a Graciano Fernández García.
Tengo un amigo, un colega psiquiatra, brillante en si mismo, y por ende en su profesión, que nos mostraba alborozado y lleno de gratitud, una carta de agradecimiento que un paciente le enviaba.
Esa carta, maravillosamente escrita, lo era más por los sentimientos desnudos que mostraba, por la simpleza de su causa, por la sencillez con la que daba las gracias hacia la labor médica de mi amigo.
Yo estoy plenamente de acuerdo con cada línea de esa dedicatoria, que él tan orgulloso y con la misma sencillez que le caracteriza cuando sobre de sí mismo habla, mostraba a todo el mundo. Y se lo dije. Y sé que le gustó, aunque sintió la necesidad de justificar su acto (como nos ocurre a todos). Lo entendí, lo entiendo, pero en realidad no tenía razón alguna de hacerlo, porque mi comprensión iba mucho más allá de lo que en un primer momento parecía mostrar: su alegría por verse reconocido en donde más nos importa (los pacientes), el sentimiento del paciente que lo lleva a un gesto de tanta dulzura y desnudez y que no es más que mero agradecimiento, la generosidad reverberada que nace en el corazón de alguien que ha recibido más de lo que cree merecer, que tiene su raíz en el acto de Curar, de volver a ser quien una vez se fue.
Qué difícil, en nuestro tiempo, nos resuelta dar las gracias. Algo que debería brotar espontáneo, lo acallamos como un defecto, como una falta. Y no. Dar las gracias es el acto más generoso, más hermoso que podemos entregar a los demás y a nosotros mismos. Porque reconocer la necesidad de ayuda, la necesidad de curación, la necesidad de cambiar implica una revolución de todas las leyes internas que nos gobiernan, un renacimiento nada fácil pero liberador, que nos hincha el pecho y nos llega a la boca llenos de alegría. Dar las gracias debería ser un acto simple, fácil, real. Y más en Medicina, porque nada es más importante que la Salud; y más al personal sanitario, que vive en una mezcla continua de sentimientos propios y ajenos, y en el que prevalece, por encima de las necesidades diarias, la prioridad de ayudar, de Curar.
Porque nos curamos a nosotros mismos ayudando a los demás. Porque somos más nosotros cuando brindamos nuestra comprensión y nuestras manos, nuestro tiempo y nuestra sensibilidad a quien necesita un hombro en el que apoyarse, un refugio donde cobijarse, un arma para salir de la encrucijada donde la vida nos pone mil veces sin cansancio por su parte.
En contra de lo que pudiera parecer, dar las gracias, agradecer la ayuda prestada, me cuesta mucho menos que aceptar las gracias de los demás. Hay en esta incapacidad más timidez que otra cosa, y un sentimiento de asombro ante lo que a mí me parece obvio: estoy haciendo lo que quiero hacer, estoy haciendo lo que puedo hacer, que es ayudar. Y se me escapa, en la vorágine del día a día, que eso es un milagro, y como convivo con él, le pierdo su peso, olvido su importancia, lo hago normal, lo transformo en diario y, por lo mismo, en poco evidente.
La lección enorme que el Dr. Graciano Fernández García, psiquiatra de alto nivel y de límites personales casi inalcanzables dentro de su gran humanidad, ha conseguido con ese gesto ha sido reveladora. Es bonito, es bonito sentirnos reconocidos, pero es aún más hermoso recibir ese gesto con el asombro de un niño pequeño y la alegría infinita de saber que nuestro trabajo tiene un eco en el universo, y que perdurará en la vida de las personas que se han sentido desbordadas por la gratitud y la alegría y quieren compartirla, como el sentimiento real que es, con todos aquellos que lo deseen.
Yo también tengo mucho que agradecer. La vida me ha puesto en muchas posiciones distintas, ninguna fácil, que me han regalado infinidad de lecciones, que me han hecho crecer. Y se lo debo a todas y a cada una de las personas que me han ayudado, desde el desinterés más generoso, a alcanzar cada día como un milagro, a veces más alegre que otro, pero siempre un regalo, siempre una lección.
Graciano Fernández García es una de esas personas que llenan de luz mi vida diaria. Desde la distancia y desde ese pensamiento claro y sencillo, directo y libre de egos inútiles, consigue que nos encontremos en posiciones comunes, en estados de plena desnudez emocional que me permiten crecer y creer y esperar siempre lo mejor de los hombres y de la sociedad a veces absurda en la que vivimos.
El arte de agradecer nos engrandece. El arte de ser agradecido nos libera. Me gusta pensar que él es, dentro de las limitaciones humanas, un hombre que está en la senda correcta, que siente cada día que pasa el batir de las alas de la libertad. Y el revuelo que forma con ellas me hace ascender poco a poco hacia mi propia alegría, hacia mi única libertad.
El mundo necesita hombres como él. Que aprenden de la vida y que saben agradecer cada uno de los pequeños milagros de los que consta. Que reflejan la grandeza de lo posible y la alegre sencillez de su descubrimiento.
Un comentario en “El arte de agradecer (y ser agradecido).”