Polvo de agua/ Water dust.

El mar interior/ The sea inside

   a Chus, que deseaba un relato sobre la vida del mar.

   El amanecer se acercaba. Podía notarlo a pesar de la sequedad de su piel, o quizá porque ésta perdía la lozanía que la caracterizaba. Su pelo revuelto, cayendo en borbotones por esa espalda desnuda, disimulaba los pequeños pliegues que se iban formando, como remolinos sin sentido sobre una superficie resbaladiza, que antes era de mármol pulido. Y sus ojos, líquidos y móviles, parecían irse poco a poco deteniendo, adoptando movimientos lentos, desengrasados, prefiriendo enfocar un punto fijo, lejos en el horizonte marino, que la constante búsqueda de novedad y divertimento.

   Esto es envejecer, pudo decirse. Esto es dejarse ir.

   Podía ser. Pero ella lo ignoraba, no sabía que ese proceso de decadencia propia de los hombres es una procesión lenta, se va estableciendo de una forma tan muda, que no son conscientes de ello, hasta que un día reparan en el pelo más blanco, en una arruga alrededor de la mirada, en un anquilosamiento del pensamiento y ya están, atrapados en el juego que culmina en la muerte.

   Y sin embargo aún era bella. Sus ojos acuosos, su pelo rojizo de rizos interminables, la sonrisa de alga, la piel nacarada y dulce. Porque su piel sabía a durazno y a sal en ese punto en el que se transformaba en escamas que reflejaban el brillo del agua y el baile de las mareas, verdosa y azulada, de color de las moras y un barniz tenue color de oro.

   Era la más bella, la más deseada, aquella por siempre joven. De voz de cristal, de manos firmes y dedos largos. Su inteligencia era tan legendaria como su belleza; la hacía destacar por sobre muchas, si no sobre todas. Y la rara habilidad de la música, que hacía tañer caracolas y estrellas marinas, y las algas como cuerdas de arpa y los peces globo como tambores exóticos y lejanos.

   No había arte en que ella no sobresaliese. Era la más ágil, era la más serena, era aquella a la que se pedían favores y se buscaban consejos y se dejaba juzgar. Su corazón era tan famoso como su belleza y su sabiduría. Atesoraba equidad como perlas adornando su dulce cuerpo de mar; las estrellas brillaban en su pelo y a veces en su mirada de agua; y sabía del pasado como un libro abierto, y conocía las antiguas costumbres como si hubiesen sido suyas; y nadie mejor que ella para contar un cuento precioso y algunas historias que encogían el corazón.

   Su hermosa cola de escamas de plata, en la que crecían ya restos de líquenes y preciosas perlas, enganchaban los granos de arena y los peces que jugaban a hacerle cosquillas y que ella intentaba apartar con una sonrisa que era firmeza y a la vez regocijo.

   Nada en ella era superable. Su voz de hechizo, sus ademanes de princesa y su delicadeza de fuente. Cuando nació, el mundo marino se detuvo para verla emerger de aquella concha en la que sólo se creaba belleza. De entre las olas y la espuma su pelo rojizo, sus ojos líquidos, su hermoso cuerpo color de rosa y madreperla, emergieron como un milagro y el fondo del mar se llenó de regocijo y la admiró sin envidias. Pues nadie más bello ni más puro se le parecía, y su perfección era un orgullo, y su cercanía, un regalo de risas y cariño y de paz.

   Pero nada dura para siempre. Aun la perfección más absoluta, la más absoluta felicidad, la belleza sin mácula pueden cansar; pueden mancillarse con apenas una mirada o un suspiro. Y fue lo que le pasó a ella cuando lo vio en la lejanía y oyó un canto profundo, grave y triste. El mundo dejó de ser lo que era y cambió para siempre.

   La tristeza anidó en esa sonrisa que se hizo poco a poco melancólica. El sonido del mar sólo le traía noticias de lejanía, certezas de olvido. La música que creaba hablaba de corazones abandonados, de sueños anhelados y perdidos. Cuando descubrió que la felicidad era sólo un espejismo, aún debajo del mar, supo que todo había terminado.

   Y aún así se dio una oportunidad. Su corazón de hielo se derritió poco a poco, dejando al descubierto en ese pecho nacarado el brillo del oro viejo, y sus escamas de plata bruñida y perlas se tornaron más oscuras, más serenas, más bellas. Su aleteo apenas estorbaba el flujo de las mareas, y el coro de peces que la acompañaba dejaron para más tarde sus molestas cosquillas, sus ganas de hacerse notar.

