La última novela escrita por Marta Rivera de la Cruz ha sido la primera que he leído de su autora.
La boda de Kate es un libro otoñal, lleno de sorpresas tranquilas, tan sutilmente escrito que consigue ahondar en la psique del lector retratándolo en cada uno de los personajes que pueblan esta, al menos aparente, sencilla novela.
Eso no debe ser fácil. Una historia bien hilvanada, que va descubriendo poco a poco sus secretos, con tal abundancia de personajes y tantas situaciones vitales, temporales y sentimentales, no debe ser sencilla. Pero lo es. Y por ello la pluma, la sapiencia y el estilo de Marta Rivera de la Cruz destaca por encima de todo regalándonos una sorpresa.
Ribanova es el Lugo de la autora (desconocía su origen lucense hasta que, al descubrir su país imaginario, se me reveló por sí solo), lleno de magia y de sereno solaz. Y allí van a parar todos los personajes de esta variopinta historia, mezcla de géneros y de emociones, en la que destaca por encima de todo la pasión por escribir, lo ingrato que esconde y la satisfacción, quizá muchas veces tardía, que ofrece. Como el amor.
Kate es una mujer de apertura suave, de descubrimiento constante. Es el paradigma de la historia, mas no el único. Marta Rivera de la Cruz la rodea de personajes igual de interesantes, cierto que casi arquetípicos, con los se conecta casi inmediatamente. Froster, tímido y galante, la familia Solomon, Shirley y Anna Lavina… Todos son retratados con amor y pintados con colores de otoño.
La boda de Kate es un libro para leer acurrucado en el sofá más cómodo, rodeado de las cosas que más gustan: una taza humeante, música tranquila, una chimenea chisporroteando, y quizá unas gotas de lluvia resbalando por las ventanas. La boda de Kate es una historia de amor otoñal, es decir brillante, y de amor por la escritura. Y es algo más.
Marta Rivera de la Cruz tiene esa prosa actual, directa pero no brusca, falsamente sencilla, suave sin ser empalagosa, firme sin ser pesada. Quizá sea el estilo de nuestro tiempo, en el que el Periodismo parece dominarlo todo. Y sin embargo, escribe con aires que no renuncian a la poesía ni a la crítica, ni siquiera al humor. Desdeñando estilos más prosódicos, más recargados, Marta Rivera de la Cruz consigue transmitir no sólo qué sienten sus personajes, qué les motiva, porqué sueñan, si no transmitir sus propias ideas del mundo, su experiencia veladamente serena, y una forma única de ver la vida que la ha llevado al éxito editorial.
Nada en La boda de Kate deja indiferente. No es la exploración de un mundo anciano, no es la recuperación de un tiempo ido, ni el lamento melancólico de un deseo perdido. Es mucho más que todo eso, y a la vez, ni siquiera eso: es un canto al amor en todas las estaciones de la vida; a la labor de la escritura; a la investigación filológica y, a través del lenguaje, de las costumbres mundanas; es un retrato en sepia de unas vidas que nunca pierden su propio color aunque se tiñan de otoño; a la vida misma y a algunos de sus sueños.
La boda de Kate navega llena de sutilezas por las aguas tranquilas de una vida ya vivida pero no acabada, ofreciendo no sólo respuestas vitales, si no promesas de porvenir. Marta Rivera de la Cruz juega al escondite sin esconderse, juega a la filosofía sin filosofar y a retratar con las palabras. Y lo consigue.