Cuando te fuiste no lo tenía claro.
No sabía qué te impulsaba a marcharte, porqué dejabas una vida que parecía preciosa a mi lado, qué razón te empujaba a buscar aventuras arriesgadas, probar una cosa o la otra, descubrir nuevos mundos, reales o imaginarios, lejos de mí.
Aún a veces me lo pregunto para no desvelar una verdad que puede que me haga más daño aún. Si eso fuese posible.
Te fuiste una mañana muy temprano. Creías que dormía, tumbado boca abajo con un brazo fuera de la cama. Pero me hacía el dormido con la cara hundida en las almohadas para que no supieras que lloraba tu huida, que sentía muy muy dentro tu pérdida, y que no deseaba, no toleraba tu adiós.
Porque para mí era un dolor, una pena.
Pero no te diste cuenta, y me besaste suave en la mejilla y susurraste un cualquier cosa a mi oído, demasiado entretenido en mis propios sentimientos para entenderte o para quererte.
Y te fuiste cerrando la puerta con un suave chasquido y un eco en mi corazón.
No tolerabas una vida llena de indecisiones, repleta de quizás, tal vez o espera un poco más. Había demasiada energía en ti para no sentirte un prisionero de mi día a día, menos brillante de lo que yo mismo había imaginado, y de mi propia frustración, al ser incapaz de ofrecerte toda la belleza que tu sed merecía. Nuestra vida se había convertido en un aburrimiento sincero, en una lucha continua en la que el presente nos ganaba la partida. Recuerdo cuánto tardamos en conseguir aquel sofá que tanto nos gustaba, o la cama inmensa donde encontrarnos era una sorpresa y una de las pocas alegrías que el eterno día nos regalaba. Sentir tu piel como nueva rodando por esa superficie blanca y tersa…El aroma a vainilla y canela de tu piel, tu pelo teñido con los colores del atardecer que entraba por la ventana abierta, y tu risa, esa risa que se quedaba en mi mente hasta mucho después, cuando el cansancio llegaba y jadeantes mirábamos hacia nuestros propios sentidos exhaustos.
Te fuiste buscando nuevas aventuras, nuevos horizontes. Paisajes amplios que permitieran desplegar tus sueños, que facilitasen el desarrollo de un talento indescriptible, que te dejasen sentirte tú sin limitaciones vulgares, sin lastres ni justificaciones huecas. Cuando llegamos a explicarnos cada uno de nuestros movimientos, cada uno de nuestros pasos, el mundo se reduce a una cárcel pequeñita, que nos corta la respiración, inhibe los sueños y marchita el amor. Y sé que te fuiste con tu amor raquítico, con una sequía en los ojos y en los labios. Lo sentí en ese beso fugaz que te sirvió de despedida, huyendo en la madrugada para evitar las palabras, palabras que nos aprisionan a veces y nos hacen flaquear otras.
Te fuiste y me dejaste. Y te lanzaste a ver el mundo. La belleza era tu meta; transmutarla tu sentido de vida. Yo no podía competir con eso. Yo no podía contribuir a ese vuelo ligero; y quedarme atrás, sin ti, fue el precio de una aventura que nunca quise aceptar y que ocurrió, porque las cosas tienen que pasar aunque no deseemos verlas, y el destino es más fuerte, mucho más fuerte que el amor. Al menos que el que tú me tenías.
Y pasó el tiempo. El tiempo que fluye en el día a día, que parece eterno y pegajoso, pero que se cuela de entre las manos sin darnos cuenta. Todo parece una eternidad, y sí lo es cuando estamos solos, cuando el lecho es demasiado amplio y níveo y el silencio demasiado espeso y pesado y la soledad, una compañera callada que alimenta con plomo al corazón.
Sin ti dejé de soñar y tuve que encontrar nuevas formas de justificarme. Sin ti cambié de trabajo, me lancé a la locura del quizá y del tal vez pues nada tenía que perder, y me volví huraño y sordo, y ciego a las propuestas de gentes que veían en mí una presa fácil, un truco apenas adolescente… El sol se burlaba de mí, y mi piel blanquísima alumbraba las calles en penumbras sabrosas en verano, húmedas y frías en invierno, añorando tu calor, soñando con tu compañía; imaginándote en el salón de casa, con la sonrisa de estampa y los brazos abiertos, dándome la bienvenida y protegiéndome de un mundo que parecía negárseme siempre.
