Las sombras que juegan con tus ojos…
A veces, cuando no te das cuenta, te observo. Me gusta verte lentamente, con una suavidad tan fácil; sólo percibes mi mirada después de un tiempo.
En esos instantes, cuando más tú eres, estás relajado, y esa sonrisa o la preocupación o el vacío te dibujan y te regalan enterito a mis ojos. Entonces te tengo completo y termino escondiendo mi mirada de la vergüenza que me da al contemplar esa tu desnudez que es la del alma.
Sé que te desagrada. Me has empujado cada vez que te das cuenta. Me recriminas entre azorado y enojado; me recuerdas que ese eres tú, sólo tú y nadie más.
Una vez me dijiste que dejara de hacerlo… Tenías razón, pero no lo hago por molestarte o por hacerte cosquillas. Me gusta, me gusta encontrarte tan solo contigo mismo que todo espectador se haga un intruso, y ese pliegue de la boca y esa mirada lúcida perdida en el centro de la mente que piensa. Es demasiado atractivo ese ruido de engranajes que encajan, escuchar esa música que proviene de ti y que es la de las esferas. Se hace tan real…
Pero no todo se resume en eso. Tú mismo eres el objeto analizado. En esos instantes de máxima soledad, cuando nos creemos abandonados a los sueños o las fantasías, aflora aquello que más cerca está de la divinidad, los propios miedos y un anhelo sutil que sin duda es lo mejor de nosotros. En esos instantes te veo capaz de abarcarlo todo: el mundo, el mañana, tú mismo. Y esa modestia que te caracteriza cubriendo la preciada energía que se derrama con ese brillo de lo tangible.
Cuando estás en ti mismo eres tan grande que salpicas a aquel que te ve. Cuando olvidas esas barreras mentales, esos ojos, esos sueños, esa vivacidad escapada; esa inteligencia aguda, y tan quisquillosa, se dibuja cartesiana; esos miedos, esas dudas paralizantes, que me recuerdan tanto a mí…, merecen el mejor de los cuidados, el mimo más dulce, porque provienen de ti.
Cuando estás solo yo estoy contigo. Mis ojos te hablan. Termino desnudándome por completo para unirme a ti.
Cuando estoy solo siempre estoy contigo. Mi mente te habla. Termino encerrándote libremente en el fondo de mi corazón.
Cada latido es vida; cada pestañeo te retiene en el cerebro que te dibuja; cada aliento intenta alentar las velas de tu determinación.
Termino observándote cuando más callado estás. Sí: te desagrada. Pero mis sentidos te contemplan y sé que nuestras almas se tocan y gozan de esa suprema libertad. Entonces me rindo ante ese deseo y me expongo a que me regañes. No importa.
Las sombras que juegan con tus ojos también viven en mí. Esa tu lucha es la mía. Tu campo de batalla y el mío se confunden entonces y llegan a fundirse. Esas victorias que se mezclan…
Me expongo a que me regañes de nuevo. Pero no importa.
Espectacular ese poema. Muy compenetrado