Reflection (Mulan). Vanessa Mae.
A veces es necesario ese hiato entre los acontecimientos que nos pasan y nuestra propia vida para detenernos a pensar. El silogismo que se construye en la mente de una persona acostumbrada a actuar es rápido, casi instintivo, aparentemente superficial y se erige como una respuesta inmediata a la acción que lo origina. El tiempo que fluye impide, en esos instantes indescriptibles y fugaces, un razonamiento justo sobre la pirueta más adecuada o la mejor salida para lo que está sucediendo; el tiempo que fluye sólo es presente en la vida que se vive, y por eso no deja espacio para la duda, pero sí para el error y los destrozos que nos rodean. El hombre que titubea mientras vive, yerra; el hombre que vive su presente, yerra; a la postre, vivimos rodeados de ruinas que nos enseñan una lección que se disfraza inútil pero imperecedera. Habitualmente la vida nos niega una segunda oportunidad una vez aprendidas las lecciones que nos enseña; sólo el ser más inteligente o el más sensible logran extraer las enseñanzas correctas y consiguen erigir un edificio vital hermoso y acorde con el río de la vida. No me he jactado nunca de haber conseguido una proeza semejante.
En todo esto veo derroche. Allí donde los seres humanos nos afanaríamos en retocar, rehacer, perfilar, la vida simplemente lo desecha todo y vuelve a empezar desde cero; quizá esa sensualidad de las cosas perdidas encierre un valor propio que somos incapaces de descifrar todavía. Tal vez nuestro propio empeño en ser superiores a la vida nos impida extraer las lecciones adecuadas a tan caudalosa costumbre natural. Aún no lo sé.
Respondemos por instinto, o con lo que puede pasar por instinto. Entre capas y capas de querencias, aquí y allá podemos llegar a vislumbrar alguna chispa de verdadera intuición, libre de toda pulsión, sana y única, y que nos recuerda el posible origen divino que nos atribuimos. Por lo demás, me cuesta mucho despegar mis anhelos de mis acciones, mis errores de mis virtudes, para poder analizarlos con el peso suficiente y la serenidad adecuada; por lo que he cometido tantos errores a lo largo de mi vida, que aún hoy me asombro de haber llegado adonde estoy y poder contarlo, por añadidura.
A través del tiempo que ha pasado, tras cuarenta años de un silencio rumiado con continuos titubeos, con constantes salidas de tono, sólo ahora consigo vislumbrar una explicación coherente, cierto orden en las cosas, que logran justificarme (sí, lo admito) o cuando menos atenúan quién era yo por aquellos años en los que veía desfilar mi vida sin un objetivo claro y sin esperanzas de ningún tipo. Escribir en el libro de contar la vida no me trae más paz de la que ya gozo, pero al menos me deja un sosiego contemplativo que me gustaría aprovechar para abocar por fin esos momentos que prefiguran un destino y que no logramos vislumbrar, ni por asomo, mientras estamos envueltos en el frenesí de los días que se viven.
No en vano intento extraer de los días de Uxía algo que valga la pena: el aprendizaje más correcto, la lección eterna. Mi propia experiencia me indica que sólo para mí esa explicación (de serlo) es válida; cada quien debe bucear en sus propios océanos las razones que nos llevan a ser quienes somos y a actuar de la manera en que lo hacemos. La tragedia de la vida, si lo es, consiste en ese barroquismo, en esa constante pérdida. La vida es un ciclo en continuo movimiento; una función eterna, siempre la misma, con las mismas líneas, los mismos desencuentros, las mismas dudas, pero con decorados y actores tan variados, que consigue vendernos su cualidad de única, de exclusiva novedad. No me molesto hoy como seguro hubiera hecho antaño: veo en ese disfraz el mejor arma de defensa, quizá la única excusa que me sirve para definir mi propia existencia. A fin y al cabo todos vivimos para nosotros mismos: nacemos solos, solos morimos; las comparsas que nos acompañan encarnan un ruido de fondo de intercambiable fluidez: todos ocupamos, a su debido tiempo, esos mismos puestos y todos desaparecemos, cuando dejamos de ser útiles, haciendo mutis por el foro, de ese teatro que es la vida de los Otros. Mientras tanto, nuestro monólogo es lo único que nos ocupa y nos absorbe de tal forma que llegamos a olvidar todo lo que nos rodea, o dado el caso, llegamos a usar todo cuanto nos rodea con el único fin de alcanzar nuestro objetivo: el de seguir con vida.
Dicho de esta manera la vida parece atroz. Lo es en lo que respecta a nuestras necesidades, o a lo que pensamos que son nuestras necesidades. Una de las pocas ventajas que tiene la vejez es esa desnudez de lo superfluo, esa falta de toda necesidad de imperecedero, ese nihilismo de lo inútil que nos facilita el renunciamiento, ese puro fantasma tan atractivo para la juventud pero que involucra tantas abdicaciones de nuestra razón, tantos desdenes, que rápidamente se deja de lado como un pasatiempo que ya no está de moda. Nada es más difícil que desisitir cuando algo nos atrae encarecidamente; antes bien lo contrario, gastamos toda nuestra energía en alcanzar primero, y en devorar después, ese objeto anhelado y quizá querido. Querer: palabra que encierra en esas pocas letras nuestra noción de amor y de deseo, de posesión y sed, de ansia, consumo y abandono. Querer, que no amar…
El Puente de las Urracas.
Que bello,como siempre.Palabras y más palabras que despiertan mis sentidos y me preparan para seguir adelante en este camino imprevisto de la Vida,me acompañas,me guías,me animas…Por todo eso te quiero amigo mio,gracias.
FELICIDADES,besote.