Desde hace unos años llevo arrastrando, por así decirlo, una pregunta conmigo. O más que una pregunta, es un estado de insatisfacción y de falta de motivación que veo reflejado en mucha gente y ahora en amigos cercanos.
No es la inestabilidad laboral, que puede que contribuya a ello. Es algo más. Cuando carecemos de metas claras que nos impulsan a ir hacia adelante, evolucionar es difícil e identificarnos con lo que hacemos y vivimos se hace cada día más complicado.
Se me dirá que sólo una persona que tiene sus necesidades básicas bastante cubiertas puede preocuparse de algo así. Sin duda. Pero muchos, yo el primero, necesitamos trabajar para poder mantener ese estado de cosas: todos tenemos cuentas que pagar e hipotecas que saldar a principios de mes. Y en muchos aspectos me siento tremendamente agradecido y he encontrado muchas veces ayuda en el momento en que más lo necesitaba.
Todo eso es cierto, pero es algo más. En cuanto a mí, que he vivido la vida con una especie de orejeras, con la mirada puesta en un horizonte que la vida no hizo más que dilatar; he perdido de vivir muchas cosas simplemente porque no me daba cuenta que estaban allí. Pero ni siquiera es eso: no es melancolía del deseo de lo que quiero hablar hoy, si no todo lo contrario: melancolía de la meta, de no saber hacia dónde ir, salvo hacia adelante. Yo tenía un objetivo; mi interés era conseguirlo y seguir hacia adelante con lo que tenía proyectado. Pero la vida no es así, al menos la mía; que juega al escondite y no me lo pone tan fácil. Ese objetivo lo conseguí en más tiempo del que deseaba; cuando lo obtuve, estaba tan vacío que no me importó para nada haberlo hecho. Es más importante la carrera en sí que la meta; a veces creo que sólo triunfan unos pocos porque disfrutan de ello; en mi caso, poseer aquello por lo que luchaba sólo me ha regalado un sentimiento de alivio que aún hoy me maravilla.
Una vez llegado a ese punto, el que yo era hace unos años, que no veía más allá, que no tenía mentalidad de funcionario, no sabía cómo vivir en ese mundo y ni siquiera tenía la facultad de otear el terreno más allá de sus narices y de vislumbrar nuevas oportunidades de cambio. En eso estoy. Me pregunto muchas veces si lo que hago es correcto, y si cómo lo hago lo es. Hace mucho tiempo que la opinión ajena me ha dejado de importar en mi trabajo; todos cometemos errores, no somos infalibles, sólo que algunos tienen más desarrollada la capacidad de detectar el error ajeno que el propio; por lo demás, no es ninguna novedad en la historia humana. Me admiran los deportistas, o esos artistas, o esos personajillos que luchan por llegar a la meta, por alcanzar el triunfo, por ser admirados o deseados o simplemente conocidos… Yo no sé adónde dirigirme o qué querer; la lucha por la supervivencia diaria parece aniquilar mi capacidad de soñar; no tengo objetivos claros de futuro o un deseo más importante que el resto para seguir adelante.
Un gran amigo mío, cuando fue padre por primera vez, me dijo al respecto que los hijos significaban una nueva fuerza para ir hacia adelante. Me pareció lógico mientras acariciaba con torpeza la cabecita de su niño recién nacido. Intenté imaginarme con un churumbel de pelo pincho con poco éxito. Y no es que no quiera a los niños, todo lo contrario, me llevo muy bien con ellos y creo que se dan cuenta, porque se me pegan como chicles y les gusta mi compañía; los trato como personitas adultas y no como seres sin cerebro. Aunque ninguno de sus padres me ha pedido jamás ser padrino de alguno de sus hijos, y eso es algo que me parece preocupante. Aunque no estoy hoy aquí para exponer las serias dudas que mis amigos parecen tener sobre mis capacidades para criar un niño.
Intenté imaginar lo que significaba ser dependiente de un ser, porque un niño nos ata por vida; mis padres continúan encima como si tuviese dos años, y muchas veces con razón. Intenté sentir la fuerza que me impelería para lograr todo lo mejor para mi hijo. Y me di cuenta que sería la misma que me ha llevado a mí y a los míos adonde estamos, porque sólo por ellos se podrían soportar el acoso laboral, el desequilibrio laboral, el fracaso laboral y la desfachatez con la que se nos trata desde las administraciones como ocurre en estos momentos conmigo.
