Contigo el mundo se detiene un instante y sale despedido. Como mi corazón.
La vida comienza día a día, partiendo de cero y creándolo todo de nuevo.
Contigo me enfrentaría a todo. No habría presea que se escapara ni premio que no consiguiera porque tu abrazo me esperaría al final de cada jornada y eso es el mejor trofeo de esta vida. Tu aliento y tus brazos.
Cada vez que me ves, el cielo se abre y caen las estrellas llenas a nuestros pies. Y cojo una entre las manos y te la ofrezco como si fuese mi corazón, y te la comes a bocados como haces con mis labios abiertos por ti.
Contigo el día se funde con la noche y se confunden las horas, que no saben qué hacer en el reloj. Y el calendario cuenta al revés, de suerte que cada hora es un nuevo encuentro y cada instante ese momento en el que nos miramos a los ojos y supimos que seríamos para siempre uno.
Tú y yo.
Contigo no hay aburrimiento posible. Esa boca llena de risa y esos brazos de pasión. Me gusta que tus piernas me sujeten fuerte y me impidan moverme, salvo acercarme a tu rostro y dejar en él, como si tal cosa, miles de besos aparcados en el deseo enorme que me posee cada vez que estoy en tu compañía.
Tu dulzura, tu solo placer. Todo hace de mí un corazón cálido y un suspiro que espera y un ser entregado a la compañía, alejado de cualquier soledad.
Contigo no hay pasado que pese. El dolor (¿qué dolor?) está olvidado en el patio de atrás. Tú traes a mi vida un placer arrebatador y una caricia tibia y una voz dulce y un día claro y una noche a pleno pulmón.
Contigo el mundo es siempre nuevo. Y el amor, un invento maravilloso, que se renueva constantemente en tu corazón y el mío.
Contigo hay universo y ese universo es la felicidad.