Aquella tarde/ That Afternoon.

El día a día/ The days we're living, El mar interior/ The sea inside

12120225_1688709504679291_1387368486_nAquella tarde era domingo. Llovía a medias y a medias hacía sol. Ese sol que cae lento entre las nubes tan propias de octubre. Y casi todo estaba cerrado.

La ciudad mojada, sus calles de piedra, el repiqueteo de las gotas en el suelo y en los bajantes, y algunos paraguas abiertos que protegen del orballo y también a veces de las miradas y de los juicios.

La ciudad es dorada en otoño, con un toque cálido y húmedo, las aceras con tropezones de terrazas a medio cerrar, algunas coquetas mostrando la calefacción o las mantas rollizas y rojas, como el abrazo de un corazón. Y caminando entre ellas aquella tarde íbamos tú y yo.

Era domingo, y el tiempo pasa lento en domingo. El atardecer cansado y la luna traviesa con ganas de alzarse enorme en la oblea del cielo. Algunos niños correteando, despreocupados de la lluvia menuda, con sus padres despreocupados y quizá algo arrepentidos de haberlos tenido. A todos nos pasa alguna vez. El río cerca, con su susurro insomne y su andar pegajoso y algo gris. Y en aquella tarde tú y yo caminando juntos, bajo un paraguas enorme, de la mano con las manos escondidas y una sonrisa tonta en la cara amplia y feliz.

Aquella tarde nos besamos. Lo recuerdo porque las hojas caían pendulares a nuestros pies. Y el río era un arrullo que llenaba nuestras bocas. Y el puente, uniéndonos como los labios, como las manos, como las intenciones.

Aquella tarde todo se llenó de luz. Las farolas se encendieron sin duda, y las bombillas de las embarcaciones cercanas. Y las estrellas una a una, ciertamente. Pero fuimos nosotros quienes prendimos el amor aquella tarde, quienes jamás nos arrepentimos de cogernos de la mano y de besarnos largo y tendido, con toda la ovación del otoño, y sellamos una promesa que cambia cada año, como las estaciones.

Son sólo instantes, son matices, no somos más que guijarros rodando hasta el mar, y sin embargo… Aquella tarde tú y yo fuimos eternos. El único café abierto, y los asientos mullidos llenos de hojas secas, y la paz de las miradas y el abrazo de las sonrisas de corazón.

Sólo son pequeñeces, palabras no dichas, caricias que se dan y quedan grabadas por siempre en la frontera de la piel. Aquella tarde sonreías con la boca abierta repleta de mis besos, y yo flotaba, lo sé, sobre el río, sobre la tierra; bailábamos el vals de las hojas ocres, y en el azul profundo de la noche que llegaba, nuestro amor nacía arropado por el viento, la lluvia fina y la eternidad.

Nada es para siempre. Pero esa tarde de oro vive entre nosotros, está junto a ti y junto a mí, cada día que pasa, cada estación, cada otoño que desnuda a los árboles y viste a los adoquines con un disfraz vegetal, con su fresquito de arrullo y su caricia de terciopelo; nada es para siempre, salvo quizá nuestro recuerdo y nuestro calor.

Aquella tarde, aquel otoño, aquel amor… Y tu rostro por siempre joven y tu corazón por siempre en mis manos y mi entrega y mi deseo y mi eterno sí…

Aquella tarde, aquel otoño, aquel momento suspendido, aquellos tú y yo…

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