Metáforas (o cuando un médico intenta explicar lo inexplicable).

El día a día/ The days we're living, Medicina/ Medicine

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Esta mañana, mientras realizábamos la ronda de visita a los enfermos, dos compañeros y yo charlábamos sobre las imágenes o metáforas que empleábamos para hacernos entender (es un decir) a los familiares y a veces a los propios enfermos. En contra de lo que pueda parecer, no es fácil, ya que la propedéutica y la semiología han creado alrededor del saber médico una barrera harto difícil de superar para el lego en la materia. Lo curioso es que ocurre con todas las profesiones: desde el carnicero al abogado (este último es cuando menos lo más enrevesado posible), desde el electricista al piloto de aviación, ese lenguaje críptico, edificado para facilitar la comunicación interprofesional, se vuelve una verdadera frontera fuera de los acotados límites de una profesión, y nada mejor para crear confusión y división que la incapacidad de comunicación entre seres humanos.

Dicho esto que no es fácil, en general procuramos disminuir el grado de tecnicismo a la hora de comunicarnos con los pacientes y sus familiares…Con resultados de lo más diverso. Hay excepciones, cierto es: trabajé con un colega que no se bajaba del tecnicismo ni que le cocieran vivo, no sé si por temor a perder su poder simbólico o porque realmente carecía del mínimo rapport a la hora de comunicarse con los demás del equipo no-médico que le rodeaba. A saber.

Una vez, siendo residente y rotando en el Servicio de Cardiología, iba a explicar a un familiar que su hermano había sufrido un infarto (del corazón, se entiende). La primera metáfora que me viene a la mente cuando hablo de las arterias, sean del corazón o del dedo del pie, es la de una red de tuberías (porque son tuberías, especializadas y maravillosas; pero llevan un líquido en su interior del punto A al punto B, vamos, mera plomería de toda la vida). Pues bien, tanteando el grado de formación intelectual de mi interlocutor puedo ir desde la semiología más purista hasta la imagen más sencilla que se me ocurra en ese momento (que puede pillarme con la imaginación despierta, por ejemplo a las cinco de la tarde; o aniquilada, como puede estarlo a las cuatro de la mañana). En este caso opté por la metáfora de las tuberías, ya que me parecía la más gráfica y sencilla de aprehender. Bueno, llevaba ya unos diez minutos de animado monólogo explicando cómo una cañería que lleva sangre al corazón se había tapado y de allí el infarto y que íbamos a hacer una prueba que intentaba sacar literalmente ese estorbo de la tubería, como si usásemos un desatascador de cañerías, para restablecer el paso de la sangre e intentar así que la zona de infarto fuese la más pequeña posible… Hasta que el familiar en cuestión me miró extrañado. Yo callé de inmediato esperando su reacción.

– ¿Es usted de verdad el médico?

Consideré durante tres milisegundos mi respuesta. Eran las seis de la mañana y llevaba unos diez minutos de explicación pormenorizada y muy sencilla sobre lo que le pasaba a un enfermo grave… ¿Y me preguntaba si yo era el médico de guardia?

– Es que no le entiendo bien, ¿no habrá alguien que sepa más de lo que le pasa a mi hermano?

El caballero en cuestión tendría unos sesenta y tantos años, claramente del ámbito rural, y meridianamente no nos estábamos entendiendo. O al menos yo no supe explicarme mejor, cosa que me parecía imposible porque consideraba que mi imagen de las cañerías era casi imbatible.

– Lleva aquí un rato hablándome de tuberías y obstrucciones y desatascadores y, perdóneme la imprudencia, pero no me parece muy profesional.

Menudo chasco a horas tan tardías. Suspiré buscando inspiración a la vez que intentaba no enojarme mucho con la situación. Si esto hubiese pasado a las tres de la tarde pues me hubiera reído, pero muerto como estaba a esa hora menuda la gracia que me hizo, yo allí dispuesto a desplegar mis armas dialécticas, y siendo despreciadas y aún puesto en solfa mi conocimiento sobre la materia en cuestión (aquí admito puntos de discusión, sin duda)… Vamos, menudo cuadro.

Resoplé de nuevo encontrando lo que consideré que era el punto justo de dignidad perdida: le comenté el caso como si fuese un profesional de la materia… Y se quedó muy satisfecho. Se hizo la prueba, se ingresó en la Unidad de Cuidados Coronarios con el infarto bien arreglado y todos contentos. Eso sí, no me entendió ni pío, pero pude ganarme su confianza en la incomunicación médico-paciente. Cosas de la vida.

