Llueve.
Repiquetea en los cristales.
Las gotas se deslizan como caricias sobre la piel.
Tu piel.
Tu espalda libre.
Y mis dedos como labios besándote.
Apenas puedo abrir los ojos. El sueño del cansancio me conquista.
Y el amor saciado.
Dos en la carretera del deseo, recorriendo kilómetros de amor.
Y la chimenea encendida, puro fuego que abraza la leña consumiéndose ambos en el ardor.
Como tú y yo.
Y un guiño me saluda rojo y azul, como tu vida.
Y me quedo mirando ese punto de luz, ojos que me miran con la intensidad de la primera vez.
Como tus ojos cada vez que nos vemos.
Y resoplo. Y extiendo mi brazo buscándote en el mar de las sábanas.
Y aquí estás. Hecho un ovillo, a mi lado y fuera de mí, siendo tú.
La lluvia afuera lo empapa todo. Como tú adentro todo lo humedeces: mi mirada, mi boca, mi cuerpo desnudo.
Lleno de ti.
Entre la lluvia y tú la noche vaga serena. Y el sonido de las gotas al repicar en la ventana y el sonido de tu respiración profunda acunan mi sueño, me relajan y me hacen sentir feliz.
Así. Simplemente.
Qué felicidad.