La vida no es sueño/ Life Is Not a Dream.

El día a día/ The days we're living, El mar interior/ The sea inside, Medicina/ Medicine

   Dándole vueltas a mi situación vital, que por momentos parece tan alucinada como todo lo que nos rodea, empecé la guardia de ayer.

   La guardia anterior había sido bastante problemática y llena de trabajo. Así que me tocó la labor de continuidad, de pulir los flecos pendientes y vigilar la evolución de los enfermos.

   Uno de esos flecos era un chaval de veintipocos años, accidente de tráfico, con traumatismo craneal y abdominal, que estaba ya en quirófano y que ocupaba la cama doce. Mientras esperábamos su vuelta, repasé todos los demás enfermos e intenté ponerme un poco al día después de un hiato importante de tiempo sin guardias. No es fácil estar en en una situación como la mía, en la que se depende de la buena voluntad de otros para poder trabajar; esa inestabilidad genera una sensación de vacío y de indefensión ante las consecuencias de los actos y de las cosas difícil de describir, pero que desgraciadamente muchas personas vivimos en la actualidad.

   Después de doce años de trabajo más o menos ininterrumpido no me imaginaba estar así. Después de tantos años estudiando, no esperaba estar así. Muchos nos enfrentamos a esto día a día. Y el clima que genera es lo que vivimos y así parecemos estar malhumorados y faltos de esperanza, a sabiendas que nadie resolverá la situación (o al menos no como deberían estar haciéndolo) ni se responsabilizará de ello. Cuando se tienen veinte años o treinta, estas circunstancias se afrontan de otra manera. A otras edades, se lucha además con la decepción, con el abandono de los sueños, e incluso con la certeza de sentirse perdido en un limbo del que es difícil escapar quizá por falta de fuerza o sencillamente por indiferencia y abandono.

   Nada ha salido como lo imaginé. De hecho ahora dudo si alguna vez soñé mi vida. Desde luego, si lo hice, no era así.  Cerrando los ojos veo a un chaval perdiéndose a gusto entre libros, juegos y responsabilidades; después vino el amor y las decepciones que lo secundan; la música que ayudaba a todo, el cine que lo concebía todo, la fantasía que hacía que todo fuese posible porque siempre se podía obtener, hasta que pasó el tiempo. Ignoro dónde me metí todo este tiempo que ha pasado, pero ahora que despierto, parece que estuve imaginando la vida de otro, porque lo que me ha quedado muy claro es que la vida es dura no importa el color ni la sonrisa que le pinten, y que por mucho que nos esforcemos, el pillo obtiene  su puesto y el que se esfuerza, si tiene suerte, también: la vida no es sueño, aunque lo que se sueñe en ella sí lo sea.

   El chaval salió de quirófano después de habérsele practicado una resección intestinal: el golpe había desgarrado parte del intestino y había sangrado dentro del abdomen. Del posible daño que el trauma craneal podría ocasionarle poco sabíamos por ahora, así que nada podía informar salvo malas noticias. Delgado, guapo, con unos ojos color del acero, volvía de una noche de farra como cualquier otra persona de su edad (y de otras edades). Pero ahora estaba allí. Jugando entre la vida y la muerte; sedado, intubado, conectado a un respirador; con sangre en la cabeza, con sangre en la barriga, sin un trozo de intestino, pero vivo. Y en nuestras manos. Verlo y recordarme nuestra situación actual fue todo uno. Mientras firmaba las órdenes de tratamiento me sentía responsable, como las enfermeras y auxiliares y celadores, de esa vida frágil que teníamos entre manos. Cuando fui a informar a la familia, a enfrentarme con aquella madre, con aquel padre preocupados y perdidos, sabía que era el máximo responsable de esa vida en ese momento y que debía asumir decisiones rígidas, probablemente no fáciles, y que era mi deber comunicarlas tal cual eran, para que comprendiesen si pudieran, pero sobre todo para que comenzasen a asumir una situación límite, delicada y cruel. Todo podría pasar, pero siempre había esperanza.

   Nuestro país está enfermo y la diligencia política es la causa, y siendo la causa no se diagnostica, y siendo la enfermedad, no la elimina. Como si yo asumiese que esa familia no debiera saber nada del paciente porque no podrían entenderlo, y yo no me dedicase a atenderlo porque no me siento responsable de su evolución… La vida, que no es sueño, está llena de espejos.

   Cada mes trabajo menos; cada mes se me recuerda que tengo algo de trabajo por la generosidad ajena. Es como vivir pendientes de un país vecino: España y yo somos uno. Por lo tanto la solución es la misma: o nos echan fuera del sistema o nos fuerzan a vivir según ciertas normas, según qué protocolos, intentando no forzar la máquina de la buena voluntad y a la vez demostrar cada vez que se nos deja, que sería un horror prescindir de nosotros, no sólo por lo que significa para nosotros, si no también por lo que valemos para los demás.

   No sé qué pasará mañana. Adónde me llevará esta ventisca en la que se ha transformado nuestra vida. Alguien gana; me esfuerzo en no recordar que siempre hay quien pierde y que, en general, siempre son los mismos. Pero lo que sí sé es que todo pasará. Y aunque la vida no es sueño, y nada, pero nada es como una vez imaginé, aquí estaré, un día sí y otro también, como ese chaval, hasta el final.

   Haciendo lo que tenga que hacer. Es decir, viviendo. Como ese chaval de la cama doce.

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