Otra vez me pasó lo contrario. Habiendo ingresado a su padre en la UCI, una compañera médico de familia, que todavía no se había identificado como tal, detuvo mi perorata metafórica con un escueto:

– Soy una colega. Entiendo perfectamente.

Yo vi el cielo abierto. Le solté con sobria franqueza todo el discurso con pelos y señales sobre lo que le pasaba a su padre, los parámetros de función respiratoria y hemodinámica, el grado de Glasgow Coma Score, el resultado del TAC, etc. Cuando terminé, me quedé esperando alguna pregunta. No tenía ninguna. Me di cuenta que se había perdido a mitad del discurso. A veces no sabemos cuándo usar nuestras trilladas metáforas y cuándo es mejor tener la boca cerrada.

Con los cuadros que afectan al cerebro la cosa se complica un poco. Porque es un campo todavía medianamente explorado y muchas veces nos sorprende con sus respuestas. Las hemorragias intracraneales, los traumatismos, y sobre todo los cuadros secundarios a esas causas (que son muchos) son quizá de los más difíciles de transmitir y de entender: un paciente puede estar hablando perfectamente y al segundo siguiente entrar en coma, por ejemplo, o tiene un infarto cerebral por un trombo que obstruye las arterias del cerebro y al día siguiente lo que nos encontramos es una hemorragia gigantesca que lo lleva a las puertas de la muerte… El cerebro funciona con electricidad (no es el único órgano que se activa con esa energía maravillosa, pero es el que la emplea casi al 100%), cuando hay algo que altera la delicada estructura de las neuronas (las células cerebrales) éstas responden con chasquidos eléctricos, y a veces verdaderas tormentas eléctricas que se reflejan en convulsiones epilépticas o bien en estados de coma sin respuesta activa con el medio ambiente. La conversación que teníamos hoy durante el pase de visita trataba precisamente de la mejor metáfora para poder explicar a los familiares esa situación extraña de estar en coma porque la actividad eléctrica del cerebro era muy desordenada llegando incluso a sedar al paciente, intubarlo y conectarlo la respirador para ganar tiempo a que el cerebro se restituyese y calmase esas descargas erróneas. Yo alegué que usaba la metáfora de un cable enchufado al que se le da un tajo: hay chispas por todas partes y el flujo eléctrico de la habitación (o de la casa) se detiene, por lo que es necesario con la mediación detener ese desorden a la espera que todo volviese a la normalidad (no siempre vuelve a la normalidad, vaya por delante esta aclaratoria). Mi metáfora es simple, muy gráfica, pero yo mismo sentía que cojeaba. Uno de mis compañeros dijo:

– Yo uso la metáfora del ordenador.

Nos quedamos callados esperando su explicación, simple y perfecta:

– Todos tienen un ordenador en casa. Y todos sabemos que se cuelgan de vez en cuando. Pues les digo que el cerebro es como el ordenador, que a veces nos irrita colgándose y no hace nada. ¿Qué hace usted cuando el ordenador se le cuelga? Les pregunto. Todos contestan siempre: lo reseteo.

Sonreímos captando el mensaje.

– Pues al cerebro le pasa lo mismo. Cuando se cuelga, lo apagamos con medicaciones y esperamos un tiempo hasta encenderlo de nuevo… Y voilà!

Eso es una buena metáfora, porque todos la entienden. Y me la he guardado en el arsenal de recursos para la próxima vez que me encuentre en un aprieto.

La comunicación es vital. Evita malentendidos, resuelve entuertos, diluye al orgullo, tranquiliza a los corazones agitados. Quizá el empleo de un lenguaje técnico, tan propio de cada profesión en todas nuestras relaciones vitales, merme nuestra capacidad de entendimiento, y sin duda disminuye todas las posibilidades de identificación con nuestro interlocutor. Es nuestro deber como individuos minimizar esas barreras, disminuir esas limitaciones y encontrar un campo común de entendimiento y de comunicación, donde las emociones fluyan y también la comprensión y el respeto. En todos los ámbitos de la vida. Y eso incluye a los médicos que intentan explicar lo inexplicable a una madre, o una esposa, a un hijo, a un amigo que siente el temor de la pérdida a flor de piel en un maremoto que cambia vidas, que deshace mundos en apenas minutos, en unas horas, para siempre. La pérdida de la Salud, el túnel de la Enfermedad, la delicada frontera entre la Muerte y la Vida.

Y mientras tanto, lleno mi alforja de metáforas para poder comunicarme mejor con mis semejantes y para no sentir tan profundamente esa responsabilidad mayúscula de hacer lo mejor posible, con el menor daño posible, mi labor diaria.

 

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