Aún me acuerdo cuándo nos dijimos adiós.
El verano llegaba a su fin y era una melodía de colores dulces, llenos de azafrán. Con sabor a tu boca y aroma a tus caricias.
París era más París aquel verano. Sy luz más dorada, la arena más suave y el arrullo de los árboles embriagador. Todo era verde paseando de la mano por las calles; sorbiendo nuestros labios como helados derretidos, y pegados muy juntos, con ese calor suave y nada pegajoso de París en verano.
Todo parecía ser eterno, como el rumor del Sena y sus casas flotantes. Fantaseábamos yendo a vivir en una de ellas, bailar el amor con la marea líquida y acompasar cada deseo al ritmo de las eternas ondas oscuras.
Todo parecía brillar. Eso es lo que pasa cuando anida el amor. El desayuno, el almuerzo, la cena: respirábamos amor y amor bebíamos y merendábamos. Se nos quedaban mirando asombrados, como si dos amantes en París fuese una noticia. Pero éramos nosotros, lo sé, y llamábamos la atención: no nos descubríamos, nos sabíamos de memoria, y aún así nos escalábamos, nos escondíamos y nos descubríamos a cada minuto.
Aún me acuerdo de ese último verano, en París, cuando nos dijimos adiós.
Nada ha sido igual desde entonces. y mira que he vuelto una y otra vez para buscarte. Y para hallarme. Y nada.
Me sonreíste. Te sonreí. Sin decir una palabra me tomaste de la mano y me basaste la palma. Y después buscaste mis labios y los dejaste tatuados con tu sabor. Y seguías sonriendo. Y yo sin pronunciar una sílaba.
Cogiste tu maleta, ladeaste la cabeza y me lanzaste un beso en la distancia. Intenté atraparlo pero fallé. Con inquietud busqué tus ojos y ya no pude encontrarte.
La habitación se obscureció de repente y nada fue igual.
Todavía recuerdo el sabor de París ese verano. Y el sabor de tu sonrisa y la luz de tu mirada. Era dorada y verde, como los parques y las enormes avenidas llenas de tiendas desapercibidas. Aún recuerdo el eco de mi corazón y el tuyo, uno junto al otro, de la mano, por las calles llenas de turistas y vacía de amantes, amantes como nosotros.
Y recuerdo cada uno de tus silencios desde ese día en que nos despedimos en París. Ni una carta, ni una llamada, ni un recuerdo. Y mi corazón roto a orillas del Sena, flotando como una barca sin ancla, varada en un puente que ya no brilló jamás como en aquel verano.
El verano que pasamos tú y yo juntos, y que jamás volvió a repetirse.
Lo que se llevó el verano, y París, eres tú.
Y mi corazón destrozado.
Foto: © Màxim Huerta