El brazo se desliza por la cama.
Se eleva.
La calidez de la mañana lo roza. Y una pirueta dibuja en el aire.
Los dedos bailan un vals con el espacio vacío.
Luz suave entre cortinas leves. La brisa discreta con olor a mar entra por la ventana abierta.
Una grieta sobre el cabezal de la cama. La sombra de una cabellera castaña, desordenada por el sueño. Y el peso de la compañía.
El brazo alzado recogiendo la calidez de la mañana, y el beso salitroso de la brisa, y el descanso cansado de una noche tranquila.
Un suspiro. Un discreto ronquido. Una sonrisa.
El brazo vuelve a la cama. Y un desperezo.
Un giro. Y se acerca un poco más. Siente el calor del cuerpo a su lado. Y el peso de la compañía.
Cierra los ojos. Afuera amanece.
Espera un poco más. Un poquito más. Todavía hay tiempo.
Aspira el olor de la compañía que tiene a su lado. Y sonríe.
Todavía hay tiempo para despertar.
¡Qué felicidad!