Como el viento/ Like the Wind.

El día a día/ The days we're living, Los días idos/ The days gone

Una mezcla de alegría y melancolía tiñe siempre mis visitas a Madrid. Escapando como puedo, invirtiendo cada momento libre en un momento mágico, las horas se amoldan a la presencia de la soledad, aceptada y en muchos momentos buscada, pero también la compañía de personas generosas, con su tiempo y su espíritu, que me permiten llegue a conocerlos y a compartir algo de sus muchos dones y experiencias vitales.

   Estos encuentros suelen ser fugaces. Como el viento, voy y vengo con demasiada rapidez; echo de menos un abandono más total a la experiencia siempre especial de esos encuentros, y a veces he fantaseado en lo que sería ser dueño de un tiempo más laxo, que me permitiría departir, conversar y sencillamente disfrutar de personas tan excepcionales como comunes y abiertas al mundo que vivimos.

   Todas estas personas son extraordinarias: poseen talentos que escapan de su piel y llegan ya sea en la cercanía de su compañía, o en las palabras y obras de la distancia; tienen problemas, frustraciones y anhelos y aventuras encantadoras, porque me acercan con su diversidad a ese caleidoscopio que es la vida que se vive, alejada a veces de lo cotidiano, y muchas otras, demasiado adheridas a la tierra para pasar fácilmente desapercibidas, y que me enriquecen tanto y que tanto extraño cuando no los tengo cerca.

   Todos ellos pertenecen a ese grupo heterogéneo de amistades, de lazos que se crean poco a poco y con fuerza variada, sometidas al vaivén de los encuentros y desencuentros, de las distancias y los acercamientos, que honro tener en mi vida. Aquellos que ya no están, o que sólo están por breves instantes; aquellos que viven de cerca, latido a latido, cada momento importante, y que laten en el eco de la soledad y ríen en la algarabía de los días alciónicos, días en los que todo coincide: la perfección del instante con la compañía, el sol o la lluvia, unas risas y una buena comida.

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   Mi relación con Carlos Hugo Asperilla ha trascendido la mera admiración por su talento. De un atractivo evidente, su bagaje astrológico es muy similar al mío, y muchas veces veo en él todo lo bueno que seguramente yo tendría si me tomase el trabajo de encontrarlo. En él todo lo que vale la pena está a flor de piel, se ve en su mirada y se descubre en sus gestos, y en un constante descubrimiento y reflexión.

   Su buen amigo, Óscar Moreno García, es un espíritu puro que se debate, como todos, entre el querer y el poder, ganando batallas y dándolo todo a cambio, con una firmeza y una fuerza que la belleza de su cuerpo, pura fibra, atestigua. Dueño de una sensibilidad extraordinaria, su juventud y su cercanía hacen de nuestros encuentros una pura delicia, y hasta hacen que me olvide que gracias a él sudo muchos días la gota gorda en la cinta de correr. No en vano cada vez que coincidimos juntos, ellos y yo, terminamos paseando por las calles de Madrid, en una costumbre que a mí me encanta y que disfrutamos juntos, reflexionando, diciendo sandeces y riéndonos a carcajada limpia por esas calles a veces señoriales y a veces extraordinariamente reales tan características de la abierta y sin igual capital de España.

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   A Iñaki Bañares me une una atracción única. Es un hombre de gran poso y, a la vez, de aguas turbulentas. Es un hombre de gran musculatura, de sonrisa fácil, de mirada risueña y de gran capacidad de dar. Es generoso por naturaleza y por convicción. La dedicación a su cuerpo no logra esconder la misma reflexión constante hacia su vida y a todo lo que le rodea. Es un triunfador porque empeña su tesón y su fuerza en lo que emprende; es un hombre completo porque aúna espíritu, cuerpo y corazón en representar aquello por lo que hemos sido creados: mostrar la belleza de Dios entre nosotros.

   Sus dudas, sus remordimientos, su voz enmarcan una personalidad luminosa en la que habitan claroscuros, zonas de penumbra que lo mantienen confiado y vivo y con ganas de luchar. Su compromiso con la belleza de su cuerpo es el mismo que con la vida: a través de su intuición y sus manos sanadoras, consigue alinear energía e intención en todo lo que toca. Y siempre, siempre, llega a tocar el alma. Es un gran hombre no sólo por atractivo y belleza, sino por su gran calidad humana y su generosidad sin igual.

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   Mi admiración por Otto Más viene de hace tiempo. Su mirada para la fotografía (que ha enriquecido y embellecido las páginas de este blog), su verbo fluido y rico, sus inseguridades, hacen de él un hombre entero. Hizo lo posible para poder conocernos en persona, y ese encuentro se me hizo demasiado corto, demasiado breve pero muy enriquecedor. Es un hombre de gran galanura: guapo (aunque él se empeñe en negarlo), muy atractivo, intenta desarrollar su sentido de lo bello y de lo divino en sí mismo y en lo que le rodea. Dueño de una cultura deliciosa y de una voz de barítono que enamora (es preciosa) su búsqueda de la Belleza, su ansia de lo Perfecto lo lleva por caminos a veces tortuosos (su propio cuerpo es una muestra de su empeño por alcanzar ese ideal de divinidad con el que todos soñamos pero que pocos consiguen) pero siempre fructíferos; y su conversación, llena de argumentos con lógica y sentido común, enriqueció unos minutos que hubiera querido alargar más tiempo.

   A pesar de que pude reencontrarme con personas como Janneth, cuya sonrisa de sol ilumina el día más oscuro, me quedó en esta vuelta por Madrid mucho en el tintero: Pablo e Isi, por ejemplo, que tanto me hacen reír como reflexionar, y conocer a más gente estupenda que, como todos ellos, son un ejemplo de diversidad, aplomo y locura: Lolo, Javier, entre tantos otros.

   Pero, como el viento, voy y vengo, entro y salgo de sus vidas con una facilidad casi divina. Y esa levedad no está reñida con profundidad; esa brevedad sólo siembra en mi corazón las ganas de más. Gracias a este universo en constante expansión que es Internet nos hemos ido conociendo, espero que siga manteniéndonos cerca.

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