   Y corrió en busca de ese anhelo que le llegaba tan adentro y le sacudía el sueño y le trastornaba la voz, haciendo que viviese alucinada y que todos comenzaran a preocuparse por ella. Y fue tras aquel espectro color de noche de luna, tras el reflejo de una voz profunda que hablaba de amor y de futuro y de vida nueva, una vida que no estaba destina a ella.

   Lo que le pasó nadie lo sabe. Mas todos en el fondo del mar tienen una historia que contar. Al pez espada y al delfín pizpireto, a la ballena legendaria y a la tortuga sabia se les inquiere, y ellos emiten sus opiniones de expertos longevos. Ellos recordaban cómo había nacido y lo perfecta que había sido, lo bella y dulce, y lo bien que conocía las costumbres de su raza y la profundidad de su pensamiento. Así que podían presuponer qué le había ocurrido para que su pelo brillase sólo bajo la luz de la luna, y su piel de nácar se tornase carne y melocotón al emerger a la superficie, y su hermosa cola de plata y perlas, dos hermosas piernas creadas para soñar y bailar. Pero sólo era un suponer pues nada en el fondo sabían sobre qué había llevado a la belleza del mar a abandonar su preciosa vida de eterna sirena oceánica para perseguir un sueño doloroso y una decepción semejante.

   Lo que pasó sólo lo sabe ella, sentada sobre una piedra enorme en la orilla del mar. Mientras el amanecer se acercaba sentía que su piel se resentía y se carcomía por los bordes; las hermosas piernas quedarse estáticas e inútiles para bailar, para soñar y para nadar, mientras las escamas aparecían con un brillo tenue de luna nueva y resecas por la falta de mar. El pelo de fruta madura, cayendo a borbotones por el continente pétreo, y los ojos líquidos evaporados en un punto fijo, aquel por donde emergía el sol con sus rayos consoladores.

   Ella, que sabía todas las leyendas, en aquel momento no quería tocar el agua. Si lo hiciese, su belleza volvería; su juventud eterna y su frescura. La piel brillaría como el terciopelo y su cabellera volvería a ser la abundante cascada de fuego rojizo; y la cola de plata bruñida llena de perlas y de quimeras. Ella sabía que el mero roce del mar bastaría para que la transformación en polvo se detuviese y ella dejase de morir para vivir de nuevo el sueño que la había llevado hasta allí.

   Pero no quiso. Cuando el corazón se ha roto; cuando las esperanzas que anidan en un espíritu se descubren vacías; cuando el amor no es correspondido y los sueños cristales rotos, no hay promesa, no hay cura, no hay belleza que detenga el fin. La melancolía anidó en el corazón alegre; y la renuncia de los sueños y el sabor de la soledad… Ella sabía que vivir por siempre trayendo tras de sí un pasado que no podría olvidar, era demasiado para ella y para los demás.

   Por eso estaba allí, sola en la roca a orillas de la playa, esperando la salida del sol…Sus dedos podrían tocar el agua que poco a poco llegaba con la marea, mas no se movió. Podía oír el llanto de los peces, la llamada lastimera del fondo del mar que la urgía a hundirse en su abrazo líquido, en su mundo de agua… Apenas si desvió su mirada unos instantes para agradecerles la hermosa vida que le habían proporcionado… Nada había en el mundo de las mareas que la persuadiese de su destino, como nada había en el mundo de los hombres que la aguardase con los brazos abiertos.

   Lentamente cerró los ojos y sintió la calidez ardiente de un amanecer único…  El cielo se llenó de hermosas tonaliades color de fósforo y el agua se tiñó de rosa y azul, y la roca sintió el calor de la mañana y la sequedad del día que nacía… Poco a poco el mar llegaba a la orilla llena de besos, y los peces y los espíritus del mar fueron abandonando uno a uno la playa de la espera.

   Sobre la roca llena de soledad y melancolía, un corazón de oro se hallaba escondido entre las cenizas de un sacrificio inútil. Nada hiere más que un amor no correspondido, y nada nos desalienta más que un sueño no cumplido. Las sirenas que descubren este secreto se transforman en polvo de agua abandonado a su suerte. Y los seres humanos, en polvo de tierra, de dolor y de olvido.

Un comentario en “Polvo de agua/ Water dust.

  1. Muchas gracias por el cuento-historia, Por supuesto me ha encantado y ya con la frase final «Nada hiere más que un amor no correspondido, y nada nos desalienta más que un sueño no cumplido.» lo bordas por todo lo que ello implica.Nuevamente gracias.

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