Y pasó el tiempo. Y supe de ti. Vi tu éxito, tu búsqueda sagrada hecha realidad. Tu talento desbordado, tu sensibilidad en la flor de los labios de otros, la imagen de un mundo que era belleza a través de tus ojos. Me enviaste algunas cartas cortas, o que para mí siempre fueron exiguas, y algunas postales y fotos tomadas por ti, en las que te confundías con la belleza de fondo, en las que te hacías edificio, estatua, pavimento y paisajes lejanos. En todos ellos me hablabas con la mirada,en todos esos mensajes me recordabas lo bien que habías hecho, lo dulce y duro que era todo. La excitación y la camaradería, unos brazos cálidos, una sonrisa fugaz en el claroscuro de una hoguera… Y yo aquí, en el mar de un lecho gigante, envuelto en la arena lunar, siendo cada vez más yo y estando por eso cada vez más solo, amándote todavía, en la distancia y en la cercanía, en tu abandono y en el mío…
Pero ahora sé. Ahora lo entiendo. Ha tenido que pasar todo este hiato de tiempo indefinido, de soledad sonora, para que lograse comprender ese fuego que te abrasaba por dentro, para saber que el amor a veces no es suficiente, o no basta con amar al otro, si no a nosotros mismos. Ahora, cuando la vida parece que se ha asentado en mi día a día, soy capaz de entender tus ansias, de aprehender tus deseos, que te alejaban de mí. Y, aunque me sigue doliendo, esa comprensión lo hace asumible y tu ausencia soportable, y el ardor de mi corazón más cercano al tuyo, y mi amor, ese que nunca ha cesado, más íntimo, más cálido, más sereno.
Cuando todos los barcos hayan zarpado; cuando todos los caminos hayan sido recorridos; cuando toda la belleza que proviene del mundo sea vista; cuando todos los sentidos hayan sido saturados, cuando toda esperanza haya germinado y el mundo haya revelado todos sus secretos, vuelve a mí. Que te estaré esperando en mi mundo sereno, en mi vida sin dudas, en mi corazón que siente apasionado y tranquilo un amor de media tarde, diluido entre la siesta y el atardecer. Cuando cada recodo del camino que recorres te acerque cada vez más a casa, y descubras que todo lo que has admirado, todo lo bello y sensual ya estaba dentro de ti y en nuestro amor, vuelve a mí, que te estaré esperando con el corazón en la mano y el amor en los labios. Cuando todas las oportunidades se hayan agotado, cuando no haya estrellas que conocer ni océanos cuyas olas recorrer, vuelve a mí, a nuestro sofá maravilloso, a nuestra cama nívea ancha como un abrazo, abierta como un poema y quédate en nuestro hogar para siempre, para siempre lleno de recuerdos junto a mí.
Cuando el mundo agote toda su grandeza, cuando te canses de ir de aquí para allá buscando lo inexistente, cuando la nostalgia te golpee la memoria y te ablande el corazón, acuérdate de mí, búscame y llámame en el vacío… Que encontraré tu eco en la distancia, e iré a buscarte allí donde estés, porque mi amor por ti sólo ha crecido y se ha ramificado, y te reconoceré y te abrazaré por más que hayan pasado los años, y te ofreceré mi vida, que ahora es toda mía, y mi lecho níveo, que sigue siendo sólo nuestro, y seguiremos construyendo, allí donde el tiempo de una huida ha dejado suspendido, una vida maravillosa que te atraerá de nuevo a mí, para quedarte por siempre.
Bello.
Gracias, Lute.
Piel de gallina…me ha encantado!
¡Gracias!
Muy bueno, J.R. (Cris)
Gracias, Cris.
Reblogueó esto en Tiempo de Curar/ Healing Time.
Mis lagrimas no cesan. ¡El frenesí de la escritura!
¡Me he sentido vivo!
Es lo más hermoso que me han dicho. Muchas gracias.
¡Magnifico!
Muchas gracias de corazón.