El fulgor de la luna/ Moonlight.

El mar interior/ The sea inside

   a Chus, que quería un cuento de encuentros y desencuentros y de esperanzas.

   Ambos miraban la eterna luna brillar suspendida en el vasto cielo desnudo. Apenas se veían estrellas, capturadas por ese fulgor plateado que parecía llenarlo todo: la blancura de los fiordos, enormes y serenos, callados y extrañamente familiares; el sereno bogar del barco, que surcaba las frías aguas con esa peculiar seguridad de las cosas fáciles; y el abrazo callado en el que ambos estaban envueltos en el rumor de la noche noruega.

   Nadie lo hubiera creído, ni ellos mismos pensado, que un viaje así pudiese unirlos; que la brevedad de la vida, fulgurante como la luna polar, tuviese reservada para esas vidas aburridas un cambio que, como la llama que enciende un fósforo, estaba destinado a durar en el rumor de la memoria; en los recuerdos de la piel y el murmullo de los tactos. Nadie hubiese apostado por ese despertar mutuo como un rayo; nadie, ni ellos mismos, hubiese sido capaz de pensar que un sentimiento como aquel pudiese nacer en las frías avenidas del mar en Noruega, flanqueados por las brillantes masas de agua congelada, lamidas a perpetuidad por un océano insomne como el millar de besos que aquella noche compartían.

   Era un milagro, breve y conciso. Tan preciso como una espada bien afilada, aquello que los mantenía unidos ante el fulgor de la luna quedaría grabado en unos corazones ansiosos por el brusco despertar; sedientos por saberse necesitados de cariño; necesidad de saberse amado y de extasiarse en el sentimiento que se hace acto, y el acto, una obra perdurable.

   En ese viaje apenas si hubo palabras, porque los ojos hablaban por ellos y el latido de la sangre en sus arterias. Cada caricia era una declaración de independencia; cada beso traía aparejado un olvido deseado y la ardiente locura de saborear hasta el cansancio, hasta la extenuación, aquella pasión que parecía haberlos fundido en un solo pensamiento, en un solo cuerpo. Y el mar noruego arrullaba con su murmullo de masa líquida el camino de sus caricias, y el brillo de la luna tatuaba en sus memorias no sólo la pasión colmada, que sí; no sólo el ansia derramada, que también; si no un sentimiento más callado de tanto que gritaba, y que era un amor infinito encerrado entre los hielos del tiempo y que llevarían por siempre en cada paso, en cada latido, en cada casa en la que pernoctasen, en cada sueño que soñasen.

   Porque aquel viaje hizo que despertasen de sus vidas regulares y descubrieran un potencial de singularidad que sólo está reservada para los amantes alocados, para las pasiones pudientes y para los sueños lejanos.

   Se amaron en las noches noruegas y se besaron y se comieron y se conocieron sin decirse nada, porque la palabra quebraría el hechizo y la realidad escaparía detrás de la luna, cuyo fulgor plateaba la mirada profunda, la boca casi cerrada y las lágrimas de felicidad y pasión colmada que los atajaba aquella noche…

   La misma luna solitaria brilla en cada una de sus ventanas. Ambos miran ese reflejo del invierno en la ventana, con la luna hecha un boceto enorme en el cielo suspendido y separado por la distancia y la historia común y el día a día. Desde el día que se separaron no han dejado de pensar uno en el otro. Cada mañana es un dolor por abandonar el lecho, porque en el sueño se saben juntos, gozados y plenos, y no hay niños que atender ni parejas que soportar, ni un trabajo aburrido al que acudir para poder ahorrar y pensar en un nuevo viaje donde la magia se muestre de nuevo y envuelva a los amantes de la distancia. La distancia… Pensar en ella de noche, bañados por el fulgor de la luna, les abre el corazón y lo expone en su tabanco de tiempo perdido. La distancia es tan dolorosa como el despertar, pues está henchida de realidad, y lo cotidiano es lo que acaba por definirnos y nos hace similares al resto. Aunque ellos se tenían en el pensamiento y en las fibras escondidas de un corazón, y en la laguna inundada del sueño y en la plateada ribera del recuerdo. Y eso los hacía distintos, aunque interpretasen un papel de cotidianidad día tras día.

   Promesas, promesas… La vida se escapa en sueños irrealizables. El Atlántico se asoma a una ventana; el Mediterráneo en la otra: de una punta a otra de un país inmenso, el mundo que separa a los amantes noruegos se achica hasta hacerse añicos en noches como ésta, en que la luna brilla en medio del universo, plateando con su fulgor unas esperanzas que reverdecen a pesar del tiempo y la distancia; en los amantes apresurados; en los amigos presurosos; en la pareja que vive en otra dimensión su vida en común, su vida de pequeños problemas y de gran amor, amor que tatúa las venas hasta hacer daño y que asciende al corazón hasta el infinito… Cinco años han pasado ya, y cada mes, con la luna, el recuerdo de los fiordos transparentes, el rumor del oleaje de aquel mar en calma y el frío de un país que les brindó cobijo y sentido, parece acercarles, parece hacerles sentir que la vida es digna y que puede ser.

   Cada noche sueñan, con el fulgor de la luna, en que pueden encontrarse…,y que ese día está ya a la vuelta de la esquina.

2 comentarios en “El fulgor de la luna/ Moonlight.

  1. Lo que se siente con esta preciosa historia es difícil de expresar con palabras, quizás mi diccionario se quede corto de adjetivos y sentimientos para definir este cumulo de sensaciones.

    Haces real con tus escritos todo aquello que queremos contar-expresar y no sabemos o no podemos porque nos faltan las palabras precisas,

    Muchísimas gracias por escribirla y como no, por dedicármela.

    1. Muchas gracias a ti por compartir una idea y regalarnos la mitad del cuento: la fuente inspiradora para escribirlo. La idea original era ésta: que me dierais una trama para desarrollarla. Las demás ideas han sido más vagas, menos concretas y los cuentos han salido más o menos igual, pues se centraban más en sentimientos que en una trama determinada. Con tu idea no ocurrió eso. Tampoco con el cuento de la sirena, claro.
      Muchas gracias de nuevo, Chus.

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