Después de la lluvia, los cuerpos se apoyan uno en el otro.
Suaves y firmes, parecen besarse por las nucas, por los hombros; los omóplatos unidos, las espaldas pegadas dejando poco espacio para el aire que los envuelve.
Pequeñas gotas de agua, que simulan sudor, caen una a una por sus cabezas y el pelo.
Los párpados entrecerrados; la respiración queda; las bocas abiertas en forma de corazón o de beso.
No se ven pero se sienten. Se tocan y se saben acompañados en el silencio.
Después de la lluvia, las nubes se han ido con el peplo henchido, dejando tras de sí una noche transparente llena de luna y estrellas que brillan a través del techo de cristal como ciruelas maduras y parece bautizarles con una luz pálida y plateada.
Las pieles que brillan calmadas, deseosas de un contacto más que de una pasión, y llenas de una calma exultante y vibrante como el aire que los envuelve, como el aliento que se escapa vaporoso de esos labios abiertos como corazones y besos.
Las manos sobre el suelo, las piernas estiradas, el cielo abierto, las ganas calmadas, el deseo postergado por la compañía muda que todo lo envuelve, esperanzas y sueños, y una noche de cristal y compañía.
Son dos pero se sienten multitud; son dos y se sienten a sí mismos, apoyados espalda contra espalda, deseos contra deseos, unidos en un vals de compañía libre de palabras.
Todo son tactos, todo son sensaciones que les recorren de la cabeza a los pies y se detienen rebasadas en el corazón.
Y el silencio. Sólo se oye la respiración entrecortada del cansancio y de la espera terminada, y la discreta caída de gotas de lluvia y sudor en el suelo desnudo.
Después de la lluvia, callados, sólo se acarician. Y esas caricias hablan un millón de palabras, y esas palabras son un millón de besos, y en esos besos se esconden un millón de quimeras y de peonías, que llegan a los labios entreabiertos y a los párpados cerrados, llenos de corazón.
Callados, son un solo corazón.
Daria cualquier cosa x un momento asi, un abrazo
Otro para ti.