Así que debe haber algo más. Algo que se me escapa. Sólo cuando estoy solo haciendo mi trabajo, rodeado de personas que quieren hacer bien el suyo, consigo cierta alegría; cuando un paciente sonríe o un familiar se siente agradecido sin que a mí me cueste trabajo, es cuando paladeo algo de esa culminación, de ese ímpetu que nos hace ir hacia adelante… Pero esos momentos son espaciados y, a veces, muy breves; manchados por el día a día, por los cuchicheos y esquemas hipócritas, y por una inestabilidad que es eterna.
Y puede que en eso esté la clave de todo. El miedo al cambio, las responsabilidades que tenemos y que con gusto dejaríamos atrás para probar nuevos caminos; el sentimiento de que nuestro corazón pertenece a otra parte y que no es feliz allí donde está.
No: nada me hace feliz. O no me hace tan feliz como una vez hizo: hay demasiado agua bajo el puente. Nada en mi vida es lo que una vez pudo ser: todo parece variar pero sigue siendo lo mismo. Defiendo la estabilidad de mi familia con uñas y dientes, pero eso no parece tener un eco en el universo. Cuando se abren nuevos caminos, estos se horadan por problemas inexplicables y muchas veces por falta de interés… Y sin embargo esa es la mano de cartas que me ha tocado, e intento hacerlo lo mejor que puedo. Pero ya sin pasión ni visión ni armonía. Y cada día me recuerdo que siempre he sido un pésimo jugador y que la Fortuna no me sonríe jamás como quiero que lo haga.
Pero no deja de sonreírme día a día. Y eso hace que siga hacia adelante. En busca de lo que me haga realmente feliz.
Alguna vez hemos hablado de esto en aquellas guardias, creo que sentíamos algo parecido, ya lo sabes,creo que la clave es reconocer, ser consciente y sentirte por encima de la mediocridad que nos rodea y que como un fango sutil te atrapa e intenta hundirte…yo me sentí así, demasiado tiempo, demasiadas veces, ni siquiera las niñas, llegaron a hacerme despertar del todo, pero algo, que no me apetece contar en un foro abierto, sucedió poco después de nacer Miriam, en Noviembre, que me hizo mirarle a la vida a los ojos y reaccionar…con esa situación, esa cruda prueba se fueron muchas cosas, pero sobre todo el miedo, el terror, esa anquilosis del alma, que muchas veces, me hundió en la mediocridad, pero ha dejado de importarme lo que, como dice el bolero, «pudo haber sido y no fue…» es pasado, no volverá, no lo puedo resucitar, sólo recordar lo bueno y bonito de él, no me importa el «que pena, me he perdido esto y aquello…» sino el…»lo que me queda por vivir», por supuesto me asusta la enfermedad de mis seres queridos, es lo único de mis viejos miedos que persiste vivo, pero es esencial al vivir, al amar…convivo con él…pero cada mañana, cuando me despierto me siento poderoso, porque sé que alguien necesita de la fuerza de mis conocimientos para dejar de sufrir, porque soy médico y lo he conseguido yo solito. Tengo que pelear por ver sonreir a mi chica, que se sienta tan guapa como feliz, luchar por que mis hijas sigan creyendo que a veces, las visita el «Hada Madrina» con algún regalito sorpresa (sin ir más lejos ayer, Heidi), por tomar una cerveza con mis amigos, dar gracias a la vida por disfrutar del talento de comprender, disfrutar y amar el arte, por ser capaz de escribir, por poder soñar, pensar que mañana se editará un disco que me hará feliz y que algún día, cuando cierre los ojos para siempre, habré hecho feliz a mucha gente…no sé si podré escapar de la mediocridad, pero lucharé porque no arrastre tanto como para volverme de nuevo, triste…porque he visto a la Dama Oscura de cerca, no sé cuando puede volver, y debo estar preparado, pensando que he sido, por lo menos, feliz…lucha, pelea, fight for your life, dreams and your soul.
Lo del Padrinazgo…bueno de nuevo un bolero…¨la distancia es el olvido…¨ sorry
Sí, las dificultades lejos de amilanarnos nos obligan, si queremos adeucarlas a la realidad, a mejorar. Me alegra que hayas superado, por la causa que sea que espero esté resuelta o controlada, esa parálisis que a todos en cierta medida nos afecta. Algo que siempre he visto en ti. Una fuerza única.