a un estado de inmadurez emocional (que no física) que agudiza más la separación real que vivimos como individuos. Interaccionamos más con pantallas que con los Otros y, por tanto, la incomunicación se profundiza y abre heridas donde no las hay y crea malentendidos donde no debería haber nada que aclarar.

De todo esto y de mucho más va Cierto que miento, (publicada por Editorial Hidroavión) la nueva novela del psicólogo Sergio Bero.

Es pura realidad en movimiento. Es Madrid pero también Barcelona, y es Alicante y Filadelfia. Los escenarios no son más que fondos reflejados en pantallas de móvil, desde donde la sorpresa, la alegría y la tragedia de una pasión encontrada de repente y disfrazada de amor (no: amor confundido con deseo), da pie a desplegar todo el abanico de inseguridades, celos, peleas y miedos que sazonan toda relación que nace. Le sirve al autor para retratar las grandezas y las miserias de sus personajes con gran profundidad, pero a la vez con una sutileza llena de respeto y cierta sorpresa; les presta carne y voz, y sueños y posibilidades, inseguridades y miedos a todos los tópicos de las relaciones humanas de nuestros días.

Cierto que miento es un reflejo constante en el espejo de Blancanieves, sólo que con más ironía; Cierto que miento es un encuentro continuo con el miedo a perder lo deseado, una exploración descarnada de las armas que empleamos para no perder lo que anhelamos y un vaivén de mediocridades que nos hacen muy seres del siglo XXI.

Nada hay de superfluo en Cierto que miento. Ni la certeza de que su protagonista miente, ni la sensación de que se asoma constantemente al abismo. Asimismo, es un retrato de la sociedad homosexual actual y de sus interacciones, sus libertades y sus miserias, en un juego de reflejos constante. No juzga pero tampoco atempera; no da tregua pero tampoco agobia. Un relato donde se desarrolla la voz hablada (o como hablamos en en nuestro tiempo: a través de mensajes), la voz compartida, la voz gozada y la voz herida, en una sucesión continua de alegrías y decepciones tan característica, en su velocidad, del ritmo actual, donde una flor nace y crece y muere en una misma tarde lo mismo que un deseo, un proyecto o un amor.

Cierto que miento va más allá en su trasfondo: no está llena de tópicos a pesar de que se nutre de ellos, y no está exenta de lugares comunes a pesar de que los sobrepasa. Juega con el agobio de una relación en constante peligro de extinción; pero también con los equívocos propios de las obsesiones pasajeras y nuestra necesidad de respuestas inmediatas, tan infantil pero tan necesaria, de la que ya no sabemos prescindir.

Todo esto se despliega en una novela coral que no es más que el retrato de una voz. Es una obra madura que habla sobre la inmadurez de nuestros días, y sobre la responsabilidad (que tenemos sobre todo a nosotros mismos) de aceptar lo que nos ocurre en la vida y darnos cuenta, con el tiempo que tanto desdeñamos, que todo lo que nos pasa suele ser, al final, para nuestro bien.

La calma luchada es un libro que retrata la madurez emocional (con los riesgos que cada etapa de la vida encarna); Cierto que miento, donde su protagonista se ve a sí mismo mentir, manipular y desear hasta extremos que rozan la desesperación, es el retrato de un viaje iniciático en el que éste aprende, a regañadientes, a dejar que lo que ha ocurrido quede atrás, pero no a olvidarlo, cosa que nos hace preguntarnos, al pasar cada una de esas páginas llenas de vibrante energía, si algún día volverá a cometer los mismos errores sin haber sacado nada en limpio, o aún peor, sin dejar de pensar que todo lo que le ocurre no es más que una respuesta externa errada a sus deseos más intensos. Como la vida misma, se ve.

Vida que Sergio Bero retrata con innegable maestría y solidez.

Eso no estaba en mi libro de historia de los dinosaurios

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El nuevo libro de Francesc Gascó Lluna publicado por Editorial Almuzara en la línea de divulgación científica de Ediciones Guadalmazán es una joya. Nada más ameno, divertido, riguroso y minucioso, pero a la vez vibrante y energético, lleno de luz, de escasos juicios, y de una amplitud de miras fascinante.

Francesc Gascó Lluna abre un ventanal a su vida. A sus ilusiones y sus deseos, a su trabajo y sus ilusiones dentro de este libro. No hay detalle histórico que pase por alto, visibilidad femenina y referentes LGTB, tan necesarios todos en tiempos de reivindicación quizá hueca. Y es su vida, porque los Dinosaurios forman parte de su existencia desde siempre, trayendo en sus ojos de adulto la mirada alegre del niño que fue jugando con sus pequeños animales de plástico, descubriendo los caminos necesarios para la creación de un sueño, sintiendo el vértigo de la tarea y las fuerzas para llevarla a cabo; y los vericuetos de toda vida vivida escritos como historia de Paleontología que es, al fin, la suya propia.

Todo es agradable en este libro que ilumina. Desde las ilustraciones hechas por el propio autor, hasta la puesta al día de los últimos descubrimientos; la razonada necesidad de unir todas las ramas del saber científico para avanzar cada vez con paso más rápido, en un mayor conocimiento y de mejor calidad, y la humildad que toda persona dedicada a la Ciencia tiene al comprender, como un monje sabio, que su conocimiento, aunque inmenso, no es más que el reflejo de la realidad de su tiempo.

Hay mucho del divulgador científico que ha construido. Pero Francesc Gascó Lluna es mucho más: científico, deportista, pero también artista (con sus dibujos de Paleoarte y sus esculturas en 3D); es escritor, modelo, seriófilo, cinéfilo, buscador... Y comunicador, de la cabeza a los pies: desde su canal de YouTube hasta sus charlas en universidades y congresos, y su propia charla TEDx… Todas las facetas que caracterizan a un ser humano que siente, piensa y que se analiza, bajo el microscopio de la adversidad, cada día.

Eso no estaba en mi libro de historia de los dinosaurios es un libro fascinante, escrito para todos: es Ciencia pretérita y actual explicada con el lenguaje más cercano posible, con sus tecnicismos sonoros y sus profundidades que bajo su mano parecen sencillos (y lo son); frenético pero pausado, lleno de ritmo y de serenidad al mismo tiempo, escrito con alegría, con soltura y entusiasmo, que transmite desde su inicio y que nunca decae (antes bien, se mantiene en un nivel muy alto) hasta el punto final. Punto final que es, en sí mismo, un nuevo comienzo. Como ocurre en tanto en la Ciencia como en la Vida.

Un libro único, distinto. Como su autor. Y los dinosaurios que han inspirado toda su vida desde pequeño.

Mafalda, adiós.

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